En base a nuestras recientes
reflexiones, ustedes se van a dar cuenta de que la concepción materialista del
mundo que reina en la actualidad, no es resultado de algún capricho humano,
sino, en cierto modo, de una necesidad histórica.
Quien conoce el desarrollo de la
humanidad en cuanto a sus asuntos espirituales, sabe que los siglos y milenios
pasados se distinguían por una participación de la humanidad en la vida
espiritual, mayor que la de los últimos cuatro o cinco siglos. Ya sabemos con
qué fenómeno general coincide esto, sabemos que en las primeras etapas del
desarrollo terrestre, la humanidad poseía la herencia de la antigua
clarividencia lunar. También podemos imaginar que, en aquellos primeros
tiempos, esa clarividencia fue muy importante, muy activa, de modo que, en
aquel entonces, los hombres podían abarcar muchísimo con su mirada espiritual.
Luego, esa antigua clarividencia fue disminuyendo; llegaron los tiempos en que,
para la gran mayoría de la humanidad, desapareció la capacidad de penetrar con
la mirada en el mundo espiritual, y llegó el tiempo en que, diríamos como
sustituto de la gerencia perdida. El “Misterio del Gólgota” entró a llenar su
papel para el desarrollo del alma humana. Con todo, quedaba todavía cierto
resto de las antiguas capacidades anímicas, resto que palpita en lo que fue
ciencia natural hasta el siglo XIV, XV, e incluso hasta el siglo XVI y XVII. La
ciencia natural de esos siglos fue algo completamente distinto de la actual;
todavía podía contar, si bien no con una lúcida imaginación clarividente, con
los remanentes de las antiguas inspiraciones e intuiciones que entonces eran
objeto del empeño de los llamados alquimistas. El alquimista de esos siglos - si
era honrado y no trabajaba para su provecho personal- todavía trabajaba, en
cierto modo, con las viejas inspiraciones e intuiciones; en sus manipulaciones
externas obraban, sin que tuviera mucha conciencia de ello, los restos de la
antigua clarividencia. Mas iba en
continuo descenso el número de las personas que tenían tales remanentes de
clarividencia. Ya he indicado varias veces que, hoy día, esos restos pueden
sacarse a la luz con mucha facilidad del alma humana, en la clarividencia
atávica visionaria. Hemos descrito, desde muchos aspectos, cómo esa
clarividencia atávica-visionaria puede presentarse en la época actual.
Mientras más avanza el desarrollo
humano hacia nuestros tiempos, disminuyen los antiguos poderes anímicos, a la
par que va en aumento las inclinaciones del alma que se orientan más bien a la
observación del mundo exterior sensible. Eso fue preparándose lentamente y
alcanzó su culminación precisamente a mediados del siglo XIX. Esto no es muy
evidente que digamos, para nuestros contemporáneos poco acostumbrados a
ocuparse de esas cosas; mas para los hombres del futuro será obvio que, en lo
que toca a las inclinaciones materialistas, hubo un apogeo en la segunda mitad,
y especialmente a mediados del siglo XIX. Fue entonces cuando se desarrollaron
las más frecuentes inclinaciones materialistas. Pero cada inclinación tiene, a
la vez, la consecuencia de que se desarrollen ciertos talentos: lo grandiosos
que se ha desarrollado en el método cinético materialista, se debe precisamente
al surgimiento de las inclinaciones de apego al mundo exterior sensible.
Pero eso que acabamos de señalar
como momento o trance evolutivo de la humanidad, hemos de imaginárnoslo
acompañado de otro fenómeno. Si echan una mirada retrospectiva a los primeros
tiempos del desarrollo espiritual de la humanidad, notarán que, en cuanto a sus
conocimientos espirituales, los hombres de aquellos tiempos se encontraban en
una situación relativamente afortunada: casi todos tenían conocimiento del
mundo espiritual por visión directa. Así como los hombres de hoy tienen
percepciones de los minerales, plantas y animales, y saben de sonidos y
colores, del mismo modo los de antaño sabían del mundo espiritual. Ese saber
fue muy concreto, de modo que, propiamente, no hubo ninguno quien, durante el
tiempo en que la conciencia de vigilia se hallaba reducida a una condición de
sueño u onírica, no hubiera tenido conexión con los muertos que, en vida, le
habían sido cercanos; así, durante la vigilia, se podía tener trato con los
vivos, y durante el sueño o los sueños, con los muertos. En aquellos albores de
la humanidad, hubiera sido superflua una doctrina sobre la inmortalidad del
alma, lo mismo que hoy sería superfluo demostrar la existencia de las plantas.
Tan ridículo como sería hoy el intento de demostrar que existen plantas,
hubiera sido el que, en aquellos tiempos primordiales, alguien hubiera querido
demostrar que hay una vida del alma después de la muerte.
Esta capacidad humana de convivir
con el mundo espiritual se fue perdiendo poco a poco. Naturalmente, siempre
hubo algunos que hicieron uso de la oportunidad que todavía le quedó a la
humanidad para cultivar la clarividencia especial; pero también esos se hizo
siempre más difícil. ¿Cómo se desarrolló en los tiempos antiguos la
clarividencia especial? Si hoy día, uno se pone a estudiar con fervor la
filosofía de Platón o lo que todavía existe de la filosofía Heráclito, uno se
da cuenta de que hay que tomar estas antiguas filosofías griegas en sentido
completamente diferente de las filosofías posteriores. Lean el primer capítulo
de “Los enigmas de la filosofía” en el que expuse que los filósofos antiguos:
Thales y Parménides, Anaxímenes y Heráclito, todavía dependen de su propio
temperamento. Hasta ahora, esto no se había señalado; lo expuse por primera vez
en mi libro “Los enigmas de la filosofía”, por lo que tardará mucho tiempo
hasta que se crea. Pero eso no importa. Hasta Platón, tiene uno la impresión de
que la filosofía involucra al hombre entero; esto termina con Aristóteles. Con
él, uno tiene la impresión de que se trata de una filosofía aprendida, una
filosofía de erudición. De ahí que, para entender a Platón, se requiere todavía
algo más de lo que, por lo general, el filósofo de hoy, puede aportar. A ello
se debe asimismo que haya un abismo entre Platón y Aristóteles; éste ya es un
erudito en el sentido moderno, en tanto que aquél es el último filósofo en el
antiguo sentido griego: todavía tiene algo de los conceptos vivos. Mientras se
tiene semejante filosofía, no se pierde el contacto con el mundo espiritual, y
esa filosofía se ha propagado por mucho tiempo, hasta bien entrada la Edad
Media. La Edad Media no hizo nada para que evolucionara la filosofía, sino que
adoptó la filosofía de Aristóteles. Y considerando las peculiaridades de su
época, hizo bien en adoptar simplemente esa filosofía aristotélica por algún
tiempo; también adoptó la filosofía platónica.
Ahora bien, en los tiempos
antiguos, mientras persistía siquiera la disposición para cierta clarividencia,
sucedía algo muy importante cuando los hombres dejaban que esa filosofía
actuara sobre ellos. En la actualidad,
la filosofía actúa solamente sobre la cabeza, sobre el pensamiento; por eso,
hay tantas personas que rehuyen la filosofía porque no les gusta pensar. Y,
sobre todo, no quieren estudiarla porque no ofrece sensaciones. En cambio, la
filosofía antigua, admitida en el alma humana, fecundaba todavía, en virtud de
su mayor fuerza viva, los restos de la disposición clarividente. Así era la
filosofía platónica, e incluso la aristotélica: no eran tan abstractas como las
filosofías de hoy, sino que fecundaban las disposiciones a la clarividencia. Y
así sucedió que los individuos que se entregaban a una filosofía de ese tipo,
fecundaban la decreciente disposición a la clarividencia. Así se formaron los
videntes. Pero como sea que lo que había que aprender sobre el mundo físico,
incluso la filosofía, sólo tenía importancia para el plano físico, importancia
que iba en constante incremento, el hombre fue distanciándose más y más de los
restos de la antigua clarividencia; ya no podía llegar a esas profundidades;
aumentaron las dificultades de hacerse vidente. Sólo volverá a ser posible
cuando el nuevo método, cuyo comienzo se describe en mi libro “¿Cómo se
adquiere el conocimiento de los mundos superiores?”, parezca plausible a la
humanidad.
Por lo pronto, el camino que
lleva al período materialista, es un camino de descenso; y ese período tiene su
apogeo, se podría decir también, su punto más bajo, a mediados del siglo XIX.
Sin duda, las circunstancias se harán más y más difíciles, más no deben
cortarse las conexiones con los antiguos impulsos evolutivos de la humanidad.
Cuando vemos, trazado en líneas, la evolución de la clarividencia es así:
(dibujo 1)
Aquí (amarillo) todavía se
presenta la clarividencia en pleno florecimiento, decrece luego cada vez más
(verde); aquí tenemos, a mediados del siglo XIX, el punto más bajo debiendo
ascender nuevamente.
Detengámonos ahora en la comprensión
del mundo espiritual, distinta, sin duda, de la videncia. Así como la ciencia
es algo distinto de la simple percepción sensorial, del mismo modo la
clarividencia es algo distinto de la comprensión de lo percibido. De ahí que,
en los tiempos más antiguos, la mayoría se limitaba a la videncia, sin entrar
en la reflexión: su videncia les daba todo. Pero en creciente medida, también
se desarrollo el pensar. Así puedo trazar la línea del pensar sobre los mundos
actuales (ver dibujo): esta sería la línea de la videncia y esta la del pensar:
c-d.
En los tiempos que corresponden a
la antigua clarividencia, el hombre está ocupado con ella; el pensar queda en
la subconciencia: los antiguos videntes no piensan; todo les es dado
directamente por la videncia. No es hasta el 4º o 3er milenio que el
pensar compenetra la videncia. Entonces hubo una época de florecimiento en la
cultura índica, persa, egipcia-caldea y también en la primerísima cultura griega,
florecimiento en el que, en el alma humana, el pensar naciente se asociaba con
la videncia. El pensar todavía no estaba tan sutilizado como lo está en
nuestros tiempos; se tenían algunos conceptos grandes y abarcantes y, además,
la videncia (e). Esa peculiar condición, si bien ya algo atenuada, hallábase
especialmente innata en videntes que fundaron los Misterios samotráquicos y
proclamaron la monumental doctrina de los cuatro dioses: Axieros, Axiokersos,
Axiokersa y Cádmilos. Esa grandiosa y monumental doctrina de los cuatro dioses
cabiros que una vez existía en la isla Samos, en Samotracia, consistía en que
el iniciado recibía algunos grandes conceptos, con los que luego podía combinar
los remanentes de los resultados de la antigua videncia. Quizás tengamos
oportunidad para describir esas cosas en mayor detalle.
Luego desaparece la videncia bajo
el umbral de la conciencia; se hizo cada vez más difícil rescatarla de las
profundidades del alma. Pero, naturalmente, se podían conservar algunos de los
conceptos, incluso darles mayor perfección, y así llegó un tiempo en que hubo
iniciados que no necesariamente tenían que ser videntes; insisto: iniciados
que no necesariamente tenían que ser videntes.
En los distintos lugares donde
esos iniciados tenían esas agrupaciones, es decir, en las escuelas iniciáticas,
se cultivaba sencillamente lo que se había conservado desde tiempos antiguos,
lo que los antiguos videntes habían visto; por otra parte, se recogía también
lo que podían desentrañar ciertos individuos que poseían todavía la disposición
a la clarividencia atávica. De ello, uno se convencía, en parte por tradiciones
históricas, y en parte por experimentos. Uno se convencía de que lo pensado
correspondía a la verdad. Pero iban disminuyendo los individuos de esas
agrupaciones que todavía podían penetrar en el mundo espiritual, a la vez que
aumentaba el número de los que poseían la teoría del mundo espiritual y la
expresaban en símbolos y cosas por el estilo.
Reflexionen sobre lo que había de resultar a mediados del siglo XIX,
cuando las inclinaciones materialistas habían llegado a su mayor profundidad:
naturalmente, existían personas que sabían que existe un mundo espiritual, y
que también conocían ese mundo, sin haberlo visto jamás. Precisamente los
mejores entendidos del siglo XIX eran personas que nada habían visto del mundo
espiritual, pero que sabían que ese mundo existe, que podían reflexionar sobre
el mundo espiritual y que también eran capaces de encontrar nuevas verdades con
ayuda de ciertos métodos y cierto simbolismo conservados por la antigua
tradición. Si, por ejemplo, se dibuja una figura humana, no se puede deducir
nada de importancia al mirar tal dibujo. Pero si se dibuja una figura humana
con cabeza de león, y otra con cabeza de toro, entonces el que ha
aprendido a interpretar tales cosas, puede sacar mucho de semejante exposición
simbólica. O si se dibuja un toro con cabeza humana, o un león con cabeza
humana, el iniciado puede aprender muchísimo de ese dibujo. Se dibujaron
muchísimos de esos símbolos, y hubo agrupaciones serias y venerables donde se podía aprender el lenguaje simbólico, de lo
que no quiero explayarme más, porque esas escuelas resguardaban muy
estrictamente esos símbolos, y no los comunicaban a nadie que no se hubiera
comprometido a guardar silencio sobre estas cosas. Para ser un buen entendido,
bastaba ese lenguaje simbólico, esto es, cierta escritura simbólica.
Así pues, la situación a mediados del siglo XIX era tal que la
humanidad civilizada en general, tenía profundamente sumergida en la
subconciencia toda visión de lo espiritual, a la vez que tenía tendencias
puramente materialistas. Pero había un gran número de personas que sabían que
existe un mundo espiritual y que, lo mismo que estamos rodeados de aire,
estamos rodeados de un mundo espiritual. Sobre esas personas pesaba, al mismo
tiempo, cierta responsabilidad, porque sin poder presentar ninguna inmediata
facultad evidente para demostrar la existencia de un mundo espiritual, no
querían dejar que el mundo exterior se hundiera en sus tendencias materialistas.
Por lo tanto, los iniciados del siglo XIX se hallaban confrontados con una
situación excepcional: tenían que decir: ¿Seguiremos guardando únicamente en
círculos reducidos, lo que recibimos de tiempos antiguos, y quedaremos viendo
cómo toda la humanidad, inclusive su cultura y su filosofía, se hunde en el
materialismo? ¿Podemos limitamos a ser meros espectadores? ¡No podían mirar
esto con indiferencia! Particularmente los que tomaban las cosas muy en serio.
En consecuencia, a mediados del siglo XIX, las palabras
"exotérico" y "esotérico" cobraron un nuevo significado
entre los iniciados; verdaderamente, los ocultistas se dividieron en dos
partidos: en esotéricos y exotéricos. Si queremos emplear en comparación las
expresiones de nuestros parlamentos actuales, podríamos comparar a los
exotéricos con los partidos sentados del lado izquierdo, y los esotéricos con
los del lado derecho, porque estos últimos persistían en no permitir que se
divulgara nada del sagrado conocimiento transmitido, y que pudiera ayudar al
hombre pensante a penetrar en el lenguaje de los símbolos. Los esotéricos eran,
pues, los conservadores entre los ocultistas. ¿y los exotéricos? Ellos son los
que quieren hacer exotérica una parte de lo esotérico. En realidad, los exotéricos
eran iguales a los esotéricos, sólo que se inclinaban a prestar oído a la voz
de su sentido de responsabilidad y de publicar una parte del conocimiento
esotérico.
Eso produjo, en aquel entonces, una extensa discusión de la que,
naturalmente, el mundo exterior no sabe nada, pero que fue particularmente
acalorada a mediados del siglo XIX: mucho más intensos que los conflictos entre
conservadores y liberales en los parlamentos, fueron las controversias y
discusiones entre los esotéricos y los exotéricos. Los esotéricos tenían el
punto de vista de no transmitir ningún conocimiento del mundo espiritual sino
a quienes aceptaban la estricta obligación de mantener silencio y que querían
pertenecer a una cofradía. Los exotéricos dijeron: esa actitud conduce a que se
hundan en el materialismo los que no quieren afiliarse a semejante agrupación.
Entonces, los exotéricos propusieron un camino: ¡el camino que seguimos
hoy! Nuestro camino actual es el que los exotéricos propusieron, o sea,
publicar determinada parte de los conocimientos. esotéricos. Asimismo, hemos
echado mano de lo que puede encontrarse en publicaciones populares, para
paulatinamente poder ascender a los mundos superiores.
A mediados del siglo XIX, todavía no se había adelantado lo suficiente
como para admitir esos hechos. Desde luego, en aquellos círculos no hay
votaciones, pero de cierta manera simbólica, puede decirse: en la primera
votación ganaron los esotéricos, y los exotéricos tenían que someterse; nadie
se oponía a la comunidad, porque se tenían todavía las viejas y buenas reglas
de solidaridad. Sólo en tiempos más recientes, se ha llegado a expulsar
miembros, o a que ellos mismos se retiren. Antes, no existían tales cosas,
porque era sobreentendido que había que quedar unido en fraternidad. Por eso, a
los exotéricos no les quedaba más que conformarse. Pero su responsabilidad
pesaba sobre ellos, la responsabilidad por toda la humanidad; se sentían como
guardianes de la evolución. Así pues, aquella primera "votación", si
me permiten utilizar otra vez esta palabra, no fue la única, sino que se llegó
a una fórmula de compromiso, de avenencia -otra palabra tomada del mundo exterior
y, por eso, simbólica. Eso significa lo siguiente:
Se reconoció, y eso lo admitían también los esotéricos, que es muy
urgente que toda la humanidad llegue a saber que en nuestro alrededor, no sólo
existen materia y leyes materiales y nada espiritual, sino que, lo mismo que
estamos rodeados de lo material, estamos rodeados de lo espiritual: el hombre
no es tan sólo aquel que se nos enfrenta si lo miramos en sentido material,
sino que contiene algo que es de naturaleza anímico-espiritual. Hay que
ofrecerle a la humanidad la posibilidad de saber tales cosas. Sobre esto se
pusieron de acuerdo: he ahí el compromiso.
Pero los esotéricos del siglo XIX no estaban dispuestos a entregar el
conocimiento esotérico. Por eso, hubo que admitir otro método que entonces se
presentó en el mundo. La formación de ese método es una historia complicada de
la que he hablado más de una vez, sobre todo en ocasiones de constituirse ramas
nuevas. Se decía: no queremos divulgar los conocimientos esotéricos, pero
vamos a tener en cuenta el materialismo de la época. Los esotéricos partieron,
pues, de cierta tesis empírica bien fundamentada. Porque si observamos en qué
forma se reciben en la actualidad los conocimientos esotéricos, podemos sentir
comprensión y simpatía por los que, en aquel tiempo, se oponían a su
divulgación. Una y otra vez, esa divulgación se convierte en auténtica
calamidad, y las mismas personas que reciben el conocimiento esotérico,
levantan obstáculos y estorbos contra su propagación. Ya hemos hablado
repetidas veces de eso en las últimas semanas. Todavía no se consideran lo
suficiente, esos estorbos y obstáculos. En verdad, se tienen las experiencias
más terribles, cuando se trata de difundir los conocimientos esotéricos.
Incluso cuando se tiene la mejor voluntad de ayudar al individuo, resultan
calamidades, hasta en las cosas más elementales. ¡Cuántas veces sucede que se
le da a un individuo ese o aquel consejo, pero el consejo no le gusta! Si el
mundo exterior afirma que el ocultista que trabaja de la. manera como se
trabaja aquí, posee gran autoridad, es pura habladuría. En tanto que el
ocultista da consejos que agradan,. generalmente puede defenderse; pero cuando
da consejos que ya no gustan, nadie los acepta. Y dicen los interesados:
"si no me das otros consejos, ya no puedo yo conmigo mismo". Esto
llega hasta amenazas cuando, en realidad, lo único que hizo el ocultista fue
decirle lo que sería beneficioso para ese individuo. Pero como él quiere
recibir algo distinto, dice: "ya he esperado bastante tiempo; dime ahora
de qué se trata". Ya se lo dijo desde hace mucho tiempo, pero lo dicho no
le gusta. Así se llega al progresivo distanciamiento, hasta que los que antes
fueron los partidarios más fervientes, se vuelven los enemigos más
encarnizados, porque esperan consejos a la medida de sus deseos, y en el
momento -en que reciben otros, se transforman en enemigos enconados. Así,
precisamente nuestra época pone en evidencia que no podemos sencillamente
condenar a los esotéricos que decían que no aceptaban la popularización de las
verdades esotéricas.
Y así, a mediados del siglo XIX, no llegó a realizarse semejante popularización,
sino que se quería tener en cuenta las tendencias materialistas de la época.
Es difícil expresar lo que hay que decir; sólo puedo cifrarlo en palabras que
jamás fueron pronunciadas de esa manera pero son ciertas. En aquel
entonces el esotérico dijo: "¡qué
haré con esa humanidad! Por mucho que
yo les diserte sobre las verdaderas enseñanzas del esoterismo, solamente se
burlarán de mí y de vosotros. Quizá convenceréis a unos crédulos, a un puñado
de mujeres crédulas, a pocos hombres crédulos; pero aquellos que aprecien la
ciencia no se convencerán. Tenéis que contar con las inclinaciones de la
época".
Como consecuencia de eso, se trató de descubrir un método por el que
pudiera llamarse la atención sobre el mundo espiritual, a semejanza de cómo, en
el materialismo, se llama la atención sobre el hecho de que, en el criminal, el
hipotálamo no cubre, o no cubre completamente, el cerebelo. Así, con plena
conciencia, se presentó el mediumnismo. Los médiums fueron, podríamos decir,
los agentes que, por ese camino, querían enseñarles a los hombres la convicción
del mundo espiritual, porque ellos presentaban a los ojos físicos del público
algo que se originó en el mundo espiritual, porque producían algo que se podía
exhibir en el plano físico. El mediumnismo fue un recurso para hacer comprender
a los hombres, que existe un mundo espiritual; los exotéricos y los esotéricos
se habían puesto de acuerdo en patrocinar el mediumnismo, para satisfacer la
inclinación de la época.
Vean lo que escribió el señor von Wrangell en la pág. 41 de su folleto:
"Basta recordar nombres como Zollner, Wallace, du Prel, Crookes, Butlerow,
Rachas, Oliver Lodge, Flammarión, Morselli, Schiaparelli, Ochorowicz, James,
etc." ¿Cómo llegaron a la convicción de un mundo espiritual? Por haber
recibido manifestaciones del mundo espiritual, y posiblemente tenían que
recibirlas. Pero todo lo que se puede hacer por medio del mundo espiritual y el
mundo de los iniciados, consiste, por lo pronto, en experimentos con la
humanidad: siempre hay que examinar qué grado de madurez alcanzó. Así, también
aquel patrocinio del mediumnismo, del espiritismo, fue, diríamos, un experimento.
Tanto los exotéricos como los esotéricos .que se habían puesto de acuerdo sobre
el experimento, decían: "Vamos a ver qué resulta". ¿y qué resultó?
La mayoría de los médiums informó de un mundo en que moran los muertos;
no tienen más que leer la literatura pertinente. Lo que se logró fue de lo más
triste para los iniciados: se obtuvo el peor resultado que podía obtenerse.
Había dos posibilidades: una de ellas fue el uso de los médiums. Los médiums
comunican algo, y lo que comunican sólo pueden aplicarlo al medio ambiente
habitual que, sin duda, contiene también lo espiritual en sus elementos sensibles.
Y la gente esperaba que los médiums irían a descubrir toda clase de leyes
naturales ocultas y elementales. No podía esperarse otra cosa, por la siguiente
razón.
Sabemos que el hombre está constituido por el cuerpo físico, el etéreo,
el astral y el Yo. Desde el dormirse hasta el despertarse, el hombre
propiamente dicho, se encuentra en el Yo y en el cuerpo astral, es decir, se
encuentra en el mismo mundo donde se encuentran los muertos. Pero el médium que
está sentado ahí, no es un Yo y un cuerpo astral; al contrario, se le reduce
la conciencia del Yo y también la conciencia astral, y se le estimulan
precisamente el cuerpo físico y el etéreo. Por eso, el médium puede entrar en
relación con un hipnotizador o un inspirador, es decir, con otro individuo
vivo: el Yo de otra persona, o también el medio ambiente, pueden ejercer su
influencia sobre el médium. En realidad, el médium carece de la posibilidad de
entrar en el reino de los muertos, porque tiene extinguido precisamente
aquello que tiene en común con ese reino. Así pues, los médiums fallaron:
proporcionaron informaciones que, se suponía, venían precisamente de aquel
mundo de los muertos. Los ocultistas se dieron cuenta, pues, de que con ese
ensayo no habían logrado otra cosa que difundir un gran error. Un buen día, tuvieron
que admitir que habían transitado un camino que conducía a los hombres hacia
el error, porque los condujo hacia una doctrina puramente luciférica, asociada
con observaciones puramente ahrimánicas. Se había, pues, propagado un error
del que nada bueno podía resultar. Poco a poco, eso se reconoció.
Vemos aquí el resultado del experimento de contar con las inclinaciones
materialistas de la época y sin embargo, tratar de transmitir a los hombres la
conciencia de que existe un mundo espiritual en torno nuestro. Por lo pronto,
este camino condujo a un error, como hemos visto. De esto, podemos deducir cuán
necesario es tomar el otro camino, que consiste en hacer exotérica una parte
del conocimiento esotérico; hay que tomarlo, y hay que seguirlo aunque no deje
de traer calamidades. El hecho de que practicamos la ciencia espiritual es,
por decirlo así, testimonio de la necesidad de que se lleve a cabo el principio
de los exotéricos a mediados del siglo XIX. Y nuestra manera y afán de ejercer
la ciencia espiritual, no es otra cosa que tratar de realizar ese principio, y
de realizarlo honradamente.
Lo dicho nos permite apreciar que el materialismo es algo sobre el cual
no se puede sutilizar, simplemente, sino que hay que entender la necesidad de
su advenimiento y, sobre todo, de su culminación a mediados del siglo XIX. Es
verdad que la tendencia materialista ya había venido preparándose hace tres,
cuatro o cinco siglos, cuando las inclinaciones espirituales de los hombres
descendieron siempre más y más a lo subconsciente: a mediados del siglo XIX, se
llegó a la culminación de ese proceso. Ese hundimiento fue necesario para que
pudieran desarrollarse, sin estorbo de parte de las facultades ocultas, los
talentos puramente materialistas. Un filósofo materialista como Kant, filósofo
materialista desde el punto de vista de los idealistas del siglo XIX -Léanlo en
mi libro "Los enigmas de la filosofía"- jamás hubiera sido posible
si no hubieran retrocedido las facultades ocultas. Ciertas capacidades se
desarrollan en el ser humano a expensas de otras. Pero en tanto que una especie
de capacidades o talentos se extrovierte, la otra especie sigue su camino
interno. De ahí que esos tres, cuatro, cinco siglos del desarrollo
materialista, en manera alguna constituyen pérdida para el desarrollo
espiritual de la humanidad. Debajo del umbral de la conciencia, siguió
desarrollándose lo espiritual; y si los hombres se ponen a reflexionar sobre
mis alusiones al folleto del señor von Wrangell, respecto a lo que él llama lo
Onírico, podrán descubrir las capacidades ocultas que únicamente aguardan su
despliegue. Ellas están ahí; existen en abundancia en las almas humanas, sólo
hace falta descubrir las de manera correcta.
He ahí, pues, las consideraciones preliminares que fueron necesarias
para que, mañana, abordemos la pregunta: ¿qué perspectivas hay en lo que toca
a la relación entre vivos y muertos, si se tiene en cuenta cuán esclarecedor
fue, a pesar de todo, el camino equivocado que resultó del compromiso entre
los exotéricos y los esotéricos? Precisamente para comprender el carácter de
ese compromiso, hemos de estudiar el nacimiento y la muerte, y destacar
entonces su relación con los métodos materialistas.