Mi madre me ha dicho,
que me habría de comprar
un barco de grandes remos
para ir de vikingo;
erguido en pie en la proa,
mandar una hermosa nave,
después llegar a puerto
y matar hombre tras hombre.
que me habría de comprar
un barco de grandes remos
para ir de vikingo;
erguido en pie en la proa,
mandar una hermosa nave,
después llegar a puerto
y matar hombre tras hombre.
NMIP: LUIS LEON PIZARRO
Este poema, compuesto a principios del siglo X por un joven noruego de doce años llamado Egil Skallagrimsson, refleja a la perfección las aspiraciones de buena parte de la juventud escandinava durante un periodo histórico conocido como la Era Vikinga.
A lo largo de casi tres siglos, los vikingos saquearon las costas de toda Europa, conquistaron Inglaterra y buena parte de Irlanda, dominaron Rusia, se asentaron en Normandía, asediaron París y Constantinopla, poblaron Islandia e incluso llegaron a las costas de Terranova cinco siglos antes de que Colón pisase por primera vez el continente americano. Se decía que eran paganos, de una brutalidad proverbial y que su crueldad no tenía límites. ¿Quienes eran realmente los vikingos?
Hoy en día ese término se emplea para referirse a todos los escandinavos de un periodo histórico concreto, pero sus contemporáneos jamás los llamaron de esta forma. En Europa occidental generalmente se les denominaba normandos, voz procedente del antiguo germánico normaner, que significa “hombre del norte”, similar al inglés northmen. Eslavos y bizantinos les conocían como rus, mientras que los hispano-musulmanes se referían a ellos como al-magus, es decir, “los paganos”.
En su propia lengua, el antiguo nórdico, vikingr significa literalmente “pirata”. Sin embargo, las incursiones de saqueo no eran el único modo gracias al cual los vikingos podían obtener fortuna. También actuaron como comerciantes (de hecho, en el este de Europa fueron conocidos prácticamente por esta actividad), colonizadores de nuevos territorios y mercenarios al servicio de potencias extranjeras. Llegado el caso, una expedición nórdica podía atacar una localidad poco defendida -o cobrar dinero por no hacerlo-, pero también comerciar en la zona, asentarse allí de forma permanente o incluso acabar sirviendo a las autoridades del territorio que previamente habían rapiñado. Tras haber saqueado París, a Ragnar Lodbrok, uno de los vikingos más famosos de la historia, le llegaron noticias de la celebración de un importante mercado en la ciudad. Por ello, pidió permiso para volver a entrar, esta vez como honrado comerciante, por lo que de esta forma acabó vendiendo los productos obtenidos en el saqueo. Y es que, para sus víctimas, los vikingos siempre resultaron desconcertantes.
Hoy en día ese término se emplea para referirse a todos los escandinavos de un periodo histórico concreto, pero sus contemporáneos jamás los llamaron de esta forma. En Europa occidental generalmente se les denominaba normandos, voz procedente del antiguo germánico normaner, que significa “hombre del norte”, similar al inglés northmen. Eslavos y bizantinos les conocían como rus, mientras que los hispano-musulmanes se referían a ellos como al-magus, es decir, “los paganos”.
En su propia lengua, el antiguo nórdico, vikingr significa literalmente “pirata”. Sin embargo, las incursiones de saqueo no eran el único modo gracias al cual los vikingos podían obtener fortuna. También actuaron como comerciantes (de hecho, en el este de Europa fueron conocidos prácticamente por esta actividad), colonizadores de nuevos territorios y mercenarios al servicio de potencias extranjeras. Llegado el caso, una expedición nórdica podía atacar una localidad poco defendida -o cobrar dinero por no hacerlo-, pero también comerciar en la zona, asentarse allí de forma permanente o incluso acabar sirviendo a las autoridades del territorio que previamente habían rapiñado. Tras haber saqueado París, a Ragnar Lodbrok, uno de los vikingos más famosos de la historia, le llegaron noticias de la celebración de un importante mercado en la ciudad. Por ello, pidió permiso para volver a entrar, esta vez como honrado comerciante, por lo que de esta forma acabó vendiendo los productos obtenidos en el saqueo. Y es que, para sus víctimas, los vikingos siempre resultaron desconcertantes.
En la imaginería popular europea, los vikingos han encarnado a la quintaesencia del bárbaro, el salvaje habitante de los confines del mundo civilizado. Sin embargo, si nos sumergimos en su tradición oral transcrita siglos después, descubriremos a un pueblo amante de la poesía, creador de un universo mítico de una complejidad y sofisticación fuera de lo común. Al mismo tiempo, la arqueología escandinava ha ido sacando a la luz un mundo de hábiles artesanos poseedores de un sentido estético extremadamente desarrollado. Esa imagen tan desfavorable es, en definitiva, propia de muchos pueblos de la protohistoria, aquellos a los que generalmente conocemos a través de los ojos de sus adversarios, que este caso muchas veces eran monjes cuyos hermanos habían sufrido las consecuencias de sus rapiñas. Fueron, en definitiva, un pueblo tan complejo como cualquier otro.
En realidad, fenómenos como la expansión vikinga son una constante histórica. Los jóvenes escandinavos que abandonaron su hogar en busca de fortuna no se diferenciaban mucho de aquellos guerreros lusitanos que saqueaban Turdetania a las órdenes de Viriato. Ni tampoco de los almogávares catalano-aragoneses de Roger de Flor en tierras bizantinas o de los españoles que acompañaron a Cortés y a Pizarro. Este tipo de agrupaciones guerreras, creadas en torno a la figura de un líder, servían para dar salida a una población excedentaria, evitaban conflictos sociales o políticos de tipo dinástico, posibilitando además la llegada de nuevos recursos y la ampliación de sus zonas de influencia. De hecho, una vez cristianizada Escandinavia, las cruzadas cristianas sucedieron a las incursiones vikingas sin que se pueda definir muy bien en qué momento ocurrió esto, ni tampoco en qué se diferenciaban realmente unas de otras. Tampoco fue un pueblo que hiciese gala de un violencia superior a la de sus coetáneos. Por tanto, ¿qué es lo que les hizo tan diferentes?
Hablar de los vikingos es hablar de sus barcos. Tierra de costa recortada, surcada por ríos, salpicada de lagos y pantanos, donde la población se concentra en la franja costera pues el rigor del clima imposibilita la agricultura en el interior, Escandinavia es un medio físico propicio para el desarrollo de la navegación. A pesar de haber sido tradicionalmente un territorio más bien marginal dentro de Europa, desde su tardía Edad del Bronce se comienzan a construir estilizadas embarcaciones de remos de una avanzada técnica constructiva. Aunque inicialmente se trataba de canoas tan solo aptas para surcar ríos y lagos, con el paso del tiempo van ganando en tamaño, haciéndose cada vez más altas sus proas y bordas, de forma que ya en la Edad del Hierro permiten la navegación de cabotaje en mar abierto.
Durante el declive del Imperio Romano, los sajones de las inmediaciones de la península de Jutlandia invaden la isla de Bretaña en varias oleadas. Esta navegación sólo es posible costeando, realizando paradas periódicas con el objeto de pasar la noche en tierra, lo que dificultaba las incursiones bélicas en territorio hostil. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo VI, los escandinavos comienzan a añadir rudimentarias velas a sus embarcaciones que, ciento cincuenta años después, durante el periodo Vendel, sufrirán importantes mejoras, al mismo tiempo que aumenta el tamaño de los buques. De esta forma nace el langskip, el barco largo. La Era Vikinga había comenzado.
En el año 793 los pacíficos monjes del monasterio de Lindisfarne son los primeros en experimentar la furia de los hombres del norte. Situado en una pequeña isla al este de Bretaña, todo parecía indicar que el santuario y sus riquezas se encontraban fuera de todo peligro. No era así. A partir de entonces, hasta el año 1066 aproximadamente, se inicia una era en la que la costa atlántica europea se convierte en un hervidero, en el que unas sociedades que tradicionalmente habían vivido de espaldas al mar comienzan a mirar al horizonte con temor. El Atlántico nunca había sido un mar cerrado, pero ni tan siquiera en época romana fue especialmente transitado. Ahora todo había cambiado y el océano se convirtió en un vehículo de muerte.
En realidad, fenómenos como la expansión vikinga son una constante histórica. Los jóvenes escandinavos que abandonaron su hogar en busca de fortuna no se diferenciaban mucho de aquellos guerreros lusitanos que saqueaban Turdetania a las órdenes de Viriato. Ni tampoco de los almogávares catalano-aragoneses de Roger de Flor en tierras bizantinas o de los españoles que acompañaron a Cortés y a Pizarro. Este tipo de agrupaciones guerreras, creadas en torno a la figura de un líder, servían para dar salida a una población excedentaria, evitaban conflictos sociales o políticos de tipo dinástico, posibilitando además la llegada de nuevos recursos y la ampliación de sus zonas de influencia. De hecho, una vez cristianizada Escandinavia, las cruzadas cristianas sucedieron a las incursiones vikingas sin que se pueda definir muy bien en qué momento ocurrió esto, ni tampoco en qué se diferenciaban realmente unas de otras. Tampoco fue un pueblo que hiciese gala de un violencia superior a la de sus coetáneos. Por tanto, ¿qué es lo que les hizo tan diferentes?
Hablar de los vikingos es hablar de sus barcos. Tierra de costa recortada, surcada por ríos, salpicada de lagos y pantanos, donde la población se concentra en la franja costera pues el rigor del clima imposibilita la agricultura en el interior, Escandinavia es un medio físico propicio para el desarrollo de la navegación. A pesar de haber sido tradicionalmente un territorio más bien marginal dentro de Europa, desde su tardía Edad del Bronce se comienzan a construir estilizadas embarcaciones de remos de una avanzada técnica constructiva. Aunque inicialmente se trataba de canoas tan solo aptas para surcar ríos y lagos, con el paso del tiempo van ganando en tamaño, haciéndose cada vez más altas sus proas y bordas, de forma que ya en la Edad del Hierro permiten la navegación de cabotaje en mar abierto.
Durante el declive del Imperio Romano, los sajones de las inmediaciones de la península de Jutlandia invaden la isla de Bretaña en varias oleadas. Esta navegación sólo es posible costeando, realizando paradas periódicas con el objeto de pasar la noche en tierra, lo que dificultaba las incursiones bélicas en territorio hostil. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo VI, los escandinavos comienzan a añadir rudimentarias velas a sus embarcaciones que, ciento cincuenta años después, durante el periodo Vendel, sufrirán importantes mejoras, al mismo tiempo que aumenta el tamaño de los buques. De esta forma nace el langskip, el barco largo. La Era Vikinga había comenzado.
En el año 793 los pacíficos monjes del monasterio de Lindisfarne son los primeros en experimentar la furia de los hombres del norte. Situado en una pequeña isla al este de Bretaña, todo parecía indicar que el santuario y sus riquezas se encontraban fuera de todo peligro. No era así. A partir de entonces, hasta el año 1066 aproximadamente, se inicia una era en la que la costa atlántica europea se convierte en un hervidero, en el que unas sociedades que tradicionalmente habían vivido de espaldas al mar comienzan a mirar al horizonte con temor. El Atlántico nunca había sido un mar cerrado, pero ni tan siquiera en época romana fue especialmente transitado. Ahora todo había cambiado y el océano se convirtió en un vehículo de muerte.
La Era vikinga terminaría en ese año de 1066, cuando Haithabu, una importante ciudad comercial escandinava situada al Norte de Alemania es arrasada por los eslavos, el rey noruego Harald “el severo” muere junto con todo su ejército reclamando el trono inglés en la batalla del puente de Stamford, y Guillermo de Normandía, Ducado francés de origen vikingo, alcanza el trono de Inglaterra tras la batalla de Hastings (en las que sus hombres ondearon el estandarte de la Cruz Papal y un dragón pagano). No es muy difícil observar la evolución de un pueblo que pasa de ser temido por ataques a lugares indefensos, a verse sumergido en una compleja red de relaciones sociales, religiosas, políticas y económicas con el resto de Europa.
Los vikingos no iban mejor armados que sus adversarios, ni sus ejércitos estaban mejor organizados. No contaban con tropas de caballería, ni tampoco podían desplazar pesadas máquinas de guerra en sus incursiones. A nivel táctico, combatían formando un muro con sus escudos, disponiendo a sus mejores hombres en primera línea, aunque ocasionalmente podían realizar variaciones a esta disposición, como, por ejemplo, con formaciones en cuña. Estas tácticas eran extremadamente toscas comparadas con las de muchos de sus coetáneos, como los bizantinos. ¿Cuál era entonces el secreto de su éxito?
Los vikingos fueron los inventores de la guerra relámpago. Gracias a sus embarcaciones, podían desplazar un ejército a un punto determinado, atacar un objetivo en un audaz golpe de mano y abandonar el lugar antes de que se pudiera organizar una defensa efectiva. Sus barcos eran capaces de desplazarse a una enorme velocidad, tanto a remo como a vela, remontando ríos, atravesando océanos e incluso siendo transportados en tierra mediante rodillos.
Los vikingos no iban mejor armados que sus adversarios, ni sus ejércitos estaban mejor organizados. No contaban con tropas de caballería, ni tampoco podían desplazar pesadas máquinas de guerra en sus incursiones. A nivel táctico, combatían formando un muro con sus escudos, disponiendo a sus mejores hombres en primera línea, aunque ocasionalmente podían realizar variaciones a esta disposición, como, por ejemplo, con formaciones en cuña. Estas tácticas eran extremadamente toscas comparadas con las de muchos de sus coetáneos, como los bizantinos. ¿Cuál era entonces el secreto de su éxito?
Los vikingos fueron los inventores de la guerra relámpago. Gracias a sus embarcaciones, podían desplazar un ejército a un punto determinado, atacar un objetivo en un audaz golpe de mano y abandonar el lugar antes de que se pudiera organizar una defensa efectiva. Sus barcos eran capaces de desplazarse a una enorme velocidad, tanto a remo como a vela, remontando ríos, atravesando océanos e incluso siendo transportados en tierra mediante rodillos.
Otra clave también reside en su propia versatilidad personal. Guerreros y artesanos, marinos y poetas, granjeros y comerciantes, los escandinavos se enorgullecían de ser hombres polifacéticos. Frente a la monolítica aristocracia guerrera de la Europa feudal, los vikingos contaban con unos recursos que los convertían en enemigos endiabladamente impredecibles. Es importante destacar además la existencia de lo que se podría denominar “un estado de ánimo heroico” durante la era vikinga, la certeza de que tras la muerte lo único que sobrevive es el buen nombre adquirido, algo que empujaba a los vikingos a buscar la fama y nuevos horizontes por encima de todo.
Tampoco hay que desdeñar el papel que jugaron las mujeres en todo ello. Ellas se encargaban de administrar las granjas, dirigir las operaciones comerciales y realizar las arduas labores domésticas durante las largas ausencias de sus maridos. En una época en la que las guerras se realizaban en verano, coincidiendo muchas veces con las labores de recolección de los campos, la libertad de las mujeres nórdicas, desconocida en el resto de Europa, permitía a los hombres centrarse en las expediciones guerreras.
Tampoco hay que desdeñar el papel que jugaron las mujeres en todo ello. Ellas se encargaban de administrar las granjas, dirigir las operaciones comerciales y realizar las arduas labores domésticas durante las largas ausencias de sus maridos. En una época en la que las guerras se realizaban en verano, coincidiendo muchas veces con las labores de recolección de los campos, la libertad de las mujeres nórdicas, desconocida en el resto de Europa, permitía a los hombres centrarse en las expediciones guerreras.
Como atestiguan las numerosas piedras rúnicas, auténticos documentos jurídicos y funerarios, erigidas por y/o para mujeres y en sus enterramientos, éstas gozaban de más crédito que cualquier otra de su época, siendo responsable en numerosas ocasiones de administrar la hacienda y la herencia familiar, dirigiendo las operaciones comerciales, e incluso, si nos fiamos de las sagas islandesas, gozando del derecho al divorcio unilateral de su marido.
NMIP: LUIS LEON PIZARRO