miércoles, 25 de abril de 2012

LA BATALLA DE ARICA




CORONEL FRANCISCO BOLOGNESI



La victoria peruana en Tarapacá no cambió los resultados estratégicos de la invasión chilena y el I Ejército del Sur, por una serie de circunstancias, se vió en la imperiosa necesidad de emprender la retirada hacia la ciudad de Arica.

Consolidada la ocupación de la provincia de Tarapacá, el ejército chileno emprendió la segunda fase de la guerra terrestre, que denominaría Campaña de Tacna, la cual se desarrollaría en un vasto escenario que abarcaba los límites de los ríos Ilo y Moquegua por el norte y los ríos Azapa y Azufre por el sur.
Los peruanos aun controlaban esa región a través del I y el II Ejército del Sur, dividido entre Arica y Arequipa, mientras que los bolivianos guarnecían el departamento de Tacna. Sin embargo, los aliados, faltos de armamento y provisiones, no estaban aptos para sostener una campaña tan difícil como la que se avecindaba. Los chilenos, por el contrario, se fueron revitalizado con refuerzos y con el buen servicio de abastecimientos proporcionado por su escuadra. 

 A inicios de 1880 el comando militar chileno aprobó un nuevo plan de operaciones para sus fuerzas expedicionarias. El plan contemplaba invadir los territorios al norte de Pisagua, es decir las localidades de Ilo, Pacocha e Islay, con objeto de aislar Tacna del resto del Perú y posteriormente atacar y ocupar dicho departamento. En consecuencia, el alto mando chileno concentró veinte transportes en Pisagua y el 24 de febrero de 1880, frente a la bahía de Pacocha, en Moquegua, al norte de Arica, desembarcó un ejército de doce mil hombres. Asumió el mando de aquel ejército el general de brigada Manuel Baquedano.

En abril de 1879, iniciado el conflicto, el Presidente peruano Mariano Prado, había decidido, por razones estratégicas, convertir a Arica, próspera ciudad sureña de 3,000 habitantes y muy cercana de territorio chileno y de las salitreras, en el segundo puerto artillado de importancia del Perú y en su cuartel general. El puerto, ubicado a 65 kilómetros al sur de Tacna, había sido fundado en tiempos de la colonia española y siempre estuvo fortificado, ya que desde fines del siglo XVI por allí se embarcaba la plata proveniente de las ricas minas de Potosí. Cuando Prado abandonó el teatro de operaciones del sur, el mando de la posición recayó en el contralmirante Montero, quien a su vez, en cumplimiento de órdenes superiores, relevó al general Buendía, asumiendo el comando del I Ejército del Sur. 
Los trabajos defensivos de la plaza fueron encomendados a dos militares y a un civil, el ingeniero Teodoro Elmore. El grupo trabajaría con dedicación pero no alcanzaría los resultados esperados por falta de recursos.

El Estado Mayor General y el I Ejército del Sur permanecieron cerca de cuatro meses en Arica hasta que en los primeros días de abril de 1880 el contralmirante Montero, enterado de los planes chilenos, se dirigió hacia el norte para unirse con las fuerzas bolivianas en Tacna, lugar que se presentaba como el nuevo frente de guerra. El adversario ahora ocupaba la ciudad de Moquegua así como el estratégico paso de Los Angeles, posición situada entre Moquegua y Tarata. 

Montero dejó en Arica una pequeña guarnición de guardias nacionales que estaba al mando de un oficial naval, don Camilo Carrillo, pero como aquel debió dejar su puesto por razones de enfermedad, el comando recayó en un oficial retirado, muy patriota, cuyo nombre: Francisco Bolognesi, un coronel de 64 años de edad.De espíritu combativo, quien había participado valientemente en las batallas de San Francisco y Tarapacá.

Tan pronto recibió el comando de Arica, Bolognesi dispuso intensificar los trabajos defensivos, pues pese a que el lugar era de particular importancia estratégica, aún persistía el problema de que no se le había equipado convenientemente para encarar el muy viable escenario de un ataque por tierra. Por lo expuesto, jamás llegó a ser la fortaleza inexpugnable que han presentado los historiadores chilenos –que llegaron a llamarla el Gibraltar de América- pero tampoco estaba desguarnecida como pretenden algunos historiadores peruanos. Arica no era una posición militar sólida, pero gracias a las obras realizadas ostentaba algunos dispositivos disuasivos importantes. Por mar, bloqueada como se encontraba por la escuadra chilena, si era impenetrable y si bien al inicio de la guerra las defensas habían sido orientadas especialmente para resistir un ataque de artillería naval, en los meses subsiguientes se fueron adoptando las previsiones para contener un eventual asalto de infantería, siempre teniendo en cuenta las difíciles condiciones del terreno y la gran extensión de las aéreas a defender. 

LAS DEFENSAS DE LA PLAZA 

En la cumbre del morro, que era una plaza natural, de unos 10,000 metros cuadrados de extensión y 260 metros de altura, los peruanos habían construido frágiles cuarteles y colocado nueve cañones para defender el avance de la escuadra. Estos eran conocidos como las Baterías del Morro, divididas a su vez en Batería Alta y Batería Baja. El arma fundamental eran los cañones Vavausser de avancarga, de 9 pulgadas de calibre, peso de munición 250 libras y alcance nominal de 4,300 metros, construidos en Gran Bretaña en 1867. Los otros modelos empleados eran Parrots y Voruz de diferente calibre.

 LaBatería Alta contaba con un Vavausser, dos Parrot de 100 mm y dos Voruz de 70 mm. La Batería Baja disponía de cuatro Voruz de 70 mm. Asimismo, para defender la rada, se habían colocado fuertes artillados en el flanco norte, considerado como él más bajo de la plaza. Estos fuertes eran el Santa Rosa y el Dos de Mayo, armados cada cual con un Vavausser, y el San José, provisto de un Vavausser y un Parrot de 100 mm. Bajo cada uno de los cañones, protegidos por muros de barro, reforzados y solidificados con césped, yacían cinco quintales de dinamita para hacerlos volar en caso de que el enemigo tomase las posiciones. Como característica particular, el Vavausser del fuerte Dos de Mayo poseía una base circular que le permitía disparar indistintamente hacia el mar o al valle de Chacalluta.

El sector este de Arica, es decir el segundo flanco de defensa, ubicado en la parte alta y escarpada de la zona, contaba con un total de siete cañones y era defendido por dos fortines, llamados Este y Ciudadela.

El último era un reducto cuadrado, fosado por los lados y sus muros estaban construidos por sacos de arena solidificados por la humedad y el césped. Su defensa estaba constituida por tres cañones -dos Parrot de 100 mm y un Voruz de 70 mm- y un conjunto de casamatas con mechas de tiempo e hilos eléctricos. 

El fortín Este se ubicaba a 800 metros al sudeste del Ciudadela. Era también cuadrado y fosado e igualmente protegido por sacos de arena. Sus dos cañones Voruz de 100 mm eran estáticos, y según la orientación podían disparar bien hacia el mar o hacia el valle del Azapa. Detrás del fuerte Este se levantaban un total de 18 reductos y trincheras unidas entre sí. Más atrás se ubicaba Cerro Gordo, y tras él, la ciudad de Arica. 

En total la plaza estaba protegida por diecinueve cañones de tierra. Contaba adicionalmente con dos potentes cañones Dahlgren de 15 pulgadas, pertenecientes al monitor clase Canonicus Manco Capac, inmovilizado hacía más de un año en la rada del puerto. Si bien los gruesos calibres daban la superioridad artillera a los peruanos, su lentitud de recarga y la perdida de la posición de disparo después del tiro los harían ineficaces ante los cañones de retrocarga chilenos, que podían disparar hasta ocho tiros por minuto contra un tiro cada cinco minutos de los peruanos. 

Sobre el papel, la fuerza defensiva de Arica, incluyendo al personal naval del Manco Capac, ayudantía y comisariato, bordeaba los 1,700 hombres. Sin embargo, excluida la marina y la ayudantía, alrededor de 1,450 soldados, en su mayoría noveles guardias nacionales, estaban en capacidad de hacer frente a un ataque terrestre. La tropa estaba agrupada en dos divisiones, que en términos reales no lo eran por ser muy reducidas en número. La Octava División estaba compuesta apenas por dos batallones: El Iquique, con 310 hombres y el Tarapacá, con 219, un total de 529. Sus integrantes si eran soldados fogueados en combate al haber participado en la campaña del sur y su misión era defender los fuertes ubicados al norte de Arica, lugar que era considerado como el más probable para un ataque enemigo. La Séptima División por su parte, más numerosa aunque conformada casi en su mayoría por voluntarios, tenía tres batallones: Granaderos de Tacna y el Cazadores de Piérola, que sumaban unos 580 hombres, responsables de la defensa del fuerte Ciudadela y el Artesanos de Tacna, con 380 soldados, que defendía el fuerte Este. En total, 960 efectivos. La dotación del monitor Manco Capac ascendía a 100 hombres. La tropa estaba uniformada con traje de bayeta blanca, y armada indistintamente con fusiles Peabody, Remingtons y Chassepots. También poseía carabinas Evans, Winchesters, Chassepots antiguos, el Chassepot reformado conocido como “rifle peruano” y Comblains. No contaba con un tipo unificado de fusil, lo que dificultaba la distribución de munición y que los oficiales instruyeran a la tropa sobre un manejo uniforme. 

Varios de los oficiales de la plana mayor pertenecían al ejército regular del Perú y algunos como el coronel Bolognesi estaban ya retirados, pero un buen número eran civiles asimilados voluntariamente a quienes se había otorgado rango militar. El coronel José Joaquín Inclán, comandante de la Séptima División, era un veterano militar profesional, mientras que los coroneles Alfonso Ugarte, comandante de la Octava División, Ramón Zavala, jefe del batallón Tarapacá y el ciudadano argentino Roque Sáenz Peña, jefe del batallón Iquique, eran civiles jóvenes, algunos de fortuna, que se habían incorporado voluntariamente al ejército y recibieron grados militares. Alfonso Ugarte y Ramón Zavala por ejemplo, eran ricos salitreros y patriotas que armaron y equiparon sus batallones con recursos propios.


INICIO DE LAS HOSTILIDADES 

El 27 de febrero de 1880, varias naves de combate chilenas atacaron Arica por mar. Las baterías peruanas respondieron los fuegos y alcanzaron cinco veces al blindado Huáscar, removiendo los remaches y planchas de su coraza. Luego, mientras el Huáscar se acercaba para neutralizar un tren de tropas de refuerzo, otra granada peruana impactó en uno de sus cañones de babor matando a seis tripulantes e hiriendo a otros catorce. Poco después el monitor Manco Capac salió de la rada y uno de sus proyectiles volvió a dar en el  Huáscar, matando a su nuevo mason y comandante invasor, Manuel Thomson.

Las acciones navales continuaron en marzo, cuando el día 15 el Huáscar y el Cochrane volvieron a bombardear Arica. La defensa peruana con sus naves y baterías de tierra fue impecable. El Cochrane recibió seis cañonazos, cuatro de los cuales le causaron daños de consideración, mientras que el Huáscar asimiló cuatro impactos, debiendo retirarse del combate para reparar sus maquinas. 

El 17 de marzo, la corbeta peruana Unión logró romper el bloqueo impuesto sobre Arica, trayendo consigo provisiones y municiones, una lancha torpedera –la Alianza- para la defensa de la rada, así como a la dotación que perteneciera al blindado Independencia. Entre aquellos hombres se encontraba Juan Guillermo Moore, quien fuera el capitán de aquella nave perdida en Punta Gruesa el 21 de Mayo de 1879. Los chilenos sólo comprendieron lo que había ocurrido a primera luz del día, cuando observaron a la Unión descargando suministros. 

En poco tiempo El Huáscar, el Matías Cousiño, el Loa el Cochrane y el Amazonas atacaron con intención de destruir a la corbeta, la cual, no obstante sufrir algunas bajas y graves daños como la destrucción del puente de mando, los botes salvavidas y los suministros de carbón, en horas de la tarde logró levar anclas, se desplazó hacia la isla del Alacrán y emprendió rumbo al sur, eludiendo por segunda vez consecutiva el bloqueo chileno mediante las maniobras más increíbles. 

Bolognesi dispuso que los hombres de la Independencia, unos 200, sirvieran en las Baterías del Morro. Con ellos el número de defensores se incrementó a 1,650. El comandante Moore fue puesto al mando de las mismas.

Dos meses después, el 27 de mayo, luego de la batalla del Alto de la Alianza, que sería hasta entonces la acción de armas más trascendental y de mayor envergadura de la guerra, los invasores chilenos procedieron a ocupar la ciudad de Tacna. De este modo el ejército del Mapocho cumplió con el objetivo trazado, logró una continuidad territorial entre su país y el departamento de Moquegua, y virtualmente consolidó la ocupación de todo el sur del Perú, desde el río Moquegua por el norte y Tarata por el este.


Sin embargo, aún persistía el escollo de Arica, que una vez concluida la batalla se mostró en su verdadera magnitud. En aquel lugar, el destacamento al mando de Bolognesi sostenía el que había pasado a convertirse en el último reducto peruano en la región y en el enclave que interrumpía la continuidad geográfica entre el territorio ocupado y el chileno e impedía la comunicación entre el ejército y la escuadra que bloqueaba la plaza peruana. 

Ese mismo día, el nuevo ministro de guerra en campaña de Chile, José Francisco Vergara, envió desde Iquique una comunicación al ministro de guerra en Santiago, dando cuenta de la situación tras la batalla del Alto de la Alianza. En el referido telegrama, Vergara expresó: 

“... Si Campero y Montero se rehacen en el pie de la cordillera donde tienen posiciones casi inexpugnables y sí, como me informó el coronel Urrutia había en Moquegua 1,500 hombres, mientras no tomemos Arica nuestra situación se hace crítica porque con la posesión de Tacna no adelantamos mucho y nuestros aprovisionamientos por Ilo e Ite principiarán a correr riesgo. La resistencia de Arica depende de la entereza del jefe de la plaza, que si es de buen temple nos puede resistir muchos días. Por los informes recogidos se sabe que tienen algunos hombres y desde el mar se ve alguna caballería...”


Consolidada la ocupación de Tacna, el Estado Mayor chileno consideró fundamental obtener una salida necesaria hacia la costa, separados como estaban por decenas de kilómetros de desierto, faltos de alimentos y con las tropas esparcidas por caseríos y pueblos. La idea era ocupar de inmediato esa plaza con el fin de dominar por completo el teatro de operaciones y desalojar a los peruanos de su último baluarte en la región. La salida al mar por Arica se hacía imprescindible para recobrar la línea de comunicaciones y adelantar al norte la base de operaciones de Pisagua, rompiendo de paso, el enlace entre las fuerzas aliadas. Por otra parte, el escenario en el lado aliado era el más desolador. Tras el catastrófico revés militar del Alto de la Alianza, el ejército regular peruano había cesado de existir como una fuerza operativa, las desmoralizadas tropas bolivianas se retiraron para siempre hacia el altiplano por traición de la masoneria boliaviana prochilena al general Daza y la guarnición de Arica quedó aislada y rodeada por mar y tierra.

Al conocer de la derrota en Tacna, Bolognesi y sus oficiales anticiparon, acertadamente, que el siguiente movimiento del ejército chileno sería atacarlos, aunque ignoraban que se habían quedado solos y sin posibilidad de refuerzos, pues las tropas del contralmirante Monteron( mason pro chileno y complice del derrocamiento del general Daza) se dirigían hacia Arequipa  (traicionando a Bolognesi y al Perú)  a reorganizarse, en vez de retornar a Arica como al parecer había sido previamente acordado.



LAS COMUNICACIONES DE LA PLAZA
 

El contenido del primero de los telegramas del jefe de Arica, suscrito por su jefe de Estado Mayor, coronel Manuel Carmen La Torre sustenta lo afirmado:

“Arica, 26 de mayo. Señor general Montero, Pachía.- Dice el coronel Bolognesi que aquí sucumbiremos todos antes de entregar Arica. Háganos propios. Comuníquenos órdenes y noticias del ejército y de los auxilios de Moquegua”.

Frente a las circunstancias poco claras Bolognesi y su Estado Mayor vislumbraron dos posibles escenarios a encarar en los próximos días. El primero, habría sugerido un plan de operaciones mediante el cual el ejército chileno avanzaría desde Tacna hacia Arica, en cuyo proceso el contralmirante Montero o el II Ejército del Sur lo hostilizarían por los flancos. Esto obligaría a los chilenos a batirse en retirada, encontrándose con la guarnición de Arica, donde serían derrotados. El segundo, pudo basarse en la siguiente hipótesis: El ejército chileno sitiaría la plaza o la atacaría; la guarnición resistiría con todos los recursos a su disposición, causando bajas y agotando al enemigo y tropas peruanas en avance sobre Arica sorprenderían al diezmado ejército chileno. La idea, en consecuencia, habría sido intentar mantener la posición hasta que llegasen las fuerzas que con tanta insistencia Bolognesi solicitaría en sus mensajes.

La posible estrategia de formar un triángulo de fuerzas peruanas fracasaría. Como el contralmirante Montero jamás pensó en retornar hacia Arica, y dio el puerto por perdido, era imposible que flanqueara al enemigo como lo suponía la primera hipótesis. La destrucción del telégrafo de Tacna le impidió informar a Bolognesi de su decisión. En todo caso, ambos escenarios sustentan el hecho de porqué Bolognesi desplegó sus esfuerzos en reforzar las defensas en el área norte, colocando ahí a la más fogueada y disciplinada Octava División, al considerar que los chilenos aparecerían por ese lugar ante el supuesto empuje de las tropas peruanas.

En la mañana del 27 de mayo, Bolognesi despachó al coronel Segundo Leiva, jefe del II Ejército del Sur, por intermedio del prefecto Orbegoso de Arequipa, el primer mensaje de una serie que no tendrían respuesta.Se decidió resistir hasta las últimas concecuencias.

LA BATALLA


Ante la terca negativa de los oficiales peruanos, el general Baquedano acordó con su Estado Mayor efectuar el asalto a las posiciones peruanas al amanecer del 7 de junio. El general chileno encomendó la responsabilidad del ataque al coronel Pedro Lagos.

A las 11 de la mañana del seis de junio, un día antes de la fecha fijada para el asalto frontal, los chilenos efectuaron un violento ataque de artillería. Poco después siguió un ataque desde el mar, envolviendo a Arica entre dos fuegos. El comandante de la escuadra chilena, contralmirante La Torre, en coordinación con el comando de tierra dispuso que el Loa provisto de un nuevo y potente cañón Armstrong dispare contra las baterías del norte. La Covadonga a 2,300 metros de distancia, rompió fuegos contra el fuerte Este. La Magallanes, a poco más de tres kilómetros de la costa disparó contra las baterías del morro y el fuerte Ciudadela, al tiempo que el blindado Cochrane, buque insignia del almirante, a dos kilómetros mar adentro, disparó a granel contra el monitor Manco Capac.

De inmediato las baterías del morro y del Manco Capac respondieron el fuego. Dos de los proyectiles del monitor impactaron en la Magallanes y le destrozaron parte de la cubierta, mientras que otro proyectil impactó en un portalón del acorazado Cochrane, lo puso fuera de combate, le causó 28 bajas y apagó una de sus baterías. La Covadonga de otro lado recibió dos impactos en su línea de flotación y debió retirarse del combate.

Mientras esto sucedía, parte de la infantería enemiga se desplegó en guerrilla hacia las posiciones peruanas del norte. Los regimientos Lautaro y Buin avanzaron desde las pampas del Chinchorro hacia los fuertes, en un movimiento considerado de disuasión, pero se replegaron ante el fuego nutrido proveniente de los cañones, y rifles de los reductos y trincheras. Las baterías de tierra chilena también se vieron obligadas a retirarse ante el alcance de los proyectiles peruanos.

A las cuatro de la tarde se suspendió el ataque marítimo y terrestre. Las posiciones peruanas permanecían intactas, no había bajas que lamentar y más bien habían causado daños al enemigo. Luego de aquella jornada favorable a las fuerzas peruanas, el jefe de Arica dispuso transmitir vía Arequipa, un mensaje al Jefe Supremo de la República:

“Gran entusiasmo. Enemigo hizo 264 cañonazos y guarnición 71. No hay desgracias. Jefes agradecen saludo Arequipa. Felicito en su nombre al país por el día”.

Aquel sería el último mensaje transmitido por la guarnición de Arica.

Esa misma noche, el comando chileno decidió enviar un último parlamento de rendición a los peruanos. Esta vez se escogió al ingeniero Teodoro Elmore, quien se hallaba prisionero en el cuartel general chileno desde su captura el dos de junio. Elmore partió con la difícil misión de intentar convencer a sus compatriotas a entregar la plaza y bajo la condición de retornar, en su calidad de prisionero, antes de la medianoche con una respuesta concreta. Sin embargo, se prosiguió con los desplazamientos para el asalto.

Las primeras horas del siete de junio, los regimientos chilenos fueron agrupándose de acuerdo al plan de ataque, lo que les resultó fácil teniendo en cuenta que en esos momentos no se habían desplegado avanzadas peruanas. A continuación marcharon en columnas, por compañía, en completo silencio, con el objeto de acercarse lo mas posible a las posiciones adversarias en el sector este. A 1,200 metros del objetivo se detuvieron y aguardaron. Conforme al plan, el Tercero de Línea se dispuso a atacar el fuerte Ciudadela, mientras el Cuarto de Línea se preparó para hacer lo propio contra el fuerte Este. El Buin se mantuvo en la reserva para entrar en acción cuando fuera requerido, mientras el regimiento Cazadores a Caballo permaneció en la retaguardia del campamento, avivando las fogatas a fin que los peruanos pensaran que los chilenos aún seguían ahí. Por su parte, el regimiento de infantería Lautaro y el de caballería, Carabineros de Yungay, avanzaron uno detrás del otro por las pampas del cerro Chinchorro, hasta colocarse frente al punto de ataque que se les había encomendado: Primero los fuertes San José y Santa Rosa, para luego proceder a tomar el Dos de Mayo. Luego medio batallón del regimiento Bulnes se les uniría para reforzarlos.


Poco antes del amanecer, cuando apenas se vislumbraban las primeras luces del alba, los chilenos finalmente emprendieron el asalto, lanzando simultáneamente sus regimientos en desplazamiento de guerrilla hacia los fuertes. Cuando los centinelas peruanos avizoraron al enemigo, se rompió el silencio, y se iniciaron los disparos a mansalva. Las posiciones peruanas se iluminaron y los soldados y oficiales se prepararon para repeler el feroz ataque.

El asalto a los fuertes Este y Ciudadela fue sangriento en extremo. No se dio ni se pidió cuartel. Los chilenos lograron salvar las minas entre una lluvia de balas , finalmente alcanzaron los objetivos. Después del intercambio de disparos, los combates se produjeron a pie firme, entre la bayoneta peruana y el corvo chileno. Los parapetos defensivos formados por sacos de arena fueron rotos por los corvos de los atacantes, que lograron finalmente ingresar dentro de los reductos. La superioridad numérica chilena en cada fuerte era de cinco a uno y aún así les costó mucho vencer la encarnizada resistencia de los gallardos peruanos. Finalmente terminaron por romper las líneas de defensa. Mientras esto sucedía, el Buin se puso en marcha e inició una maniobra envolvente sobre el fuerte Este.

En la plaza del Ciudadela, los sobrevivientes de los batallones peruanos al mando del espartano coronel Justo Arias Araguéz opusieron una dramática resistencia imbuidos por la valiente y enérgica actitud de su comandante, quien a pecho descubierto, sin kepí y espada en mano, se paseaba por la plaza alentando a sus hombres. Finalmente, cuando el heroico coronel cayó en su puesto rechazando los llamados a la rendición con un sonoro !no me rindo! !viva el Perú carajo! , ya los peruanos habían sido superados y prácticamente diezmados hasta el último hombre: Por lo menos, el noventa por ciento de los soldados peruanos del Ciudadela y casi la totalidad de sus oficiales perecieron en combate.

Paralelamente, el fuerte Este, fue atacado con igual intensidad por el Cuarto de Línea, al que pronto se unió el Buin.

Surgió entonces un desigual combate cuerpo a cuerpo y una épica resistencia que sólo terminó cediendo por el empuje violento de la gran masa de soldados. Ante la superioridad numérica chilena, el coronel Jose Joaquín Inclán dispuso, conforme a órdenes recibidas, replegar sus tropas sobre los reductos de Cerro Gordo, ubicado a 200 metros del morro. Hacía ahí se inició una nueva progresión de las tropas chilenas y otro asalto a la bayoneta. Aquel encuentro acabaría con la vida de casi toda la tropa del Artesanos de Tacna, y con la mayor parte de oficiales, incluyendo la del valiente comandante de la división, Inclán, quien pereció en lucha cuerpo a cuerpo, y su jefe de Estado Mayor, coronel Ricardo O'Donovan.

Al comprobar que el mayor peso del ataque se sucedía en el sector este, Bolognesi dispuso que la Octava División bajo el coronel Alfonso Ugarte, reforzara el flanco oriental. En cumplimiento de sus órdenes, los 530 hombres de la división emprendieron un largo y difícil recorrido cruzando la explanada y las calles de Arica, intentando llegar a las faldas del morro, para de ahí emprender marcha hacia este. Por desgracia para ellos, los chilenos, ya dueños de Cerro Gordo, los barrieron con nutridas descargas. Los de la Octava División, ante las intensas descargas de fusilería y prácticamente rodeados, fueron diezmados uno tras otro y los sobrevivientes debieron replegarse hacia el morro sin haber podido alcanzar su objetivo. Entre humo, balas, heridos y cadáveres, los restos de la división, medio batallón del Tarapacá y medio del Iquique alcanzaron a duras penas el morro. Entre los oficiales muertos se encontraba el joven jefe del Tarapacá, coronel Ramón Zavala.

Después de ocupar en cruento combate todo el sector este y luego de masacrar a los sobrevivientes de la Séptima División que se habían concentrado en las escaleras de la catedral, los regimientos chilenos se lanzaron entonces contra el morro, objetivo final del ataque.

Al mismo tiempo, los fuertes San José, Santa Rosa y Dos de Mayo eran atacados por la caballería y el regimiento Lautaro y finalmente fueron capturados, aunque los defensores lograran destruir la mayor parte de las baterías para impedir que cayeran en poder del enemigo.

Las últimas defensas fueron cediendo al infernal ataque. Desde las baterías bajas, la infantería peruana y los marinos de la Independencia intentaron contener el asalto, pero nada pudieron hacer ante el empuje de llos asaltantes. Allí sucumbieron los comandantes navales Cleto Martínez y Adolfo King. Un nuevo repliegue concentró a los últimos defensores en la meseta del morro.

Unos 55 minutos transcurrieron desde que los chilenos empezaron a trepar hasta que alcanzaron finalmente la cumbre. Ahí, virtualmente sin trincheras ni reductos, a campo descubierto, unos 500 sobrevivientes peruanos encararon a los miles de adversarios; hicieron fuego, recibieron nutridas descargas y fueron cayendo uno por uno sin dar ni pedir cuartel. Perdida prácticamente la batalla, el coronel Bolognesi dispuso, como último recurso, activar las cargas de dinamita para volar el morro y evitar que el armamento cayera en manos enemigas, pero los hilos eléctricos habían sido previamente cortadas por estos, por lo que únicamente las baterías lograron ser destruidas. A partir de ahí, los últimos oficiales y soldados peruanos en pie se trenzaron con los cientos de atacantes en un épico combate a pistola, bayoneta y sable sin igual en la historia de América Latina.

En el cenit del combate, ubicado en uno de los sectores del morro, el coronel Bolognesi y otros jefes, revólver en mano, animaban a sus hombres a no desfallecer ... hasta que, literalmente, agotaron el último cartucho.

Confundidos finalmente estos oficiales entre asaltantes y defensores, en una batahola que no conocía rangos ni condiciones, fueron ultimados en el fragor de la cruenta lucha. Abatido por sendas descargas Francisco Bolognesi cayó sobre el suelo y fue rematado con la culata de un rifle en la cabeza. Juan Guillermo Moore cayó también, rechazando la rendición y redimiendo así la pérdida de la Independencia. Similar suerte corrieron sus compañeros Armando Blondel y Alfonso Ugarte.







Coronel Justo Arias y Araüez







 BATALLON ZEPITA

 


Fuente: Guerra del Pacífico