viernes, 26 de agosto de 2011

LA MEMORIA, CORAZÓN DEL TIEMPO II



PATRICIA SERDA
El Soplo de Hermes (cont.)

La Creación entonces puede ser vista como un hombre gigantesco que está dividido en tres mundos o planos fundamentales, unidos por un eje invisible y relacionado con espíritu, alma y cuerpo. El alma es la psique y conforma el plano intermediario, entre el cuerpo y el espíritu. Ella puede, a su vez, estar dividida en dos como en el Árbol Sefirótico, donde una se corresponde con la psique más baja, llamada el mundo o plano de Yetsirah, ligada al cuerpo, a su densidad y solidez, allí donde están los peligros mayores, el plano de lo astral, un mundo de imágenes y fantasías, la magia de Maya, un primer nivel de nuestra conciencia, el psiquismo individual, por el que debemos pasar necesariamente sin quedarnos atrapados en él, y que coincide en el cuerpo humano con la zona de los genitales y la ventral, el laberinto intestinal, nuestras combustiones internas. Y otra más alta, el mundo o plano de Beriyah, aérea, ligada al espíritu, que se eleva hacia los estados superiores de la conciencia, resucitando a la verdadera vida. Todo ello conforma el viaje vertical y jerárquico por el Plano Intermediario, del alma, también llamado de "pasaje" a través de las aguas: las primeras llamadas aguas inferiores, que se corresponden con el elemento agua y están por debajo del firmamento; y las segundas las aguas superiores, las que se vinculan efectivamente con el elemento aire y el plano de Beriyah, constituyendo la bóveda celeste. Ambos planos contienen las sefiroth de construcción cósmica, que en la mitología cabalística son llamadas la "Tropa divina" al mando de Metatron, el principio activo y espiritual de la primera sefirah, llamada Kether, la Unidad, lo que los hace intermediarios entre el cuerpo o mundo de Asiyah y el espíritu o mundo de Atsiluth, los Principios Ontológicos, referidos al Conocimiento del Ser Universal. La batalla mítica que el héroe o iniciado acomete consigo mismo, en continuado sacrificio (la Guerra Santa), reconociendo y conciliando en su interior las energías infernales y telúricas, reflejo de nuestros innumerables egos, con las celestes o uránicas.
La permanente lucha y conciliación entre ambas energías está ejemplificada por el laberinto, en el que hay que perderse para encontrarse y salir de él por lo más alto, entregando el alma a los dioses eternos y perseverando hasta el fin en el camino de retorno a nuestros Orígenes divinos e inmanifestados. Una navegación por otros mundos, otras formas del espacio y del tiempo hacia la morada eterna. También se simboliza con una escalera, el eje o poste sacrificial; ascendiendo peldaño a peldaño por la escala de la Filosofía, el Amor a la Sabiduría en alas de la Metafísica. Un viaje mágico-teúrgico de lo manifestado a lo inmanifestado, de lo aparente a lo real, según enseña la Tabla de Esmeralda hermética:
Separa la Tierra del Fuego, y lo sutil de lo grueso, suavemente y con todo cuidado. Asciende de la Tierra al Cielo, desciende de nuevo a la Tierra, y une los poderes de las cosas de arriba y de las de abajo. De este modo poseerás la gloria del mundo entero y toda oscuridad se alejará de ti.
Un viaje interior de aquel que se adentra en la Vía Simbólica donde el dios Hermes es quien guía. Él es la fuente de inspiración de todas las Artes y las Ciencias sagradas que vehiculan esta travesía por el Cosmos, uniendo los estados simultáneos y múltiples del Ser. Verdadera alquimia espiritual que opera en el iniciado la enseñanza esotérica, al promover y avivar el fuego del Amor al Conocimiento. Un fuego que necesariamente debe permanecer encendido para que el alma se regenere y pueda ir transmutándose a través de la vivencia de distintos despojamientos y de ilusorias identidades, aboliendo un mundo de imágenes falsas y caducas, puntos de vista literales o de un vuelo rasante que oprimen al alma: nuestras ilusorias vanidades, fobias, manías y miedos. Procesos dolorosos y nada fáciles, impedimentos que requieren morir a una programación heredada de un medio profano e ignorante; muriendo al "hombre viejo" naceremos "de arriba" a otros estados más reales donde aparece una perspectiva o dimensión de la realidad completamente otra, grados de una transparencia de la Unidad, que une lo individual con lo universal, mediante una labor de síntesis, en donde al conjugar los opuestos se activa la energía del Amor, lo que recrea permanentemente a la unidad Original, de donde todo emana y a donde finalmente todo ha de regresar.
La iniciación por tanto promueve renacer en un "hombre nuevo", regenerado, verdadera conversión o metanoia al dar cabida consecuentemente a una "vida nueva" donde todo cobra sentido, empezando por el auto-sacrificio (sacrificio = hacer sagrado), de apertura y entrega al Conocimiento sin reservas, lo que no está exento de pruebas y peligros, sobre todo en los primeros estadios, como ya hemos señalado, pero con el auxilio de la doctrina bien pudiera uno ubicar y darles sentido a través de un Orden (Rito), en el que el hombre pudiera insertarse conscientemente y recrearlo; y que es vivido a través de la experiencia de distintas muertes y nacimientos, lo que en Alquimia se llaman "disoluciones" y "coagulaciones" (solve-coagula), que lo que persiguen en verdad es afinar nuestra identidad real con los estados más sutiles del Ser, conduciendo al alma a la conquista de un cuerpo luminoso y virginal y que sin impedimentos se fundiera con el Espíritu único. Operaciones alquímicas necesarias y labores internas de concentración, como la oración del corazón, la invocación, y el silencio, es decir, la apertura y contemplación activa de toda esta simbólica iniciática que nos lega la Filosofía Perenne y la Tradición Hermética, las que se reciben, se encarnan y se devuelven renovadas.
Los códigos y textos sapienciales herméticos son reveladores y verdaderos soportes para "espiritualizar la materia" y "materializar el espíritu", los que fecundan el alma a través del estudio y la meditación que promueven, y que despiertan en nosotros las distintas lecturas del Misterio que todo lo abarca, en el logro por efectivizar la Unión con el Ser Universal, lo que coronaría la Obra u obtención de la Piedra Filosofal, dando cabida a lo absolutamente misterioso, a lo que incluso está más allá del Ser: el No Ser, el En Sof de la Cábala, la Suprema Identidad o Liberación Final. Un Conocimiento que disipa la ignorancia y desata los nudos de las pasiones al ponernos en comunicación con la Inteligencia divina, con el Noûs o Maestro interno.
En el Proceso de Conocimiento (gnosis) o experiencia directa de la Cosmogonía Perenne, nada hay comparable con la deidad llamada Inteligencia, la Gran Madre o Madre Eterna (Binah en la cábala hebrea, Nârâyâni en el tantrismo hindú), energía capaz de seleccionar los valores y ponerlos en su lugar creando un orden mental en oposición al caos de la ignorancia. De allí la importancia del modelo del Universo y su Orden Arquetípico, o sea de la doctrina y su encarnación puesto que es capaz de activar y generar el auxilio de esta deidad, la que siempre se manifiesta en el microcosmos como la comprensión inmediata, efectivizada en el corazón (...) Por su propia universalidad, nadie ha dejado de ser convocado a este rito de la Inteligencia, nombre divino que puede ser rechazado o aceptado, de acuerdo a los niveles del ser individual, y según éste decida ser cómplice de un engaño hipócrita u opte por la lucidez como estado permanente. 'Tu esposa será como jarra fecunda en el secreto de tu casa'.18
Toda la simbólica sagrada se fundamenta en las leyes de la analogía y las correspondencias que existen entre todos los órdenes jerarquizados de la existencia, los que conforman la Unidad del Ser, y que nos muestra que los símbolos no son arbitrarios sino que expresan auténticamente aquello que reflejan y lejos de ser una convención humana son "no-humanos", han sido revelados a los hombres por los dioses desde el origen de los tiempos. Los dioses están vivos, configuran el plano intermediario del alma: la arquitectura invisible del cosmos. Son las facetas luminosas, entidades espirituales informales y sutiles, mensajeros de las emanaciones más altas de las que son recipiendarios y que transmutan en vibraciones que a su vez generan las múltiples energías de lo más bajo. Los dioses son los aspectos o los estados superiores de conciencia de los hombres, y los hombres los dioses caídos; es decir las potencias universales que toma la Deidad Una y Única para manifestarse, las que generan permanentemente la Vida Cósmica. En Las Utopías Renacentistas leemos nuevamente:
La mitología describe las aventuras, los caracteres y los escenarios de sus protagonistas, los dioses, habitantes de la ciudad del cielo. Estos dioses intermediarios son la respuesta a nuestra búsqueda del Conocimiento, grados de un Ser Universal que se manifiestan como entidades que los distintos pueblos del mundo han llamado de ésta o aquella manera. La Utopía reúne de este modo al tiempo mítico en un espacio virtual. (p. 85).
Todas las tradiciones han visto a los dioses como las energías celestes, inmortales, que nos fecundan como el Amor o Eros, uno de los nombres de la Unidad; energía central capaz de unificarlo todo. El símbolo vela y revela las ideas eternas, él es la fijación de la Idea arquetípica manifestada perennemente en toda la Creación (el lenguaje divino), de ahí la Fuerza, la Belleza y la Inteligencia que está contenida en el símbolo y la simbólica, siempre abriendo nuevas dimensiones, puertas verticales a la comprensión de las Ideas que nos conectan y sintonizan con lo real, con la idea central y axial donde todo es significativo, jerárquico, y trascendente y en el que todo está ligado, unido a distintos niveles o estados de la conciencia de ese Ser Universal del que todos participamos. Leemos en el II capítulo de El Simbolismo Precolombino:
El descenso de las energías celestes, su morada en la tierra (o en el inframundo) y su posterior regreso a los cielos configuran un ciclo, una ronda de descenso-ascenso (lo nocturno y lo diurno), permanente. Las deidades constituyen las energías de ese trayecto constante que se efectúa entre cielo y tierra –e inframundo– y cada una de ellas repite esta oposición descendente-ascendente dentro de sí –como todas las cosas–, y danzan, cantan, pintan o tejen perennemente al cosmos entero, del que estas deidades son las protagonistas. A la par todo esto se reproduce simultáneamente dentro del hombre donde se repiten las jerarquías o planos escalonados que van de lo más diáfano del noveno cielo, es decir desde la impasibilidad eterna del principio, hasta el último mundo subterráneo, la actividad bullente y oscura de la tierra y sus deidades infernales. Indicaremos asimismo, que a la vez que la deidad desciende, encarna, se humaniza, el hombre por la mediación de la invocación y el rito se eleva, asciende, se diviniza. En términos teogónicos la gracia es descendente, la oración y el sacrificio ascendentes.
Y en el capítulo I de El Simbolismo de la Rueda:
El mundo, como el más preciso –y precioso– objeto de diseño incluye a la criatura y al Creador amalgamados en un continuo donde la expiración de uno constituye la inspiración del otro y viceversa. Este hecho es un milagro reiterado y configura la Identidad del ser y del Ser único, la Suprema Identidad la que no admite ningún dúo pues es toda la realidad.
De ahí la pluralidad de sentidos del símbolo, que manifiesta a nivel sensible esa realidad oculta en su interior, su razón de ser, la idea arquetípica plasmada en la materia visible cuya causa es invisible pero que podemos conocer a través de él, siendo esa misma idea trascendente en el plano formal; por eso el símbolo es sagrado y no es una alegoría, nos conecta con esa realidad que está simbolizando y que vela y revela a su vez. Al estimularlo actualizamos en nosotros su potencia, ya que "uno es lo que conoce" y el Conocimiento es la fusión del sujeto que conoce con el objeto conocido y por tanto se logra el ingreso a una nueva realidad, a una síntesis que marca el camino hacia otros grados ascendentes. Y esto es su función principal: posibilitar el Conocimiento de otros planos gracias a la unión de los opuestos, que al conjugarlos se restablece el equilibrio en nosotros y en el universo con el que estamos indisolublemente unidos, y de este modo recreamos la Unidad Original al nivel que fuere, lo que se obtiene en y por amor, como vemos en toda la Obra de Federico.
Conocer es aprehender aquello que se conoce. Es realizar una síntesis de tal suerte que la unión del sujeto y del objeto del conocimiento sea el conocer. Que el que conoce, sea idéntico a la cosa conocida. Se trata entonces de una conjunción de opuestos merced a la cual se produce el Conocimiento (...)
La unidad es el símbolo más alto de todos, el símbolo por excelencia porque lleva en sí la potencialidad de lo simbolizable. El Principio ontológico es la razón de ser del símbolo y la Unión su manifestación simbólica. El Ser, El mismo, aún siendo increado, es el Origen de la manifestación que dará lugar a la concreción material (...)
Reiterando el acto creativo, que nace de la pureza indiferenciada, sin mezcla, de lo que no es ni un polo ni otro, sino lo que es en sí mismo, nos regeneramos a nosotros y al universo, constituyéndose el hombre en el símbolo central, de lo único, que es lo mismo que decir del ser, del amor o del conocimiento. Ibid.
El Conocimiento simbólico promueve la realización metafísica al ir penetrando en su propia energía-fuerza, que él mismo es capaz de despertar, y a la que nos va conduciendo siempre por la Gracia divina que infunde en nosotros aquella certeza de corazón, que nos hace redoblar en nuestras labores interiores, perseverando frente a los obstáculos de todo tipo, tan evidentes y tan frecuentes hoy en día. Superando límites y barreras psicológicas, vamos operando una transformación interior hacia el Conocimiento gracias a todas estas disciplinas herméticas, en cuyos modelos nos podremos reflejar como en un espejo, y que se llevan a cabo sin rigideces ni ataduras, pero que requieren del silencio y la atención concentrada, invocando la potencia del rito, especialmente con uno mismo, sorteando pruebas como en toda gesta heroica, bajo la advocación de nuestro guía, que es Olímpico. El rito es el del Conocimiento, el que debe reiterarse una y otra vez incesantemente, guiados por la magia y la teúrgia del símbolo, mensajero de la doctrina, recreándolas en nosotros y dando testimonio de su energía salvífica. Como las tres Gracias y su triple ritmo: "dar, recibir y devolver"; la cadena de unión que mantiene el fuego avivado por el Amor al Conocimiento, encarnando la Tradición Hermética, aspirando a la unión con el Principio. Si los orígenes de nuestra cultura son sagrados y ella es la intermediaria entre el hombre y la deidad, nosotros somos entonces sus hijos, al ser su legado sapiencial nuestras raíces, nuestra herencia espiritual-intelectual, la realidad que nos pone en sintonía con la Voluntad del Cielo, con la Providencia divina, y que puede conducirnos finalmente a una real deificación, superando a la individualidad humana como tal, la cual ha de ser sacrificada (ofrecida a los dioses) para poder identificarse con los estados superiores del Ser. "Conocer los límites para traspasarlos pudiendo ir hacia lo ilimitado". Una didáctica luminosa el verdadero Arte de Conocernos a nosotros mismos: "Conócete a ti mismo" (palabras que ya estaban inscritas en el frontispicio de la Academia de Platón) a través de la Ciencia Sagrada atesorada por esta antiquísima Tradición, la Hermética, cuya danza sagrada está viva y su doctrina es la raíz, y el fundamento de todo el pensamiento que conforma Occidente y que se nos muestra abiertamente a todos aquellos hombres y mujeres cuya aspiración sea conocerse a sí mismos. Conocer el Sí Mismo, un tesoro que yace oculto en lo más secreto de todo ser aunque no lo sepa. "El reino de los cielos está dentro de vosotros", dicen los Evangelios. La Obra de Federico es un símbolo tradicional de la presencia viva de la Tradición Universal y Perenne, y por ello nos liga con la cadena de Hermes. Porque tiene la inmensa virtud de haber revivificado el símbolo, el rito y el mito como vehículos de conocimiento que han estructurado la cultura y su desarrollo a lo largo del tiempo, llevándolo también a la Masonería, organización iniciática que está integrada dentro de la Tradición Hermética (rama occidental de la Tradición Perenne), y que ha sido capaz de albergar en su seno, como Arca viva de los símbolos, todo este conocimiento a través del simbolismo Constructivo.
Esta Construcción o Arquitectura sagrada lo que está revelando es el Modelo del Universo y nos ofrece las claves para llevar a cabo la Construcción interior de un Hombre nuevo y regenerado: o sea la Obra de Arte que cada cual puede realizar consigo mismo, colaborando conscientemente en la realización del Plan del Arquitecto divino, a la que todo hombre y mujer en todo tiempo y lugar ha sido invitado a sumarse "remontando la corriente" y ascendiendo a través del rito por el Eje vertical (que atraviesa el centro de todos los movimientos, corporales, anímicos e intelectuales), simbolizado por la plomada inmóvil que pende de la mano del Gran Arquitecto del Universo, hasta culminar la Obra. Si bien es sólo en muy pocas Logias donde se revivifica esta simbólica, ya que la propia Masonería, heredera asimismo de los Antiguos Misterios, también sufre actualmente los embates y la oscuridad propios de este momento crepuscular. Dice Federico en el capítulo I de Hermetismo y Masonería:
Por otra parte resulta evidente que sin el dogma religioso y el aparato eclesiástico de una parte, y de otra, la carencia de grupos específicos "autorizados", la iniciación se deja a lo individual, es decir a las personas puestas bajo la advocación de Hermes, o sea a aquellos buscadores del Conocimiento y la Sabiduría, Adeptos a los Misterios de la Ciencia Sagrada emanada del Gran Arquitecto del Universo, recipiendarios de una Influencia Espiritual venida desde los más remotos orígenes (verticales y horizontales) y que como una cadena de oro se prolonga, siempre nueva, incólume, hasta nuestros días, lo cual puede advertirse incluso en su proyección histórica y en los documentos espirituales-intelectuales que la abonan.
La Obra de Federico ha dado testimonio de la presencia de esa cadena de oro y la huella que ésta ha dejado impresa en nuestra historia y geografía. Se trata de las luces intelectuales de aquellos sabios que nos han precedido, todos hombres de Conocimiento, como lo es el propio Federico, el cual es para nuestro tiempo el transmisor que ha regenerado (y también generado) y dado cauce y expresión a dichas luces, a su corpus de Ideas, mostrando los vehículos herméticos, sapienciales y universales como verdaderos soportes y puntos de coyuntura que provocan una ruptura de nivel al conectarnos con otros planos de la realidad y por tanto de nosotros mismos, y en los que podemos reconocer cómo estas Ideas eternas, este mensaje liberador de la Filosofía Perenne, la "Buena Nueva", es una posibilidad que restablece el lazo con los Principios celestes, los que a través de la Tradición Hermética han generado e iluminado nuestra cultura proyectándose en nuestra historia y geografía, fecundándola y haciéndola significativa. Una realidad siempre asombrosa y milagrosa que está "aquí y ahora", y que se revela de forma providencial a través de su guía, el dios Hermes, energía celeste, curandero divino, dios de la Palabra y por tanto de la escritura como su fijación, que aparece con distintos nombres en nuestra historia y geografía ya que encarna la energía que revela la cultura a los hombres.
Así, lo vemos como el dios Thot para los egipcios, el Mercurio romano, Hermes para los griegos, Zoroastro para los persas, Odin para los escandinavos, también los hebreos lo han relacionado con los profetas Enoch y Elías, encarnaciones humanas de esta entidad supra-humana. Asociado al arcángel Rafael y al profeta Idris para los islámicos y también con algunos aspectos del Cristo. Ha sido incluso para los mesoamericanos el atlante Quetzalcoátl. Hermes es el conductor y guía del hombre por el plano intermediario del alma, nuestra alma, viajera entre el cuerpo y el espíritu, que ansía el vuelo en su desapego de lo corporal, y se eleva hacia estados cada vez más universales, anhelando la fusión con la Unidad. El dios Hermes es el mensajero de los dioses, e iniciador en los misterios, Psicopompo y curandero divino, y se lo reconoce por sus atributos alados en la cabeza (el casco alado) y en los pies. Portador de la vara o caduceo, verdadero símbolo axial de la unión de los tres mundos o planos jerarquizados del Ser Universal, por lo que ha sido llamado Hermes Trismegisto, "El Tres Veces Grande".
Como estamos viendo este hilo conductor viene de lejos: es por tanto una Tradición Viva que puede incluso rastrearse históricamente a lo largo de la formación de Europa y América y que se plasmó en Occidente revelándose a los sabios egipcios, persas, caldeos e indoeuropeos, los que construyeron un corpus de ideas metafísicas que han sido el germen del pensamiento expresado en esta área geográfica junto a las enseñanzas de Pitágoras, Platón, los neoplatónicos, la Cábala hebrea... De esta última, leemos en Las Utopías Renacentistas que fue propagada en medios cristianos y
es también un ingrediente cultural fundamental en el Renacimiento cuya transmisión se ha prolongado hasta el siglo XX.19
El foco de Luz que supuso la Alejandría de los primeros siglos de nuestra era (donde se produjo una síntesis magistral de la gnosis egipcia, griega, romana, judía y cristiana, cuyo influjo intelectual-espiritual irrigó por toda la cuenca mediterránea, llegando al Occidente medieval), irrumpe como una primavera en el Renacimiento, iluminando la historia de Europa con una belleza y universalidad renovada, creativa, fecunda, fresca, insuflada por el soplo vivificador de Hermes y la Tradición Hermética y que se plasmó en todas las Artes y Ciencias con una enorme fuerza y vigor hasta la llegada del racionalismo.20 Un Renacimiento del que somos herederos, como podemos constatar en Las Utopías Renacentistas, de la que hemos de destacar la incesante labor por "difundir la luz y reunir lo disperso". Hablando de las artes ocultas que se practicaron en dicha época, Federico se refiere en esta obra a dos maestros herméticos claves en este período: Tomás Moro y Giordano Bruno,
a los que se rescata de la historia "oficial" en una perspectiva diferente a la que dábamos por sabida, y nos presenta a la par una nueva posibilidad en lo que respecta a la Historia de las Ideas, es decir, a los motivos originales que conformaron la vida histórica de tal o cual pueblo en este o aquel periodo cristalizado de tiempo. En realidad la Historia permanece viva más allá de cualquier restricción temporal. Es tan actual ahora como lo fue en su momento si uno puede penetrar en ella. En particular si se encuentra sumamente cercana como la de griegos y romanos y ni que decir del Renacimiento cuya perspectiva es casi contemporánea pues en él se ha gestado la Edad Moderna, y sus restos son prácticamente la única arca cultural con que contamos.21
Federico también se ha ocupado de denunciar y aclarar con atenta precisión, valentía y comprometido con su tiempo, las desviaciones y falsificaciones tan propias de los hijos de un fin de ciclo. Quisiéramos citar aquí un ejemplo de ello a través de un fragmento del capítulo titulado "Religión y metafísica en el fin de ciclo", perteneciente a su libro Esoterismo Siglo XXI. En torno a René Guénon:
Es precisamente en este fin de ciclo donde debe exponerse toda la verdad, comenzando por la revelación de la auténtica Cosmogonía, el modelo del universo, los Secretos conocidos por los sabios de todos los tiempos, y desenmascarar lo que se pretende efectuar con la impostura "religiosa" y sus falsas teologías y "santos" maestros cuyos planteos literales eminentemente inspirados en lo profano, llegan al colmo de negar sus propios libros sagrados al malversar sus contenidos e incluso tomarlos para propio beneficio. Si este no es el momento de poner en su justo lugar este intento contra-tradicional, aparentemente aceptado en el seno de las religiones abrahámicas y por grupos místico-esotéricos caracterizados por su hipocresía respecto a los auténticos valores morales, ¿para cuándo lo dejamos?
La iniciación es el alimento sutil de los dioses y exige el auto sacrificio y el estoicismo, mientras la religión es una bebida light, o en el fondo una sopa tan convencional como intrascendente, aunque tome formas guerreras, místicas o milagrosas.
La iniciación es obviamente una acción contracorriente determinada por lo inusual de ciertas pruebas terribles con las que se certifica la calidad del Amor. La religión, por el contrario, es una complacencia en la bondad de un sistema que se acepta como válido y la satisfacción egótica de sobresalir en su cumplimiento. La primera se vincula con la magia y la gracia, la segunda con las obras, el deber, la rutina y la rigidez de la ley.
Las Musas, hijas de la Memoria
Por todo ello, queremos dar testimonio de la importancia de esta Obra sapiencial, que como hemos dicho en varias ocasiones es una verdadera guía espiritual-intelectual, amplia, directa, clara y sintética a la vez, analógica, musical, llena de poesía y arte, con una forma acorde a nuestra mentalidad, donde aceptando los elementos que tenemos podemos vivenciar la doctrina, la que puede conducirnos hasta ese "lugar" del que nunca hemos salido en verdad. Un peregrinaje iniciático, mítico y solitario, hoy más que nunca a la intemperie, sin dogmas ni creencias, "bajo la Bóveda Celeste y su Cenit", a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo, la advocación del dios Hermes y la protección de todos nuestros dioses. Por ello, en estos momentos crepusculares, el libro juega un papel tan importante, como ya apuntaba Federico desde su primera obra, El Simbolismo de la Rueda, el que encabezaba con la Tabla de Esmeralda hermética, la máxima alquímica V.I.T.R.I.O.L.: "Visita las Entrañas de la Tierra y Rectificando Encontrarás la Piedra Escondida", y también con este fragmento de un Himno a las Musas de Proclo, director durante cuarenta años de la Academia de Atenas y unido, como él mismo testificó, a la cadena de Hermes. He aquí este fragmento:
Cantemos la luz que lleva por el camino de retorno a los hombres; Glorifiquemos a las nueve hijas del gran Zeus,
De luminosas voces; Cantemos a esas vírgenes que por las puras iniciaciones que provienen de los libros, despertadores de la Inteligencia,
Arrancan de los dolorosos sufrimientos de la tierra,
A las almas que yerran en el fondo de los pozos de la vida...
Federico nos ha brindado los vehículos simbólicos y herméticos que verdaderamente han sido diseñados para promover la realización del Conocimiento, un método "objetivo" que se encarna de modo "subjetivo", los que se complementan unos con otros conformando un andamiaje que explica lo que es la estructura cósmica y la forma en que dichos vehículos actúan en nosotros; su Obra ha restituido el verdadero alcance de éstos (o sea su fondo metafísico), desconocido para la mayoría ya que en la actualidad han sido rebajados, desposeídos de su verdadero sentido e incluso profanados e invertidos.
Estos son fundamentalmente la Alquimia, la Cábala y su increíble Arbol de la Vida, Modelo del Universo y mapa de la Cosmogonía, la Aritmosofía, la Ciencia y el Arte del número, del ritmo y las proporciones (basadas en las analogías que existen entre los diferentes planos de la realidad), el Tarot, también llamado libro de Thot, donde podemos reconocer los Arcanos más secretos y ocultos (y su estrechísima relación con la Rueda cósmica),22 la Astrología, el Arte de la Memoria y la Magia Natural, la Teúrgia, (cuyo objetivo es ligarnos con la "cadena áurea" y la Iglesia Secreta), así como las Artes Liberales, la Ciclología, la Filosofía, la Cosmogonía, la Ontología y la Metafísica, es decir la Ciencia Sagrada. Un Conocimiento que también ha sintetizado y cristalizado en el Programa Agartha, un corpus doctrinal, una didáctica luminosa donde están todas las respuestas a nuestras preguntas esenciales, dirigida a todos aquellos que quieran avivar su fuego interno, sumándose a la Cadena de Hermes.
Y acertadamente la divinidad suprema ha enviado aquí abajo entre los hombres el coro de las Musas para que el mundo terrestre no pareciera demasiado salvaje privado de la dulzura de la música, sino que, por el contrario, los hombres ofrecieran sus alabanzas mediante cantos inspirados por las Musas a aquél que solo lo es Todo y padre de todos y así a las alabanzas celestiales respondiese siempre, también sobre la tierra una suave armonía. Asclepio IX.
Para la antigüedad greco-latina la Memoria era una diosa (Mnemosyne). Fruto de su unión con Zeus-Júpiter, dios del rayo y padre de los dioses, nacieron las nueve Musas, diosas Olímpicas del canto y la inspiración poética y profética, nacidas, narra el mito, para celebrar la más excelsa y sublime estirpe, la de los Olímpicos, verdadera genealogía espiritual. Las Musas presiden el Orbe celeste, ellas conocen "lo que es, lo que será y lo que ha sido", y se lo revelan a los hombres, que las invocan en sus labores de Conocimiento; en el Arte de Conocerse a sí mismos, preñándolos con sus melodiosas voces, alegrándoles y soplándoles al oído secretos que arrebatan al alma incitándola al vuelo hacia la unión con su Esposo, el Espíritu. Guardianas del Oráculo de Delfos, Compañeras de Hermes, y de Dionisio, "compañeras de Apolo". Una de ellas, la musa Clío,
preside la Historia, y canta la gloria de los hombres y la "celebración" de los dioses, siendo sus atributos la trompeta heroica y la clepsidra. Muy ligada a Caliope, ya que es la musa de la poesía épica, la de voz "más bella" o "verdadera", la que reproduce la imagen del sonido primordial que se oye en el centro de todo ser, lugar que después de determinado estadio del ciclo se encuentra simbólicamente en la cúspide de la montaña Helicón, la cual debe ascender quien realiza el camino de retorno, en tanto que el Olimpo es el lugar de los dioses inmortales (los estados supra-individuales del ser) montaña celeste a la que ellas mismas se dirigen desde la anterior, después de haber regalado a los hombres, mientras dejan oír tras de sí un encantador sonido que surge de sus pasos.
Ellas unen al hombre con lo sagrado porque están directamente vinculadas con el secreto y la armonía de la Creación (Cosmogonía) a la que revelan en el alma humana, donde la reproducen (poiesis = creación) y a la que conducen así al pie del eje que une los mundos, simbolizado en la fuente, la piedra, la encina, que aparecen al comienzo del canto de Hesíodo, la Teogonía. Como en el Museo, donde se hallan los productos de aquella audición y por lo tanto de la Memoria, al abrir un libro inspirado se abre también su templo, o mansión.23
Igualmente Hermes está vinculado con la música y el arte en general, pues es el inventor de la lira que entrega a Apolo y está estrechamente emparentado con las Musas ya que sus tres primeras hermanas, en Delfos, personificaban las cuerdas de ese instrumento. En efecto la música cuyo origen es divino, está relacionada con el plano intermediario, y es capaz de establecer vínculos entre la audición y el Verbo, es decir entre lo que se oye y el soplo de lo inaudible (...)
La verdadera audición se refiere a la identidad con la vibración sonora del plano sutil, increado, pero tan real que constituye el origen de lo audible, lo cual es sólo un símbolo o imagen de la auténtica percepción intelectual, equiparable a la audición metafísica, originada por esa entidad o diosa llamada Inteligencia, capaz de seleccionar valores por nuestro intermedio y presentarse ante la Sophía universal. Saber es escuchar la música cósmica, obtener una respuesta que se ordena igualmente en cada quien a fin de acceder a la audición metafísica. (Simbolismo y Arte, cap. VII: "Arte musical").



NOTAS

 
18 Ibid., capítulo II, final.

19 Cap. I.

20 Una de las Artes ignotas de origen clásico que se practicaron en el Renacimiento fue el Arte de la memoria, siendo Giordano Bruno uno de sus máximos exponentes. Sobre éste la investigadora Frances A. Yates afirma lo siguiente en su libro Giordano Bruno y la Tradición Hermética: "El aspecto de su obra que Bruno consideraba más importante era el intenso entrenamiento de la imaginación en sus artes ocultas de la memoria. En esto continuaba una tradición del Renacimiento que tenía también sus raíces en el resurgimiento del hermetismo, pues la experiencia religiosa de los gnósticos herméticos consistía en reflejar el universo dentro de la propia memoria."
Sobre el Arte de la Memoria he aquí lo que nos dice de nuevo Federico en Las Utopías Renacentistas (nota 3, p. 11): "Debe destacarse aquí de modo particular la obra de Giulio Camillo, El Teatro de la Memoria. El autor desarrolla a través de relaciones de imágenes, conceptos y vivencias, un sistema que presenta como un simple método mnemotécnico de raíz clásica pero que lleva intenciones mucho más altas, vinculadas con la "remembranza", o anamnesis platónica, la internalización de la doctrina cosmogónica, la contemplación del Arbol Sefirótico de la Cábala, y donde se describe un universo armónico, un mundo perfectamente construido en estructuras que ensamblan entre sí y permiten establecer los límites de un espacio otro, mágico por naturaleza, donde conviven todas las ideas como en el Jardín del Paraíso. Para nosotros es importante la correspondencia de este sistema de juegos de relaciones con el Tarot de Marsella o los distintos tarocchi italianos de la época como los florentinos". Ver El Tarot de los Cabalistas. Vehículo Mágico (Kier, 1993; 2ª ed. Mtm, 2007), donde Federico relaciona el arte del Tarot con el Arte de la Memoria. Y también los grandes jardines simbólicos que se dieron en esa época "el jardín visto como un templo al aire libre", itinerarios con cascadas, grutas, cuevas, figuras mitológicas, laberintos, fuentes, deidades en piedra...

21 Las Utopías..., cap. I.

22 Ya en la primera Lámina de los Arcanos Mayores del Tarot de Marsella, el Mago, Federico nos dice en El Tarot de los Cabalistas: "Es la primera carta del Tarot, simboliza al Hombre Verdadero cuya misión es lograr la unión del espíritu y la materia. Con su mano izquierda sostiene una varita mágica que señala al cielo, y con la derecha una moneda de oro, símbolo de la tierra, en la que sus pies se encuentran bien plantados. En la inversión de los colores azul y rojo de sus ropas se señala el equilibrio de los opuestos; y este personaje emprende la obra alquímica trabajando con 3 principios y 4 elementos (simbolizados en las 3 patas y los 4 ángulos de la mesa) para lo que se mantiene permanentemente alerta. Para él siempre hoy es el primero y el último día de la creación, a la que se suma cooperando con el Creador. El sentido más elevado de la carta lo determina su número, que indica el motor inmóvil, el Principio de todas las cosas; aunque su sombrero en forma de ocho apaisado es el signo del movimiento continuo.

23 Programa Agartha, acápite "Las Musas".