sábado, 25 de agosto de 2012

RUDOLF STEINER - EL MOVIMIENTO OCULTO DEL SIGLO XIX Y SU RELACIÓN CON LA CULTURA MUNDIAL - I CONFERENCIA 10 de octubre de 1915







En base a nuestras recientes reflexiones, ustedes se van a dar cuenta de que la concepción materialista del mundo que reina en la actualidad, no es resultado de algún capricho humano, sino, en cierto modo, de una necesidad histórica.

Quien conoce el desarrollo de la humanidad en cuanto a sus asuntos espirituales, sabe que los siglos y milenios pasados se distinguían por una participación de la humanidad en la vida espiritual, mayor que la de los últimos cuatro o cinco siglos. Ya sabemos con qué fenómeno general coincide esto, sabemos que en las primeras etapas del desarrollo terrestre, la humanidad poseía la herencia de la antigua clarividencia lunar. También podemos imaginar que, en aquellos primeros tiempos, esa clarividencia fue muy importante, muy activa, de modo que, en aquel entonces, los hombres podían abarcar muchísimo con su mirada espiritual. Luego, esa antigua clarividencia fue disminuyendo; llegaron los tiempos en que, para la gran mayoría de la humanidad, desapareció la capacidad de penetrar con la mirada en el mundo espiritual, y llegó el tiempo en que, diríamos como sustituto de la gerencia perdida. El “Misterio del Gólgota” entró a llenar su papel para el desarrollo del alma humana. Con todo, quedaba todavía cierto resto de las antiguas capacidades anímicas, resto que palpita en lo que fue ciencia natural hasta el siglo XIV, XV, e incluso hasta el siglo XVI y XVII. La ciencia natural de esos siglos fue algo completamente distinto de la actual; todavía podía contar, si bien no con una lúcida imaginación clarividente, con los remanentes de las antiguas inspiraciones e intuiciones que entonces eran objeto del empeño de los llamados alquimistas. El alquimista de esos siglos - si era honrado y no trabajaba para su provecho personal- todavía trabajaba, en cierto modo, con las viejas inspiraciones e intuiciones; en sus manipulaciones externas obraban, sin que tuviera mucha conciencia de ello, los restos de la antigua clarividencia.  Mas iba en continuo descenso el número de las personas que tenían tales remanentes de clarividencia. Ya he indicado varias veces que, hoy día, esos restos pueden sacarse a la luz con mucha facilidad del alma humana, en la clarividencia atávica visionaria. Hemos descrito, desde muchos aspectos, cómo esa clarividencia atávica-visionaria puede presentarse en la época actual.

Mientras más avanza el desarrollo humano hacia nuestros tiempos, disminuyen los antiguos poderes anímicos, a la par que va en aumento las inclinaciones del alma que se orientan más bien a la observación del mundo exterior sensible. Eso fue preparándose lentamente y alcanzó su culminación precisamente a mediados del siglo XIX. Esto no es muy evidente que digamos, para nuestros contemporáneos poco acostumbrados a ocuparse de esas cosas; mas para los hombres del futuro será obvio que, en lo que toca a las inclinaciones materialistas, hubo un apogeo en la segunda mitad, y especialmente a mediados del siglo XIX. Fue entonces cuando se desarrollaron las más frecuentes inclinaciones materialistas. Pero cada inclinación tiene, a la vez, la consecuencia de que se desarrollen ciertos talentos: lo grandiosos que se ha desarrollado en el método cinético materialista, se debe precisamente al surgimiento de las inclinaciones de apego al mundo exterior sensible.

Pero eso que acabamos de señalar como momento o trance evolutivo de la humanidad, hemos de imaginárnoslo acompañado de otro fenómeno. Si echan una mirada retrospectiva a los primeros tiempos del desarrollo espiritual de la humanidad, notarán que, en cuanto a sus conocimientos espirituales, los hombres de aquellos tiempos se encontraban en una situación relativamente afortunada: casi todos tenían conocimiento del mundo espiritual por visión directa. Así como los hombres de hoy tienen percepciones de los minerales, plantas y animales, y saben de sonidos y colores, del mismo modo los de antaño sabían del mundo espiritual. Ese saber fue muy concreto, de modo que, propiamente, no hubo ninguno quien, durante el tiempo en que la conciencia de vigilia se hallaba reducida a una condición de sueño u onírica, no hubiera tenido conexión con los muertos que, en vida, le habían sido cercanos; así, durante la vigilia, se podía tener trato con los vivos, y durante el sueño o los sueños, con los muertos. En aquellos albores de la humanidad, hubiera sido superflua una doctrina sobre la inmortalidad del alma, lo mismo que hoy sería superfluo demostrar la existencia de las plantas. Tan ridículo como sería hoy el intento de demostrar que existen plantas, hubiera sido el que, en aquellos tiempos primordiales, alguien hubiera querido demostrar que hay una vida del alma después de la muerte.

Esta capacidad humana de convivir con el mundo espiritual se fue perdiendo poco a poco. Naturalmente, siempre hubo algunos que hicieron uso de la oportunidad que todavía le quedó a la humanidad para cultivar la clarividencia especial; pero también esos se hizo siempre más difícil. ¿Cómo se desarrolló en los tiempos antiguos la clarividencia especial? Si hoy día, uno se pone a estudiar con fervor la filosofía de Platón o lo que todavía existe de la filosofía Heráclito, uno se da cuenta de que hay que tomar estas antiguas filosofías griegas en sentido completamente diferente de las filosofías posteriores. Lean el primer capítulo de “Los enigmas de la filosofía” en el que expuse que los filósofos antiguos: Thales y Parménides, Anaxímenes y Heráclito, todavía dependen de su propio temperamento. Hasta ahora, esto no se había señalado; lo expuse por primera vez en mi libro “Los enigmas de la filosofía”, por lo que tardará mucho tiempo hasta que se crea. Pero eso no importa. Hasta Platón, tiene uno la impresión de que la filosofía involucra al hombre entero; esto termina con Aristóteles. Con él, uno tiene la impresión de que se trata de una filosofía aprendida, una filosofía de erudición. De ahí que, para entender a Platón, se requiere todavía algo más de lo que, por lo general, el filósofo de hoy, puede aportar. A ello se debe asimismo que haya un abismo entre Platón y Aristóteles; éste ya es un erudito en el sentido moderno, en tanto que aquél es el último filósofo en el antiguo sentido griego: todavía tiene algo de los conceptos vivos. Mientras se tiene semejante filosofía, no se pierde el contacto con el mundo espiritual, y esa filosofía se ha propagado por mucho tiempo, hasta bien entrada la Edad Media. La Edad Media no hizo nada para que evolucionara la filosofía, sino que adoptó la filosofía de Aristóteles. Y considerando las peculiaridades de su época, hizo bien en adoptar simplemente esa filosofía aristotélica por algún tiempo; también adoptó la filosofía platónica.  

Ahora bien, en los tiempos antiguos, mientras persistía siquiera la disposición para cierta clarividencia, sucedía algo muy importante cuando los hombres dejaban que esa filosofía actuara sobre ellos.  En la actualidad, la filosofía actúa solamente sobre la cabeza, sobre el pensamiento; por eso, hay tantas personas que rehuyen la filosofía porque no les gusta pensar. Y, sobre todo, no quieren estudiarla porque no ofrece sensaciones. En cambio, la filosofía antigua, admitida en el alma humana, fecundaba todavía, en virtud de su mayor fuerza viva, los restos de la disposición clarividente. Así era la filosofía platónica, e incluso la aristotélica: no eran tan abstractas como las filosofías de hoy, sino que fecundaban las disposiciones a la clarividencia. Y así sucedió que los individuos que se entregaban a una filosofía de ese tipo, fecundaban la decreciente disposición a la clarividencia. Así se formaron los videntes. Pero como sea que lo que había que aprender sobre el mundo físico, incluso la filosofía, sólo tenía importancia para el plano físico, importancia que iba en constante incremento, el hombre fue distanciándose más y más de los restos de la antigua clarividencia; ya no podía llegar a esas profundidades; aumentaron las dificultades de hacerse vidente. Sólo volverá a ser posible cuando el nuevo método, cuyo comienzo se describe en mi libro “¿Cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores?”, parezca plausible a la humanidad.
   
Por lo pronto, el camino que lleva al período materialista, es un camino de descenso; y ese período tiene su apogeo, se podría decir también, su punto más bajo, a mediados del siglo XIX. Sin duda, las circunstancias se harán más y más difíciles, más no deben cortarse las conexiones con los antiguos impulsos evolutivos de la humanidad. Cuando vemos, trazado en líneas, la evolución de la clarividencia es así: (dibujo 1)

Aquí (amarillo) todavía se presenta la clarividencia en pleno florecimiento, decrece luego cada vez más (verde); aquí tenemos, a mediados del siglo XIX, el punto más bajo debiendo ascender nuevamente.

Detengámonos ahora en la comprensión del mundo espiritual, distinta, sin duda, de la videncia. Así como la ciencia es algo distinto de la simple percepción sensorial, del mismo modo la clarividencia es algo distinto de la comprensión de lo percibido. De ahí que, en los tiempos más antiguos, la mayoría se limitaba a la videncia, sin entrar en la reflexión: su videncia les daba todo. Pero en creciente medida, también se desarrollo el pensar. Así puedo trazar la línea del pensar sobre los mundos actuales (ver dibujo): esta sería la línea de la videncia y esta la del pensar: c-d.

En los tiempos que corresponden a la antigua clarividencia, el hombre está ocupado con ella; el pensar queda en la subconciencia: los antiguos videntes no piensan; todo les es dado directamente por la videncia. No es hasta el 4º o 3er milenio que el pensar compenetra la videncia. Entonces hubo una época de florecimiento en la cultura índica, persa, egipcia-caldea y también en la primerísima cultura griega, florecimiento en el que, en el alma humana, el pensar naciente se asociaba con la videncia. El pensar todavía no estaba tan sutilizado como lo está en nuestros tiempos; se tenían algunos conceptos grandes y abarcantes y, además, la videncia (e). Esa peculiar condición, si bien ya algo atenuada, hallábase especialmente innata en videntes que fundaron los Misterios samotráquicos y proclamaron la monumental doctrina de los cuatro dioses: Axieros, Axiokersos, Axiokersa y Cádmilos. Esa grandiosa y monumental doctrina de los cuatro dioses cabiros que una vez existía en la isla Samos, en Samotracia, consistía en que el iniciado recibía algunos grandes conceptos, con los que luego podía combinar los remanentes de los resultados de la antigua videncia. Quizás tengamos oportunidad para describir esas cosas en mayor detalle.
  
Luego desaparece la videncia bajo el umbral de la conciencia; se hizo cada vez más difícil rescatarla de las profundidades del alma. Pero, naturalmente, se podían conservar algunos de los conceptos, incluso darles mayor perfección, y así llegó un tiempo en que hubo iniciados que no necesariamente tenían que ser videntes; insisto: iniciados que no necesariamente tenían que ser videntes.

En los distintos lugares donde esos iniciados tenían esas agrupaciones, es decir, en las escuelas iniciáticas, se cultivaba sencillamente lo que se había conservado desde tiempos antiguos, lo que los antiguos videntes habían visto; por otra parte, se recogía también lo que podían desentrañar ciertos individuos que poseían todavía la disposición a la clarividencia atávica. De ello, uno se convencía, en parte por tradiciones históricas, y en parte por experimentos. Uno se convencía de que lo pensado correspondía a la verdad. Pero iban disminuyendo los individuos de esas agrupaciones que todavía podían penetrar en el mundo espiritual, a la vez que aumentaba el número de los que poseían la teoría del mundo espiritual y la expresaban en símbolos y cosas por el estilo.

Reflexionen sobre lo que había de resultar a mediados del siglo XIX, cuando las inclinaciones materialistas habían llegado a su mayor profundidad: naturalmente, existían per­sonas que sabían que existe un mundo espiritual, y que también conocían ese mundo, sin haberlo visto jamás. Pre­cisamente los mejores entendidos del siglo XIX eran personas que nada habían visto del mundo espiritual, pero que sabían que ese mundo existe, que podían reflexionar sobre el mundo espiritual y que también eran capaces de encontrar nuevas verdades con ayuda de ciertos métodos y cierto simbolismo conservados por la antigua tradición. Si, por ejemplo, se dibuja una figura humana, no se puede deducir nada de importancia al mirar tal dibujo. Pero si se dibuja una figura humana con cabeza de león, y otra con cabeza de toro, entonces el que ha aprendido a interpretar tales cosas, puede sacar mucho de semejante exposición simbólica. O si se dibuja un toro con cabeza humana, o un león con cabeza humana, el iniciado puede aprender muchí­simo de ese dibujo. Se dibujaron muchísimos de esos sím­bolos, y hubo agrupaciones serias y venerables donde se podía aprender el lenguaje simbólico, de lo que no quiero explayarme más, porque esas escuelas resguardaban muy estrictamente esos símbolos, y no los comunicaban a nadie que no se hubiera comprometido a guardar silencio sobre estas cosas. Para ser un buen entendido, bastaba ese len­guaje simbólico, esto es, cierta escritura simbólica.

Así pues, la situación a mediados del siglo XIX era tal que la humanidad civilizada en general, tenía profunda­mente sumergida en la subconciencia toda visión de lo espi­ritual, a la vez que tenía tendencias puramente materialis­tas. Pero había un gran número de personas que sabían que existe un mundo espiritual y que, lo mismo que estamos rodeados de aire, estamos rodeados de un mundo espiri­tual. Sobre esas personas pesaba, al mismo tiempo, cierta responsabilidad, porque sin poder presentar ninguna inme­diata facultad evidente para demostrar la existencia de un mundo espiritual, no querían dejar que el mundo exterior se hundiera en sus tendencias materialistas. Por lo tanto, los iniciados del siglo XIX se hallaban confrontados con una situación excepcional: tenían que decir: ¿Seguiremos guardando únicamente en círculos reducidos, lo que reci­bimos de tiempos antiguos, y quedaremos viendo cómo toda la humanidad, inclusive su cultura y su filosofía, se hunde en el materialismo? ¿Podemos limitamos a ser meros espectadores? ¡No podían mirar esto con indiferencia! Particularmente los que tomaban las cosas muy en serio.

En consecuencia, a mediados del siglo XIX, las pala­bras "exotérico" y "esotérico" cobraron un nuevo signifi­cado entre los iniciados; verdaderamente, los ocultistas se dividieron en dos partidos: en esotéricos y exotéricos. Si queremos emplear en comparación las expresiones de nuestros parlamentos actuales, podríamos comparar a los exotéricos con los partidos sentados del lado izquierdo, y los esotéricos con los del lado derecho, porque estos últimos persistían en no permitir que se divulgara nada del sagrado conocimiento transmitido, y que pudiera ayudar al hombre pensante a penetrar en el lenguaje de los símbolos. Los esotéricos eran, pues, los conservadores entre los ocultis­tas. ¿y los exotéricos? Ellos son los que quieren hacer exotérica una parte de lo esotérico. En realidad, los exotéri­cos eran iguales a los esotéricos, sólo que se inclinaban a prestar oído a la voz de su sentido de responsabilidad y de publicar una parte del conocimiento esotérico.

Eso produjo, en aquel entonces, una extensa discusión de la que, naturalmente, el mundo exterior no sabe nada, pero que fue particularmente acalorada a mediados del siglo XIX: mucho más intensos que los conflictos entre conserva­dores y liberales en los parlamentos, fueron las controversias y discusiones entre los esotéricos y los exotéricos. Los eso­téricos tenían el punto de vista de no transmitir ningún co­nocimiento del mundo espiritual sino a quienes aceptaban la estricta obligación de mantener silencio y que querían pertenecer a una cofradía. Los exotéricos dijeron: esa acti­tud conduce a que se hundan en el materialismo los que no quieren afiliarse a semejante agrupación.

Entonces, los exotéricos propusieron un camino: ¡el camino que seguimos hoy! Nuestro camino actual es el que los exotéricos propusieron, o sea, publicar determinada parte de los conocimientos. esotéricos. Asimismo, hemos echado mano de lo que puede encontrarse en publicaciones populares, para paulatinamente poder ascender a los mun­dos superiores.

A mediados del siglo XIX, todavía no se había adelan­tado lo suficiente como para admitir esos hechos. Desde luego, en aquellos círculos no hay votaciones, pero de cier­ta manera simbólica, puede decirse: en la primera votación ganaron los esotéricos, y los exotéricos tenían que someterse; nadie se oponía a la comunidad, porque se tenían to­davía las viejas y buenas reglas de solidaridad. Sólo en tiem­pos más recientes, se ha llegado a expulsar miembros, o a que ellos mismos se retiren. Antes, no existían tales cosas, porque era sobreentendido que había que quedar unido en fraternidad. Por eso, a los exotéricos no les quedaba más que conformarse. Pero su responsabilidad pesaba sobre ellos, la responsabilidad por toda la humanidad; se sentían como guardianes de la evolución. Así pues, aquella primera "votación", si me permiten utilizar otra vez esta palabra, no fue la única, sino que se llegó a una fórmula de compro­miso, de avenencia -otra palabra tomada del mundo exte­rior y, por eso, simbólica. Eso significa lo siguiente:

Se reconoció, y eso lo admitían también los esotéri­cos, que es muy urgente que toda la humanidad llegue a saber que en nuestro alrededor, no sólo existen materia y leyes materiales y nada espiritual, sino que, lo mismo que estamos rodeados de lo material, estamos rodeados de lo espiritual: el hombre no es tan sólo aquel que se nos enfren­ta si lo miramos en sentido material, sino que contiene algo que es de naturaleza anímico-espiritual. Hay que ofrecerle a la humanidad la posibilidad de saber tales cosas. Sobre esto se pusieron de acuerdo: he ahí el compromiso.

Pero los esotéricos del siglo XIX no estaban dispuestos a entregar el conocimiento esotérico. Por eso, hubo que admitir otro método que entonces se presentó en el mundo. La formación de ese método es una historia complicada de la que he hablado más de una vez, sobre todo en ocasiones de constituirse ramas nuevas. Se decía: no queremos divul­gar los conocimientos esotéricos, pero vamos a tener en cuenta el materialismo de la época. Los esotéricos partie­ron, pues, de cierta tesis empírica bien fundamentada. Por­que si observamos en qué forma se reciben en la actualidad los conocimientos esotéricos, podemos sentir comprensión y simpatía por los que, en aquel tiempo, se oponían a su divulgación. Una y otra vez, esa divulgación se convierte en auténtica calamidad, y las mismas personas que reciben el conocimiento esotérico, levantan obstáculos y estorbos contra su propagación. Ya hemos hablado repetidas veces de eso en las últimas semanas. Todavía no se consideran lo suficiente, esos estorbos y obstáculos. En verdad, se tie­nen las experiencias más terribles, cuando se trata de difun­dir los conocimientos esotéricos. Incluso cuando se tiene la mejor voluntad de ayudar al individuo, resultan calami­dades, hasta en las cosas más elementales. ¡Cuántas veces sucede que se le da a un individuo ese o aquel consejo, pero el consejo no le gusta! Si el mundo exterior afirma que el ocultista que trabaja de la. manera como se trabaja aquí, posee gran autoridad, es pura habladuría. En tanto que el ocultista da consejos que agradan,. generalmente puede defenderse; pero cuando da consejos que ya no gustan, nadie los acepta. Y dicen los interesados: "si no me das otros consejos, ya no puedo yo conmigo mismo". Esto llega hasta amenazas cuando, en realidad, lo único que hizo el ocultista fue decirle lo que sería beneficioso para ese individuo. Pero como él quiere recibir algo distinto, dice: "ya he esperado bastante tiempo; dime ahora de qué se trata". Ya se lo dijo desde hace mucho tiempo, pero lo dicho no le gusta. Así se llega al progresivo distanciamien­to, hasta que los que antes fueron los partidarios más fervientes, se vuelven los enemigos más encarnizados, por­que esperan consejos a la medida de sus deseos, y en el momento -en que reciben otros, se transforman en enemi­gos enconados. Así, precisamente nuestra época pone en evidencia que no podemos sencillamente condenar a los esotéricos que decían que no aceptaban la popularización de las verdades esotéricas.

Y así, a mediados del siglo XIX, no llegó a realizarse semejante popularización, sino que se quería tener en cuen­ta las tendencias materialistas de la época. Es difícil expre­sar lo que hay que decir; sólo puedo cifrarlo en palabras que jamás fueron pronunciadas de esa manera pero son ciertas. En aquel entonces el esotérico dijo: "¡qué haré con esa humanidad! Por mucho que yo les diserte sobre las verdaderas enseñanzas del esoterismo, solamente se burla­rán de mí y de vosotros. Quizá convenceréis a unos crédu­los, a un puñado de mujeres crédulas, a pocos hombres crédulos; pero aquellos que aprecien la ciencia no se conven­cerán. Tenéis que contar con las inclinaciones de la época".

Como consecuencia de eso, se trató de descubrir un método por el que pudiera llamarse la atención sobre el mundo espiritual, a semejanza de cómo, en el materialismo, se llama la atención sobre el hecho de que, en el criminal, el hipotálamo no cubre, o no cubre completamente, el cere­belo. Así, con plena conciencia, se presentó el mediumnismo. Los médiums fueron, podríamos decir, los agentes que, por ese camino, querían enseñarles a los hombres la convicción del mundo espiritual, porque ellos presentaban a los ojos físicos del público algo que se originó en el mundo espiritual, porque producían algo que se podía exhibir en el plano físico. El mediumnismo fue un recurso para hacer comprender a los hombres, que existe un mundo espiritual; los exotéricos y los esotéricos se habían puesto de acuerdo en patrocinar el mediumnismo, para satisfacer la inclina­ción de la época.

Vean lo que escribió el señor von Wrangell en la pág. 41 de su folleto: "Basta recordar nombres como Zollner, Wallace, du Prel, Crookes, Butlerow, Rachas, Oliver Lod­ge, Flammarión, Morselli, Schiaparelli, Ochorowicz, James, etc." ¿Cómo llegaron a la convicción de un mundo espiri­tual? Por haber recibido manifestaciones del mundo espi­ritual, y posiblemente tenían que recibirlas. Pero todo lo que se puede hacer por medio del mundo espiritual y el mundo de los iniciados, consiste, por lo pronto, en expe­rimentos con la humanidad: siempre hay que examinar qué grado de madurez alcanzó. Así, también aquel patrocinio del mediumnismo, del espiritismo, fue, diríamos, un expe­rimento. Tanto los exotéricos como los esotéricos .que se habían puesto de acuerdo sobre el experimento, decían: "Vamos a ver qué resulta". ¿y qué resultó?

La mayoría de los médiums informó de un mundo en que moran los muertos; no tienen más que leer la literatura pertinente. Lo que se logró fue de lo más triste para los iniciados: se obtuvo el peor resultado que podía obtenerse. Había dos posibilidades: una de ellas fue el uso de los médiums. Los médiums comunican algo, y lo que comunican sólo pueden aplicarlo al medio ambiente habitual que, sin duda, contiene también lo espiritual en sus elementos sensi­bles. Y la gente esperaba que los médiums irían a descubrir toda clase de leyes naturales ocultas y elementales. No podía esperarse otra cosa, por la siguiente razón.

Sabemos que el hombre está constituido por el cuerpo físico, el etéreo, el astral y el Yo. Desde el dormirse hasta el despertarse, el hombre propiamente dicho, se encuentra en el Yo y en el cuerpo astral, es decir, se encuentra en el mismo mundo donde se encuentran los muertos. Pero el médium que está sentado ahí, no es un Yo y un cuerpo as­tral; al contrario, se le reduce la conciencia del Yo y tam­bién la conciencia astral, y se le estimulan precisamente el cuerpo físico y el etéreo. Por eso, el médium puede entrar en relación con un hipnotizador o un inspirador, es decir, con otro individuo vivo: el Yo de otra persona, o también el medio ambiente, pueden ejercer su influencia sobre el médium. En realidad, el médium carece de la posibilidad de entrar en el reino de los muertos, porque tiene extingui­do precisamente aquello que tiene en común con ese reino. Así pues, los médiums fallaron: proporcionaron informa­ciones que, se suponía, venían precisamente de aquel mundo de los muertos. Los ocultistas se dieron cuenta, pues, de que con ese ensayo no habían logrado otra cosa que difundir un gran error. Un buen día, tuvieron que admi­tir que habían transitado un camino que conducía a los hombres hacia el error, porque los condujo hacia una doc­trina puramente luciférica, asociada con observaciones pura­mente ahrimánicas. Se había, pues, propagado un error del que nada bueno podía resultar. Poco a poco, eso se reconoció.

Vemos aquí el resultado del experimento de contar con las inclinaciones materialistas de la época y sin embargo, tratar de transmitir a los hombres la conciencia de que exis­te un mundo espiritual en torno nuestro. Por lo pronto, este camino condujo a un error, como hemos visto. De esto, podemos deducir cuán necesario es tomar el otro ca­mino, que consiste en hacer exotérica una parte del conoci­miento esotérico; hay que tomarlo, y hay que seguirlo aunque no deje de traer calamidades. El hecho de que prac­ticamos la ciencia espiritual es, por decirlo así, testimonio de la necesidad de que se lleve a cabo el principio de los exotéricos a mediados del siglo XIX. Y nuestra manera y afán de ejercer la ciencia espiritual, no es otra cosa que tratar de realizar ese principio, y de realizarlo honrada­mente.

Lo dicho nos permite apreciar que el materialismo es algo sobre el cual no se puede sutilizar, simplemente, sino que hay que entender la necesidad de su advenimiento y, sobre todo, de su culminación a mediados del siglo XIX. Es verdad que la tendencia materialista ya había venido pre­parándose hace tres, cuatro o cinco siglos, cuando las in­clinaciones espirituales de los hombres descendieron siempre más y más a lo subconsciente: a mediados del siglo XIX, se llegó a la culminación de ese proceso. Ese hundimiento fue necesario para que pudieran desarrollarse, sin estorbo de parte de las facultades ocultas, los talentos puramente materialistas. Un filósofo materialista como Kant, filósofo materialista desde el punto de vista de los idealistas del siglo XIX -Léanlo en mi libro "Los enigmas de la filoso­fía"- jamás hubiera sido posible si no hubieran retrocedi­do las facultades ocultas. Ciertas capacidades se desarrollan en el ser humano a expensas de otras. Pero en tanto que una especie de capacidades o talentos se extrovierte, la otra especie sigue su camino interno. De ahí que esos tres, cua­tro, cinco siglos del desarrollo materialista, en manera al­guna constituyen pérdida para el desarrollo espiritual de la humanidad. Debajo del umbral de la conciencia, siguió desarrollándose lo espiritual; y si los hombres se ponen a reflexionar sobre mis alusiones al folleto del señor von Wrangell, respecto a lo que él llama lo Onírico, podrán descubrir las capacidades ocultas que únicamente aguar­dan su despliegue. Ellas están ahí; existen en abundancia en las almas humanas, sólo hace falta descubrir las de mane­ra correcta.

He ahí, pues, las consideraciones preliminares que fueron necesarias para que, mañana, abordemos la pregun­ta: ¿qué perspectivas hay en lo que toca a la relación en­tre vivos y muertos, si se tiene en cuenta cuán esclarece­dor fue, a pesar de todo, el camino equivocado que re­sultó del compromiso entre los exotéricos y los esotéricos? Precisamente para comprender el carácter de ese compro­miso, hemos de estudiar el nacimiento y la muerte, y des­tacar entonces su relación con los métodos materialistas.