LA HIDRA DE LERMA
Cada testa enhiesta y babeante representa a las fuerzas oscuras y poderosas que interpenetran y ahogan al mundo, las que renacen, una y otra vez, nutridas por el erróneo actuar de los hombres, que se enredan, desorientan y trastabillan en los grilletes de sus propias limitaciones.
Hércules y su amigo Iolas desafían a la bestia. La broncínea y pesada espada del titán ejecuta vertiginosos molinetes y las cabezas caen y se deshacen en el suelo rocoso, para renacer duplicadas en los cuellos cercenados.
Iolas, provisto de una tea de fulgurante fuego Iniciático, chamusca los cuellos mutilados, en tanto son cortados, para evitar el resurgimiento de cabezas en progresión geométrica. Así, la portentosa serpiente es finalmente abatida.
Iolas, el camarada de Hércules, representa a la Luz de Oriente que con su toque, transmuta el mal en bien.
En este relato, cada deseo escondido y torvo representa una monstruosa cabeza que debe ser cercenada de raíz, mediante la absorción mercurial, y la posterior formación del oro secreto de los Filósofos.
Al situarse perseverante en lo intrínsecamente benéfico, el buscador de la Verdad acumulará en sí potente energía interna, que no será vampirizada por las cabezas de hidra, las que, a su vez, privadas de su nutrición malsana, podrán ser extirpadas.
Antes que se conozca la luz no hay un verdadero y real conocimiento de la oscuridad, y cuando se está en la obscuridad se desconoce cual ha de ser el comienzo de la verdadera Luz.
De similar dureza es el proceso que el hombre debe librar para desarraigarse de la pétrea y falsa piel que envuelve a sus sentidos.
Otros mitos y leyendas aseveran que la Naturaleza es un pulimentado espejo de dos caras. Una facie refleja lo exclusivamente material, la otra, lo enaltecido.
Todo pensamiento profano, o cabeza de hidra, arrastra a la contemplación exclusiva de la superficie que refleja a la materia sin espíritu, para forzar al caminante a nutrirse de piltrafas, ignorándose la otra luna, que proyecta la refulgencia del principio de Luz y Sabiduría.
Si se desconoce el proceso Iniciático y liberador, ha de ser la fuerza descontrolada la que imponga su impronta o sello en las funciones físicas, emocionales y mentales de la personalidad, centrando todo el quehacer de la maquina humana, en la persecución de lo ilusorio y destructor. Tal situación dará origen al brote de innúmeras cabezas de Hidra, y cuando, careciendo de la Luz de Iolas o Alkahest, se trate de destruir tan sólo una de ellas, tal será su poder hacia el mal que renacerá doblada y con mayor peligrosidad.
Desde siempre se ha reconocido que el hombre cultiva aceradas cadenas que atenazan su mente y corazón, y quien así esté aherrojado permanecerá esclavo, aunque sea rey.
Para desarraigar estas tendencias altamente negativas, es menester admitir que ellas se han adueñado de nuestra personalidad, y, con ello, hacerla aflorar a la superficie para enfrentarla y quitarle la fuerza que graciosamente le hemos entregado, y destruirla.
No todos los seres tienen la misma disposición y tesón para encausarse hacia lo elevado y, por otra parte, lo que es benéfico y propicio para unos, no lo es para otros. Por ello, toda enseñanza, toda iniciación es meramente virtual, y quienes carezcan de interés permanecerán adormidos, y no se nutrirán de ella quienes, con separatividad y egoísmo, las cultivan, sin compartir lo aprendido con sus hermanos preparados para recibirla.
El sincero buscador de verdad, incursionará en su mente y evidenciará que su quehacer cotidiano es dirigido por principios alternadamente ciertos y alternadamente falsos; conocerá con detalle a cada una de las intenciones que bullen dentro de él, conocerá con minucia cada impulso y acción gestados en su mundo interior.
Entenderá que si permite que sus bajos sentidos dirijan su mente, su pensar menguará en claridad y claudicará en acciones obscurecidas y, entonces, cada cabeza de Hidra, o pensamiento entenebrecido, irá desmedrando su fuerza hasta convertirlo en un muñeco mecánico de poderosa fachada.
Destruir las cabezas de la Hidra del Lerna equivale a comprometerse a cercenar la cabeza de todo pensamiento innoble, aplastándolo con una dialéctica que se fundamente en el adecuado opuesto iluminador.
Hércules y su amigo Iolas desafían a la bestia. La broncínea y pesada espada del titán ejecuta vertiginosos molinetes y las cabezas caen y se deshacen en el suelo rocoso, para renacer duplicadas en los cuellos cercenados.
Iolas, provisto de una tea de fulgurante fuego Iniciático, chamusca los cuellos mutilados, en tanto son cortados, para evitar el resurgimiento de cabezas en progresión geométrica. Así, la portentosa serpiente es finalmente abatida.
Iolas, el camarada de Hércules, representa a la Luz de Oriente que con su toque, transmuta el mal en bien.
En este relato, cada deseo escondido y torvo representa una monstruosa cabeza que debe ser cercenada de raíz, mediante la absorción mercurial, y la posterior formación del oro secreto de los Filósofos.
Al situarse perseverante en lo intrínsecamente benéfico, el buscador de la Verdad acumulará en sí potente energía interna, que no será vampirizada por las cabezas de hidra, las que, a su vez, privadas de su nutrición malsana, podrán ser extirpadas.
Antes que se conozca la luz no hay un verdadero y real conocimiento de la oscuridad, y cuando se está en la obscuridad se desconoce cual ha de ser el comienzo de la verdadera Luz.
De similar dureza es el proceso que el hombre debe librar para desarraigarse de la pétrea y falsa piel que envuelve a sus sentidos.
Otros mitos y leyendas aseveran que la Naturaleza es un pulimentado espejo de dos caras. Una facie refleja lo exclusivamente material, la otra, lo enaltecido.
Todo pensamiento profano, o cabeza de hidra, arrastra a la contemplación exclusiva de la superficie que refleja a la materia sin espíritu, para forzar al caminante a nutrirse de piltrafas, ignorándose la otra luna, que proyecta la refulgencia del principio de Luz y Sabiduría.
Si se desconoce el proceso Iniciático y liberador, ha de ser la fuerza descontrolada la que imponga su impronta o sello en las funciones físicas, emocionales y mentales de la personalidad, centrando todo el quehacer de la maquina humana, en la persecución de lo ilusorio y destructor. Tal situación dará origen al brote de innúmeras cabezas de Hidra, y cuando, careciendo de la Luz de Iolas o Alkahest, se trate de destruir tan sólo una de ellas, tal será su poder hacia el mal que renacerá doblada y con mayor peligrosidad.
Desde siempre se ha reconocido que el hombre cultiva aceradas cadenas que atenazan su mente y corazón, y quien así esté aherrojado permanecerá esclavo, aunque sea rey.
Para desarraigar estas tendencias altamente negativas, es menester admitir que ellas se han adueñado de nuestra personalidad, y, con ello, hacerla aflorar a la superficie para enfrentarla y quitarle la fuerza que graciosamente le hemos entregado, y destruirla.
No todos los seres tienen la misma disposición y tesón para encausarse hacia lo elevado y, por otra parte, lo que es benéfico y propicio para unos, no lo es para otros. Por ello, toda enseñanza, toda iniciación es meramente virtual, y quienes carezcan de interés permanecerán adormidos, y no se nutrirán de ella quienes, con separatividad y egoísmo, las cultivan, sin compartir lo aprendido con sus hermanos preparados para recibirla.
El sincero buscador de verdad, incursionará en su mente y evidenciará que su quehacer cotidiano es dirigido por principios alternadamente ciertos y alternadamente falsos; conocerá con detalle a cada una de las intenciones que bullen dentro de él, conocerá con minucia cada impulso y acción gestados en su mundo interior.
Entenderá que si permite que sus bajos sentidos dirijan su mente, su pensar menguará en claridad y claudicará en acciones obscurecidas y, entonces, cada cabeza de Hidra, o pensamiento entenebrecido, irá desmedrando su fuerza hasta convertirlo en un muñeco mecánico de poderosa fachada.
Destruir las cabezas de la Hidra del Lerna equivale a comprometerse a cercenar la cabeza de todo pensamiento innoble, aplastándolo con una dialéctica que se fundamente en el adecuado opuesto iluminador.
Fuente: Apiano León de Valiente