ARMONÍA Y EVOLUCIÓN
El lenguaje de la geometría, así como el del color y la luz, son grandes sistemas de aprendizaje para el hombre. Los colores y las formas que nos rodean a diario son pues totalmente informadores y pedagógicos, ya que a través del mensaje contenido en ese lenguaje visual (que se procesa más por el hemisferio derecho que por el izquierdo) también aprendemos y evolucionamos.
La construcción de cada forma creada por el hombre, ya sea el diseño de una simple letra, la realización de un cuadro, el boceto de una pequeña vivienda o de una gran catedral, un simple mándala, es decir, cada vez que el hombre coge un lápiz y despliega sus ideas y sus sentimientos sobre el papel, aquel dibujo parte siempre de una relación entre puntos, líneas y planos. Se trata de una relación de «signos y códigos» que generan un lenguaje visual con cierto contenido arquetípico y expansivo para el ser humano.
Vasili Kandinsky, a primeros del siglo veinte, fue uno de los más destacados pensadores y teóricos sobre el contenido profundo del arte y sobre los conceptos de «punto», «línea» y «plano», conceptos y pensamientos que siempre nos resulta interesante revisar (especialmente en sus obras De lo espiritual en el arte y Punto y línea sobre el plano). No solamente para poder entrar en profundidad en la matriz del fenómeno artístico y espacial, sino también para comenzar a comprender el concepto de «forma» desde el punto de vista energético, es decir, para percibir la «geometría» como algo muy profundo y vibrante.
Percibir las energías que intervienen en cualquier método o ejercicio terapéutico, bien sea la Geocromoterapia, la Cristaloterapia, el Feng Shui o cualquier práctica médica energética o vibracional, antigua o actual, nos conduce inevitablemente al mundo de las proporciones matemáticas, a la geometría y a la física cuántica. Pero esas materias a veces dan miedo y no sabemos por dónde empezar. Entonces, ¿cuál es el mayor referente del mundo de las «formas»? La Naturaleza; siempre ha sido ella. El mundo natural que nos envuelve y al que pertenecemos, está íntimamente relacionado con los valores de la geometría y todas las implicaciones energéticas, incluso médicas, que de ella se derivan. Volveremos a la naturaleza, pero antes definamos que es eso de «geometría», vista desde los valores de la perspectiva actual.
Las formas, todas las formas existentes, tanto las percibidas por un artista como por los terapeutas actuales enfocados en la medicina cuántica aplicada, contienen en su campo formal un lenguaje oculto. Para aprender el lenguaje misterioso de las formas, necesitamos comenzar a entender y valorar las «formas madre», los patrones básicos de los cuales se derivan todas las demás, es decir, los triángulos, cuadrados, pentágonos, hexágonos, heptágonos, octógonos, decágonos, dodecágonos, círculos, óvalos... que son los primeros patrones que delimitan el espacio de una forma regular, simétrica, comprensible y bidimensional. Luego, habiendo integrado el polígono, podremos entrar en el gran fenómeno de los poliedros y en la tercera y la cuarta dimensión.
Cada forma matriz, los polígonos simples, planos y euclidianos, representan todo un modo de lenguaje, un abecedario, un alfabeto mórfico; como todo lenguaje, su función es siempre transmitir información. En el arte oriental, especialmente el que procede de la estética hinduista y budista, podemos contemplar los magníficos yantras y los mándalas, sustratos gráficos y siempre energéticos, diseños complejos compuestos de diversas formas geométricas superpuestas, cuyos símbolos arquetípicos están cargados de contenidos místicos, evolutivos y expansivos para un ser humano que los contemple o que los utilice.
De una forma más mística podríamos decir que a través de estas formas primigenias, a través del lenguaje simbólico de la geometría (todos los lenguajes son simbólicos) se manifiesta el espacio ilimitado. El Tao (el infinito abstracto, Dios, la Fuente de todas las cosas, el Campo Unificado), mediante el simbolismo formal y arquetípico, manifiesta y materializa su verdadero Ser profundo, su poder creador, su acción moduladora de formas y las pautas de comportamiento armónico. Esa es una de las razones por la que hoy se le añade el adjetivo de «sagrada» a la geometría, para incorporarle los valores anímicos y metafísicos a aquella geometría técnica y plástica que nos enseñaban en la escuela, para darle a cada patrón de la geometría el valor de «arquetipo». Siempre relacionado con nuestro espíritu y el comportamiento anímico.
Un arquetipo es un modelo, un patrón básico, una semilla o una pauta que contiene cierta información encriptada, la cual nos da el camino a seguir, el referente a mimetizar, el comportamiento idóneo y armónico, el dial exacto de la sintonía. Los arquetipos de la geometría sagrada, a veces combinados con el color, como en el caso de la Geocromoterapia, pueden ser empleados a conciencia y de forma inteligente en el campo terapéutico, en el psicológico, en el pedagógico y evidentemente, también en el terreno artístico y en el entorno. El propio Carl Jung dijo lúcidamente que «los arquetipos toman vida sólo cuando intentamos descubrir su significado».
Todo ello nos conduce a pensar que existe a nuestro alrededor un campo de transmisión de la información arquetípica, por donde circulan entre otras cosas esos códigos o informaciones procedentes de los arquetipos formales, pero también de los arquetipos psicológicos. Un gran estudio científico al respecto fue realizado por el bioquímico británico Rupert Shelldrake con su magnífica Teoría de la Resonancia Mórfica. El desarrollo del científico mostraba que la repetición de patrones de comportamiento se transmiten por un campo de fuerza que no era de índole electromagnético, sino a través de los Campos Mórficos, un nuevo campo de información en el que todos estamos inmersos.
Por un lado, decimos que la propia Geometría posee un lenguaje universal y que es un vehículo de transmisión; por otro lado, gracias a la física cuántica sabemos que existe una red, o Campo Unificado de información o conciencia. Pero nos falta el tercer ítem: existe también el principio de resonancia y empatía. Si no existiera esa ley de sintonía, nada de lo demás tendría importancia.
Entrar en resonancia con algo es vibrar en la misma frecuencia, es empatizar y sintonizar, como quien emplea el dial de la radio para sintonizar o entrar en perfecta resonancia con una emisora. Sintonizar implica abrirse a la comunicación, es la disposición a recibir y a transmitir información, es relacionarse con otro ente o fuerza de forma empática y coincidente
Así, tanto las formas en el arte, como cualquier forma, yantra o arquetipo susceptible de ser utilizado terapéuticamente, devienen un vehículo de información y un sistema de relación, unificación y armonización, porque los seres humanos somos sensibles y reactivos al campo de fuerza que emiten los patrones de la geometría. Cada polígono emite unas «ondas de forma», una radiación geometrodinámica que incide y se acopla con nuestro campo de fuerza personal. Para comprender mejor el valor de los campos mórficos es interesante revisar el significado de los mantras y los yantras. Hoy todos sabemos ya qué es un «mantra». El poder que contiene el pensamiento y la palabra (sea pensada o escrita, emitida de forma espiritual y evolutiva, o bien empleada por el marketing y el comercio actual). Pues bien, un yantra es lo mismo que un mantra, pero en lugar de ser sonoro es visual. El yantra es una forma simbólica expresada plásticamente, con un contenido, una función y una finalidad específica. Los famosos mándalas actuales no son nada más que yantras o elementos gráficos activos. Es importante no jugar demasiado o frivolizar con el contenido energético de un mándala, pues todo dibujo posee un potencial energético y no todos los mándalas son válidos para un estado de salud determinado.
La palabra yantra viene de la raíz sánscrita «yam», que significa «el portador», «el que sostiene», el «soporte». Un yantra lleva en sí mismo un contenido; un contenido que trae consigo cierta información, un mensaje que llega y penetra a quien observe y contemple aquel insondable yantra visual. Esa sería también una buena definición para la palabra «arquetipo», el portador de un código. Y eso es lo hemos venido constatando a lo largo de 15 años de investigación con los arquetipos geométricos de color, o filtros empleados en la Geocromoterapia; cada uno de ellos posee una función determinada. Así, un triángulo amarillo tiene una función terapéutica completamente distinta a la de un pentágono amarillo, y que un decágono amarillo y que un círculo amarillo; todos son del mismo color, pero cambia el patrón mórfico, siendo pues la geometría la que define su función, su misión, el código de cambio y transformación .
Cualquier arquetipo gráfico, cualquier modelo conceptual y formal, especialmente si está diseñado en proporción áurea, es una estructura armónica que lleva implícita una energía, un código, una pauta comportamental. Toda «forma» modifica nuestro comportamiento celular y psicológico. Todo arquetipo es un patrón formal que emite ondas portadoras coherentes. Es un substrato contenedor y portador de información. Los valores de la geometría plana, esos arquetipos primigenios de las formas creadas, cada polígono en su acción terapéutica y evolutiva, pueden ser observados en varios de mis libros o en los seminarios sobre Geocromoterapia. Sin embargo, en este texto introductorio sería interesante observar un poco las pautas geométricas que contiene el complejo mundo natural que nos rodea.
Por poco sensible que uno sea, la abundancia perfectiva y sincrónica de la Naturaleza no deja de sorprendernos e incluso de inquietarnos. Existe lo que podríamos llamar una fuerza de diseño vital, que es consustancial a toda la materia del cosmos. Vivimos inmersos dentro del diseño del sistema solar y somos partícipes del diseño sublime de las cristalizaciones y de las flores, del diseño funcional y perfecto de nuestras células y proteínas, incluso resulta sorprendente el misterioso diseño en espiral del código del ADN que perpetúa a los seres como especie. Un pequeño examen de la estructura formal y del crecimiento de los seres, tanto orgánicos como inorgánicos, nos demostrará la repetición constante de ciertas proporciones armónicas, numéricas y geométricas en la naturaleza. La naturaleza, toda ella, es como el gran reflejo de unas leyes y patrones fundamentales de crecimiento y expansión, las pautas constantes e invariables del Universo.
Revisarlo nos recuerda que también nosotros somos parte de esa naturaleza y que, la raza humana, como uno de los cuatro reinos del planeta, vive en una especie de comunión mística con las formas, la energía y las fuerzas de esa naturaleza sabia y perfecta. La geometría y las relaciones armónicas que contienen todas las formas naturales, despiertan en nosotros resonancias afectivas, lógicas e incluso resonancias orgánicas. Una vez más, por la ley de sintonía, recibimos todos los códigos coherentes de ese ser, esa madre nutriente a la que llamamos Gaia.
La Divina Proporción o Número de Oro
La armonía de las formas creadas puede expresarse por números y códigos. Existe un número matemático considerado como «la constante de la vida», la vibración permanente de sus proporciones armónicas. Ese número y su proporción geométrica proporciona las características constantes del crecimiento progresivo y evolutivo de la vida en todas sus facetas. A esta constante matemática se la ha llamado «La Divina Proporción o Número de Oro»; se trata del número Phi () y su valor es 1,6180339... , una constante matemática única, un número algebraico inconmensurable e infinito.
Existen otras constantes matemáticas como el conocido número Pi, () cuyo valor es 3,14159..., que también participan en el crecimiento y regeneración de la vida. El hombre usó también esa constante (el nº ) para la construcción de muchas de las pirámides egipcias. Todos esos números infinitos e invariables, en especial el Número de Oro y su proporción áurea geométrica poseen cualidades y características notables en el crecimiento vital que generan pautas codificadas y armónicas en la naturaleza. Curiosamente, esa proporción, la constante matemática, funciona tanto en una progresión aritmética como en una progresión geométrica simultáneamente, algo que no ocurre con ningún otro número, constante numérica o proporción. Fue esa la razón por la que se le llamó el Número de Oro, o la «proporción divina».
Toda forma, color, sonido o aroma de la madre naturaleza contiene, inherente a ella, un mensaje subliminal, un código consustancial y constante que nos activa el proceso de evolución y expansión; se trata de un mensaje que activa nuestra memoria ancestral, nuestra propia armonía metabólica, nuestro equilibrio psicológico, por tanto estimula, desarrolla o expande nuestro espíritu. La contemplación de la belleza, la armonía y los fenómenos naturales afecta, incide, sintoniza y modifica nuestra conciencia y nuestra alma, vista como almacén de luz, como sustrato de información, como conciencia y como almacén de evolución y madurez.
Observemos por un momento los cristales y su forma ordenada de crecimiento. El estudio de las particiones homogéneas del espacio y la teoría de redes de puntos generan la ciencia de la Cristalografía, un verdadero encuentro entre la química molecular, la geometría y los fenómenos de la simetría. Las redes fundamentales que se encuentran en los cristales se llaman redes isótropas, por ser homogéneas en su estructura lineal y angular. Los cristales tan solo pueden crecer en base a tres patrones geométricos: el triángulo, el cuadrado y el hexágono, y ningún otro patrón. Veremos también que solamente los polígonos regulares, cuyo ángulo en el vértice sea un múltiplo de 360º, son los únicos válidos para el crecimiento y la cohesión de los cristales; es decir, tan solo los polígonos con ángulos de 120º, 90º, y 60º, son los patrones básicos del misterioso reino mineral.
Las diferentes configuraciones de los cristales que genera la Naturaleza son estados de equilibrio estables que vienen determinados por una causalidad muy rigurosa y matemática. Todas las formas y colores de las piedras, cristales y gemas, se producen por las reacciones químicas de los diferentes elementos simples de la naturaleza. Estas reacciones son una tendencia de los electrones a combinarse según disposiciones concretas y estables. Pero la geometría que contienen es muy determinada e invariable, en una red cuadrada, triangular o hexagonal, pero jamás pentagonal, por ejemplo.
La simetría «pentagonal» está clara y únicamente relacionada con la vida orgánica, o sea el reino vegetal, el animal y el humano; sin embargo, la forma «hexagonal» está especialmente asociada a la vida inorgánica, el reino mineral. Incluso los cristales del agua, del hielo, de la nieve, se generan en forma invariablemente hexagonal. Una cita interesante del propio Matila C.Ghyka en su libro La estética de las proporciones nos dice: «Tanto en el caso de los animales como en el de las plantas, parece existir una cierta preferencia por la simetría pentagonal, una simetría claramente relacionada con la sección áurea y desconocida en el mundo de la materia inerte».
Sin embargo, el hexágono es un polígono que, además de ser propio de los cristales, también puede verse puntualmente en los animales y en los seres humanos; aunque, recordemos, jamás en las plantas. Los tejidos vivos producen configuraciones dinámicas siempre de simetría hexagonal, igual que ocurre con la forma espiral (el gran patrimonio de la vida). La red hexagonal se encuentra en algunos tejidos celulares, como por ejemplo en el ojo de la mosca, en las colonias de madréporas y en las celdillas de las abejas. Un panal hecho por abejas es un patrón de relaciones armónicas, una red de hexágonos perfectamente elaborados y calculados que, además, comparten sus lados; esa es una pequeña muestra de la sabia arquitectura del mundo de esos insectos.
En la morfología idónea del reino animal también la geometría y disposición de líneas de fuerza en cada una de sus partes, predispone a la aptitud y el rendimiento de cada uno de los animales. La aptitud idónea de un animal y otros seres vivos, está relacionada por un lado, con condiciones puramente estáticas: su resistencia, equilibrio y estabilidad. Por otro lado también se relacionan con sus condiciones dinámicas de ligereza, distribución de peso, resistencia al aire o al agua, etc.
Los animales, sobre todo pájaros y peces, satisfacen por completo estas dos condiciones tan exquisitamente estáticas y dinámicas a la vez. Esa es la principal razón por la que su aspecto formal nos produce una sensación tan armoniosa y sana. Las plantas satisfacen también, en su estructura y distribución, las mejores condiciones de forma y resistencia en relación con su crecimiento y ciclo vital. Recordemos por un momento el peso de ciertos frutos que soportan sabiamente algunos frágiles tallos.
En esta pequeña revisión de las formas inteligentes de la madre naturaleza, más allá de la geometría euclidiana, y dentro ya de la armonía de las líneas curvas, no podemos olvidar la forma inherente a todo crecimiento: la forma espiral. Entre las espirales logarítmicas, que se basan también en la razón matemática del Número de Oro, podemos distinguir tres espirales diferentes que se repiten en la naturaleza: la espiral que crece por pulsación radial, la de pulsación diametral y la de pulsación cuadrantal. Podemos decir que la forma espiral, especialmente la espiral logarítmica, es un esquema de crecimiento y de vida caracterizado también por una progresión del Número de Oro, la constante 1, 618033….
Este esquema formal en espiral lo podemos observar fácilmente en distintos fenómenos del planeta. Además de la espiral inherente a las galaxias y a nuestro propio sistema solar, podemos contemplar también los movimientos espirales que propiamente realizan las nubes, los huracanes, los tornados y los océanos. Vemos también la repetición de este mismo «patrón vital», la forma espiral, en los cuernos de los alces, en las conchas, en las ramas de muchos árboles y otros vegetales (zarcillos, etc.).
En los seres humanos, el patrón espiral se repite en el oído interno del ser humano, en el movimiento del espermatozoide, en las huellas dactilares, en el crecimiento del pelo, en el recubrimiento del esófago y de otros tejidos del cuerpo y, sobre todo, en la doble aspa que conforma la espiral del ADN, código matriz y mecanismo-base de nuestra evolución y perpetuación como especie. Además del enorme valor de los patrones formales de la Geometría Sagrada, también hay que decir que existe una ley en física que regula esos maravillosos fenómenos de expansión, denominada «ley de energía de superficie mínima», una ley de economía de la materia con la máxima acumulación de energía y posibilidades. A esta sabia ley natural, y a lo largo de la historia se le ha dado diversos nombres, pero se trata del mismo principio: «Principio de Hamilton» o «Principio de Conservación de Energía» o «Principio de Acción Estacionaria» o «Principio de la Mínima Acción», una ley que contiene además toda la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein.
Lo que realmente importa es saber que se trata de unas leyes dominadoras e invariables del universo físico, de la que se deducen todas las leyes, códigos y ecuaciones de la termodinámica, del electromagnetismo y de la gravitación, es decir, de materias fundamentales de nuestro desarrollo tecnológico. Además, recordemos que todo ser vivo crece… conservando las líneas generales de su forma, principio magníficamente explicado por Rupert Sheldrake, lectura que recomiendo, y que los campos mórficos que crean los arquetipos de la geometría son «capacitadores» para la vida y la coherencia de las células y de la psicología.
Cuando entramos en el terreno médico, en toda su amplitud claro está, no podemos ignorar que el lenguaje de la armonía está implícito en el crisol de la vida misma; no es algo que tengamos que crear ni fabricar; ya está ahí. Ha estado siempre ahí… Tan solo tenemos que aprender su vocabulario, sus preferencias de expresión, sus leyes y sus valores. Podemos, y yo diría incluso que debemos, «saber» sintonizar con la armonía natural, con la geometría, la simetría, las proporciones matemáticas y la fractalidad; sintonizar de todas las maneras posibles, y no solamente en el terreno estético, sino incluso en campo de la bioquímica, de la psicología y de la espiritualidad.
Marta Povo
Escritora, investigadora y pedagoga de la Geocromoterapia