Por Daniel Ligou
Al preguntar un hermano “si, a partir de ahora, está permitido a las Logias suprimir las pruebas físicas”, el Presidente se lo reprochó de forma contundente contestando que “los rituales actuales deben respetarse en tanto no hayan sido modificados, pues son la regla y la ley. Parece que algunas Logias rechazan las fórmulas simbólicas. Es algo verdaderamente lamentable y que no puede dejar impasible al Consejo de la Orden”.
A pesar de todas las amenazas, los
tradicionalistas se vieron obligados a recular. La mayoría del Consejo rechazó
seguir a Saint Jean en su particular pulso comprometiéndose de facto, al aceptar
la conocida como propuesta Bussière, a redactar un ritual revisado antes del
convento de 1879. Por otro lado y ya en el seno del Consejo, el 15 de diciembre
el hermano Massé reclamó a la Comisión ocuparse de “la tarea que le incumbe”,
avanzar en la realización del trabajo y presentar su texto con tiempo suficiente
para que pudiera ser estudiado. Caubet respondió afirmando, al igual que ya lo
había hecho en el Convento, que la Comisión no perdía de vista las promesas
hechas… “Recopila en este momento los rituales de diferentes potencias masónicas
para compararlos e inspirarse en la medida que resulte necesaria; y sabrá
culminar su tarea respetando los plazos”. El 8 de febrero de 1879 será el propio
Vienot quien insistirá en que “la Comisión haga su trabajo y presente un texto
lo antes posible”. Había que terminar y la cosa se presentaba cada vez más
difícil, ya que la Comisión había quedado reducida a la mínima expresión al
haber sido nombrado Caubet responsable de la policía municipal de París y tener
a partir de ese momento otras preocupaciones en la cabeza. El 22 de marzo, a
petición del propio Vienot y de los hermanos Cammas y Dalsace, el Consejo toma
la decisión de abandonar el trabajo y remitírselo al Gran Colegio de Ritos.
El Gran Colegio, presidido por Saint Jean desde
1874, se puso de manera inmediata manos a la obra y, ya a principios del mes de
junio, había terminado la tarea encomendada, poniendo el texto definitivo a
disposición del Consejo con ocasión de su reunión del día 6 de junio. El Consejo
comenzó entonces por el estudio de las propuestas relativas a la supresión de
las pruebas, rechazándolas formalmente: “El Consejo, que no se halla vinculado
por la opinión de la Comisión de revisión de los rituales ni por la opinión del
Gran Colegio de Ritos, tomando en consideración las decisiones adoptadas con
anterioridad sobre la misma materia, decide a priori mantener las pruebas
simbólicas a que se refieren los firmantes de las propuestas y cuya supresión
interesan, retirando éstas del orden del día”. Seguidamente comenzó a estudiar,
artículo por artículo, las proposiciones del Gran Colegio, aprobándolas antes de
decidir su impresión antes de la celebración del convento siguiente. En la
reunión del 11 de agosto los ejemplares ya estaban listos para ser entregados a
los delegados y, en el Convento, el presidente pudo afirmar sin empacho que “los
nuevos rituales ya están a disposición de las Logias”.
Poco hay que decir de estos rituales de 1879. El
Gran Colegio de Ritos se consagró al cumplimiento de la misión encomendada en
las reuniones de los días 3 y 4 de mayo. Su trabajo consistió fundamentalmente
en hacer desaparecer de los rituales, en cada grado, las fórmulas que tuvieran
un carácter dogmático exclusivamente religioso… Los textos obtenidos reproducen
poco más o menos los rituales de Murât, contentándose el Gran Colegio con la
supresión de las expresiones “Dios” o GADLU” allí donde aparecían, sin buscar
siquiera –con alguna excepción- con qué términos reemplazarlas.
Desaparecen del
ritual de primer grado la cuestión de Orden sobre los “deberes con respecto a
Dios”; el ponerse de rodillas en la ceremonia de consagración; el altar del
Venerable se convierte en una prosaica “sede”, y otro tanto sucede con los dos
vigilantes. A la definición del número tres se le retira toda significación
trinitaria; San Juan desaparece, aunque se mantiene el sentido bíblico de los
“tres golpes” dados a la puerta del Templo. De menor importancia son aun las
modificaciones hechas sobre los otros dos grados simbólicos. La explicación de
la letra G en el grado de Compañero sufre una transformación laica, al tiempo
que desaparece la invocación a Dios en el signo de horror en el grado de
Maestro.
Nadie puede dudar que los dignatarios tanto del
Consejo de la Orden o del Gran Colegio eran fundamentalmente conservadores, y
que si hubiera dependido únicamente de ellos, a las decisiones conventuales de
1877 se les habría dado, sin más, carpetazo. Fue necesaria una fortísima
presión de las logias, especialmente intensa en el convento de 1878 – en cuyo
transcurso Saint Jean llegó a perder el control de la Obediencia, debiendo
“someterse”- para alcanzar el fin propuesto, aunque también hay que decir que
fue en muy débil medida, porque los nuevos rituales van a conservar lo esencial
de las tradiciones masónicas y, particularmente, las pruebas, sin que en ninguna
parte, en estos nuevos textos, aparezca con claridad el espíritu positivista. Es
fácil comprender la decepción del “ala progresista” del Gran Oriente.
La oposición de ésta última cristalizará en el transcurso del convento de 1879
en relación con las “pruebas”. A partir del 8 de septiembre, en el momento en el
que Saint Jean acababa de presentar los nuevos textos, se formularon varias
propuestas que reclamaban la supresión. Comenzó entonces un debate sin una
conclusión clara entre el hermano Jouaust (de Rennes), quien sostenía que las
pruebas no tenían nada que ver con la Masonería primitiva y que a menudo
resultaban ridículas, y el hermano Rousselle, que insistía en la necesidad de
una enseñanza simbólica. El día 12, los mismos Jouaust y Rousselle pidieron la
derogación, y el segundo de ellos llegó hasta el punto de reclamar la supresión
del artículo II de la Constitución (redactado en su momento para evitar las
iniciaciones relámpago del tipo de la del mariscal Magnan, quien recibió los 33
grados en un mismo día) entendiendo que “nadie puede ser dispensado de las
pruebas de cada grado establecidas por el ritual masónico”. El debate fue
animado, marcado por las intervenciones favorables a la tradición de los
hermanos Bordier, Rousselle, Mériard y Monnereau; de otra parte, Décembre-
Allonier exigía la “libertad” para cada Logia, mientras Didrot pedía la remisión
de la cuestión a los talleres para su estudio. El debate alcanzó un punto de
tensión cuando Jouaust afirmó que las pruebas “se suprimen en París por un
acuerdo de los Venerables y por un consentimiento tácito del Consejo de la
Orden”, manifestación ésta rápidamente desmentida.
Finalmente serán los conservadores los que
arrastrarán el triunfo. El convento votará un texto de Bordier que previamente
había obtenido el visto bueno de Saint Jean: “El Convento, considerando por una
parte que la supresión de las pruebas físicas durante los viajes simbólicos
modificaría el carácter de la Francmasonería hasta el punto de atacar su propia
existencia, y confiando de otra parte en la sabiduría de los talleres, que
sabrán conciliar la ejecución de tales pruebas físicas con el respeto a la
libertad humana, retira la cuestión del orden del día”. Nada impedirá sin
embargo que sobre la mesa del Consejo aparezca una propuesta de la Logia “Unión
y Perseverancia”, oriente de París, en la que se pedirá que “los tres viajes
simbólicos de la iniciación masónica” sean suprimidos y sustituidos por “una
instrucción histórica hecha por el Venerable o el Orador, recordando la idea que
ha podido servir de inspiración a sus autores y la razón de su
desaparición”.
De 1880 a 1885 la cuestión de las “pruebas”
aparecerá constantemente en el orden del día de los conventos y en las
deliberaciones del Consejo. A pesar de ello la mayoría seguirá fiel a la
posición expresada en 1879: El ritual permanecerá inalterado fiel a la
tradición, excepción hecha de las menciones deístas, que se excluyen. Sin
embargo en esta época el Gran Oriente conoce un cambio político: el presidente
del Consejo de la Orden, Charles Cousin, convencido partidario de Jules Ferry,
que había sucedido a Saint Jean al fallecer éste en 1882, se ve obligado a
renunciar al primer mallete bajo presión de los partidarios radicales,
mayoritarios en ese momento en el Consejo. Colvafru primero, luego Desmons,
serán los encargados de sucederle.
Los acontecimientos que se suceden después forman
parte de las consecuencias lógicas que siguen a la eliminación de Cousin. El
convento de 1885 suprimió de la Constitución la fórmula que había logrado
conservar Saint Jean en 1877. “La Francmasonería no excluye a nadie por sus
creencias. En la elevada esfera en que se ubica, respeta la fe religiosa y las
opiniones políticas de cada uno de sus miembros”. Sin embargo, paradójicamente,
conserva el comentario del artículo I que “autoriza todas las prácticas de
culto”, si bien el texto desaparecerá en 1904, tras una intervención de
Lafferre, para ser sustituido por la formulación actual que se remonta a “los
principios de 1877”.
Al haber dimitido de la presidencia, Cousin
renunció también a su cargo como Gran Comendador del Gran Colegio de Ritos y,
sin una dimisión expresa, la mayor parte de los dignatarios le siguieron en el
proceso de retirada, de manera tal que llegado el momento del convento no había
más que tres miembros que desarrollaran una actividad real. Por otro lado un
buen número de Capítulos y Consejos se mostraban poco favorables a una evolución
de la que eran meros testigos, siendo el Hermano Hubert, director de la
influyente publicación Cadena de Unión, quien ejercía las veces de voluntarioso
portavoz. La lógica de la ideología del Gran Oriente hubiera querido que se
dejara perecer al Gran Colegio por una muerte natural, si bien algunos hermanos,
entre ellos Louis Poulie, magistrado en Amiens que ya había presidido el Gra
Colegio entre los años 1883 y 1887, y Charles Fintainas, abogado parisino que
debía asumir la presidencia en el ejercicio 1899*1901, tenían alta estima por
aquella responsabilidad además de creer al tiempo en la utilidad de un “Senado”,
de manera tal que no querían entregar el monopolio de los altos grados al
Supremo Consejo del rito escocés. Así las cosas, el 13 de abril de 1885,
Poulie, que ocupa el cargo de Teniente Gran Comendador, informa al Consejo de la
situación, si bien éste, tras escuchar a Caubet y a Fontainas, “no se
pronuncia”. Se decide esperar al convento.
El convento en cuestión se dedicó fundamentalmente a la reforma del Reglamento
General y especialmente de los artículos 222 a 247, relativos a los talleres de
altos grados, sometiendo a éstos a la autoridad del Consejo de la Orden al
tiempo que se opta por retirar todo poder al Gran Colegio, al que además se le
retira el título de “Supremo Consejo”, relegándolo a un papel meramente
consultivo. Tras el voto de tales artículos y apoyándose en ellos, el Consejo
pidió al convento la autorización para disolver el Gran Colegio así como una
delegación limitada en el tiempo a seis meses con la finalidad de poder
reconstituirlo (el 23 de octubre). El decreto 31 acabó con todos los poderes del
antiguo Consejo al tiempo que designaba a ocho miembros con el grado 33 para
constituir la nueva estructura, y concedía la condición de miembros honorarios a
Blanche, Cousin y Camas, y también a dos masones de Edimburgo que habían
permanecido fieles al principio de relacion con el G.O. a pesar de las
exclusivas anglo-sajonas. El decreto fue votado a pesar de la oposición de los
HH Sergent y Francolin. El 6 de enero de 1886 tuvo lugar la instalación del
nuevo organismo en el que Poulie era el Gran Comendador, Masse y Fontainas
Tenientes y Amiable, Gran Orador. Los tres miembros honorarios rechazaron su
designación y se les “borró”. Hubert, que había formado parte del Gran Colegio
desde 1883, explicó mediante una carta fechada el 22 de diciembre su
“desacuerdo” y su deseo de retirarse.
Francolin y Hubert hicieron ver que el Convento y
el Consejo se habían excedido en el ejercicio de sus poderes, remarcando que no
correspondía a una asamblea de maestros disolver un Taller superior a su grado,
y mucho menos reclutar miembros del grado 33. Del otro lado, el Consejo emitió
una larga circular, “la número uno” de 1886, relativa a los cambios
experimentados por el Reglamento, y donde intentaba justificar su actitud,
consecuencia de una situación no deseada: el número de miembros activos (en los
términos del artículo 229 nuevo debían poseer el grado 33, vivir en la Francia
continental y tener una actividad real en el seno de un Taller) se había visto
reducido a menos de cinco (nuevo artículo 222), luego era necesaria una
reconstitución del personal del Gran Colegio, algo que la Asamblea General tenía
todo el derecho de hacer. Es más, quienes desconocieron tal autoridad optaron
por la “auto exclusión”.
Se podrá discutir eternamente sobre la validez de
este “golpe de estado masónico”…
Fuente: http://mandilesazules.wordpress.com/2011/10/04/positivismo-y-rituales-masonicos-del-godf-1877-1887-parte-ii/