domingo, 23 de febrero de 2014

HIPIAS MENOR - PLATÓN









HIPIAS MENOR

INTRODUCCIÓN

Aunque el estilo de Platón es evidente en todo el diálogo, no cabe duda
de que la estructura, el planteamiento y la argumentación siguen el esquema
socrático. No obstante, en ningún otro diálogo la discusión ha
sido llevada al absurdo hasta el punto que lo ha sido aquí. Quizá la poca
apreciación que Platón sentía por Hipias le indujera a mostrar la debilidad
con que el sofista podía abordar una discusión razonada. Aun así,
no deja de ser un problema el desvío de la lógica con el que procede el
desarrollo del diálogo.

Parece evidente que Hipias gozaba de consideración entre sus contemporáneos.
Las mismas referencias platónicas que le suelen poner en ridículo
por su vanidad dejan ver, sin embargo, la imagen de un hombre
altamente interesado en adquirir conocimientos y esforzándose en ello.
Lo que sin duda no poseía, como vemos también en otras ocasiones, era
una escala de valores a la que sujetarse para la adquisición de estos conocimientos.
El diálogo se abre, sin fijar en qué lugar concreto se produce y sin ninguna
orientación de tipo temporal, tras una conferencia (llamémoslo
así) que acaba de pronunciar Hipias. Ha hablado acerca de Homero. Al
terminar, el público se ha ido ausentando y quedan rezagados unos pocos,
a los que naturalmente se les supone más interesados en el tema.
Invitado Sócrates por Éudico, el discípulo ateniense de Hipias, a hacerle
preguntas a éste, da principio el diálogo. Pero, antes de entrar en
materia, el sofista da muestra de su vanidad, asunto sobre el que se va a
insistir posteriormente con frecuencia hasta llegar a las manifestaciones
de omnisa piencia y autosuficiencia de 368b-c.

La discusión se centra en saber a quién ha hecho mejor Homero, a
Aquiles o a Odiseo. Pero como no se distingue entre «mejor», en sentido
moral, de otras acepciones de la palabra «mejor», la discusión se
extrema en una falta de lógica que Hipias no llega a captar. El diálogo
termina sin haber encontrado una salida adecuada. Sin embargo, sí que
hay una dura crítica al modo de saber del sofista. Es incapaz de encontrar
una solución a un problema aparentemente sencillo. Sócrates dice
que tampoco él puede admitir la conclusión a la que han abocado los
razonamientos, que él unas veces se inclina a una parte y otras, a otra.
Pero es natural, dice, que así le suceda a él o a cualquier hombre inexperto.
Lo grave es que los sabios vacilen igualmente y no encuentren
solución. Todo este tipo de diálogos en que se busca una definición sin
alcanzar un fin envuelven, en el fondo, la misma crítica a la incapacidad
de la sofistica para desvelar y definir un concepto en un tema dado,
aunque en este caso se añade también el problema del intelectualismo
ético de Sócrates.

Es frecuente, en los diálogos platónicos en que aparecen sofistas destacados,
caracterizar a éstos por su actividad más determinante y, en ocasiones
y aislada mente, por la imitación de su estilo. En el Hipias Menor
esta ambientación es doble, puesto que el diálogo desarrolla, en
principio, un tema preferido por Hipias y, además, se produce precisamente
a consecuencia de que él acaba de tratar públicamente sobre el
carácter de algunos personajes homéricos. La actividad de Hipias en los
más diferentes campos del saber, consecuencia de su connatural inclinación
a saber de todo antes que a conocer algo bien, no debe oscurecer
la realidad de que, con el estudio de los personajes literarios, comenzaba
una actividad intelectual nueva cuyo encauzamiento por vías más
seguras tardaría poco en llegar. En ellas estaban en germen los comienzos
de la historia de la literatura. No es Hipias el único sofista que se ha
ocupado de estos temas, pero quizá lo ha hecho con mayor insistencia.

Si el diálogo se presenta como un deseo de Sócrates de aclarar algunos
puntos que dice no haber comprendido bien durante la exposición de
Hipias, lo cierto es que esto sólo es un pretexto para llevar la discusión
a un campo muy distinto del de las ingenuas manifestaciones que el sofista
hubiera podido expresar. Una afirmación de Hipias admitida por
todo el mundo es negada por Sócrates, primero en el mismo campo en
el que Hipias trataba estos temas, es decir, aportando un texto del que
se pueda inferir lo contrario. Pero a continuación se entra en una discusión
que ya nada tiene que ver con textos ni personajes literarios. Tras
una serie de razonamientos queda sentado que aquel que técnicamente
es capaz de hacer bien una cosa es, sin duda, el más capacitado para
hacerla mal, pues sólo él, si quiere hacerla mal, la hará mal sin error, a
diferencia del inexperto que por casualidad podría hacerla bien alguna
vez. Extrapolando este razonamiento al ámbito moral se llegará a decir,
en 376b, que «...es propio del hombre bueno cometer injusticia voluntariamente
y del malo, hacerlo invoIuntariamente». Aunque, como ya se
ha dicho, tampoco Sócrates admite esta conclusión, no lo admite más
que por intuición, ya que los razonamientos, único apoyo de Sócrates
en la búsqueda de la verdad, le han llevado a esa conclusión. Ésa es la
aporía del diálogo: lo que los razonamientos han demostrado no lo puede
admitir una consideración objetiva de puro sentido común. Platón se
debate aquí todavía en los problemas del pensamiento socrático. Se
mezclan los ámbitos del conocimiento y la moral y prevalece el espíritu
dialéctico

NOTA SOBRE EL TEXTO
La traducción se ha llevado a cabo sobre el texto de BURNET, Platonis
Opera, vol. III, 1903 (reimpresión, 1974).

HIPIAS MENOR
ÉUDICO, SÓCRATES, HIPIAS

ÉUDICO. - Tú, Sócrates, ¿por qué guardas silencio tras esta exposición
de Hipias que ha tratado de tantas cosas, y no te unes a nuestra
alabanza de lo tratado o refutas algo, si crees que no ha sido bien dicho?
Sobre todo, cuando nos hemos quedado solos los que pretendemos
especialmente interesarnos en emplear nuestro tiempo en la filosofía.
SÓCRATES. -Ciertamente, Éudico, hay algunos puntos, de los que
ahora Hipias ha hablado acerca de Homero, sobre los que yo le preguntaría.
En efecto, yo he oído decir a tu padre, Apemanto, que la Ilíada
era un poema de Homero más bello que la Odisea, tanto más bello,
cuanto mejor era Aquiles que Odiseo. Decía, en efecto, que los dos
poemas habían sido compuestos, el uno en honor de Odiseo, el otro en
honor de Aquiles. Sobre este tema, si Hipias está dispuesto a ello, me
gustaría preguntarle qué piensa él de estos dos hombres, cuál de los dos
dice que es mejor, ya que nos ha expuesto otras muchas ideas de todo
tipo sobre los poetas y en especial sobre Homero.
ÉUD. -Es evidente que Hipias no rehusará responderte, si le preguntas
algo. ¿No es cierto, Hipias, que si Sócrates te hace alguna pregunta,
tú le responderás? ¿O qué harás?
HIPIAS. -Ciertamente, Éudico, obraría yo de modo inconsecuente,
si, yendo siempre desde Élide, mi lugar de residencia, a Olimpia, a la
fiesta solemne de los griegos, cuando se celebran las Olimpíadas, allí
en el santuario me ofrezco a ampliar, cuando alguien lo quiere, lo que
he preparado para mi exposición y a contestar a lo que cualquiera desee
pregunta me, y ahora evitara las preguntas de Sócrates.
Sóc. -Gozas de una situación feliz, Hipias, si en cada Olimpiada
entras en el santuario tan lleno de confianza en la disposición de tu espíritu
para la sabiduría. Me causaría extrañeza que alguno de los atletas
de ejercicios corporales entrara allí para luchar tan confiado y seguro en
su cuerpo como tú aseguras que lo estás en tu mente.
Hip. - Es natural, Sócrates, que tenga esta confianza. En efecto,
desde que he empezado a concurrir a Olimpia, nunca he encontrado a
nadie superior a mí en nada.
Sóc. -Dices bien Hipias. Tu fama es una ofrenda de sabiduría para
la ciudad de los eleos y para tus padres. Pero, por otra parte„ ¿qué nos
dices de Aquiles y de Odiseo? ¿Quién de los dos dices que es mejor y
por qué? Cuando estábamos ahí dentro muchos y tú estabas haciendo tu
exposición, perdí un poco tus palabras. No me atreví a preguntar porque
había mucha gente y para no interrumpir tu discurso preguntando.
Ahora, puesto que somos unos pocos y me invita Éudico a preguntarte,
dinos y explícanos con claridad qué decías acerca de estos dos hombres.
¿Cómo los juzgas?
Hip. -Bueno, Sócrates, quiero exponer aún con más claridad que
antes lo que yo digo acerca de éstos y de otros. En efecto, afirmo que
Homero ha hecho a Aquiles el más valiente de los que fueron a Troya,
a Néstor el más sabio, y a Odiseo el más astuto.
Sóc. -¡Vaya, Hipias! ¿Podrías, por favor, no reírte de mí, si comprendo
con dificultad lo que dices y te pregunto repetidamente? Intenta
contestarme afable y complacientemente.
Hip. -Sería vergonzoso, Sócrates, que yo enseñe estas mismas cosas
a otros y estime justo recibir dinero por ello, y ahora, al ser preguntado
por ti, no tuviera consideración y no contestara tranquilamente.
Sóc. -Muy bien. En efecto, yo, cuando decías que Homero había
hecho a Aquiles el más valiente, me parecía que entendía lo que decías,
y también que había hecho a Néstor el más sabio. Pero, cuando dijiste
que el poeta había hecho a Odiseo el más astuto, para decirte la verdad,
no supe en absoluto qué querías decir. Por si partiendo de aquí lo entiendo
mejor, dime. ¿No ha hecho Homero a Aquiles astuto?
Hip. - En absoluto, Sócrates, sino el más simple y veraz. Porque en
las Súplicas, cuando hace que hablen entre ellos, dice Aquiles a Odiseo:
«Laertíada descendiente de Zeus, Odiseo rico en recursos, es preciso
decir las palabras directamente como yo las llevaré a cabo y como
pienso que se cumplirán. Es mi enemigo, como las puertas del Hades,
el que oculta en la mente una cosa y dice otra. Pero yo voy a hablar tal
como seré realizado.»
En estas palabras muestra el modo de ser de cada uno de ellos, cómo
Aquiles es veraz y simple, y Odiseo es astuto y mentiroso. Hace, en
efecto, que Aquiles dirija estas palabras a Odiseo.
Sóc. -Ahora ya, Hipias, es probable que entienda lo que dices. Según
parece, llamas al astuto mentiroso.
Hip. -Exactamente, Sócrates; pues de esta condición ha hecho Homero
a Odiseo en muchas partes de la Ilíada y de la Odisea.
Sóc. -Luego, según parece, para Homero una cosa era el hombre veraz,
y otra distinta, pero no la misma, el hombre mentiroso.
Hip. -¿Cómo no va a ser así, Sócrates?
Sóc. - ¿Piensas tú lo mismo, Hipias?
Hip. -Sin ninguna duda. Sería extraño que no lo pensara.
Sóc. -Pues bien, dejemos a Homero, puesto que es imposible preguntarle
qué pensaba al escribir estos versos. Pero tú, puesto que parece
que aceptas su causa y que estás de acuerdo con lo que afirmas que Homero
dice, contesta conjuntamente en nombre de Homero y en el tuyo.
Hip. -Así será, pero pregunta con brevedad lo que quieras.
Sóc. -¿Dices que los mentirosos son incapaces de hacer algo, como
los enfermos, o bien que son capaces?
Hip. -Capaces, afirmo, y en gran medida, para muchas cosas y especialmente
para engañar a los hombres.
Sóc. - Según parece, los astutos con arreglo a tus palabras, son capaces.
¿Es así?
Hip. -Sí.
Sóc. -¿Los astutos son engañadores por simplicidad e insensatez, o
bien por malicia e inteligencia?
Hip. -Por malicia especialmente y por inteligencia.
Sóc. -Luego son inteligentes, según parece.
Hip. - Sí, por Zeus, y mucho.
Sóc. -¿Siendo inteligentes, no saben lo que hacen, o sí lo saben?
Hip. -Lo saben muy bien; por eso obran mal.
Sóc. -Si saben lo que saben, ¿son ignorantes o conocedores?
Hip. - Conocedores, en efecto, al menos respecto a eso, a engañar.
Sóc. -Veamos, pues. Recapitulemos lo que dices. ¿Afirmas que los
mentirosos son capaces, inteligentes, conocedores y hábiles para aquello
para lo que son mentirosos?
Hip. - Lo afirmo, ciertamente.
Sóc. -¿Los veraces y los mentirosos son individuos distintos, incluso
muy contrarios unos a otros?
Hip. -Eso digo.
Sóc. -Veamos; resulta que, según tus palabras, los mentirosos son
personas capaces y hábiles.
Hip. - Sin duda.
Sóc. -Cuando dices que los mentirosos son capaces y hábiles, ¿acaso
dices que son capaces, si quieren, de engañar en aquello en lo que
engañan, o bien que no son capaces?
Hip. -Que son capaces.
Sóc. -Para decirlo sumariamente; los mentirosos son los capaces y
hábiles para mentir.
Hip. -Sí.
Sóc. -Luego un hombre sin capacidad para mentir e ignorante no
podría ser mentiroso.
Hip. -Así es.
Sóc. -Así pues, es capaz el que hace lo que quiere cuando quiere; no
hablo de los impedidos por enfermedad o causas semejantes. Tú eres
capaz de escribir mi nombre cuando quieras; estas situaciones son las
que yo digo. ¿No llamas tú capaz al que es así?
Hip. - Sí.
Sóc. -Dime, Hipias: ¿no eres tú experto en cuentas y en cálculo?
Hip. -Más que nadie, Sócrates.
Sóc. -¿No es cierto que, si alguien te preguntara qué cifra dan setecientos
por tres, tú podrías, si quisieras, decir la verdad sobre esto con
rapidez y exactitud?
Hip. - Ciertamente.
Sóc. - ¿Acaso porque eres el más capaz y el más hábil en esto?
Hip. - Sí.
Sóc. -¿Acaso eres el más hábil y el más capaz solamente, o también,
el mejor, en lo que eres el más capaz y el más hábil, en el cálculo?
Hip. -También el mejor, Sócrates.
Sóc. -Tú podrías decir la verdad sobre esto con la mayor capacidad.
¿No es así?
Hip. -Así lo pienso.
Sóc. -¿Y la mentira acerca de estas mismas cosas? Respóndeme,
Hipias, honrada y generosamente, como hasta ahora. Si alguien te pregunta
cuánto dan setecientos por tres, ¿serías tú el que mintiera con más
precisión y mantuviera la mentira sobre este punto, si quisieras mentir y
no responder nunca la verdad, o bien sería el ignorante en cuentas el
que si lo quisiera, podría mentir mejor que tú? ¿No es más cierto que el
ignorante, aun queriendo decir la mentira, muchas veces diría, por azar,
la verdad involuntariamente, a causa de no saber, y que tú, en cambio,
que eres sabio, si quisieras mentir, mentirías siempre del mismo modo?
Hip. -Así es, como tú dices.
Sóc.-¿El mentiroso es mentiroso respecto a las otras cosas, pero no
respecto al número, y no podría decir mentira al calcular?
Hip. -También, por Zeus, respecto al número.
Sóc. -Por tanto, pongamos este supuesto, Hipias, que un hombre
puede ser mentiroso respecto al cálculo y al número.
Hip. -Sí.
Sóc. -¿Quién sería este hombre? ¿No es necesario que él tenga la
condición de ser capaz de mentir, si va a ser mentiroso, según tú convenías
hace un momento? Pues, si te acuerdas, dijiste que el incapaz de
mentir no podría nunca ser mentiroso.
Hip. -Sí me acuerdo y así se dijo.
Séc. -¿No es cierto que hace un momento te has manifestado como
el más capaz de mentir respecto a cuentas?
Hip. -Sí, también se dijo eso.
Sóc. -¿No eres tú también el más capaz de decir la verdad respecto
a cuentas?
Hip. -Ciertamente.
Sóc. -¿Luego un mismo hombre es capaz de decir la mentira y la
verdad respecto a cuentas? Éste es el apto con respecto a ello, es el experto
en cálculo.
Hip. -Si.
Sóc. -Respecto a cuentas, Hipias, ¿quién será mentiroso sino el apto?
En efecto, éste es también capaz; éste es también veraz.
Hip. -Así parece.
Sóc. -¿Ves que, respecto a esto, la misma persona es mentirosa y
veraz y que no es mejor el veraz que el mentiroso? En efecto, son la
misma persona y no son totalmente contrarios, como tú creías ahora
mismo.
Hip. -No lo parecen, partiendo de eso.
Sóc. -¿Quieres, entonces, que lo examinemos en otro caso?
Hip. -Si es tu deseo.
Sóc. -¿Es cierto que tú también eres experto en geometría?
HIp. -Ciertamente.
Sóc. -Bien. ¿No es también así en geometría? Un mismo individuo,
el geómetra, es el más capaz de mentir y de decir la verdad respecto a
las figuras.
Hip. - Sí.
Sóc. -¿Respecto a este objeto es éste el experto o lo es algún otro?
Hip. - Ningún otro.
Sóc. -¿No es cierto que el geómetra experto y sabio es el más capaz
para estas dos cosas y que, si alguien puede engañar con respecto a las
figuras, es éste, el experto? En efecto, éste es capaz, y el mal geómetra
es incapaz de engañar. Por consiguiente, no puede ser mentiroso el que
no es capaz de mentir, según hemos acordado.
Hip. -Así es.
Sóc. -Examinemos aún un tercer caso, el del astrónomo, en cuya
ciencia tú crees que eres más entendido aún que en las anteriores. ¿Es
así, Hipias?
Hip. - Sí.
Sóc. - ¿Acaso no es lo mismo en astronomía?
Hip. - Es probable, Sócrates.
Sóc. -Luego también en astronomía, si alguien es mentiroso, el buen
astrónomo lo será más; él es capaz de mentir; no el incapaz, pues es ignorante.
Hip. -Así parece.
Sóc. -Por tanto, también en astronomía la misma persona es mentirosa
y veraz.
Hip. -Parece que sí.
Sóc. -Ea, Hipias, examina libremente de esta manera todas las ciencias
y mira si alguna es de otro modo. Tú eres con mucho el hombre
más sabio en la mayor parte de ellas, según te oí yo ufanarte una vez en
el ágora, en las mesas de los cambistas, cuando exponías tu envidiable
y gran sabiduría. Decías que en cierta ocasión te presentaste en Olimpia
y que era obra tuya todo lo que llevabas sobre tu cuerpo. En primer lugar,
que el anillo -por ahí empezaste- era obra tuya porque sabías cincelar
anillos; que también el sello era obra tuya, y asimismo el cepillo
y el recipiente del aceite que tú mismo habías hecho, después decías
que el calzado que llevabas lo habías elaborado tú mismo y que habías
tejido tu manto y tu túnica. Lo que les pareció a todos más asombroso y
muestra de tu mucha habilidad fue el que dijeras que habías trenzado tú
mismo el cinturón de la túnica que llevabas, que era igual a los más lujosos
de Persia. Además de esto, llevabas poemas, epopeyas, tragedias
y ditirain bos; y en prosa habías escrito muchos discursos de las más
variadas materias. Respecto a las ciencias de que yo hablaba antes, te
presentabas superando a todos, y también, respecto a ritmos, armonías
y propiedades de las letras, y a otras muchas cosas además de éstas, según
creo recordar. Por cierto, se me olvidaba la mnemotecnia, invención
tuya, según parece, en la que tú piensas que eres el más brillante.
Creo que se me olvidan otras muchas cosas. Pero, como digo, poniendo
la mirada en las ciencias que tú posees -muy numerosas- y en las de
otros, dime si, de acuerdo con lo convenido por ti y por mí, encuentras
alguna en la que el que dice la verdad y el que miente sean dos personas
distintas y no la misma persona. Examina esto en la clase de sabiduría
que tú quieras o de destreza o como te guste llamarlo; no la encontrarás,
amigo, porque no la hay. Con todo, dila tú.
Hip. -No puedo, Sócrates, al menos por ahora.
Sóc. -Ni podrás, según creo. Si yo digo la verdad, ¿tienes presente
lo que resulta del razonamiento, Hipias?
Hip. -No tengo muy en la mente lo que dices, Sócrates.
Sóc. -Porque quizá ahora no utilizas la mnemotecnia; sin duda, no
lo crees necesario. Yo te lo recordaré. ¿Sabes que tú decías que Aquiles
era veraz y Odiseo, mentiroso y astuto?
Hip. - Sí.
Sóc. -Te das cuenta de que ahora han resultado ser la misma persona
el mentiroso y el veraz, de manera que si Odiseo era mentiroso, venía
a ser también veraz; que si Aquíles era veraz, también era mentiroso,
y que no son diferentes ni contrarios estos hombres, sino semejantes?
Hip. -Sócrates, tú siempre trenzas razonamientos de este tipo; tomas
separadamente lo más capcioso de la argumentación, te aferras a ello,
tratas el asunto en pedazos y no discutes en su totalidad el tema del razonamiento.
Pues, ahora, si tú quieres, yo te demostraré con muchos
testimonios y con razonamiento apropiado que Homero ha hecho a
Aquiles mejor que a Odiseo e incapaz de mentir; y que al otro, en cambio,
lo ha hecho falso, muy mentiroso e inferior a Aquiles. Por tu parte,
si quieres, contrapón discurso a discurso diciendo que Odiseo es mejor;
así éstos tendrán más elementos de juicio sobre quién de los dos habla
mejor.
Sóc. -Hipias, yo no discuto que tú seas más sabio que yo. Tengo
siempre la costumbre, cuando alguien habla, de prestarle mi atención,
especialmente cuando el que habla me parece sabio, y, en mi deseo de
comprender lo que dice, averiguo, reexamino, comparo lo que se dice, a
fin de aprender. Si el que habla me parece de poco valer, ni insisto en
mis preguntas ni me intereso por lo que dice. En esto reconocerás a los
que yo considero sabios; encontrarás que soy insistente sobre lo que dicen
y que interrogo para aprender y sacar provecho. En efecto, al hablar
tú ahora me he dado cuenta de que en los versos que tú citabas, mostrando
que Aquiles se dirige a Odiseo como si éste fuera un charlatán,
me resulta extraño que tú tengas razón, porque Odiseo, el astuto, en niguna
parte aparece mintiendo, en cambio Aquiles se muestra astuto,
como tú dices. En todo caso, miente; habiendo dicho estos versos que
tú citabas antes:
«Es mi enemigo como las puertas del Hades el que oculta en la
mente una cosa y dice otra»,
dice, poco después, que no le convencerán Odiseo y Agamenón y que
de ningún modo se quedará en Troya, sino que:
«Mañana, dice él, tras haber hecho tos sacrificios a Zeus y a todos
los dioses, habiendo cargado bien las naves y haciéndolas arrastrar al
mar, verás, si quieres y te interesa esto, navegar muy de mañana hacia
el Helesponto, rico en peces, mis naves y, en ellas, a mis hombres afanosos
de remar. Si el glorioso Enosigeo nos concede buena navegación,
al tercer día podría llegar yo a la fértil Ptía».
Incluso, antes de esto, cuando injuriaba a Agamenón, -dijo:
«Ahora me voy a ir a Ptía, puesto que es mucho mejor ir a casa con
las curvas naves; no pienso estar aquí sin honores y amontonar para ti
caudal y riqueza».
Tras haber dicho estas palabras, las unas, en presencia de todo el ejército,
las otras, ante sus compañeros, en ninguna parte se le ve ni prepararse
ni intentar echar las naves al mar con la intención de regresar a su
casa, sino que desprecia, con la mayor tranquilidad, el decir la verdad.
Así pues, Hipias, te preguntaba yo desde el principio, porque no sabía a
cuál de estos dos hombres había hecho mejor el poeta, y porque consideraba
que los dos eran excelentes y que es difícil discernir quién de
ellos era mejor en cuanto a verdad y engaño u otra cualidad. En efecto,
con relación a esto los dos eran casi iguales.
Hip. -No lo juzgas bien, Sócrates. Es evidente que, cuando Aquiles
no dice la verdad, no miente con premeditación, sino involuntariamente,
y que se ha visto obligado a quedarse y a prestar auxilio a causa del
revés del ejército; en cambio, cuando Odiseo no dice la verdad, lo hace
voluntariamente y con intención.
Sóc. -Me engañas, querido Hipias, e imitas tú mismo a Odiseo.
Hip. -De ningún modo, Sócrates. ¿Qué intentas decir y con respecto
a qué?
Sóc. -Porque dices que Aquiles no miente con intención, un hombre
que según lo representa Homero, además de hablar a la ligera, era tan
charlatán e insidioso que incluso parece sentirse superior a Odiseo en
cuanto a que éste no se dé cuenta de que él dice palabras vanas, y esto,
hasta el punto de que se atreve a contradecirse delante de Odiseo, sin
que éste lo advierta. Odiseo, al menos, parece que le habla sin darse
cuenta de que Aquiles miente..
Hip. -¿Qué estás diciendo, Sócrates?
Sóc. -¿No sabes que, después de haber dicho a Odiseo que levaría
anclas con la aurora, no le dice a Ayante que levará anclas sino otra cosa
distinta?
Hip. -¿En qué lugar?
Sóc. -Cuando dice:
«No me inquietaré por el sangriento combate hasta que el hijo del
prudente Príamo, el divino Héctor, llegue a las tiendas y a las naves de
los Mirmidones matando Argivos, e incendie con fuego las naves. Junto
a mi tienda y mi negra nave pienso contener a Héctor, aunque esté ansioso
de combate».
¿Acaso crees tú, Hipias, que el hijo de Tetis, educado además por el
muy sabio Quirón, era tan olvidadizo como para que él mismo, tras haber
vituperado con la máxima censura a los que hablan a la ligera, manifestara
inmediatamente a Odiseo que pensaba regresar y a Ayante que
pensaba quedarse? ¿No crees que lo hizo intencionadamete y creyendo
que Odiseo era un hombre ingenuo al que él superaría con esta habilidad
y con no decir la verdad?
Hip. -No me parece a mí así, Sócrates, sino más bien que dejándose
llevar por su falta de doblez, dice una cosa a Ayante y otra a Odiseo. En
cambio, Odiseo, cuando dice la verdad, lo hace con una intención, y lo
mismo cuando miente.
Sóc.-Luego es mejor, según parece, Odiseo que Aquiles.
Hip. -De ningún modo, Sócrates.
Sóc. -¿Qué, entonces? ¿No ha resultado antes que los que mienten
voluntariamente son mejores que los que lo hacen sin querer?
Hip. - ¿Cómo es posible, Sócrates, que los que cometen injusticia
voluntariamente, los que maquinan a asechanzas y hacen mal intencionadamente
sean mejores que los que no tienen esa intención? Me parece que merece excusa quien comete injusticia o miente o hace algún
otro mal sin darse cuenta. También las leyes, por supuesto, son mucho
más severas con los que hacen mal o mienten intencionadamente, que
con los que lo hacen sin intención.
Sóc.-¿Ves tú, Hipias, que digo la verdad al afirmar que yo soy infatigable
en las preguntas a los que saben? Es probable que no tenga más
que esta cualidad buena y que las otras sean de muy poco valor; en
efecto, me extravío al buscar dónde están los cosas y no sé de qué manera
son. Una prueba de ello, suficiente para mí, es que, cuando estoy
con alguno de vosotros, los bien considerados por una sabiduría de la
que todos los griegos darían testimonio, se hace visible que yo no sé
nada. Pues, por así decirlo, no coincido en nada con vosotros; por tanto,
¿qué mayor prueba de ignorancia existe que discrepar de los hombres
que saben? En cambio, tengo una maravillosa compensación que me
salva: no me da vergüenza aprender, sino que me informo, pregunto y
quedo muy agradecido al que me responde y nunca privé a nadie de mi
agradecimiento, jamás negué haber aprendido algo haciendo de ello
una idea original mía. Al contrario, alabo como sabio al que me ha enseñado,
dando a conocer lo que aprendí de él. Y por cierto, tampoco
ahora estoy de acuerdo con lo que tú dices, sino que discrepo totalmente.
Sé muy bien que esto es por mi causa, porque soy como soy, para
no decir de mí nada grave. En efecto, Hipias, a mí me parece todo lo
contrario de lo que tú dices; los que causan daño a los hombres, los que
hacen injusticia, los que mienten, los que engañan, los que cometen
faltas, y lo hacen intencionadamente y no contra su voluntad, son mejores
que los que lo hacen involuntariamente. Algunas veces, sin embargo,
me parece lo contrario y vacilo sobre estas cosas, evidentemente
porque no sé. Ahora, en el momento presente, me ha rodeado una especie
de confusión y me parece que los que cometen falta en algo intencionadamente
son mejores que los que lo hacen involuntariamente. Hago
responsables del estado que ahora padezco a los razonamientos precedentes,
de manera que ahora, en este momento, los que hacen cada
una de estas cosas involuntariamente son peores que los que las hacen
intencionadamente. Así pues, hazme esta gracia y no rehuses curar mi
alma, pues me harás un bien mucho mayor librándome el alma de la ignorancia
que el cuerpo de una enfermedad. En todo caso, me anticipo a
decirte que no me vas a curar si tienes la intención de pronunciar un
largo discurso, pues no sería capaz de seguirte. En cambio, si estás dispuesto
a responderme como hasta ahora, me ayudarás mucho, y creo
que tampoco te hará daño a ti. Es justo que te llame en mi ayuda, hijo
de Apemanto, pues tú me animaste a dialogar con Hipias. También
ahora tú, si Hipias no quiere responder, pídeselo por mí.
Éud. -Pero creo yo, Sócrates, que Hipias no tiene necesidad de
nuestro ruego. No iban por ahí las palabras que nos anticipó, sino más
bien hacia que no evitaría las preguntas de nadie. ¿Es así, Hipias? ¿No
es eso lo que decías?
Hip. -Sí, ciertamente. Pero, Éudico, Sócrates siempre embrolla las
conversaciones y parece como si tratara de obrar con mala intención.
Sóc. -Mi buen Hipias, no hago eso intencionadamente, pues sería
sabio y hábil, según tus palabras, sino que lo hago involuntariamente,
de modo que perdóname. En efecto, tú dices que se debe excusar al que
hace daño involuntariamente.
Éud. -No lo hagas de otro modo, Hipias, sino que, por nosotros y
por las palabras que antes dijiste, contesta a lo que te pregunte Sócrates.
Hip. -Responderé, puesto que me lo pides tú. Bien, pregunta lo que
quieras.
Sóc. -Deseo vehementemente, Hipias, examinar lo que ahora hemos
dicho: si son, en verdad, mejores los que cometen faltas intencionadamente,
que los que lo hacen involuntariamente. Pienso que para este
examen procederíamos adecuadamente de este modo. Así pues, contéstame:
¿dices que hay algún corredor bueno?
Hip. -Sí, ciertamente.
Sóc. -¿Y malo?
Hip. -Sí.
Sóc. -¿No es bueno el que corre bien y malo el que corre mal?
Hip. -Sí.
Sóc. -¿El que corre despacio corre mal y el que corre deprisa corre
bien?
Hip. -Sí.
Sóc. -¿Luego en la carrera y en el correr, la rapidez es lo bueno y la
lentitud lo malo?
Hip. -¿Qué otra cosa va a ser?
Sóc. -¿Quién es mejor corredor, el que corre despacio intencionadamente
o el que lo hace contra su voluntad?
Hip. -El que lo hace intencionadamente.
Sóc. -¿Correr no es hacer algo?
Hip. -Lo es en efecto.
Sóc. -Si es hacer algo, ¿no es también ejecutar algo?
Hip. -Sí.
Sóc. -¿El que corre mal ejecuta esto en la carrera mal y de modo
feo?
Hip. -Mal, con certeza.
Sóc. -¿El que corre lentamente corre mal?
HiP. -Sí.
Sóc. -¿No es cierto que el buen corredor ejecuta esto, que es malo y
feo, intencionadamente, y el mal corredor, involuntariamente?
Hip. -Así parece.
Sóc. -¿Luego en la carrera el que ejecuta cosas mal hechas involuntariamente
es peor que el que las ejecuta voluntariamente?
Hip. -En la carrera, al menos, sí.
Sóc. -¿Y en la lucha? ¿Es mejor luchador el que cae voluntariamente,
o el que cae involuntariamente?
Hip. -El que cae voluntariamente, según parece.
Sóc. -¿Es peor y más feo en la lucha caer, o derribar?
Hip. - Caer.
Sóc. -¿Luego también en la lucha el que ejecuta actos malos y feos
voluntariamente es mejor luchador que el que los ejecuta involuntariamente?
Hip. -Así parece.
Sóc. -¿Y en todos los otros ejercicios del cuerpo? ¿No es cierto que
el mejor respecto al cuerpo es capaz de realizar ambas clases de cosas,
las fuertes y las débiles, las feas y las bellas, de forma que, cuando en
lo que concierne al cuerpo se realizan cosas mal hechas, el mejor respecto
al cuerpo las realiza voluntariamente, y el peor involuntariamente?
Hip. -Parece que es así en lo referente a la fuerza.
Sóc. -¿Y en cuanto a la buena apariencia, Hipias? ¿No es propio del
mejor cuerpo tomar las posturas feas y malas voluntariamente, y es
propio del peor cuerpo tomarlas involuntariamente? ¿Cómo piensas tú?
Hip. - Así.
Sóc. -Luego también la mala apariencia, cuando es voluntaria, proviene
de la perfección del cuerpo, y cuando es involuntaria, proviene de
la imperfección.
Hip. -Así parece.
Sóc. -¿Qué dices respecto a la voz? ¿Cuál dices que es mejor, la que
desentona voluntariamente o la que lo hace involuntariamente?
Hip. -La que desentona voluntariamente.
Sóc. -¿Es inferior la que desentona involuntariamente?
Hip. -Sí.
Sóc. -¿Qué preferirías tener, lo bueno o lo malo?
Hip. -Lo bueno.
Sóc. -¿Preferirías tener unos pies que cojearan voluntariamente, o
involuntariamente?
Hip. -Voluntariamente.
Sóc. -¿No es la cojera un defecto y una mala apariencia?
Hip. - Sí.
Sóc. -¿Y la miopía, no es un defecto de los ojos?
Hip. -Sí.
Sóc. -¿Qué ojos querrías tú poseer y tener contigo, aquellos con los
que voluntariamente ves poco y con estrabismo, o los ojos con los que
esto sucede involuntariamente?
Hip. -Los ojos con los que voluntariamente.
Sóc. -¿Luego consideras tú que los órganos tuyos que trabajan mal
voluntariamente son mejores que los que lo hacen involuntariamente?
Hip. -Sí, son mejores.
Sóc. -Por tanto, una sola afirmación abarca todo esto: no es deseable
poseer, porque son malos, los oídos, las narices, la boca y todos los
órganos de los sentidos que trabajan mal involuntariamente; en cambio,
es deseable poseer, porque son buenos, los que lo hacen voluntariamente.
Hip.-Así me lo parece.
Sóc. -¿Y el uso de qué instrumentos es mejor, el de aquellos con los
que se trabaja mal voluntariamente o el de aquellos con los que se trabaja
mal involuntariamente? Por ejemplo, ¿es mejor un timón con el
que se pilota mal sin quererlo o uno con el que se hace mal queriéndolo?
Hip. -Aquel con el que se hace mal queriéndolo.
Sóc. -¿No son lo mismo un arco, una lira, una flauta y todas las demás
cosas?
Hip. -Dices la verdad.
Sóc. -¿La condición natural de un caballo con el que se cabalga mal
voluntariamente es mejor que la de aquel con el que se hace mal esto
involuntariamente?
Hip. -Seguramente.
Sóc. -Entonces, es mejor.
Hip. -Sí.
Sóc. -Así pues, con un caballo de buena condición se podría intencionadamente
realizar las obras propias de esta buena condición en
sentido contrario; en cambio, con el de mala condición natural se realizan
éstas involuntariamente.
Hip. -Sin duda.
Sóc. -¿No sucede lo mismo con la condición natural del perro y con
la de todos los otros animales?
Hip. -Sí.
Sóc. -¿Y qué, entonces? ¿El alma de un arquero es mejor si yerra el
blanco voluntariamente, o si yerra involuntariamente?
Hip. - Si yerra voluntariamente.
Sóc. -¿Luego es ésta mejor para el tiro al arco?
Hip. - Sí.
Sóc. -¿Entonces, el alma que yerra involuntariamente es peor que la
que yerra voluntariamente?
Hip. -Al menos, en el tiro al arco.
Sóc. -¿Y en la medicina? ¿No es más conocedora de la medicina el
alma que hace mal a los cuerpos voluntariamente?
Hip. -Sí.
Sóc. -Luego, en este arte, ésta es mejor que la que no lo hace voluntariamente.
Hip. -Sí, es mejor.
Sóc. -¿Qué, pues? Del mismo modo lo es la más conocedora del
arte de tocar la cítara y del arte de tocar la flauta; y respecto a todas las
artes y conocimientos, ¿no es mejor la que voluntariamente hace las cosas
mal y torpemente y comete errores, y es peor la que hace esto involuntariamente?
Hip. -Así parece.
Sóc. -Pero, ciertamente, preferiríamos como almas de los esclavos
las que cometen errores y obran mal voluntariamente, más bien que las
que hacen esto involuntariamente, en la idea de que son mejores para
esto.
Hip. -Sí.
Sóc. -Y nuestra propia alma, ¿no quisiéramos que fuera lo mejor
posible?
Hip. -Sí.
Sóc. -¿No es cierto que será mejor, si obra mal y comete errores
voluntariamente, que si lo hace involuntariamente?
Hip. -Sería horrible, Sócrates, que los que obran mal voluntariamente
fueran mejores que los que obran mal contra su voluntad.
Sóc. -Sin embargo, así resulta de lo que hemos dicho.
Hip. -No, ciertamente, para mí.
Sóc. -Yo creía, Hipias, que también te parecía a ti así. Pero respóndeme
de nuevo. ¿No es la justicia una fuerza o una ciencia, o bien lo
uno y lo otro juntos? ¿O no es necesario que la justicia sea una de estas
cosas?
Hip. -Sí es necesario.
Sóc. -¿No es cierto que, si la justicia es una fuerza del alma, el alma
más fuerte es más justa? En efecto, un alma así nos ha resultado ser
mejor, amigo mío.
Hip. -Si.
Sóc. -¿Y si es una ciencia? ¿No es más justa el alma más sabia, y es
menos justa la menos sabia?
Hip. -Así resulta.
Sóc. -¿No es cierto que la más fuerte y la más sabia ha resultado ser
mejor y más capaz de realizar ambas cosas, lo bueno y lo malo, en
cualquier actividad?
Hip. -Sí.
Sóc. -Luego cuando realiza lo feo, lo realiza. voluntariamente por
su fuerza y por su arte; esto parece ser propio de la justicia: o bien lo
bueno y lo malo, o una sola de estas dos cosas.
Hip. -Parece que sí.
Sóc. -Y el cometer injusticia es hacer mal, y no cometerla es hacer
bien.
Hip. -Sí.
Sóc. -¿No es cierto que el alma más fuerte, cuando comete injusticia,
lo hace voluntariamente y la mala, involuntariamente?
Hip. - Así parece.
Sóc. -¿No es un hombre bueno el que tiene un alma buena, y es
malo el que la tiene mala?
Hip. -Sí.
Sóc. -Luego es propio del hombre bueno cometer injusticia voluntariamente
y del malo, hacerlo involuntariamente, si, en efecto, el hombre
bueno tiene un alma buena.
Hip. -Pero, ciertamente, la tiene.
Sóc. -Luego el que comete errores voluntariamente y hace cosas
malas e injustas, Hipias, si este hombre existe, no puede ser otro que el
hombre bueno.
Hi. -No me es posible admitir eso, Sócrates.
Sóc. -Tampoco yo puedo admitirlo, Hipias, pero necesariamente
nos resulta así ahora según nuestro razonamiento. Pero, como decía
antes, yo ando vacilante de un lado a otro respecto a estas cosas y nunca
tengo la misma opinión. Y no es nada extraño que ande vacilante yo y
cualquier otro hombre inexperto. Pero el que también vosotros, los sabios,
vaciléis, esto es ya tremendo para nosotros, que ni siquiera dirigiéndonos
a vosotros vamos a cesar en nuestra vacilación.