El siguiente texto es la traducción corregida del
manuscrito nº 5491 de la Biblioteca de Lyon; fue escrito por Pierre Dujols du
Valois alrededor de 1900.
De Pierre Dujols se ha hecho uno de los posibles
candidatos a la autoría de las obras firmadas con el seudónimo de Fulcanelli. En
cualquier caso, creemos que resulta evidente las diferencias de estilo y de
contenido entre el presente documento y "El Misterio de las Catedrales" o "Las
Moradas Filosofales".
Las opiniones vertidas por Dujols en este trabajo
son discutibles en más de un punto pero sustancialmente correctas y sin duda
bien documentadas. Inevitablemente se desemboca en que la auténtica Caballería
es iniciática y trasciende por tanto en mucho la religiosidad exotérica en
cualquier forma que esta última adopte. Que esto se grabe en la mente de los
muchos que pretenden reducir en nuestros días lo caballeresco a misa y comunión
todos los domingos y algún rosario entre semana.
CABALLERIA
La historia solo ha contemplado la caballería como
una orden militar destinada a librar combates, demostrando no haber comprendido
más que su forma exterior, esto es, el cuerpo físico de la institución. En
realidad, la Caballería era una organización muy completa basada en el ternario
que comprendía cuerpo, alma y espíritu.
El espíritu estaba constituido por un areópago de
altos iniciados, sacerdotes-filósofos herederos de la Sabiduría y de la Ciencia
egipcia de los Magos, de Pitágoras, Platón y los Druidas celtas. Conservaban en
su colegio las tradiciones mistéricas de la antigüedad e imprimían movimiento al
organismo por medio de los trovadores y troveros. Estos, bardos, menestrales,
juglares, constituían el cuerpo medio que servía de lazo entre los dos extremos.
Recibían de lo alto la doctrina y la transmitían hacía abajo, por medio de
poemas y canciones alegóricas, cuyo sentido íntimo escapaba frecuentemente al
auditorio compuesto por gente cubierta de hierro, materia ruda, grosera,
defensora del dogma, que tomaba al pié de la letra las bellas historias de los
poetas y extraía las virtudes y el heroísmo indispensable para la acción secular
que debían realizar los guerreros de la corporación.
Bajo un único aspecto, la Caballería era, pues,
triple. Los historiadores no han retenido más que el envoltorio acorazado. Este
envoltorio tenía necesariamente el color propio del medio en que se
desarrollaba, es decir, la cristiandad. Es una ley natural. Pero el cristianismo
de entonces no es el actual y en todos los casos no ejercía aun más que una
acción muy relativa sobre la sociedad civil. No se pierda de vista que en el
siglo XI la Iglesia experimentaba grandes dificultades para contener el
bandidaje de los tiempos feudales. Europa era un lugar inmenso y poco seguro. La
invasión de los bárbaros había alterado profundamente sus costumbres. La
autoridad eclesiástica imponía a los poderosos barones la "Tregua de Dios", pero
debía dar la parte a estos leones desencadenados, permitiendo que durante tres
días de la semana pudieran ejercer sus nobles rapiñas. La masa no estaba, por
otra parte, penetrada por el fermento teológico de Roma y conservaba las
costumbres, usos y creencias propias del paganismo. Jesucristo no era más que un
dios entre otros, superior sin duda a los dioses del Olimpo a los que había
vencido y destronado, pero incomprendido por los adeptos de la nueva
fé.
Es pues imposible admitir la Caballería como una
creación realmente ortodoxa. Era, más bien, una prolongación de las órdenes
ecuestres griegas y latinas. Todo delata, por lo demás, orígenes extranjeros a
la religión que se extendía progresivamente sobre el país. Lo presente no está
hecho más que del pasado, de la misma forma que el porvenir se compone del
pasado y del presente. No se crea un mundo sólo con una varita mágica. Las cosas
evolucionan lentamente y se suceden por filiación. Luego, con el correr de los
siglos, cambian de rostro. Las generaciones actuales ya no se parecen más a las
generaciones primitivas que las engendran.
Este trabajo de transformación que escapa, a menudo,
a la historia, debe ser analizado por la Filosofía. En este terreno una pléyade
de escritores decepcionados por el artificio de las opiniones convencionales que
han prevalecido hasta nuestros días, han consagrado su labor, estudiando el
trasfondo de las historias, investigando en las ruinas, removiendo el polvo
acumulado durante siglos, han exhumado, para sorpresa de los Pontífices, una
Caballería completamente diferente de aquella de la Tradición.
Estos autores, Ugo Fuscolo, Gabriele Rosetti, E.J.
Delécluze, ("Dante Alighiéri: la vie nouvelle"), Philarète Chasles ("Galileo
Galilei, su vida, su proceso"), Eugene Aroux ("La Comedie de Dante", "Dante
herético", "Clave de la comedia anti-católica de Dante Alighiéri") e incluso
Antony Rhéal, a los cuales conviene asociar Grasset d'Orcet, han arrojado las
más vivas luces sobre este punto oscuro de la vida medieval, y a su claridad nos
será permitido restituir la fisonomía real de la orden caballeresca, de sus
paladines, sus trovadores, sus gestos, cantos, y relatos legendarios que
constituyen el Ciclo del Graal.
La característica de la Caballería, siguiendo los
clásicos, es la galantería, el amor de los paladines por las damas. Las célebres
cortes de amor de Romanin y las leyes que las regían, los juicios y
procedimientos que emanaban serían otras tantas pruebas del espíritu erótico de
la institución. Si se consultan los Pandectos [compilaciones de decisiones de
antiguos jurisconsultos romanos] de estos tribunales singulares, las
dificultades salen a la superficie. Es difícil, e incluso imposible, aceptar la
virtud de estas nobles figuras junto a los rasgos poco honorables que les
golpean y envilecen. ¿Sería pues necesarios admitir que existió un tiempo en que
no teníamos más costumbres y sería justamente este tiempo que se nos propondría
como modelo?
El amor no es siempre una virtud, y se ha dicho de
nuestros caballeros que eran gentes virtuosas. Que se nos expliquen las
articulaciones infamantes de las que las recursos de amor han hecho estado y que
se les concilie, si ello es posible, con el honor conyugal. Estos hombres de
hierro a quienes nada se resistía, ¿hacían en este punto buen mercado de sangre
de una raza de la que se mostraban tan celosos y abandonaban sus lechos a las
peores aventuras?
¿El Amor? Sobre el valor de esta palabra se ha
centrado la atención. El amor caballeresco, devenido un parangón de pureza ¿era
la inclinación vulgar que atrae un sexo hacia el otro? ¿No había, por en
contrario, en este término, una intención mística, ajena al dulce comercio de
los corazones y los sentidos? Tal es la opinión que empieza a prevalecer y que
compartimos. Está apoyada por pruebas pragmáticas.
Rossetti, en primer lugar, ha establecido su
demostración en este sentido en cinco gruesos volúmenes de casi dos mil páginas
tituladas "Il Mistero d'ell Amor platonico del Medio Evo, derivato da Mysteri
antichi". El erudito profesor de literatura italiana, nacido en Grundise, a
pesar de la contradicción entre la verdad y sus sentimientos católicos, se
inclina ante los hechos.
En esta obra monumental, de una erudición histórica
y literaria inmensa, dice Delécluze, el exilado italiano desarrolla el sistema
del amor platónico o alegórico, que hace remontar al origen de los misterios de
Grecia y a la secta de los sufíes de la Arabia.
El autor de "Dante Alighieri y la Poésie amoureuse",
que escapa a toda sospecha por su actitud de distanciamiento hacia los
conflictos, reconoce también que la poesía erótica de los trovadores deriva de
la misma fuente. La encuentra en la gran sacerdotisa de Mantinea, Diotima de
Megara, que habría iniciado a Sócrates en la Religión de Amor. Sócrates habría
admitido a Platón, extendido la Academia y, pasando por Alejandría, haría hecho
su aparición en Italia y Francia con la entrada de los Isíacos y de los
Filósofos en la villa de Roma.
En otros términos, la Religión de Amor sería la
misma que la de las Iniciaciones antiguas.
Pero ¿alcanzó nuestras regiones solo por esta vía?
¿No existía ya entre nosotros un núcleo ardiente del mismo culto?
Grasset d'Orcet, la perspicaz esfinge que ha
resuelto el enigma del Sueño de Polifilo, nos da la explicación de un texto
esteganográfico cuyo sentido había desafiado hasta entonces la sagacidad de los
mejores criptógrafos. "El druida no rinde culto más que al verdadero y único
amor. Es la clave que abre a las almas el cielo y el rey del mundo. Es el
maestro que hizo el sol al cielo y domina como verdadero único señor. El
Francmasón tiene por principio universal la Niebla de la que surge el Principio
de la Verdad reinando en solitario".
Sorprenderá leer aquí el término "francmasón" que
parece un anacronismo en medio de los Filósofos, los Druidas y los caballeros de
la Edad Media. Grasset d'Orcet nos transporta hasta estas épocas. Contempla las
asociaciones de los Arquitectos y Constructores de las catedrales que se
relacionaban verosímilmente con los pontífices paganos, o constructores de
puentes. Nos revela la existencia de una Caballería de la Bruma. Este título
evoca la baja literatura de algunos folletones, corresponde a un principio de
alta metafísica del terreno de la Gnosis. La Bruma de que se trata es lo
incognoscible, el Pater Agnostos de los esoteristas. Es algo tan inaccesible que
los filósofos hermétistas saben bien, pero que no entra en absoluto en nuestro
tema.
"Se notará en este texto -dice Grasset
d'Orcet- la palabra "nephes" (que traduce por bruma tal como lo quiere el
griego). Es el nombre de dos célebres poemas, los Niebelungen y los Nubarrones
de Aristófanes. La Bruma o lo Desconocido, principio universal, era, en efecto,
el gran dios de la francmasonería griega tanto como de la moderna, la nube que
acogía Ixion y que los griegos llamaban gryphé de brumas, con una cabeza de buey
como hieroglifo. Vamos a ver, por lo demás, que esta profesión de fe, que los
francmasones decían tener de los druidas, era exactamente conforme a la de
Platón". Platón decía que el amor es el Dios más antiguo del
mundo.
Grasset d'Orcet ¿se complacía en un error necesario
para su atrevida tesis? ¿Los francmasones contemporáneos que se jactan de
detentar las verdaderas tradiciones, pensarían de manera diferente? Cedámosles
la palabra: "Mostrémonos dignos -escribía el F.·. Bailleul, en un
discurso pronunciado en el G.·. O.·. el 19 de octubre de 1847- de ser los
continuadores de esta venerable institución a través de tantos siglos, desde la
misión mística de nuestro hermano Platón".
El americano MacKey, autor de obras considerables
sobre los orígenes de la masonería, declara haber encontrado en la sede
primitiva de la Academia Platónica de Florencia, fundada en 1480, los frescos
murales originales ilustrados por símbolos pitagóricos. Señalemos de pasada que
los maestros posteriores a Dante, en las ciencia de amor, Ludovico Ariosto,
Petrarca, Torcuato Tasso, Boccacio, Miguel Angel, Gravino y Marsilio Ficino, el
sabio humanista, sacerdote y canónico de la Iglesia de Roma, formaban parte de
ella. Este último nos ha dejado un testimonio escrito de la naturaleza de sus
creencias. Se lee en una de sus obras, especie de "Banquete", esta indicación
singular bajo la pluma de un eclesiástico:
"Que el Espíritu Santo, amor divino que nos ha
sido soplado por Diotima -dice- nos aclare la
inteligencia".
No alude, desde luego, al Paráclito
ortodoxo.
Es cierto que todas las fuentes que proceden más o
menos de algunas camarillas pueden parecer sospechosas o interesadas. ¿Las
rechazará la historia oficial?
M. Henri Martin, autoridad reconocida, relaciona,
por su parte, masonería y caballería con druidismo. Reconoce que el Relato del
Santo Grial es la expresión auténtica. Como veremos más adelante remite la Mesa
Ronda a los misterios griegos. Véase el texto del historiador Henri
Martin:
"En el Titurel, la leyenda del Graal alcanza su
última y espléndida transfiguración bajo la influencia de ideas que Wolfram
parecía haber situado en Francia y particularmente entre los Templarios del
Medio Día de Francia (los albigenses). Un héroe, llamado Titurel, funda un
templo para depositar el Vaso Sagrado y el profeta Merlin dirige esta
construcción misteriosa, iniciado por San José de Arimatea en persona en el
plano del Templo del Salomón. La caballería del Graal se convierte aquí en
Massenie, es decir en una franc-masonería ascética cuyos miembros se denominan
templistas y puede percibirse la intención de relacionar a un centro común,
representado por este templo ideal, la Orden de los Templarios y las numerosas
hermandades de constructores que renovaron la arquitectura medieval. Se perciben
aperturas sobre lo que se podría llamar historia subterránea de estos tiempos,
mucho más compleja de lo que se suele creer".
Grasset d'Orcet, que parece haber removido montañas
de libros desde este punto de vista, nos asegura "que el número de obras que
tratan sobre la antigua masonería es prodigioso y no solo prodigioso por la
variedad de las formas, sino que incluso hasta la orden de los jesuitas aportó
su contingente, e incluso uno de sus análisis más completos, es la obra del
jesuita (Villalpando) sobre el Templo de Salomón".
Que la caballería de la Edad Media proceda de las
iniciaciones griegas o druídicas no parece discutible. Pero en el caso de que
derivara de una formación céltica, podría llevar mucho más allá. Arturo, el
Rey-Caballero y el "penteyrn" de los Bretones, pretendía extraer su origen de
Troya y su genealogía de Ascanio, hijo de Eneas el Iniciado. Funda la Orden de
la Tabla Redonda sobre tradiciones antiguas.
El punto de partida de la institución se pierde pues
en la noche de los tiempos, pero la evidencia impone que las asociaciones
caballerescas eran ajenas a la doctrina cristiana, incluso las que se hubieron
revestido por la fuerza de las cosas la librea de la Iglesia reinante. Y aun
formularíamos la más expresa reserva respecto al dogma cristiano.
No volveremos a insistir. Parece bien demostrado que
la caballería es una orden mistérica, prolongación de Menfis, Tebas y Grecia. El
docto Goerres convino que formaba una amplia sociedad secreta e identificaba
todos sus ritos con los misterios paganos. La caballería ha venido a morir en
las logias masónicas de nuestros días, donde se encuentra una profusión de
títulos caballerescos que decoran a los Hermanos cuya ignorancia vanidosa
recuerda al asno de la fábula, portador de reliquias. Henri Marin escribe:
"Lo curioso, y de lo que no puede dudarse en absoluto, es que la
franc-masonería moderna no se remonta de escalón en escalón hasta la maseníe del
Santo Grial".
El Grial es la clave del misterio caballeresco. Es
la máscara cristiana de la fe antigua, el Palladium del orden que lo sitúa al
abrigo de la sospecha de herejía. El Grial de las leyendas de la Tabla Redonda
es, para el profano y la iglesia celosa, el Santo Vaso en el cual Jesús ha
celebrado la última cena antes de su muerte e instituido el sacramento de la
eucaristía. En realidad, para los adeptos, era otra cosa, o más bien, el símbolo
espiritual del arcano materializado por Roma. La palabra Graal ha puesto en
apuros a los etimologistas. Diez se ha aproximado a la raíz haciendo derivar
esta última del griego crater que, dice, había podido convertirse en
cratale. En efecto, la crátera -palabra que ha entrado en nuestra
lengua- designa a una gran copa.
Pero esta cosa -la Coupa Santa que cantan aun
nuestros felibres albigenses y caballeros del Graal sin saberlo, es el vaso
pagano del fuego sagrado. Camile Duteil, antiguo conservador del Louvre, sección
egiptológica, sin sospechar que había encontrado el Graal de la Tabla Redonda,
nos revela en la página 143 de su inestimable "Diccionario de Hieróglifos" que
los egipcios llamaban gradal a un vaso en terracota en el cual se
conservaba el fuego en los templos. El provenzal, sobre todo el languedoquiano
montañés, menos corrompido, llama grasal un cierto vaso. A propósito de
esto cabe recordar que los caballeros continuadores de los ritos egipcios
hablaban y escribían en provenzal. Esta palabra ha pasado a la lengua de los
trovadores. El gardal, en escritura hieroglífica, añade este autor,
expresa la idea del fuego (el continente por el contenido). Serapis llevaba el
gardal sobre la cabeza. Las vírgenes consagradas de los templos de Menfis
colocaban el gardal sobre el altar de Ptha, como el emblema del fuego
eterno que perpetúa la vida en el universo. El Igne Natura Renovatur
Integra de los Rosa Cruces, en nuestra opinión, es una traducción fonética
de este símbolo, que la caballería guardaba cuidadosamente bajo la vela. Todos
los antiguos veneraban esta figura. El Templo de Vesta en Roma fue una de las
últimas expresiones. Pero ?podría afirmarse que la alegoría ha desaparecido
completamente? La lámpara que arde perpetuamente ante el Santo Sacramento en los
santuarios católicos es un recuerdo del gardal egipcio y no es único. Un
día demostraremos que el catolicismo es la única religión que ha conservado en
la liturgia la verdadera tradición de los mistagogos orientales.
El gardal se ha convertido, por contracción,
en Grâal, con un acento circunflejo, luego el Graal se escribió
sin tener en cuenta el signo de la contracción.
La leyenda cristiana de la que se recubrió este
arcano, el patronazgo de José de Arimatea [N-O de Jerusalén] que había ofrecido
sepulcro al Salvador, cubrían suficientemente los orígenes sospechosos de este
rito. Es cierto que toda la iglesia cristiana reposa sobre el mismo fundamento,
pero éste, materializando el símbolo, no expone mas que el exoterismo a los
fieles mientras que la caballería revela el esoterismo. Por lo demás no sería
difícil establecer que el nombre de las personas que evolucionan en torno al
Graal no tienen nada de hebraico; José de Arimatea tiene resonancias griegas.
Arimathía se ha formado, verosímilmente, de airemathesis, ciencia de la
demostración. El radical air del verbo aireiio, demostrar, nos da
el airetist, herético. Tal era un título de maestría o un sobrenombre
iniciático. Así, los Compagnons modernos se llaman aun con ciertos vocablos:
X-la clave de Corazones, Agrícola Perdiguier era llamado "Aviñonés la Virtud"".
Arimathía era una palabra propia para encubrir el cambio a los jefes de la
iglesia temporal que no veían más que el arimathaïn de Palestina.
Titurel, el fundador del Templo del Graal, es aun un nombre extraído de
titrain que significa horadar, agujerear. Corresponde a Perceval,
Parsifal, Perceforest que son una traducción manifiesta de Titurel. Estas
apreciaciones añaden peso a la opinión de los escritores que hemos
mencionado.
Sería superfluo insistir en una exposición sumaria
de la historia secreta de la Caballería. Por lo demás, la prueba de los orígenes
mistéricos de la Caballería ha sido hecha con una amplitud impresionante por un
hombre de gran cultura y amplio espíritu, Eugene Aroux, amigo del historiador
clerical Cesare Cantu y traductor de su "Historia Universal". Eugene Aroux ha
consagrado a esta demostración una serie de obras de gran erudición que
enumeramos por fecha de aparición: "Dante herético, revolucionario y
socialista", "La comedia de Dante traducida en verso según la letra y comentada
según el espíritu", "El Paraíso de Dante iluminado en Giorno", "Desenlace
masónico de la comedia albigense", "Pruebas de herejía de Dante, especialmente
respecto a una fusión operada hacia 1312 entre la Massenie albigense, el Temple
y los Gibelinos para constituir la Francmasonería", "Clave de la comedia
anticatárica de Dante", "La herejía de Dante demostrada por Francesco de Rimini.
Ojeada sobre los relatos del Santo Graal", "La clave de la Lengua de los Fieles
de Amor" y "Los misterios de la caballería y del amor platónico en la Edad
Media".
El autor de este trabajo propio de un benedictino
sacrifica una parte de su fortuna y toda su existencia para hacer prevalecer
históricamente en la iglesia y las universidades el hecho patente e irrefutable
de que Dante fue un hierofante de la Massenie caballeresca y el fundador de la
Masonería moderna. Esta opinión es aceptable al menos en sus grandes líneas,
pues el fondo hermético de la institución caballeresca ha escapado a las
investigaciones de Eugène Aroux, insuficientemente instruido en las cosas de lo
oculto.
El punto de vista de Aroux difiere sensiblemente del
nuestro. Nosotros trataremos de encontrar un medio de conciliación pues no
comporta ninguna incompatibilidad absoluta.
"Había realmente -dice- en la civilización
del mediodía como en la del norte, menos avanzada, y no podía haber más que una
sola caballería. Era puramente feudal y en absoluto amorosa. La de los Tristán,
los Lancelot du Lac, Amadis, Galaor, no ha existido más que en las novelas y en
las asambleas secretas de la Massenie albigense".
Esta tradición de buenos caballeros errantes y
amorosos dispuestos a romper una lanza para el triunfo del honor y del buen
derecho no reposaría más que sobre una ficción mistagógica y no habría tenido
vigor más que en reducidos subterráneos, numerosos en verdad, pero muy distante
de las altas mansiones y fieros castillos colgados sobre las cimas muy elevadas?
Eugene Aroux cae aquí en un lamentable error. Confunde nobleza y caballería. Las
dos cosas pueden combinarse, pero no son de la misma naturaleza. Cuando nos
habla de una caballería feudal y de un caballería amorosa muestra una
inconsecuencia singular en un hombre tan advertido.
Aroux se equivoca. No hay más que una caballería; la
de los misterios. Todos los nobles, incluso los más grandes feudatarios no eran
admitidos. El título de caballero era buscado como el mayor honor que haya
podido obtener un hombre sobre la tierra y se le consideraba la coronación de la
nobleza. Esta dignidad era incluso negada a los reyes. Algunos monarcas la
adquirieron, ciertamente, en una época de decadencia donde la caballería no era
más que una palabra hueca, cuyo sentido se había perdido. Fue a este título
profano como Napoleón o Luis XVIII pudieron ser recibidos como
masones.
El título de caballero no se concedía en absoluto a
la ligera. Era preciso superar ciertas pruebas. Apenas podemos imaginar que
estas pruebas se limitaran a rudas estocadas o proezas de bravura. Se trataba de
otra cosa. Para ser armado caballero era preciso ser hombre de bien en toda la
aceptación del término, renunciar a la vida de rapiña de los barones errantes y
proteger a la viuda y al huérfano, en una palabra estar regenerado y nacido para
una vida nueva. La Iglesia, en el siglo XI no podía más que oponer una débil
barrera a las depredaciones de los grandes señores y no pudo en absoluto ejercer
suficiente influencia para que se pudiera cambiar las costumbres
feudales.
Era preciso para una obra tan considerable una leva
más poderosa que la fuerza del clero sobre los elementos temporales. No negamos
absolutamente a la Iglesia romana una acción moral que sería injusto negar. Pero
la caballería, aunque se haya desarrollado bajo su patronazgo, era algo más que
un hábil maquillaje, un señuelo de la potencia de los papas.
Para comprender lo que la Iglesia oficial era, basta
leer la horrible pintura que traza Pierre Damien. Jamás se vio semejante
estructura de podredumbre. ¿Es posible considerar a un clero envilecido hasta
ese punto como instigador del movimiento caballeresco?
Una objeción se plantea: en sus buenos tiempos la
caballería no era hereditaria mientras que la nobleza de raza si lo era. Este
rasgo distintivo muestra que la caballería consagraba una evolución moral
completamente personalizada. Aroux estaba en este punto equivocado y lo que ha
creado este malentendido en su espíritu deriva de la consideración de un hecho
puramente administrativo: había en la nobleza una organización militar ecuestre,
ya que se combatía entonces a caballo. Pero estos caballeros eran gentes de a
caballo que llevaban la espada de la fuerza y no la de la lealtad. Nunca la
historia probará que los caballeros hayan sido armados caballeros por una
investidura regular. El título de caballero, causa de este error, es una pura
homofonía sin consecuencias extraída de la palabra caballo. La caballería
legendaria exigía un período de prueba muy fuerte.
Originariamente duraba veintiún años. Era conferido
por medio de un ceremonial simbólico que sorprendía al menos avisado. Los
padrinos o jurados eran indispensables y no comparsas de mera forma. El
candidato pasaba primeramente por baños frecuentes, luego permanecía varias
noches en una capilla oscura sin luz. Era la "noche de la tumba" en la cual el
hombre viejo iba a ser inhumado y luego entrar en putrefacción para resucitar a
una vida nueva (la Vita Nuova de Dante). Luego reaparecía con el día, vestido de
blanco para testimoniar la resurrección moral. Entonces realizaba los ritos de
la religión oficial. Tras este deber recibía la espada, la del buen combate, y
se procedía a vestirlo. Un discurso iniciático acompañaba cada pieza de la
armadura que morada en alguna parte del recipiendarios en los deberes de su
cargo. M. Roy, en un pequeño libro, impreso por Marne, ha recogido algunas de
las locuciones pronunciadas para la circunstancia. La intención esotérica es
manifiesta: la armadura no es más que una alegoría. Todos los saberes profanos
ignoraban el sentido filosófico de estos ritos.
Fauriet, en su "Curso de Literatura Provenzal",
reconocía con la mayor perplejidad, que la caballería reclutaba en la pequeña
nobleza, viviendo al abrigo de los desvíos criminales de la nobleza de pro:
"Estos hombres que asumían el amor de forma tan exaltada no eran ni grandes
barones ni poderosos feudatarios. Eran, en su mayor parte, pobres caballeros sin
feudos (el autor habla aquí la lengua de la nobleza actual para la cual el
título de caballero es el más bajo en la jerarquía). El mayor número
pertenecía a las filas inferiores de la feudalidad y varios son citados
expresamente por su gran pobreza".
¿Cómo es que la iglesia no se alertase ante la
superchería? En realidad, "muchos conventos, tanto de hombres como de
mujeres, había sido invadidos por la herejía" dice Aroux. Aidre Tieberg en
su excelente obra sobre la Ruta Social señala algunos monasterios de Champagne
que, en la Edad Media, celebraban ritos simbólicos de la Masonería. Terminaron
por desaparecer a continuación y con razón.
No, la caballería, de la que Europa se honra y
glorifica, ha tenido mucho espacio en la vida real para que se le pueda reducir
a algo puramente alegórico. La caballería se inspiraba en principios muy
elevados para no ser más que una institución guerrera, pues incluso lo que Aroux
considera como heráldica, testimonia las más nobles aspiraciones.
En nuestra opinión la emanación de las altas
personalidades de aquel tiempo, profesaban el cristianismo filosófico. Si era de
otra forma y si era necesarios confundir caballería con los albigenses, el
catarismo y los valdenses, convendría ir más allá hasta el final de la lógica y
decir que todos los miembros de estas sectas eran caballeros.
Por nuestra parte rechazamos reconocer vínculos de
familia con la caballería; ésta ocupaba el piso superior a la herejía asumida
por el pueblo y dirigida por un sacerdocio de la misma condición. En lugar de
los trovadores portadores de buenas palabras, los mandantes tenían buhoneros,
mercaderes, peregrinos y saltimbanquis. Esto se desprende necesariamente de la
influencia regeneradora de la casta superior, pero aunque profesaran íntimamente
la misma doctrina, lo hacían de manera diferente.
Hacemos las mismas reservas en lo que respecta al
cristianismo de los caballeros. Pensamos que cuando la iglesia practica con el
poder temporal y da a los fieles la carne material de Cristo como único
alimento, los hierofantes del cristianismo filosófico, para preservar de la
ruina que amenazaba la Religión de la sabiduría, suscitaron el movimiento
caballeresco para reaccionar sobre las altas clases y seguir el dogma de los
antiguos misterios que es el alimento del alma por la ciencia.
Tras haber superado en una sola y única obra la
caballería que Aroux había cortado en dos, creemos útil reproducir algunas
páginas muy instructivas de los Misterios de la caballería de este autor, la
Massenie del Santo Graal y las cortes de amor.
Göerres hace un estudio comparativo de las
iniciaciones en los misterios y de la antigua caballería. Un extracto de este
trabajo debería tener lugar. ¿Podría usted procurármelo? Este documento viene en
apoyo de mi tesis contra la de Aroux. Sería interesante y documentaría más
seriamente este trabajo.
Fuente: http://www.masoneriacristiana.net/2012/09/caballeria-texto-inedito-de-pierre.html