lunes, 29 de agosto de 2011

SOBRE EL SIMBOLISMO CONSTRUCTIVO - I PARTE


 
 
MIGUEL A. AGUIRRE
 
Antes de empezar ahora a tratar propiamente sobre el simbolismo constructivo, y dado que el objeto de los estudios de este Centro es el símbolo, vamos a exponer primero algunos conceptos fundamentales de todo simbolismo que aunque ya hayan sido expuestos en otras ocasiones en este Centro de Estudios, la inagotabilidad del tema, y sus múltiples facetas, permiten volver sobre ello. Para lo cual tomaremos prestados algunos textos de autores contemporáneos, que han seguido la tradición dándola a conocer en sus obras. A esos textos les acompañaremos con algunos comentarios e imágenes que puedan también sugerirnos los conceptos e ideas ahí expuestos. Lo haremos así porque la tradición, bajo todas sus formas, se expresa mediante el lenguaje de los símbolos, y, por consiguiente, éste es el lenguaje que han empleado estos autores, quienes, en la medida que la tradición puede ser expuesta mediante las lenguas vulgares modernas y teniendo en cuenta la condición de la época actual, han trabajado teniendo presente estos dos factores en darla a conocer. Pues mientras las lenguas sagradas, aquellas mediante las que se ha presentado la tradición en la antigüedad, tienen alfabetos que son verdaderos símbolos, que encierran en sí un conjunto de ideas necesarias para su conocimiento, las lenguas vulgares actuales carecen de ello y por lo tanto presentan mayor dificultad para hacerlo. También procuraremos, en la medida que seamos capaces, dar algunos indicios sobre el sentido de ciertos términos que vayan saliendo y cuyo significado pueda sernos desconocido o se los interprete hoy día de manera tergiversada, incluso invirtiendo su sentido, pues tratarlos como se requeriría nos alejaría del propósito de esta exposición.
Empecemos con un texto, de Apreciaciones sobre la Iniciación, cap. XVIII "Simbolismo y filosofía", de René Guénon, en donde se dice:
"Toda imagen, visual o de cualquier otro tipo, que es tomada para representar una idea, para expresarla o sugerirla de cualquier manera y en el grado que sea, es un símbolo de esa idea, pues el principio del simbolismo, en todos los casos, se basa siempre en la relación de analogía y correspondencia entre la idea que se trata de expresar y la imagen, gráfica, verbal u otra, mediante la que se expresa. Se podría incluso, en lugar de hablar de una idea y de una imagen, hablar más en general de dos realidades cualesquiera, de órdenes diferentes, entre las cuales existe una correspondencia que tiene su fundamento a la vez en la naturaleza de una y de la otra: en estas condiciones, una realidad de un cierto orden puede estar representada por otra realidad de otro orden, y ésta es entonces un símbolo de aquella. Por consiguiente, en virtud de esta correspondencia que existe entre todos los órdenes de realidad, que los liga uno a otro, y que es el verdadero fundamento del simbolismo, la naturaleza entera, es decir el orden natural tomado en su conjunto, no es sino un símbolo de las verdades sobrenaturales, o metafísicas, es decir del orden sobrenatural mismo (Coeli enarrant gloriam Dei, Los cielos cuentan la gloria de Dios, dice el Sal XIX, 1). Este orden natural no recibe pues su verdadero significado más que cuando se lo contempla como un soporte para elevarnos al conocimiento de las verdades sobrenaturales o metafísicas, lo cual es la función esencial del simbolismo, y la razón de ser profunda de toda ciencia tradicional, la cual… es transmitida por medio del lenguaje de los símbolos. Por esto mismo, hay necesariamente en el simbolismo algo cuyo origen remonta más alto y más lejos que la humanidad, y se podría decir que este origen está en la obra misma del Verbo divino: ese origen está primero en la manifestación universal [la creación], y está después, más especialmente con respecto a la humanidad, en la Tradición primordial que es, ella también, "revelación" del Verbo; esta Tradición [primordial], de la que todas las otras [formas tradicionales] no son más que formas derivadas, se incorpora por así decir en símbolos que se han transmitido de edad en edad sin que se les pueda asignar ningún origen "histórico", y el proceso de este tipo de incorporación simbólica es también análogo, en su orden, al de la manifestación. El origen del simbolismo se confunde verdaderamente con el origen de los tiempos, si no está incluso, en un sentido, más allá de los tiempos, puesto que éstos no comprenden en realidad más que un modo especial de la manifestación [el orden natural tomado en su conjunto, o el mundo de la concreción material]; no existe símbolo alguno, auténticamente tradicional, que se pueda referir a un inventor humano…"1
En lo que se refiere a esa relación de analogía y correspondencia en que se basa el simbolismo, a la que se hace referencia en este texto, hay una fórmula, en La Tabla de Esmeralda, de Hermes Trismegisto, que la explica concisa y claramente:
"Es verdad, sin mentira y ciertamente: Lo de abajo es como lo de arriba, y lo de arriba es como lo de abajo, para obrar los milagros de una sola cosa."
Y hay un símbolo geométrico que la expresa con la misma claridad: es el llamado "Sello de Salomón" o "Estrella de David" (como vemos en esta imagen, se trata de dos triángulos o dos ternarios dispuestos en sentido inverso, el uno del otro, que se acoplan e interpenetran, y en los que el vértice superior de uno se corresponde, inversamente, con el vértice inferior del otro.




En esta figura, hay unas líneas que no se las ve trazadas, pues están implícitas, que forman parte esencial de este símbolo; se trata del eje vertical que une ese vértice superior con ese vértice inferior, y del eje horizontal que une los puntos de intersección de los lados laterales de los dos triángulos. El eje vertical señala el vínculo, en sentido descendente y en sentido ascendente, de lo de arriba con lo de abajo, y el eje horizontal, señala el plano de reflexión, o de simetría, entre lo de arriba y lo de abajo; la inversión es pues lo que caracteriza toda analogía, sin embargo en esta figura hay que ver, no dos triángulos separados e independientes uno del otro sino una sola cosa, la cual está constituida por el acoplamiento y la interpenetración de ambos triángulos. Esta figura es también el símbolo del macrocosmos. Más adelante veremos otro símbolo que guarda correspondencia con éste, se trata del Árbol de la Vida, que veremos representado por el Árbol Sefirótico).
En este texto se señala también que la tradición, bajo todas sus formas, no es sino la transmisión de lo supra-humano, es decir del conocimiento de los principios universales, que ha sido revelado, mediante su incorporación en los símbolos, por el Verbo divino. Pues "en la confusión mental que caracteriza nuestra época, hemos llegado a aplicar indistintamente esta palabra de 'tradición' a todo tipo de cosas, a menudo muy insignificantes, como simples costumbres sin alcance alguno y a veces de origen muy reciente (La crisis del mundo moderno, cap. II, René Guénon)."
Se señala también ahí que el origen del simbolismo está en la obra misma del Verbo divino; primero en la manifestación universal, que toda ella cuenta la gloria del Verbo, y después, con respecto a la humanidad, en la Tradición Primordial [también llamada Tradición Unánime], que es igualmente revelación del Verbo, que toma cuerpo en los símbolos; y ese proceso de incorporación de la tradición en los símbolos es análogo, en su orden, al de la manifestación, que toda ella, como se ha dicho antes, es simbólica.
En lo que se refiere a esas realidades que ahí se nombran, hay que entender que la manifestación universal tiene diferentes órdenes de realidad. En el simbolismo del Árbol Sefirótico de la Cábala, mediante el que se representa también el cosmos, a esos órdenes de realidad se les designa como mundos o planos (como vemos en esta imagen del Árbol Sefirótico, cuya representación se asemeja a una construcción, en la que se pone de manifiesto su estructura vertical, mediante la columna de la Gracia, la de la derecha, y la columna del Rigor, la de la izquierda, con una única alianza entre ambas, precisamente en el medio, la columna invisible, ese eje vertical que une lo de arriba con lo de abajo, que no aparece representada; y también su estructura horizontal, mediante los cuatro planos horizontales, o mundos, o realidades, en los cuales la divisoria entre los dos inferiores y los dos superiores, que aquí se denominada "superficie de las aguas", los refleja.
 NMIP:  LUIS LEON PIZARRO
A esta estructura horizontal en cuatro planos se la puede también agrupar en tres, uniendo los dos que están en medio, resultando así un plano o mundo inferior, un plano o mundo intermedio, y un plano o mundo superior. En esta estructura arquitectónica están comprendidas las diez sefirot; de ellas se dice en el capítulo uno del Sefer Yetzirah, uno de los textos cabalísticos más antiguos: "Diez Sefirot de la Nada, con una única alianza precisamente en el medio… Diez Sefirot de la Nada, diez y no nueve, diez y no once… Diez Sefirot de la Nada, su medida es diez que no tiene fin… Diez Sefirot de la Nada, y su Palabra en ellas está corriendo y regresando… Diez Sefirot de la Nada, su fin está contenido en su principio, y su principio en su fin…". Recordemos, para lo que veremos más adelante en lo que se refiere a la estructura de toda construcción tradicional, que los cuatro mundos del Árbol Sefirótico se pueden, como acabamos de decir, agrupar en tres).
Veamos ahora otros textos, de Apreciaciones sobre la Iniciación, cap. IX 'Tradición y transmisión', cap. XVII 'Mitos, misterios y símbolos', cap. XXXI 'De la enseñanza iniciática'; y de Iniciación y realización espiritual, cap. V 'A propósito de la vinculación iniciática', de René Guénon, donde se dice:
"Aquello a lo que se aplica el nombre de tradición ha permanecido, en su fondo, si no forzosamente en su expresión exterior, tal como era en el origen; se trata pues de algo transmitido, se podría decir, de un estado anterior de la humanidad a su estado presente… En ese estado original de la humanidad, anterior al de la caída, todo tenía verdaderamente un carácter tradicional, porque todo era contemplado en su dependencia esencial de los principios y en conformidad con ellos…"
"Al mismo tiempo, se puede observar que el carácter "transcendente" de todo lo que es tradicional implica también una transmisión en otro sentido, partiendo de los principios mismos para comunicarse al estado humano; y este sentido reúne en cierta manera y completa evidentemente el sentido anterior. Se podría incluso… hablar de una transmisión "vertical", de lo supra-humano a lo humano, y de una transmisión "horizontal", a través de los estados o estadios sucesivos de la humanidad; la transmisión vertical es esencialmente "intemporal", la transmisión horizontal es la que implica una sucesión cronológica. Además, la transmisión vertical, que es tal cuando se la contempla de arriba abajo como acabamos de hacer, deviene, si la tomamos en sentido contrario, de abajo a arriba, una "participación" de la humanidad en las realidades del orden principial [o del orden de los principios], participación que, en efecto, está precisamente asegurada por la tradición bajo todas sus formas, puesto que es [por la tradición] que la humanidad es puesta en relación efectiva y consciente con lo que le es superior [lo supra-humano]. La transmisión horizontal, por su lado, si se la considera remontando el curso de los tiempos, deviene propiamente una "vuelta a los orígenes", es decir una restauración del "estado primordial" [o estado edénico], siendo precisamente esta restauración una condición necesaria para que, de ahí, el hombre pueda después elevarse efectivamente a los estados superiores."2
"El simbolismo… es [como se ha dicho antes] un lenguaje más universal que los lenguajes vulgares… ya que todo símbolo es susceptible de interpretaciones múltiples, que no se contradicen entre ellas sino que al contrario se complementan unas a otras, todas ellas verdaderas aunque procedentes de puntos de vista diferentes; y si esto es así es porque todo símbolo es no tanto la expresión de una idea claramente definida y delimitada… sino la representación sintética y esquemática de todo un conjunto de ideas y de concepciones que cada uno podrá comprender según sus aptitudes intelectuales propias y en la medida en que esté preparado a su comprensión."3
"Una de las funciones generales del simbolismo es sugerir lo inexpresable, hacerlo presentir, o mejor asentir, mediante las transposiciones que permite efectuar de un orden de realidad a otro, del inferior al superior, de lo que es más inmediatamente comprensible a lo que lo es mucho más difícilmente… La enseñanza concerniente a lo inexpresable no puede evidentemente más que sugerirlo con ayuda de imágenes apropiadas, por lo que tal enseñanza toma necesariamente la forma simbólica. Así fue siempre, y en todos los pueblos, uno de los caracteres de la iniciación… se puede pues decir que los símbolos… constituyen verdaderamente, en su destino primero, el lenguaje de la iniciación."4
"…Para los hombres de los tiempos primordiales… el desarrollo espiritual, en todos sus grados, se realizaba entre ellos de una manera totalmente natural y espontánea, en razón de la proximidad en que estaban respecto del Principio; pero, como consecuencia del "descenso" [o la "caída"] que se ha efectuado desde entonces, conforme al proceso inevitable de toda manifestación cósmica, las condiciones del período cíclico en el que nos encontramos actualmente son completamente distintas que aquellas, y por eso, teniendo en cuenta estas condiciones, tales como son de hecho, se debe afirmar la necesidad de la vinculación iniciática, cuyo primer objetivo es la restauración de las posibilidades del estado primordial."5
Como hemos podido observar, en estos textos se nombra la palabra principio, o principios, pero ¿qué se entiende, en la tradición, por principio? Un principio es (según dice Fabre d'Olivet, en La Lengua Hebraica restituída, Segunda Parte, Cosmogonía) "una especie de potencia absoluta por la cual todo ser relativo es constituído tal; el punto central desplegando la circunferencia es la imagen de todo principio, pudiendo representar el círculo sensible o el círculo inteligible (al que se representa alado o rodeado de llamas).
Un principio concebido así es, en un sentido universal, aplicable a todas las cosas, tanto físicas como metafísicas [es decir tanto a la realidad física, como a la realidad metafísica]."6 (como vemos en esta imagen, símbolo, como acabamos de ver, de todo principio, el punto central irradia, despide rayos-radios, el círculo y la circunferencia, de este centro, como símbolo del Principio, irradia la manifestación universal, la creación toda, simbolizada por el círculo y la circunferencia; como se puede comprender la manifestación universal puede irradiar del Principio porque está contenida en él, es decir porque todos esos puntos del círculo están en principio en el centro del círculo, y así están ligados al Principio mediante los radios, de manera que mantienen su vinculación con éste, lo cual les permite poder volver al centro, es decir concentrarse; se puede pues decir que la manifestación universal constituye este proceso de irradiación-concentración del centro. Este símbolo se corresponde con el de la rueda, de la que el Tao, XI, dice: "Treinta radios reunidos forman un ensamblaje de rueda; solos, son inutilizables").
En lo que se refiere a la elevación efectiva a los estados superiores, que se nombra también ahí, esa elevación es, dicha en otras palabras, el desarrollo espiritual del ser humano o la realización metafísica del ser. Para entender, en la medida que fuese, esa elevación, habría que tratar, entre otras cosas, de los estados múltiples del Ser, y de la iniciación, algo que se escapa completamente al alcance de esta exposición, si bien será necesario más adelante exponer algunos conceptos al respecto para que podamos comprender mejor lo que sigue.
Respecto a la vinculación iniciática, a la que también se nombra ahí, hay que decir que, desde la "caída", el ser humano necesita de esa vinculación para su desarrollo espiritual, es decir necesita recibir la influencia intelectual/espiritual (entendiendo aquí por intelectual lo que pertenece al intelecto puro, el cual pertenece a la realidad espiritual, al plano o mundo del espíritu) gracias a la cual puede seguir una enseñanza, de la misma calidad que esa influencia que ha recibido, por la que acceder al conocimiento, es decir a la realización metafísica. En la tradición cristiana, en el Evangelio de San Lucas XXIV 49, leemos: "Y he aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre (el Espíritu Santo) sobre vosotros; mas vosotros asentad en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de potencia de lo alto". Y, en el Prólogo al Evangelio de San Juan I 12, leemos: "Pero a todos los que la recibieron [se refiere a la Palabra, o la Luz] les dio poder de hacerse hijos de Dios". Esa investidura de potencia de lo alto, según San Lucas, y esa recepción de la Palabra o la Luz, según San Juan, no es, dicho de otro modo, sino la recepción de la transmisión de la influencia intelectual/espiritual de la iniciación. Transmisión que se efectúa en la vertical en sentido descendente, de arriba-abajo, es decir de lo supra-humano a lo humano, y que en el sentido ascendente, de abajo-arriba, representa la posibilidad que tiene el ser humano, que ha recibido esa influencia, de vincularse conscientemente con lo supra-humano (en el simbolismo del centro y el círculo, que acabamos de ver, esta transmisión en sentido de arriba-abajo, se representa en el sentido del centro a los puntos del círculo y de la circunferencia (irradiación), mientras que la posibilidad del ser de vincularse consciente con lo supra-humano, en el sentido de abajo-arriba, se representa ahí en el sentido de los puntos del círculo al centro (concentración).
En cuanto a la enseñanza iniciática, que como se ha dicho antes se transmite a través de los símbolos, y que constituye el vehículo del conocimiento, hay que señalar que su campo de aplicación no es ajeno al iniciado ya que, al haber en ella una correspondencia precisa entre el macrocosmos y el microcosmos, es decir entre el universo y el hombre, el propio iniciado constituye ese campo de aplicación, según expresa la conocida sentencia grabada en el frontispicio del templo de Delfos: "Conócete a ti mismo". Esta enseñanza es, como se acaba de decir, de cualidad intelectual/espiritual y comprende el estudio de las infinitas posibilidades de todos los órdenes de realidad, regidas por el Principio Supremo. Una enseñanza que no puede en modo alguno ser objeto de sistematización, en el sentido de algo limitado a la razón, ya que su materia de estudio escapa a las reglas y principios regidos exclusivamente por la razón, y sólo puede ser conocida por la intuición intelectual/espiritual, la cual, semejante a los rayos de sol, ilumina esas verdades más elevadas permitiéndonos contemplarlas. Esta intuición intelectual/espiritual es propia, como ya se ha dicho, del intelecto puro, o intelecto superior, o "gran principio" según se le denomina en la tradición hindú, un principio universal al que se le conoce también como la Inteligencia universal, y del cual el ser humano puede participar.
Y para finalizar estos textos sobre el simbolismo en general, veamos ahora éstos tomados de La Rueda: Una Imagen Simbólica del Cosmos, cap. I 'De los Símbolos y la Simbólica', de Federico González, donde se dice:
"También pudiera decirse que el símbolo es el mensajero de una energía-fuerza, que lo conforma, y que actúa mágicamente a su través… es el punto de contacto entre la realidad que él cristaliza y el ropaje formal con el que se viste para hacerlo. Este vestido ha de ser agradable y correlativo con la idea que expresa, para que ésta pueda ser comprendida en verdad. Entonces manifestará cabalmente la energía-fuerza que lo ha conformado y podrá transmitirla en el contexto adecuado, que él mismo condicionará, por la actualización de su potencia. Inversamente se puede decir que esta energía inteligente trasciende al símbolo considerado como mero objeto estático, o soporte de conocimiento. Y siendo esto así, él nos permite pasar por su intermedio de un plano de conciencia a otro, constituyéndonos en los protagonistas del conocimiento, vale decir, del ser, ya que existe una identidad entre lo que se es y lo que se conoce. Se actualizan entonces las potencias inmanentes del símbolo, y la idea-fuerza de lo simbolizado se comprende en todo su esplendor, ya que ha sido manifestada adecuadamente. A través de la identificación con el símbolo y con el conocimiento paulatino nacido de la reiteración ritual y revivificante de su energía, deviene lo simbolizado, que ha estado oculto en la estructura simbólica, y que ésta no ha dejado nunca de expresar…"
"Conocer es aprehender aquello que se conoce. Es realizar una síntesis, de tal suerte que la unión del sujeto y del objeto del conocimiento sean el conocer. Que el que conoce sea idéntico a la cosa conocida…"
"Los símbolos necesitan ser enseñados, para que haya una comprensión real de las fuerzas que concentran. La energía que permanece oculta en el símbolo en estado potencial requiere ser activada. Mediante el rito del aprendizaje, el estudio y la meditación, se despierta al símbolo y éste actúa. La relación es mutua. La energía-fuerza que éste expresa viene a nosotros, y nosotros a nuestra vez la proyectamos sobre él, estimulando su propia esencia. Se evoca entonces, además, la energía de todos los que han conocido, comprendido y transmitido el símbolo. Y esa misma entidad, o estructura arquetípica, actualiza los principios universales, haciendo que éstos devengan a nosotros y nosotros participemos de ellos, gracias a la identificación con el símbolo y la mediación simbólica, reactivada por una exégesis ritual, que es aquella que a lo largo del hilo de la historia ha mantenido viva la posibilidad de la regeneración, o lo que es lo mismo, la que hace factible que todo siempre sea nuevo y verdadero…"
Si, como se dice en este texto, contemplamos el símbolo como un portador de una energía o idea-fuerza, en estado potencial, y, como se dice en los textos que hemos visto antes, el orden natural no es sino un símbolo del orden sobrenatural, el orden natural en su conjunto puede ser contemplado como un gran portador de esas ideas-fuerza, es decir, empleando el lenguaje de la física, como un gran campo de esas ideas-fuerza, en estado potencial, campo que debe ser activado para que el ser humano pueda conocer las ideas de orden sobrenatural. Y el ser humano, se nos dice ahí, puede activarlo mediante el rito del aprendizaje, el estudio y la meditación. Es entones, cuando ha activado ese campo mediante el rito de su trabajo, o lo que es lo mismo haciendo sagrado su trabajo, que se establece en ese campo una acción recíproca entre el símbolo y todos los que aprenden el símbolo, incluidos ahí los que lo han conocido. Y en esta acción recíproca hay un intercambio, a través del cual esas ideas, esos principios universales, vienen al aprendiz, que así los conoce, al tiempo que, con ese conocimiento, los actualiza, es decir es como si los regenerase dándoles ahora vida. Esto mismo es lo que hicieron, en su momento, los que lo conocieron antes. Así es cómo la tradición, siendo una y perenne, se transmite por los símbolos, renovándose y estando siempre viva y presente. Por otra parte, hay que destacar que, como se ha dicho también ahí, ese aprendizaje es una tarea en que conocer es ser, es decir un trabajo en que el ser humano que conoce es eso que conoce (en esta imagen vemos, a la derecha, la carta II 'La Papisa', y, a la izquierda, la carta III 'La Emperatriz', de los arcanos mayores del Tarot; "la primera, la madre de todas las cosas, y por lo tanto madre de la segunda, la virgen, aquella a la que los constructores de las catedrales llamaban Nuestra Señora, a la que veían como la mediadora que les comunicaba el plan del Gran Arquitecto del Universo", según dice Oswald Wirth, en El Tarot de los imagineros-estamperos de la Edad Media.
Estas cartas guardan correspondencia, respectivamente, con la sefirah 2 Hokhmah, Sabiduría, y con la 3 Binah, Inteligencia, que hemos visto antes en el Árbol Sefirótico, y a cuya conciliación y armonía la Cábala le da el nombre de Daath, Conocimiento, situado en el pilar invisible, pero no puesto de manifiesto. Así, pues, la conjunción de estas dos cartas están señalando el Conocimiento, ese conocimiento en el que conocer es ser). El ser humano puede, mediante el trabajo ritual, ir hacia el conocimiento de esas ideas, o principios, y devenir esas ideas o principios, e incluso ir más allá, traspasar lo cósmico, salir de los mundos representados en el Árbol Sefirótico (como vemos en esta imagen de un grabado en madera, hecho en Alemania en el s. XV, en el aparece un viajero, con el bastón en su mano izquierda, asomando la cabeza a esa otra realidad, más allá de las esferas de los elementos, de la luna, del sol y las estrellas).
Hasta aquí estos textos que tratan sobre algunos aspectos del simbolismo en general. A partir de aquí trataremos más especialmente sobre el simbolismo constructivo, y para ello nos seguiremos también apoyando en las obras de esos mismos autores que nos han prestado su apoyo anteriormente. El simbolismo constructivo constituye el lenguaje propio de una de las formas de vinculación iniciática, de las que se ha hablado antes: la iniciación del oficio de la construcción, una de las iniciaciones que correspondían en la antigüedad a aquellas del ejercicio de los diversos oficios y artesanías. Así pues, en la iniciación del oficio de la construcción, la enseñanza se transmite principalmente a través del simbolismo constructivo, el cual está estrechamente ligado al simbolismo arquitectónico, al simbolismo geométrico, al simbolismo numérico y, como veremos, también al simbolismo hermético. En esta iniciación, el edificio que levantan los constructores tiene como arquetipos el cosmos, y la cosmogonía. Los obreros trabajan imitando estos modelos, a los que contemplan como una gran construcción o arquitectura obra del Gran Arquitecto del Universo, o como una gran geometría obra del Gran Geómetra, en la que colaboran teniendo siempre presente que si Él no construye, en vano se afanan ellos.
Sobre esta iniciación nos han llegado testimonios escritos. Pero empezar a exponerlos remontándonos únicamente a las épocas en que se tiene noticias de organizaciones de constructores que estaban ya integradas en las sociedades a las que pertenecieron sería olvidar los trabajos de los primeros constructores, sobre todo cuando tenemos también testimonio de ello, testimonio que recogemos aquí de la Biblia pero que podríamos también recoger de libros sagrados de otras formas tradicionales salidas, como la Tradición hebrea, de la Tradición Primordial. Hay que observar que en estos testimonios, todos ellos simbólicos, pues se trata de la tradición, no sólo se habla de construcción sino también de destrucción, ya que en la realización espiritual, que tiene como arquetipo la cosmogonía, es necesario destruir para seguir construyendo o, en otras palabras, toda construcción espiritual lleva implícita una destrucción necesaria, lo cual se corresponde, por otra parte, con el disolver y coagular de la alquimia, la ciencia hermética por excelencia (como vemos en esta imagen, la carta XVI 'La-Casa-Dios', de los arcanos mayores del Tarot, esa torre, que pareciera estar acabada, es "descabezada", y los obreros que la construían caen a tierra. Esta construcción, que es la primera que se encuentra representada en las cartas de los arcanos mayores del Tarot, no es sin embargo la única, pues también aparecen representadas otras construcciones en la carta XVIII 'La Luna'. Mediante estas construcciones, el Tarot ha recogido ese testimonio sobre los constructores de la edificación espiritual. Por otra parte, estas cartas guardan correspondencia, respectivamente, en el sentido ascendente del Árbol Sefirótico, con la sefirah 5 Gueburah, Rigor, y con la 3 Binah, Inteligencia, aquella a la que los constructores de las catedrales llamaban Nuestra Señora, como se ha visto antes).
Veamos pues algunos de esos testimonios bíblicos.
En el Génesis, se relata: que Caín construyó una ciudad que llamó Henoc (Gn 4 17); que Túbal Caín, de la descendencia de Caín, fue el padre de todos los forjadores de cobre y hierro (Gn 4 21-22); que Noé construyó un arca de tres pisos, de trescientos codos de longitud, cincuenta codos de anchura, y treinta codos de altura; la construyó de maderas resinosas, de cañizo y calafateada por dentro y por fuera con betún (Gn 6 14-16); que la descendencia de los hijos de Noé (Sem, Cam y Jafet) construyó Babel, Erek y Acad, ciudades en tierra de Senaar, tierra de donde procedía Asur, que edificó Nínive, Rejobot Ir, Kálaj y Resen, entre Nínive y Kálaj (aquella es la Gran Ciudad) (Gn 10 10-12).
Se relata también: que Abram, hijo de Téraj, salió de Ur de los caldeos, para dirigirse a Canaán (Gn 11 31); llegado a Canaán, Abram atravesó el país hasta el lugar sagrado de Siquem, allí edificó un altar; luego, desplegó su tienda entre Betel al occidente y Ay al oriente, y allí edificó otro altar (Gn 12 6-8); que Lot se estableció en las ciudades de la vega del Jordán, donde plantó sus tiendas hasta Sodoma (Gn 13 12); que Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino a Abram (Gn 14 18); que Él Sadday estableció alianza con Abram (a quien cambió el nombre por el de Abraham) y con su descendencia (Gn 17 1-8); que Sodoma y Gomorra, y toda la región de la redonda con todos sus habitantes, fueron destruidas por la lluvia de azufre y fuego; con la excepción de Lot y sus hijas, que entraron en Soar (Gn 19 23-25).
Se sigue relatando: que Isaac, hijo de Abraham, construyó un altar en la ciudad de Berseba donde sus siervos cavaron un pozo y hallaron agua, allí desplegó su tienda (Gn 26 25); de Berseba salió Jacob, hijo de Isaac, camino de Jarán, y llegado a cierto lugar, se dispuso a hacer noche allí, y tomando una de las piedras del lugar se la puso por cabezal, y allí tuvo el sueño, y tomando la piedra que se había puesto por cabezal la erigió como estela y derramó aceite sobre ella, y llamó a aquel lugar Betel, aunque el nombre primitivo de la ciudad era Luz (Gn 28 10-19); allí volvió después a establecerse, y edificó un altar, y allí, Dios se apareció a Jacob una vez más, le bendijo y le cambió el nombre por el de Israel, y Jacob erigió una estela en el lugar donde Dios había hablado con él (Gn 35 6-14).
En el Éxodo y en el Deuteronomio, se relata: que el pueblo de Israel trabajó para Faraón; la liberación del pueblo de Israel; su salida de Egipto; su marcha por el desierto, guiado por Moisés; la Alianza en el Sinaí; la Renovación de la Alianza; la construcción del Santuario, según el modelo que Dios dio a Moisés, así como del arca de la alianza (Ex 25, 26, 27, 28, 29 y 30); la designación de los artífices del Santuario: Besalel, de la tribu de Judá, a quien Dios le confirió habilidad, pericia y experiencia en toda clase de trabajos, para concebir y realizar proyectos en oro, plata y bronce, para labrar piedras de engaste, tallar la madera y ejecutar cualquier otra labor de artesanía; y Oholiab, de la tribu de Dan, como colaborador; además, en el corazón de todos los hombres hábiles les infundió habilidad en toda clase de labores para que hicieran todo lo que Dios había mandado hacer a Moisés (Ex 31 1-11); que Moisés murió en el país de Moab, tras ver (desde el Nebo, cumbre del Pisgá, frente a Jericó) la tierra prometida, pero sin poder pasar a ella (Dt 34 1-5); que Josué, hijo de Nun, sucedió a Moisés.
En el libro de Josué, el libro segundo de Samuel, el libro Primero de las Crónicas, el libro Primero de los Reyes, el libro Segundo de las Crónicas, se relata: que Josué, con el arca de la alianza, y todos los israelitas, pasaron en seco el Jordán (Jos 3 14-17); que, cuando lo hubieron pasado, doce hombres del pueblo, uno por cada tribu, sacaron doce piedras del medio del Jordán, las cuales Josué erigió en Guilgal, que significa "círculo de piedras" (Jos 4 1-9); que Josué conquistó después la Tierra Prometida, y sus ciudades, Jericó, Ay, las cuales destruyó, y el reparto del país entre las tribus.
Se sigue relatando: que Hiram, rey de Tiro, envió a David mensajeros con maderas de cedro, carpinteros y canteros que construyeron la casa de David (2 Sam 5 11); que Dios dijo a David que no sería él quien edificaría su Casa sino su hijo Salomón quien la edificaría conforme a lo que Dios había escrito de su mano para hacer comprender todos los detalles del diseño (1 Cro 28 1-21); que el rey Salomón, rey sabio y constructor, construyó el primer Templo [la construcción del Templo por Salomón está relatada también en el Libro Segundo de las Crónicas (2 Cro III 1, 2, 3, 4 y 5)]; los preparativos para la construcción (1 R 5 15-31); la fábrica del Templo (1 R 6 1-14); el interior del Templo (1 R 6 15-22); los querubines (1 R 6 23-30); las puertas y el patio interior (1 R 6 31-36); el palacio de Salomón (1 R 7 1-12); cómo el rey Salomón envió a buscar a Hirán de Tiro, hijo de una viuda de la tribu de Neftalí, que estaba lleno de ciencia, pericia y experiencia para realizar todo trabajo en bronce (1 R 7 13-14); cómo éste fundió las dos columnas de bronce que erigió ante el Ulam del Hekal: la columna de la derecha la llamó Jakin, la de la izquierda la llamó Boaz (1 R 7 15-26); cómo hizo el Mar de bronce y sus diez basas, diez pilas de bronce (1 R 7 27-39), y toda la obra que el rey Salomón le encargó que hiciera para el Templo; cómo finalizada la obra, Salomón hizo subir el arca de la alianza desde la ciudad de David, que es Sión (1 R 8 1-9).
Y para finalizar estos testimonios bíblicos leemos en el Libro de Ezequiel: que el profeta es llevado desde su cautividad a Israel y posado sobre un monte muy alto, en cuya cima parecía que estaba edificada una ciudad, al mediodía; cómo un hombre que había allí, de aspecto semejante al bronce, que tenía en la mano una cuerda de lino y una vara de medir que era de seis codos de codo y palmo, le muestra al profeta la Casa, el Templo, con todas sus medidas: el muro exterior, el pórtico oriental, el atrio exterior, el pórtico septentrional, el pórtico meridional, el atrio interior, el Ulam o Vestíbulo, el Hekal o Santo, el Debir o Santo de los Santos, las celdas laterales, la ornamentación interior, el altar de madera, las dependencias del Templo (Ez 40, 41 y 42).
En la Biblia, la genealogía de los constructores se remonta pues a Caín y los que construyeron Henoc, cuyo simbolismo ha quedado guardado en el Génesis. Lo que hicieron Caín y los obreros que construyeron Henoc fue fundar Henoc fundándose a sí mismos, es decir realizaron el rito de fundación de la ciudad ritualizando su trabajo, y logrando así que la influencia intelectual/espiritual ligara a los obreros y a su obra al plan del Gran Arquitecto del Universo. Los constructores que fundaron Henoc, tras la caída y la salida del Paraíso, fueron esos primeros antepasados de la pureza del oficio de la construcción, a los que siguieron Noé y los que construyeron el arca, Moisés y los que construyeron el Santuario y el arca de la alianza, Salomón y los que construyeron el Templo en Jerusalén, el cual fue tomado después como modelo por los constructores del Medioevo, y sus sucesores.
Si buscamos ahora otros testimonios, más cercanos a nosotros, de esos constructores, los podemos encontrar acercándonos al Lacio de la mano de los autores de la antigüedad romana, lo que vamos a hacer aquí por mediación de Auguste Choisy7 y su obra El arte de construir en Roma, donde se dice:
La historia del arte de construir está vinculada, como la del resto de artes y oficios, con la organización social, y, a partir de ciertas épocas, por lo que se sabe, con las organizaciones obreras. Una de las instituciones cuyo nombre aparece recurrentemente en las leyes romanas y en las inscripciones latinas es la de colegio o corporación de obreros, collegiis et corporibus opificium. No parece pues dudoso, según los testimonios que nos han llegado, la existencia de una sociedad obrera, organizada jerárquicamente con un sistema de privilegios y servidumbres, en el seno de la sociedad romana. La consolidación definitiva de estas corporaciones como una institución más fue tardía, con Adriano. Los colegios de obreros tuvieron que luchar durante mucho tiempo hasta lograrlo.
Los orígenes de estos colegios se remontan a los de la nación romana, e incluso a las iniciativas etruscas, durante el período de organización pacífica, que se atribuyen a Numa. Plutarco, en su Vidas paralelas de los hombres ilustres de Grecia y Roma, escribe de Numa, siglo VIII a.C.: "Entre los demás establecimientos suyos, es muy celebrada la distribución de la plebe por oficios… Hízose esta distribución por oficios de los flautistas, los orfebres, los maestros de obra, los tintoreros, los zapateros, los curtidores, los latoneros y los alfareros, y así las demás artes haciendo luego de cada una un solo cuerpo; y atribuyendo o concediendo a cada clase formar comunidad y tener sus juntas y su modo particular de dar culto a los dioses.
Más tarde, con las preocupaciones de los romanos por las empresas guerreras, se debilitaron temporalmente para volver bajo una nueva forma. Poco a poco, todos los oficios de Roma se fueron organizando a través de colegios, adoptando un régimen interior de grados que se parecía al que tenían los colegios instituidos por Numa. Estas confraternidades vieron peligrar su existencia ya que poseían una organización que se situaba, hasta cierto punto, fuera del poder constituido. Por eso fueron prohibidas durante ciertas épocas, excepto para atender a las necesidades de interés público. Los emperadores, cansados de luchar frontalmente contra una tendencia que se acrecentaba proporcionalmente a los esfuerzos dirigidos en su contra, se pusieron paulatinamente a la cabeza de los colegios aprovechándose del carácter religioso de los mismos. Adriano fue el primero en comprender la esterilidad de los esfuerzos destinados a detener la actividad colegial, y abandonó la idea de suprimir los colegios o la de reducirlos a simples conferencias religiosas. Los colegios de obreros perdieron ahí su carácter primitivo de asociaciones libres y fueron incluidos entre las instituciones oficiales del Estado, que les otorgaba ciertos privilegios a cambio de sus servicios a las necesidades de las empresas de utilidad pública. A la cabeza de los colegios se situaban jefes que designaban con el nombre de maestros. Sus miembros, repartidos en clases de obreros diferentes entre sí, con atribuciones delimitadas, se situaban colectivamente bajo la protección de patronos y se reunían en fechas determinadas en los lugares designados con el nombre de scholae, celebrando fiestas. Tenían sus propios sacerdotes, sus templos y toda una serie de instituciones religiosas que se perpetuaron incluso después del triunfo del culto cristiano.
Un aspecto ligado estrechamente a la organización de los colegios ejerció una influencia directa y poderosa sobre el porvenir de la construcción romana. Se trata de los reglamentos que utilizaba cada colegio para fijar los métodos del arte de construir y consagrar las enseñanzas del pasado. La lex collegii incluía cuestiones de orden y disciplina, y prescripciones técnicas, parecidas a los estatutos, que prohibían a los miembros de los antiguos gremios de oficios el uso de métodos viciados o convertían en obligatorio el empleo de otros tradicionales. Estos estatutos eran documentos internos del colegio a los que sin duda jamás se les dio una completa publicidad.
En suma, este panorama nos ofrece una sorprendente similitud de instituciones y costumbres entre la estructura de los colegios romanos y la de las corporaciones medievales; casi podría decirse que estas últimas son la réplica y continuación de aquellos, si nos olvidamos del empleo de esclavos. Los colegios tenían a sus órdenes, a veces incluso como miembros del mismo, a un número elevado de esclavos. La diferencia entre los esclavos y los hombres libres no debía ser excesiva dentro de los colegios. En ciertos reglamentos de las corporaciones que nos han llegado a través de inscripciones, se observa sorprendentemente cómo parecía reinar una perfecta igualdad entre ambas clases sociales, tan profundamente distintas.
En esta sucinta visión histórica del origen y desarrollo de los colegios de obreros romanos, Auguste Choisy no señala el carácter iniciático de estos colegios, pero sí su carácter religioso. Sin embargo, es sabido que en la antigüedad la religión comprendía tanto un dominio exterior, exotérico, como un dominio interior, esotérico o iniciático, no como ocurre hoy día en que solo se contempla ahí el dominio exotérico. La religión contemplaba, diferenciándolos, a ambos, complementándose y constituyendo una síntesis: la Tradición. Ésta, bajo las diversas formas tradicionales que ha dado a luz, encierra un conocimiento interno y profundo de la realidad, que es el que corresponde al dominio esotérico, junto a un conocimiento externo y más superficial de la misma, que es el que corresponde al dominio exotérico; el primero se identifica con el dominio iniciático, y el segundo con el de la religión en el sentido más externo de la misma que, como se acaba de decir, es el que se contempla actualmente. Por lo tanto, lo que Choisy señala en algunos casos como religioso es, quizás sin él saberlo, el carácter iniciático de esos colegios, en los que, como él apunta, parece que reinaba una perfecta igualdad entre esclavos y hombres libres; ambas clases, tan diferenciadas socialmente, no lo eran en absoluto desde el punto de vista iniciático, propio de hombres libres.

Continuación
NOTAS
*Primera parte de una conferencia pronunciada en el CES de Zaragoza el 23 de noviembre de 2010.
1René Guénon, Apreciaciones sobre la Iniciación, cap. XVIII.
2Ibid., cap. IX.
3Ibid., cap. XXXI.
4Ibid., cap. XVII.
5Ibid., cap. V.
6Fabre d'Olivet, La lengua Hebraica restituída, Segunda Parte, Cosmogonía.
7Auguste Choisy (1841, Vitry-le-François, Champagne – 1909, París), historiador del arte de la construcción, quien, en su obra El arte de construir en Roma habla, tomando los datos a los autores de la antigüedad romana, sobre las organizaciones artesanales. Aunque Choisy contempla los hechos históricos desde un punto de vista ajeno al punto de vista iniciático, y por lo tanto simbólico, sin embargo los datos que presenta en esta obra tienen interés no sólo como testimonio de los autores antiguos, sino también porque, como veremos, ese testimonio no excluye en absoluto, desde otro tipo de lectura, el punto de vista iniciático.

NMIP:  LUIS LEON PIZARRO