…Nuestras tierras sedientas de luz y de cánticos
Irradiadlas en gracia: que los muertos resuciten!
Una tarde descenderéis en una Europa unida,
Hugo, Wilhelm, Ulrich, revestidos por Juan en santidad
A unir soles latinos, vientos de Alemania
Alma, Fuerza y Esplendor, piedras púrpura o blancos pilares…
Phippe Lalanne Berdouticq
Wilhelm de Hirsau
Noticias sobre la Orden de Constructores fundada por el abad de Hirsau
Introducción
Hace mil años Europa fue testigo de uno de los movimientos espirituales más potentes de la historia del cristianismo. Me refiero al nacimiento y expansión de la reforma cluniacense dentro de la orden benedictina. Su impulso está asociado con la cúspide del arte románico y la actividad constructora de los grandes abades del siglo XI.
Al tiempo que se alejaban las nubes apocalípticas del milenio, la cristiandad aireaba sus raíces, guiada por los monjes de sayal negro que habían salvado la Civilización Occidental y se disponían a construirla de forma renovada. Esa nueva construcción encontró a los abades a la cabeza de un ejército de constructores guiados por su inspiración y su empeño.
No se concibe la construcción simultanea de tantas catedrales, cenobios e iglesias sin una organización cuya complejidad siquiera podemos imaginar.
En los últimos diez años me he empeñado en demostrar que las corporaciones de oficio, las guildas, en fin, la masonería laica medieval, son herederas naturales de aquella organización monacal que no solo ha dejado huellas en la piedra sino que también ha sido prolija en cuanto a legarnos testimonios escritos que avalan su paternidad sobre aquello que nosotros denominamos francmasonería. En su mayoría son fuentes directas, escritas por los propios abades o por testigos de su vida y su obra. Algunas obras, de carácter alegórico, contienen el germen de la simbología masónica tal como la conocemos. Otras, como es el caso de las que analizaremos en este ensayo, son históricas, biográficas o normativas. Están escritas en un lenguaje llano, pero no han sido traducidas del latín a lenguas modernas.
Se encuentran en la Patrología Latina de Migne, en la Monumenta Germaniae Histórica y en la Vetus Disciplina Monastica de Maquard Hergott entre otras compilaciones de documentos medievales. Han sido deliberadamente ignoradas por la historiografía masónica moderna. Afirmo que deliberadamente, pues no son desconocidas por los grandes historiadores masónicos. Así ha quedado demostrado en las páginas precedentes y en las que siguen. La congregación de Cluny, bajo la dirección de San Hugo, prohijó la acción de líderes cenobiales poderosos, caracterizados por el celo con el que aplicaron las reformas y por su capacidad como arquitectos. Tal es el caso de Wilhelm de Hirsau, de Ulrich de Zell –más conocido como Udalrico de Cluny- y de Bernardo de Morland.
Sus acciones tuvieron lugar en el mismo siglo en el que el abad Oliba construía la catedral de Vic y el monasterio de Monserrat en Cataluña y que otras legaciones cluniacenses fundaran en Aragón los monasterios de San Juan de la Peña y San Victorián de Sobrarbe.
La primera edición de este ensayo data de 2004, y ha sido incluida en mi libro Ordo laicorum ab monacorum ordine. Sus aspectos centrales son:
El análisis del rol que ocupó la Orden de los Conversos Laicos, adscriptos a la reforma cluniacense como pieza clave de las construcciones abaciales. En particular en la denominada Escuela arquitectónica de Hirsau
La incorporación de signos ligados a la construcción en la gestualidad monástica del siglo XI.
La aparición del mandil como objeto distintivo del papel que los magistri caementarii (maestros albañiles) jugaron dentro de la jerarquía monástica.
Esta versión aumentada, agrega una significativa cantidad de nuevos datos surgidos en la investigación de estos documentos, a la vez que confronta las fuentes existentes, demostrando que las mismas se corroboran mutuamente.
1. La abadía de Hirsau
En la primavera del año 838, un grupo de quince monjes, elegidos entre los más calificados discípulos de Rabano Mauro y Walafrid Strabón, marchó desde Fulda hacia el Valle del Nagold, territorio dominado por el conde Erlafried de Calw. A la cabeza estaba Lutpert, cuya misión era establecerse como abad de una nueva comunidad de monjes, en una abadía que el conde -a instancias de su hijo, el obispo Notting de Vercelli- había fundado en 830, en la comarca de Hirsau. De este modo, los abades de Fulda y Reichenau, poderosos exponentes de la expansión monástica en suelo alemán, estaban decididos a convertir a este monasterio en un nuevo centro de irradiación espiritual. Lutpert y los quince hermanos elegidos debían hacer de aquel lugar el sueño de sus maestros.
La construcción de la iglesia abacial llevaba demorados ocho años. Dedicada a San Pedro, tendría como reliquia al cuerpo del obispo armenio San Aurelio, trasladado desde Italia a instancias de Notting. Mientras tanto, a la espera de una paz definitiva, aquellos huesos permanecían en el oratorio de San Nazario, en Calw.
El acontecimiento inaugural debió estar rodeado de pompa y solemnidad. Junto con los monjes de Fulda, arribó a Hirsau el arzobispo de Maguncia, Otgar y -en su presencia- el conde Erlafried hizo la donación formal de la abadía, junto con sus tierras aledañas y otros beneficios y rentas, a condición de que Lutpert garantizara que la nueva comunidad trabajaría bajo la Regla de San Benito.
Por más de ciento cincuenta años, Hirsau creció hasta convertirse en un centro de estudio y erudición de tal importancia que su nombre competía con el de sus abadías madres de Fulda y Reichenau. Pero, junto con las sombras que traería consigo el fin del milenio, llegaría para la abadía un tiempo doloroso. Los eruditos coinciden en que una inusual combinación de circunstancias adversas precipitó la ruina de aquel primer monasterio de Hirsau. La más dura de todas fue, sin dudas, la peste que asoló las tierras de Calw en 988. La devastación de la comarca hizo que sesenta monjes, incluyendo a Hartfried, su abad, abandonasen el lugar. Sólo doce permanecieron en la abadía, y decidieron elegir un nuevo líder. Otra calamidad cayó entonces sobre Hirsau: Unos sostenían la elección de Conrado, un hombre de dura disciplina, apoyado por el obispo de Spyra. Otros, en cambio, partidarios de una disciplina más relajada, apoyaban a Eberhard, el capellán, quien a su vez contaba con el beneplácito del conde de Calw. Ninguna parte cedía a la otra, lo que derivó en un lamentable conflicto armado que culminó con la abadía sometida a pillaje, los monjes dispersos y la valiosa biblioteca destruida. Durante sesenta años el lugar fue un sitio de ruinas y desolación.
Pero los benedictinos -en medio de tensiones crecientes en el seno de la Iglesia, y entre ésta y el Imperio- no olvidaban Hirsau. Se trataba de un monasterio emblemático que no podía permanecer en ruinas.
Su importancia queda expuesta en el hecho de que tres papas impulsarían su reconstrucción. El primero fue León IX (1049-1054), que para algunos era hermano y, para otros, tío de Adalberto, el conde de Calw. El papa ordenó que se reestableciera la abadía en forma inmediata; pero los trabajos avanzaron a un ritmo tan lento que recién en 1065 pudo ser ocupada, a instancias de otro papa, Alejandro II (1061-1073). El tercero, nada menos que Gregorio VII (1073-1085) le daría el impulso definitivo.
El primer contingente enviado con la misión de reestablecer el monasterio fue un grupo de monjes proveniente de la famosa abadía suiza de Einsieldeln -alineada con Cluny-, con su abad Frederick a la cabeza. Pero sería su sucesor, Wilhelm, del convento de Saint Emmeram, quien convertiría a Hirsau en bandera de la reforma cluniacense en Alemania, y le daría renombre y prosperidad a la abadía. Nos detendremos en la figura de este hombre por varias razones:
En primer lugar porque, como ya hemos anticipado, es el autor de las Constitutiones Hirsaugienses, documento liminar de la llamada Orden Hirsaugiense, que surgió como consecuencia de una reforma de la regla benedictina, fuertemente influida por Cluny. Este documento reglamentaría el trabajo de albañiles y constructores que -entre otros muchos laicos con oficios- servían en los monasterios bajo la autoridad de los abades benedictinos. Por tratarse de la primera constitución monástica en la que estos trabajadores son mencionados y su oficio reglamentado, este documento es considerado un antecedente histórico por parte de la masonería alemana.
En segundo lugar, Wilhelm fue el impulsor de un nuevo estilo arquitectónico que pronto se extendería por toda Alemania y se conocería como La Escuela de Hirsau, lo cual, de por sí, demuestra la importancia que para este cluniacense tenían las logias de constructores bajo control benedictino.
En tercer lugar, porque fue una figura clave de su tiempo y actuó políticamente en la llamada "querella de las investiduras", una etapa clave para la comprensión del conflicto entre Roma y el Imperio y, por ende, del proceso de secularización de Europa.
Su intervención en la Iglesia de aquel tiempo parece haber sido de máximo nivel. Amigo personal y uno de los más firmes defensores del monje cluniacense Hildebrando -que más tarde se convirtió en el papa Gregorio VII- contó con el apoyo de éste a la hora de redactar las "Constituciones" e imponer la nueva regla en gran parte del territorio alemán. Se mantuvo en estrecho contacto con Lanfranco de Pavía, arzobispo de Canterbury -otro gran constructor benedictino y pieza clave de la iglesia normanda bajo el reinado de Guillermo, duque de Normandía- quien lo apoyaría en sus ambiciosos proyectos arquitectónicos. Tuvo también sólidos vínculos con San Anselmo, sucesor de Lanfranco en el arzobispado de Canterbury, teólogo, escritor y líder de la Iglesia.
2 . La huella de Cluny
Como he dicho, Wilhelm era un monje del monasterio de Saint Emmeram (en Ratisbona) cuando fue llamado a convertirse en abad de Hirsau en el año 1069. Era un reformista, formado en el espíritu de Cluny.
De su propia pluma sabemos que, cuando se hizo cargo de aquella abadía, sus esfuerzos se concentraron en revertir una situación de cierta "desidia" que afectaba el "rigor monástico" y la "nobleza en la conducta" que pretendía de sus hermanos. Wilhelm relata la forma en que esta situación comenzó a modificarse:
…Tan pronto como ante mí, en el lugar que fuera, reconocía algo provechoso de ver o escuchar a fin de recomponer las costumbres de los hermanos, o en la lectura de los libros sagrados, reunía todo esto como si fueran piedras para la construcción del edificio espiritual…
Según parece, durante un prolongado período permaneció en la abadía Bernardo, abad de Massilia, delegado personal del pontífice, a quien Wilhelm define como "hombre admirable". Bernardo supo reconocer la particular disciplina que se había impuesto en la abadía y recomendó que ésta se pusiese bajo los auspicios del "cenobio cluniacense, en donde tanto por la autoridad de los más perfectos monjes, como por la antigüedad monástica, allí se desarrolla esa vida piadosa de la fortaleza y la gloria…"
De regreso a la Sede Apostólica, el propio Bernardo pasó por Cluny y recomendó a sus autoridades que atendiesen las necesidades de la creciente comunidad de Hirsau. Mientras esto ocurría, llegó a la abadía un monje cluniacense, Udalrico, quien, por asuntos de su monasterio, se encontraba en Alemania junto a un grupo de hermanos de la misma orden. Vista la disposición que encontró, se puso a trabajar de inmediato con los monjes de Wilhelm, en la elaboración de una nueva regla adecuada a aquella comunidad monástica. De ese trabajo surgieron las Constituciones que reformaron una inmensa cantidad de monasterios en toda Alemania, colocándolos bajo la nueva disciplina.
La reforma cluniacense, con la que la Iglesia trataba de alejarse de una decadencia lacerante, ganaba defensores y los propios papas entendían que debían ponerse a la cabeza del movimiento reformista. León IX había dado un paso importante estableciendo la Institución del Colegio Cardenalicio como autoridad eclesiástica universal, con lo cual intentaba evitar la continua intervención de los emperadores del Sacro Imperio en la elección de los papas. Era sólo el comienzo de un duro conflicto que, pocos años más tarde, estallaría bajo el papado de Gregorio VII dispuesto a establecer su autoridad absoluta y acabar con el problema de las investiduras de feudos eclesiásticos que el emperador concedía a los laicos.
El emperador Enrique IV había reaccionado con dureza contra esta decisión enfrentándose a Gregorio. Durante el conflicto- resuelto momentáneamente en el castillo de Canosa con la humillación del emperador- Wilhelm permaneció aliado de la política del papa, mientras que Spyra y Maguncia -las dos sedes episcopales más cercanas a su abadía- respondían al monarca.
La participación activa de Wilhelm de Hirsau en el conflicto entre el Imperio Alemán y el papado, está fuera de toda duda. Se lo considera el más leal defensor de la causa de Gregorio VII en Alemania y se cree que su viaje a Roma, en 1075, selló definitivamente la alianza con el papa, de quien -como ya hemos dicho- era amigo personal, con anterioridad a que éste ocupara el trono de Pedro.
En 1077, Rodolfo de Rheinfelden -líder de la oposición a Enrique IV- lo visitó en Hirsau. Años más tarde -en 1081- Wilhelm trabajó -junto al obispo Altmann de Passau- en la fallida elección de un nuevo rey que fuese aliado de la Sede Apostólica.
Aun en medio de esta compleja situación, este notable monje no sólo tuvo tiempo y energía para crear una nueva orden y reconstruir los alicaídos edificios de su abadía, sino que erigió otros siete monasterios, hermanados bajo la misma regla. Estos centros monásticos estaban diseminados en el vasto territorio alemán, en las regiones de Richenbach, Turungia, Babaria, Suavia y otras localidades.
Para llevar adelante este esfuerzo debió contar con una poderosa fuerza de constructores y una refinada logística profesional. Parte de esta fuerza la buscó en Inglaterra, en donde su amigo Lanfranco había puesto en marcha la construcción de decenas de grandes iglesias. Conviene describir brevemente quién era este hombre.
Nacido en Pavía, Lanfranco se había trasladado a Le Bec en 1045, en cuyo monasterio asumiría el cargo de Prior. Allí organizó una escuela de la que salieron decenas de renombrados arquitectos y constructores benedictinos de Normandía. En 1063, el duque Guillermo lo convocó a la fundación del monasterio de Caen. Posteriormente, sería enviado a Canterbury en donde demostraría su capacidad y genio para proyectar y organizar las grandes obras de los normandos.
Las primeras construcciones monumentales del arte románico inglés, edificadas a partir de 1070, se hicieron bajo la supervisión de este italiano, que había comenzado a dirigir la Iglesia inglesa como arzobispo -y primado- en ese mismo año. Una gran cantidad de catedrales e iglesias se estaban edificando en la Isla Británica, y los benedictinos estaban al frente de muchas de esas obras. Las catedrales de Canterbury, Sherborne, Winchester y Worcester estaban gobernadas por benedictinos, mientras que otras tantas los tenían como maestros de obras: Herfast, en Norwich; Guillermo, en Durham; Rochester, bajo la dirección de Gundulf, que también había construido la White Tower, residencia y fortaleza de Guillermo el Conquistador, en Londres. Lanfranco tenía un control directo sobre el desarrollo de estas construcciones, por lo que se deduce que muy bien contaba con la gente que necesitaba Wilhelm en Alemania. Sin embargo, no era suficiente.
El impulso arquitectónico que traía consigo la nueva reforma hirsaugiense demandaba, sin dudas, una importante mano de obra. En poco tiempo decenas de monasterios se encontraban reformados bajo la regla de Hirsau y, otros tantos, en construcción. Ni los monjes cluniacenses ni los refuerzos enviados por Lanfranco, desde Inglaterra, bastaban para los planes de Wilhelm.
La solución fue relativamente simple. Incorporar a sus filas una mayor cantidad de constructores y obreros laicos e incrementar la formación de arquitectos y técnicos. Pero para ello era necesario crear una figura adecuada, un estatus que permitiese asociar un laico al monasterio, asegurándose su obediencia, liberándolo -a su vez- de los votos propios de un monje.
Desde el siglo VII existía la figura del oblato (oblatus), nombre que se le daba a quien había sido ofrecido a un monasterio en su infancia. Según Herrero Llorente, esta denominación se aplicaba a los niños que eran ofrecidos a los monjes en sus monasterios, bien para su educación o para que permanecieran en ellos de por vida. Al convertirse en una práctica creciente fue necesario establecer algunas reglas y limitaciones. En el Concilio de Toledo, llevado a cabo en 633 se estableció esta proposición: Monachum facit aut paterna devotio aut propria professio (Al monje lo hace, o la consagración del padre o su propia profesión). Ese mismo Concilio prohibió aceptarlos antes de los diez años y les garantizó el permiso para abandonar el monasterio, si así lo deseaban, cuando llegasen a la pubertad. De una manera u otra, el oblato ingresaba en el monasterio siendo un niño. Wilhelm necesitaba asociar laicos diestros en oficios ligados a la construcción o capaces de aprenderlos.
Para ello utilizó las figuras del hermano converso (frater conversus), nombre con el que se denominaba al laico que servía en un monasterio sin hacer profesión de votos, y del hermano barbado (frater barbatus), una suerte de auxiliar de los maestros de oficio, que, al no rasurarse la barba, se distinguía del converso. Estas figuras, de hecho, ya existían, pero no estaban reglamentadas.
De acuerdo a los anales de la Orden Cistercience, San Romualdo ya había organizado servidores legos en Camaldoli hacia 1012 y san Pedro de Amiano en Fonte Avellana hacia mediados del mismo siglo. Pero fue san Juan Gualberto, fundador de Vallombrosa, quien llamó conversi a sus auxiliares seglares, nombre que también usarían los cistercienses para los hermanos legos. El Cister admite que, independientemente de estos antecedentes italianos, la congregación reformada de Hirsau dio también a sus servidores laicos un estado religiosos preciso, y popularizó la idea con tal éxito, que todas las demás órdenes y congregaciones reformadas, fundadas poco antes o poco después de los cistercienses, adoptaron la institución de una u otra forma.
La misma fuente reconoce que el trabajo de construcción y reparación de edificios fue una de las tareas más importantes, además de la rutina diaria de sus habituales ocupaciones.
Paul Naudon lo explica así:
Los laicos se hicieron constructores sólo después que hubieron recibido la instrucción de los frailes. Durante mucho tiempo, otras razones impidieron la constitución de las asociaciones laicas, independientes de los conventos y éstas eran la inseguridad de la sociedad en la Edad Media y la imposibilidad jurídica de constituir asociaciones fuera de la iglesia. No sólo el estado social, económico y político no permitía la formación de tales asociaciones sino que también, donde las agrupaciones profesionales derivadas de los colegios habían podido subsistir, fueron constreñidas por las circunstancias a colocarse bajo la tutela de los conventos. Fuera de los frailes, las asociaciones monásticas agrupaban "hermanos conversos" y obreros laicos…
3.- Las Constituciones Hirsaugienses
La forma en la que estos conversos y laicos quedaban adscriptos al monasterio fue determinada en las Constituciones Hirsaugienses en las que, entre muchos otros oficios, quedaba incluido el de maestro masón (magister caementarius). La Regla establece hasta los signos distintivos para cada actividad u oficio, dentro de la Orden. A los maestros masones les asigna el de colocar puño sobre puño -varias veces- como si simularan construir un muro. En tanto que a los laicos auxiliares les corresponde como signo tomarse el mentón con la mano derecha, como estirando la barba probablemente en alusión a su condición de fratres barbati.
Por tratarse del primer documento medieval en el cual se reglamentan estos oficios, aún asociados a la jurisdicción monástica, las Constituciones Hirsaugienses pueden ser consideradas como el antecedente de las constituciones de oficios, y en especial de las de los albañiles y canteros. Constituyen, asimismo, un nexo fundamental entre los masones benedictinos y los masones laicos en Alemania.
Las Constituciones Hirsaugienses son consecuencia de las Cluniacenses y de las reformas emprendidas por San Hugo. Sabemos que Bernardo de Morland (abad de Massilia) y Udalrico de Cluny participaron activamente en la conformación de la Regla Hirsaugiense. Sin embargo ni en las constituciones redactadas por Udalrico ni por Bernardo, se introducen capítulos dedicados a los signos específicos para los denominados fratres convesi y fratres barbati.
Apoyando lo anterior cabe destacar que las Constituciones Hirsaugienses agregan a la gastualidad monástica dos capítulos singulares: De Signi Aedificorum y De Signi Ferramentorum, circunstancia que demuestra la importancia que el abad Wilhelm le daba a estos oficios.
Pero el documento más contundente es la biografía del abad realizada por su discípulo Haymon, escrita antes de que expirara el siglo XI. Más allá de la extraordinaria vida de Wilhelm, su biógrafo es preciso cuando afirma que, aparte de los ciento cincuenta monjes que vivían en el cenobio hirsaugiense bajo las directivas de su abad, había otros hermanos, conversos y barbados, que se destacaban principalmente por su pericia en el manejo de las máquinas y herramientas de la construcción, habiendo sido fundamentales para la construcción de cenobios, monasterios e iglesias en todo el ámbito de influencia del extenso territorio bajo jurisdicción de la abadía de Hirsau. Conocemos la definición que hace San Isidoro del vocablo maciones (masones) como derivado de machinas. Su acepción medieval ligada a la construcción es indudablemente andamio. Cuando se menciona a las artes mecánicas, se está hablando de machinas, artificios para la construcción. Veamos el texto de Haymon:
Además de los ciento cincuenta monjes que dijimos vivían en el monasterio Hirsaugiense gobernados por el beato Wilhelm, había ciertos hermanos, llamados barbados o conversos, que se concentraban sin descanso en realizar las tareas manuales a fin de cuidar y proveer lo necesario a los monjes dedicados a la vida contemplativa.
De ellos dice Tritemo: eran habilísimos operarios en todas las artes mecánicas, y muy diligentemente consumaron todas las estructuras cenobíticas hasta en sus mínimos detalles... y construyeron el monasterio y sus iglesias (como lo muestran las esculturas de piedra que hoy se ven) y dispusieron con gran belleza todo el edificio. Y todos recordamos que no fueron sino los conversos o monjes barbados los que armaron los vestuarios, elaboraron los cueros, hicieron zapatos y cualquier otra cosa de uso monacal, sin necesidad de seglares, ni de contratados, ni de técnicos.
Fue el mismo santo abad Wilhelm el primero quien en realidad instituyó este orden de conversos, con cuya ayuda fundó tantos monasterios y mereció la alabanza de haber logrado cumplir todos y completos los requerimientos de los monjes.
Introducción a la Vida del Abad Wilhem de Hirsau
Monumenta Germaniae Historica
De allí que luego de revisados estos textos apoye las afirmaciones de Danton que en su Historia General de la Masonería, escrita en el siglo XIX, expresa que la orden masónica tendrá que reconocer siempre como fundador de las logias al conde palatino de Seheuren, Wilhelm de Hirsau.
En efecto, Wilhelm de Hirsau no era desconocido para los masones y muy probablemente estos antecedentes hayan sido estudiados en Alemania. La mención de este abad por parte de Marcial Ruiz Torres en su Libro del Maestro es contundente: El abate Wilhelm von Hirsau fue el primero que hacia el siglo XI instruyó a canteros y masones y dotó, además, a su Logia de reglamentos, que sirvieron de modelo a otras logias alemanas...
La masonería andersoniana, que ha puesto especial énfasis en destacar los antecedentes insulares de la francmasonería, ha desconocido por completo las figuras de alcance continental, todas ellas destacados monjes benedictinos como Teófilo, Rabano Mauro y el propio Wilhelm de Hirsau entre otros. La excepción es san Beda, el autor de Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum que es mencionado como fuente en el Manuscrito Cook, Pero cuesta entender por qué la francmasonería inglesa ha ignorado durante siglos su obra De Templo Salomonis Liber siendo que san Beda es uno de los Padres de la Historia Británica.
4.- El Mandil Cluniacense
En el prólogo al Primer Libro de las Constituciones Hirsaugienses -del cual ya hemos mencionado algún párrafo- hay un fragmento que merece la más particular atención. Wilhelm describe el modo como fueron redactadas estas reglas; habla de los personajes que intervinieron y de la profundidad con que estos "secretos" de la reglas cluniacenses fueron tratados; destaca las dispensas que el propio Hugo, abad de Cluny, le concedió con el fin de adaptarlas a las circunstancias e idiosincrasias de la nueva Orden, y menciona haber recibido, como obsequio de parte de los cluniacenses, unos mandiles de provechosa hechura.
La traducción de esta frase resulta controvertida, dadas las distintas acepciones del vocablo latino manipulus, que hemos traducido por mandil. La confrontación de las distintas acepciones resulta crucial, y ciertamente luminosa. A la vez, la definición de este vocablo es gravitante en este contexto, puesto que si existe una insignia que identifica a un masón es su mandil.
La trascripción del fragmento es la siguiente:
Igualmente, por esa época Udalrico, cierto señor cluniacense, permaneció con nosotros por algún tiempo, enviado a Alemania por asuntos de su monasterio. Y ya que era, desde mucho tiempo atrás, muy cercano a nosotros, y formado por una gran experiencia en las reglas de Cluny, le rogamos para que nos transcribiera sus costumbres. Aceptó, se comprometió a ello, y como había prometido, redactó para nosotros dos pequeños libros acerca de estas costumbres. Más tarde, como considerábamos que en aquellos libros faltaban muchas cosas para abarcar el conocimiento completo de aquellas reglas de conducta, dispusimos en primer lugar de dos de nuestros hermanos y más tarde de otros dos, y por tercera vez de nada menos que de dos cluniacenses: ellos estudiaron en un tan atento examen todos los secretos de aquella orden, que sus propios maestros, en cuya audiencia leyeron las reglas puestas por escrito, aseguraron que nunca otros discípulos de ese colegio espiritual habían entendido la doctrina de su orden más plena y verazmente. Finalmente, en el momento en que partían, trayéndonos con alegría unos mandiles [manipulos] de provechosa hechura, recibimos a través de ellos la disposición del señor Hugo, venerable abad de Cluny, de que por su autoridad, una vez que nuestros señores hubiesen acordado su parecer y de acuerdo con lo que manifiesta el propio proyecto de la obra, si hubiese algún elemento inadmisible acerca de aquellas costumbres, tomando en cuenta el modo de vida del país, la situación del lugar y las condiciones de la época, lo quitáramos, si algo debía ser modificado, lo modificáramos, si algo debía agregarse lo agregáramos.
Según el diccionario de la Real Academia Española:
Manípulo (lat. manipulus). Ornamento sagrado de la misma hechura de la estola, pero más corto, que por medio de un fiador se sujetaba al antebrazo izquierdo sobre la manga del alba.
Niermeyer lo traduce como una especie de toalla con la que el sacerdote secaba su transpiración -towel for a priest to wipe off perspiration-, pero en la 3ª acepción lo define como un delantal -apron, pinafore- haciendo referencia específica de las Consuetudines Cluniacenses, y utilizando el mismo término que define al mandil en inglés: apron.
Aquí cabe añadir un hecho importante. La fuente que estamos utilizando son las propias Constituciones Hirsaugienses, contenidas en el vol. CL de la Patrología Latina. Sin embargo Niermeyer refiere como ejemplo de la acepción mencionada a la versión de las Consuetudines Cluniacenses escritas por Bernardo de Morland, publicadas por Marquardi Herrgott, que tenemos ante nos.
Veamos quien era Bernardo de Morland según las propias palabras de Wilhelm:
Mientras encomendaba con delicadas plegarias mi propósito a aquel que colma de bienes el anhelo de sus fieles, Dios, que ordena todas las cosas de modo admirable y con misericordia, aquel hombre admirable, digno de la memoria de todos los hombres de bien, Bernardo, abad de Massilia, que cumplía con la embajada ordenada por la sede apostólica, llegó a nosotros y permaneció casi un año entero en nuestra compañía, retenido a causa de la dificultad de realizar el viaje de vuelta, que era lo que deseaba.
Él, después de considerar atentamente la conducta de los hermanos y la situación de nuestro monasterio, un día, entre otros temas sobre los que conversábamos, se dirigió a mí de este modo: "Según veo, queridísimo hermano, este lugar es apropiado al comportamiento monástico y los mismos hermanos parecen arder en el muy denodado esfuerzo de vivir santamente. Pero sobre todo querría saber qué maestros de vuestro establecimiento tenéis y, principalmente, de cuál monasterio derivan las costumbres que observáis"
"Nos empeñamos -respondí- en imitar a cualesquiera religiosos de esta vida como influencia para nosotros; pero, si os dignáis a reconducirnos a la recta senda en el caso que nos desviemos en algún aspecto, lejos de toda duda, a donde quiera que nos conduzcáis con vuestra mano de sabio consejo, con toda predisposición os seguiremos".
A estas palabras respondió: "Vuestra conducta, hasta donde mi humilde agudeza puede penetrar, parece aceptable para Dios y es admiración de todos los hombres verdaderamente sabios. Pero si fuera en este punto más ilustre y, por decirlo así, se distinguiera alumbrada por las virtudes y milagros apostólicos, sin embargo no les resultaría agradable y aceptable en ese mismo grado, a menos que la tonsura llegue a ser adoptada en sus hábitos recurriendo a las otras costumbres monásticas, conforme a las reglas de la Iglesia y a los restantes principios de conducta. Pero entre todos los monasterios de la Galia Cisalpina, si me pedís nuestra opinión, os aconsejo que elijáis sobre todo el cenobio cluniacense, en donde tanto por la autoridad de los más perfectos monjes como por la antigüedad monástica, allí se desarrolla esa vida piadosa de la fortaleza y la gloria, de modo que si en otros monasterios parece haber algunas huellas de la santidad, no hay dudas de que éste, como de una cierta viva e inagotable fuente, emanan cada uno de aquellos arroyuelos".
Mientras con estas palabras y con otras razones parecidas este hombre, como suele decirse, nos dio ánimo para la vida presente, una vez que la embajada por la que había venido hubo concluido, se marchó, y cuando volvía, al pasar por Cluny, nos encomendó cordialmente al padre del monasterio, y nos confió al anciano tan benévolo, si algo pedíamos de él.
Pues bien, en la obra citada, Bernardo describe a los manipula como delantales que se cuelgan del cuello. Como sabemos, los mandiles eran utilizados por albañiles y maestros de oficio para cubrir su pecho y vientre. Tenían la forma de un delantal colgado del cuello y atado en la espalda; su uso se mantiene en algunos ritos masónicos como es el caso de ciertas ceremonias de la Orden de Maestros Masones de la Marca. Este formato puede verse en numerosos grabados antiguos.
Entendemos que manipulus puede traducirse entonces según el criterio propuesto por Niermeyer, basado en el significado que le asignan las propias Consuetudines Cluniacenses, y las Constituciones Hirsaugienses: apron, mandil el cual se reafirma en el hecho de que esta Orden ha tenido en la construcción una de sus principales características. Por otra parte ¿Qué significación particular podría tener un delicado sudario entre monjes cuya principal actividad era tan ruda como la de erigir monasterios, iglesia y catedrales? ¿Por qué destacaría Wilhelm de Hirsau un utensilio litúrgico en el prólogo de una Constitución, cuya principal característica –en lo que hace a nuestro propósito- es que justamente incorpora a conversos, maestros de oficio y reglamenta su actividad?
Probablemente estamos en presencia de un muy antiguo documento que otorga al "mandil" una significación particular en el seno de una Orden de constructores.
Es una oportunidad importante para aclarar algunas críticas que he recibido respecto del rol que le atribuyo a Wilhelm de Hirsau en la formación de la protomasonería medieval. Dudas que son atendibles dada la nula bibliografía sobre la cuestión, salvo los documentos medievales contenidos en la Patrología Latina, la Monumenta Germaniae Historica y otras publicaciones especiales como la Vetus Disciplina Monastica editada por Herrgott. Todas estas obras son del siglo XI.
Me han señalado que resulta un anacronismo hablar de logias benedictinas. En cierto sentido esta expresión adolece de un problema de interpretación. Si la he utilizado con anterioridad fue con el objeto de describir de la manera más cruda que estas estructuras bajo dependencia monástica, creadas por el abad Wilhelm bien podían considerarse como protologias y –en su conjunto- una verdadera protomasonería. De hecho estoy convencido de que así lo fueron.
Del mismo modo, estas estructuras no podrían haberse consolidado sin una doctrina cristiana, concebida y desarrollada, específicamente, como un programa de instrucción aplicable a aquellos hombres que emprendían la construcción de un lugar sagrado.
Fuente: http://eduardocallaey.blogspot.com/