martes, 6 de septiembre de 2011

RENÉ GUENON, SALVACIÓN Y LIBERACIÓN




Hemos comprobado recientemente, no sin algún asombro, que algunos de nuestros lectores todavía encuentran alguna dificultad para comprender la diferencia esencial que existe entre la salvación y la Liberación; no obstante ya nos hemos explicado bastantes veces sobre esta cuestión, que por lo demás no debería en suma presentar ninguna oscuridad para cualquiera que posea la noción de los estados múltiples del ser y, ante todo, la de la distinción fundamental entre el "yo" y el "Sí" (1). Nos es preciso entonces volver sobre ello para disipar definitivamente todo posible error y no dejar lugar a ninguna objeción.


En las presentes condiciones de la humanidad terrestre, es evidente que la gran mayoría de los hombres no son en absoluto capaces de sobrepasar los límites de la condición individual, sea durante el transcurso de su vida, sea dejando este mundo tras la muerte corporal, que en sí misma no podría cambiar en nada el nivel espiritual en que se encuentran en el momento en que ésta sobreviene (2). Desde el momento en que esto es así, el exoterismo, entendido en su más amplia acepción, es decir, la parte de toda tradición que se dirige indistintamente a todos, no les puede proponer sino una finalidad de orden puramente individual, puesto que cualquier otra sería completamente inaccesible para la mayoría de los adherentes a esa tradición, y es precisamente esta finalidad lo que constituye la salvación.


Ni que decir tiene que se está muy lejos con esto de la realización efectiva de un estado supraindividual, aunque todavía condicionado, sin hablar ya de la Liberación, que, siendo la obtención del estado supremo e incondicionado, no tiene verdaderamente ninguna medida en común con un estado condicionado cualquiera (3). Añadiremos a continuación que, si "el Paraíso es una prisión" para algunos, tal como anteriormente hemos dicho, es justamente porque el ser que se encuentra en el estado que éste representa, es decir, quien ha alcanzado la salvación, está aún encerrado, e incluso por una duración indefinida, en las limitaciones que definen la individualidad humana; esta condición no podría ser en efecto sino un estado de "privación" para aquellos que aspiran a estar liberados de estas limitaciones y cuyo grado de desarrollo espiritual les hace efectivamente capaces de ello en su vida terrestre, aunque, naturalmente, los demás, desde el momento en que no poseen actualmente en sí mismos la posibilidad de ir más allá, no puedan en modo alguno sentir esta "privación" como tal.


Se podría entonces plantear esta cuestión: a pesar de que los seres que se encuentran en este estado no son conscientes de lo que de imperfecto tiene en relación con los estados superiores, esta imperfección no por ello deja de existir; ¿qué ventaja hay entonces en mantenerles así indefinidamente, ya que es éste el resultado en el que deben desembocar normalmente las prescripciones tradicionales de orden exotérico? La verdad es que hay una muy grande, pues, estando fijados en las prolongaciones del estado humano en tanto que este mismo estado subsista en la manifestación, lo que equivale a la perpetuidad o a la indefinidad temporal, estos seres no podrán pasar a otro estado individual, lo cual sería sin esto necesariamente la única posibilidad abierta ante ellos; pero entonces, ¿por qué razón esta continuación del estado humano es, en este caso, una condición más favorable de lo que lo sería el paso a otro estado?


Es necesario hacer intervenir aquí la consideración de la posición central ocupada por el hombre en el grado de existencia al cual pertenece, mientras que todos los demás seres se encuentran en una situación más o menos periférica, resultando directamente la superioridad o la inferioridad específica de unos con respecto a otros de su mayor o menor alejamiento del centro, en razón del cual participan en una medida diferente, aunque siempre de una forma solamente parcial, en las posibilidades que no pueden expresarse completamente sino en y por el hombre. Ahora bien, cuando un ser debe pasar a un estado individual distinto, nada puede garantizarle que encontrará una posición central, relativamente a las posibilidades de ese estado, como la que ocupaba en éste en tanto que hombre, e incluso existe por el contrario una probabilidad incomparablemente mayor de que se encuentre con alguna de las innumerables condiciones periféricas semejantes a lo que en nuestro mundo son las de los animales o incluso los vegetales; se puede comprender inmediatamente cómo estaría en grave desventaja, especialmente desde el punto de vista de las posibilidades de desarrollo espiritual, y ello incluso aunque ese nuevo estado, considerado en su conjunto, constituyera, como es normal suponer, un grado de existencia superior al nuestro. Por esta razón algunos textos orientales dicen que "el nacimiento humano es difícil de obtener", lo que, por supuesto, se aplica igualmente a lo que le corresponda en todo otro estado individual; y es también la verdadera razón por la cual las doctrinas exotéricas presentan como una eventualidad temible e incluso siniestra la "segunda muerte", es decir, la disolución de los elementos psíquicos mediante la cual el ser, dejando de pertenecer al estado humano, debe necesariamente tomar nacimiento en otro estado. Sería de forma distinta, y en realidad sería incluso todo lo contrario, si esta "segunda muerte" diera acceso a un estado supra-individual; pero esto no es asunto del exoterismo, que ni puede ni debe ocuparse más que de lo que se refiere al caso más general, mientras que los casos excepcionales son precisamente lo que da la razón de ser al esoterismo. El hombre ordinario, que no puede actualmente alcanzar un estado supra-individual, podrá al menos, si obtiene la salvación, llegar al fin del ciclo humano; escapará entonces del peligro del cual acabamos de hablar, y no perderá los beneficios de su nacimiento humano, aunque los mantendrá por el contrario definitivamente, pues quien dice salvación dice por ello conservación, y es esto lo que esencialmente importa en semejante caso, pues es por ello, y solamente por ello, que la salvación puede ser considerada como aproximando al ser a su destino último, o como constituyendo en cierto sentido, y por impropia que sea tal manera de hablar, un camino hacia la Liberación.

Por otra parte, debe tenerse cuidado de no dejarse inducir al error por ciertas similitudes aparentes de expresión, pues los mismos términos pueden recibir numerosas acepciones y ser aplicados en muy diferentes niveles, según se trate del dominio exotérico o del dominio esotérico. Así, cuando los místicos hablan de "unión con Dios", lo que entienden con ello no es ciertamente en modo alguno asimilable al Yoga; y esta indicación es particularmente importante, porque algunos quizá estarían tentados de decir: ¿cómo podría haber para un ser una finalidad más alta que la unión con Dios? Todo depende del sentido en el que se tome la palabra "unión"; en realidad, los místicos, como todos los demás exoteristas, jamás se han preocupado de nada más que de la salvación, aunque a lo que apunten sea, si se quiere, una modalidad superior de salvación, pues sería inconcebible que no hubiera también una jerarquía entre los seres "salvados". En todo caso, la unión mística, dejando subsistir a la individualidad como tal, no puede ser sino una unión exterior y relativa, y es evidente que los místicos jamás han concebido siquiera la posibilidad de la Identidad Suprema; se detienen en la "visión", y toda la extensión de los mundos angélicos les separa aún de la Liberación.


NOTAS

(1). Otra comprobación que, a decir verdad, es mucho menos sorprendente para nosotros, es la de la obstinada incomprehensión de los orientalistas tanto a este respecto como en muchos otros; hemos visto en los últimos tiempos un ejemplo muy curioso: en una reseña de L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, uno de ellos, respondiendo con un mal humor no disimulado a las críticas que habíamos formulado contra sus colegas, menciona como algo particularmente chocante lo que habíamos dicho de "la confusión constantemente cometida entre la salvación y la Liberación", y parece indignado de que hayamos reprochado a tal indianista el haber "traducido Moksha por salvación en todas sus obras, sin parecer siquiera dudar de la simple posibilidad de una inexactitud en tal asimilación"; evidentemente, es del todo inconcebible para él que Moksha pueda ser otra cosa que la salvación. Aparte de ello, lo que verdaderamente es divertido es que el autor de esta reseña "lamenta" que no hayamos adoptado la transcripción orientalista, cuando la verdad es que hemos indicado de forma expresa las razones de ello, y también que no hayamos ofrecido una bibliografía de obras orientalistas, como si éstas debieran ser "autoridades" para nosotros, y como si, desde el punto de vista en que nos situamos, no tuviéramos el derecho de ignorarlas pura y simplemente; tales indicaciones dan la justa medida de la comprensión de ciertas personas.
(2). Muchas personas parecen imaginar que el simple hecho de la muerte puede bastar para proporcionar a un hombre cualidades intelectuales o espirituales que en modo alguno poseía en vida; es ésta una extraña ilusión, y no vemos las razones que se podrían evocar para darle la menor apariencia de justificación.

(3). Precisemos de pasada que, si hemos adquirido la costumbre de escribir "salvación" con minúscula y "Liberación" con mayúscula, es, igual que cuando escribimos "yo" y "Sí", para marcar claramente que una es de orden individual y la otra de orden trascendente; esta observación tiene como objetivo evitar que se nos quieran atribuir intenciones que no son en absoluto las nuestras, como la de despreciar en cierto modo la salvación, mientras que se trata únicamente de situarlas tan exactamente como sea posible en el lugar que de hecho les pertenece en la realidad total.


Publicado en "Etudes Traditionnelles", enero-febrero de 1950.