domingo, 7 de agosto de 2011

LA MÁSCARA DE PSUSENES I



Época: Dinastía XXI, reinado de Psusenes I (1039-991 aC).
Material: Oro, lapislázuli y pasta vítrea.
Dimensiones: Altura máxima, 48 cm.
Lugar de conservación: Museo de El Cairo.
Localización: Excavaciones de Pierre Montet en Tanis.


Tanis, en el Delta del Nilo, fue la capital de los reyes de la Dinastía XXI y XXII. En las ruinas de esta ciudad, el 17 de marzo de 1939, el equipo dirigido por el egiptólogo Pierre Montet realizó un hallazgo singular: el descubrimiento de una necrópolis real. Las tumbas se situaban en el interior del recinto del templo de Amón, próximas a su esquina sudoeste. Se trataba de construcciones levantadas en el interior de grandes zanjas, que luego fueron cubiertas de tierra, quedando las cámaras funerarias enterradas a pocos metros de la superficie (Fig. 2). Ciertamente la Necrópolis Real de Tanis tiene bien poco que ver con el gigantismo de las pirámides del Imperio Antiguo y difícilmente podrían comparase con la magnificencia de los hipogeos del Valle de los Reyes.

Aunque deslumbrante, la Necrópolis Real de Tanis muestra las limitaciones propias de una época inmersa en el Tercer Período Intermedio. Ello se hace patente, por ejemplo, en las dimensiones de las tumbas, en la rudimentaria técnica constructiva, en el uso mayoritario de bloques de piedra procedentes de la reutilización (como es tan común en los edificios y monumentos de Tanis), y, en general, en la discreción de lujo.
Fig. 2. Vista frontal de la máscara de Psusenes I. Foto en J. Malek, Egipto, 4000 años de arte, Barcelona, 2003, p. 274.

Pero a pesar de las restricciones propias de una época convulsa, a pesar de la intensa humedad del Delta del Nilo y a pesar de los milenios, Pierre Montet se enfrentó a algo realmente espectacular: descubrió el ajuar funerario, intacto, en varios de los enterramientos. Ni siquiera la tumba de Tutankhamón se había librado del impacto de los saqueadores, pero Tanis preservaba hallazgos únicamente agredidos por las inclemencias y el paso del tiempo. Estos tesoros, que muestran un destello de esplendor en una época oscura y compleja, son un documento extraordinario e inesperado, que muestra la creatividad inagotable de sus artistas.

Fig. 1. Vista de la tumba de Psusenes I tras la excavación de Pierre Montet. Foto en P. Montet,“La necrópolis des rois Tanitas”, Kêmi 9 (1942), pp. 3-96, Pl. XI.

Entre los múltiples e interesantes hallazgos realizados en la Necrópolis Real de Tanis, uno de los más llamativos fue el descubrimiento de la tumba de Psusenes I. En ella no había indicio alguno de expolio o profanación, de modo que Pierre Montet tenía entre manos el excepcional privilegio de estudiar la tumba intacta de un rey del antiguo Egipto. Durante miles de años el ajuar del monarca había permanecido en su emplazamiento original, justo allí donde había sido depositado hasta que la arqueología desveló sus secretos (Fig. 3). Era un descubrimiento formidable que aportaba información de inmenso valor; sin embargo, en un mundo sacudido por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la repercusión mediática de los tesoros que la egiptología desvelaba en Tanis pasaron prácticamente desapercibidos.


Fig. 3. Dibujo de la posición del contenido del ajuar de la tumba de Psusenes, con el sarcófago al fondo. Ilustración en P. Montet, Les énigmes de Tanis, París, 1952, p. 157.


El acceso a la tumba de Psusenes I se encontró bloqueado por un trozo de obelisco, que en tiempos más antiguos debía haber lucido erguido y completo en algún monumento de Ramsés II, pero que sirvió a los constructores de la Dinastía XXI para un fin muy distinto. Al abrir el paso los arqueólogos pudieron observar que el estuco de las paredes rezumaba humedad y que entre los bloques de piedra se colaba agua. No obstante, entre la oscuridad y los materiales irrecuperables, pronto descubrieron recipientes, figurillas, ushebtis, vasos canopos… Más allá localizaron un sarcófago de granito, cuyas inscripciones evidenciaron que anteriormente había pertenecido a Mineptah, el sucesor de Ramsés II. Se trataba, por tanto, de un elemento de la Dinastía XIX, con casi dos siglos de antigüedad, que había sido reutilizado para el ajuar funerario de Psusenes I (Fig. 4). El sarcófago fue abierto el 21 de febrero de 1940 y en su interior se escondía otro, de granito negro, que a su vez acogía un féretro excepcional y realizado enteramente en plata. Este hermoso objeto metálico, ornamentado con algunos detalles de oro, contenía en su interior la dañada momia del monarca (Fig. 5). Y sobre la cabeza de la momia, ocultando el dañado rostro del rey, se encontraba una pieza sensacional: una mascara de oro. Ciertamente la máscara funeraria de Psusenes I es uno de los hallazgos más emblemáticos legados por el antiguo Egipto y es posiblemente el descubrimiento más célebre de los realizados por Pierre Montet en la Necrópolis Real de Tanis.



Fig. 4. Representación isométrica de la tumba de Psusenes, con la localización de la cámara funeraria del rey. Tomado de P. A. Clayton, Crónica de los faraones. Todos los soberanos de las dinastías del antiguo Egipto, Barcelona, 1996, p. 179.


La máscara funeraria está formada por placas de oro laminado, unidas mediante soldaduras y remaches un tanto burdos. A pesar de tratarse de oro, en algunos puntos el espesor del preciado metal es milimétrico. Ello habla, efectivamente, de la extraordinaria habilidad de los creadores de la época, capaces de estirar y modelar el oro de un modo sorprendente; pero también es un documento de las carencias de un período en el que la suntuosidad tenía serias restricciones.
La máscara Psusenes I eterniza un rostro ancho de pómulos llenos, en el que destacan los grandes ojos almendrados; rasgos también plasmados en el féretro de plata. La nariz del monarca tanita es un tanto prominente y se estrecha en el entrecejo. Los labios son suaves y se curvan con levemente, lo que genera la sensación de una serena sonrisa No obstante, la expresión general es calmada y solemne.




Fig. 5. Pierre Montet junto a la tapa del féretro de plata, justo después de levantarlo y contemplar la momia del rey en su interior. Foto en C. Ziegler, Les trésors de Tanis, París, 2001, p. 24.


Como ornamento el monarca es representado portando un amplio collar, que se representó cincelado en la plancha de oro. Las franjas más internas se conforman con cuentas de forma alargada, las más externas resultan más decorativas y están formadas por elementos en forma de lágrima y por motivos más geométricos. Y en la última vuelta del collar, la más exterior y sirviendo de borde de la máscara, se plasmó una sucesión de motivos esencialmente florales, destacando una sucesión de lotos.
También el tocado nemes del monarca se plasmó con precisión, mostrando las tradicionales aristas en la zona de las sienes y a la altura de los hombros, además de las líneas horizontales (realizadas mediante martilleado sobre el oro) y las caídas que se prolongan hacia el pecho. Este tipo de tocado, inevitablemente, fuerza la posición de las orejas y las proyecta hacia delante. Pero a diferencia de lo que sucede en la máscara localizada sobre la momia de Tutankhamón, la de Psusenes no presenta el recogido en la parte posterior, limitándose a mostrar la convergencia de las líneas y a conseguir la forma cupulada que permite que la máscara rodee eficazmente el cráneo (Fig. 6).



Fig. 6. Perfil de la máscara de Psusenes I. Foto en J. Malek, Egipto. 4000 años de arte, Barcelona, 2003, p. 274.


Sobre la frente del monarca llama la atención una cobra que se yergue con elegancia. El animal fue perfectamente modelado y algunas partes de su anatomía se realzaron con incisiones. El cuerpo ondulante del reptil se prolonga por la parte superior de la máscara, mostrando curvas pronunciadas que se van diluyendo y estirando a medida que se llega a la cola del animal. Además, el monarca luce una barba postiza, con un trenzado inciso de manera magistral. Y, a ambos lados de la cara, mediante incrustaciones de lapislázuli, se representaron las tiras con las que esta barba era sustentada y cuya presencia realza la forma de la mandíbula.
Entre las características de la máscara de Psusenes que más llaman la atención, sobre todo si se realiza la inevitable comparación con la de Tutankhamón, es el brillo satinado del metal. Ello se debe a que el oro con el que se confeccionó la máscara fue cincelado con precisión, pero no fue pulimentado. Sin embargo, todavía resulta más llamativa la austeridad en el colorido. Por ejemplo, el collar que luce el monarca de Tanis se trabajó sobre la lámina de oro, pero sin incrustaciones de piedras de colores o elementos vidriados; en la de Tutankhamón, sin embargo, el despliegue de colorido, conseguido mediante incrustaciones, es intensísimo en esa zona. La austeridad cromática es igualmente relevante en las líneas del tocado nemes, realizadas mediante un sencillo cincelado sobre la placa de oro. También en la confección de la cobra prima exclusivamente el color del oro. De hecho, en la máscara del rey de la Dinastía XXI únicamente hay elementos incrustados para dar vida a la mirada y para destacar las cejas, así como para perfilar los ojos y representar las tiras asociadas a la barba postiza.


Fig. 7. Detalle de la máscara de Psusenes I. Foto en H. Stierlin, L’ or des pharaons, París, 1993.


En la belleza de la máscara de Psusenes I es fundamental el hábil modo en que se combinan las texturas y el equilibrado contraste conseguido mediante las estratégicas incrustaciones. El resultado es una obra equilibrada y sobria, con marcada tendencia monocroma (como es característico en las joyas del período). De modo que a pesar de su aparente sencillez, en realidad se trata de una creación llena de maestría técnica y plástica, y en la que se utilizaron múltiples recursos sutilmente efectistas.
No es raro encontrar adeptos a esta máscara que muestran su predilección al contraponerla con la de Tutankhamón (de la que la separan unos 300 años). Puede que en la máscara de Psusenes al hombre moderno le resulte más fácil reconocer “lo antiguo”, quizá  su sencillez y su leve rusticidad ayuden a hacerla encajar con más facilidad en la perspectiva del gusto actual. Más allá de los gustos y de las predilecciones personales, la máscara de Psusenes es una obra excepcional del arte egipcio, elegante y magnífica, y, además, es un testimonio que evidencia que la genialidad de los artistas del antiguo Egipto seguía plenamente viva durante el Tercer Período Intermedio. El lujo y el arte, en la medida de las posibilidades, seguía presente en los enterramientos reales (Fig. 7).



Fig. 8. Vista general en la acualidad de las tumbas de Tanis descubiertas por P. Montet. (I) tumba der Osorcón II, (II) tumba anónima, (III) tumba de Psusenes y (IV) tumba de Amenemope (foto: Jaume Vivó).


Ya sea en una sala sombría del Museo de El Cairo, ya sea en una efímera exposición en cualquier parte del mundo, la máscara de Psusenens es siempre causa de admiración. Sin estridencias, pero con armonía y equilibrio, esta joya milenaria es capaz de maravillar y cautivar a quien la observa.


Cortesía: Susana Alegre García