NMIP: LUIS LEON PIZARRO
Durante mi época de estudiante de Historia en la Universidad de Zaragoza, y en especial en las clases de Historia Antigua, hubo un detalle histórico que siempre llamó mi atención, la aparente existencia de dos barreras infranqueables que griegos y romanos nunca llegaron a cruzar: las columnas de Hércules (el Estrecho de Gibraltar) en el Mediterráneo y el río Indo en Asia. ¿Cómo era posible que dos de los Imperios más grandes jamás conocidos (el Imperio Romano y la China de los Han), hubiesen coexistido sin llegar a conocerse? Sin embargo, cuando uno comienza a investigar en los supuestos contactos entre el mundo grecolatino y las culturas asiáticas, llega a la conclusión de que éstos son un hecho algo más que anecdótico.
La estratégica posición del subcontinente indio lo sitúa en una ubicación muy específica como lugar de conexión de espacios. Por mar, sus amplias costas miran hacia el sudeste asiático, pero también hacia África, Arabia y el Golfo Pérsico; éste último escenario suponía un triple ámbito de contacto: con Arabia, las mesetas iranias y Mesopotamia. La navegación de cabotaje era relativamente fácil y está bien constatada en ambas direcciones. Por tierra y en ésta misma dirección, había dos vías de conexión sin excesivas dificultades: la que lleva a través de las mesetas iranias hacia Mesopotamia pasando por Persia y la que conecta, atravesando el Indo y los actuales Pakistán y Afganistán, con las llanuras eurasiáticas y las rutas hacia China.
Éstos contactos a los que hago referencia fueron iniciados ya por el Imperio Persa , hecho que queda atestiguado en las tropas descritas por Heródoto, que servían a las ordenes del Rey de reyes, en las Guerras Médicas contras los griegos. La llegada y conquista de Alejandro Magno a éstas geografías supone el inicio de una serie de expediciones para explorar las rutas hacia el Mar Rojo y Egipto bordeando Arabia. Queda constatada la presencia de una falange griega del ejercito de Alejandro Magno, que permaneció durante meses en el Hindu Kush (actual Pakistán). Su huella cultural ha llegado hasta nuestros días en los descendientes de la tribu kalash, de ojos claros y cabello rubio, y cuyo panteón de deidades guarda fuertes paralelismos con el panteón olímpico griego.
A la muerte de Alejandro, serán los reinos helenísticos quienes tomen el relevo en las relaciones con el mundo asiático, sobre todo Seleúcidas y Ptolomeos . Así nos lo trasmite un griego de gran importancia, Megástenes, quien trabajaba para el rey helenístico Seleúco I Nicátor y que, como embajador, visitó Palibothra (la actual Patra), unos años después de la muerte de Alejandro. El libro que dejó escrito, Indika, se convirtió en una de las fuentes más importantes que poseemos sobre la India de la época helenística. En dicho trabajo describe una vía real desde la frontera seleúcida hasta la capital india, con columnas periódicas que señalaban la distancia. Nos ofrece también una descripción detallada de la ruta y los ríos que recorre en su periplo. Un punto importante de contacto era Bactria , región del Asia Central ubicada en los territorios que hoy comprenden Afganistán, el sur de Uzbekistán y Tayikistán, donde se mantuvieron durante siglos rasgos esenciales de la cultura griega, desde la ciudad misma, las monedas, la epigrafía o algunas producciones literarias. Esta región mantuvo contactos comerciales en todas las direcciones a partir de las viejas rutas marítimas o de otras nuevas abiertas a tal efecto. Las monedas nos hablan de un comercio nada desdeñable con la India y como vehículo de difusión cultural, que se manifiesta en la presencia de divinidades indias junto a las griegas. Se tienen constatados otro tipo de contactos, como la embajada diplomática de Heliodoro por orden del rey heleno Antialcidas, entorno al año 100 a.C. En aquel viaje hizo erigir una columna con inscripciones en sánscrito, donde exhibía su condición de debito del dios hindú Vishnú, cerca de la moderna ciudad de Vidisha, en el Este de la India. Este hecho certifica la interacción de ambas culturas, que no se limitaba exclusivamente al ámbito político-económico.
Hay una importante cantidad de datos, incluyendo restos epigráficos, que nos permiten afirmar esa interacción cultural con el subcontinente indio, donde ciudades e individuos se definían como griegos -yavana- y que llega hasta época imperial romana. Dión de Prusa indica cómo entre los presentes en uno de sus discursos en Alejandría se encuentran oyentes “persas, bactrianos, y hasta indios”. Todavía en el siglo II d.C. se mantenía el uso del griego en las monedas, donde encontramos divinidades griegas junto a otras indias o iranias.
Máxima extensión del imperio de Alejandro, la ruta que siguió a lo largo de sus conquista y algunas de las ciudades que fundó
Otro ámbito de contacto con el continente asiático fue el reino Parto –que se mantuvo hasta el siglo III d.C.–, donde se mantuvieron como tales las ciudades griegas fundadas por Alejandro Magno y los seleúcidas. Se desarrollaron formas culturales propiamente griegas, de las que se tiene constancia a través de la epigrafía, la arqueología o las fuentes literarias (cómo Estrabón). Esto se constata durante mucho tiempo con la presencia –exclusiva–, de griegos en cargos públicos de la administración y de la guardia real, así como de la convivencia del griego y el siríaco como idiomas oficiales, o la sustitución de la escritura cuneiforme por la grafía griega. Los partos ejercieron de mediadores en las rutas terrestres que permitían la entrada y salida de mercancías. En época romana se cuidaron de evitar el contacto directo entre el Imperio Romano y la China de los Han, para no perder así su monopolio como intermediarios en dichas transacciones comerciales.
En cuanto a los Ptolomeos de Egipto, pudieron aprovecharse de su situación estratégica para llenar sus arcas, potenciando las rutas que llevaban especias, maderas, piedras preciosas o seda de china por el Mar Rojo. Egipto buscaba desarrollar y controlar la ruta, primero bordeando la Península arábiga y llegando por la zona Oriental del Golfo Pérsico a los reinos indios de la desembocadura del Indo. En éste juego el comercio con las rutas africanas y Etiopía generaran nuevas posibilidades económicas. Sabemos de tareas de ingeniería, acciones y organizaciones militares y hasta de altos funcionarios encargados del control de la ruta. El rey Ptolomeo II costeó la organización de un carísimo desfile que representaba la vuelta del dios Dionisos de su conquista india, con elefantes, mujeres indias y hasta pavos reales… Sin embargo, lo más transcendente fueron los avances en el campo de la navegación.
Frente a la navegación de cabotaje, a finales del siglo II a.C. se descubrió cómo aprovechar los monzones, lo que aseguraba viajes anuales de ida y vuelta, llegando cada vez a zonas más meridionales de la India y hasta Ceilán, pudiendo alcanzar en época romana la desembocadura del Ganges y, conectando con rutas que les llevarían al sudeste asiático y China. La presencia romana está atestiguada en las comandancias de Jiaozhi y Rinan (en el norte de Vietnam), punto de entrada a China.
Ptolomeo II, en una pintura de Jean-Baptiste de Champaigne
LUIS FERNANDO LEON PIZARRO
EL RELEVO DEL IMPERIO ROMANO
La conquista romana del espacio Mediterráneo culminó con la absorción de Egipto en el año 30 a.C., lo que convirtió al Imperio en el sucesor de los Seleúcidas en su intento por disputar a los Partos (y luego a los Sasánidas) los espacios que albergaban las rutas comerciales por tierra con China y la India. De los Ptolomeos heredaron las rutas marítimas que conectaban Alejandría con India, Ceilán y el sudeste asiático. No faltaron en este período relaciones diplomáticas e, incluso como veremos en el caso de Augusto, búsqueda de aliados en los reinos indios para combatir a los Partos. Lucio Anneo Floro en sus Epitomae, habla de embajadas de “Seres (así denominaban los romanos a los chinos) e indios que viven bajo el sol” llegadas para honrar al emperador Augusto.
La conquista romana del espacio Mediterráneo culminó con la absorción de Egipto en el año 30 a.C., lo que convirtió al Imperio en el sucesor de los Seleúcidas en su intento por disputar a los Partos (y luego a los Sasánidas) los espacios que albergaban las rutas comerciales por tierra con China y la India. De los Ptolomeos heredaron las rutas marítimas que conectaban Alejandría con India, Ceilán y el sudeste asiático. No faltaron en este período relaciones diplomáticas e, incluso como veremos en el caso de Augusto, búsqueda de aliados en los reinos indios para combatir a los Partos. Lucio Anneo Floro en sus Epitomae, habla de embajadas de “Seres (así denominaban los romanos a los chinos) e indios que viven bajo el sol” llegadas para honrar al emperador Augusto.
Cabe recordar que el dominio del Imperio supuso la apertura y unificación de todos los mercados mediterráneos, e incluso en algunos casos su creación, con la consiguiente implicación en el desarrollo de modas, gustos y hábitos comunes, así como gastronómicos. Pimienta y otras especias, seda, algodón y maderas tropicales recorrían las rutas comerciales de todo el Imperio. La India se convirtió en el destino preciado y en una fuente de ingresos para el fisco imperial. Si no se puede hablar de una flota de Indias, si podemos hacerlo de una “flota de India”. Hablamos de unos ciento veinte barcos, en época de Estrabón (s. I a.C.-s. I d.C.), que van y vienen anualmente. El comercio durante los dos primeros siglos tras el cambio de era resultó de una magnitud sin precedentes. Basta con ver las cifras de millones de sestercios que manejaba el escandalizado Plinio, el mismo que citaba el comercio con China y la Península Arábiga: “Para el cálculo más bajo, India, Seres (China) y la Península Arábiga toman de nuestro Imperio cien millones de sestercios cada año: es decir, eso es cuanto nos cuestan nuestros lujos y mujeres” Plinio el Viejo, Naturalis Historiae XII, 84.
Estatua de Buda, siglo V d.C.
Una obra trascendental del siglo I es El Periplo del Mar Rojo, una guía para la navegación y el comercio que nos muestra todos los puertos y mercados hasta el Ganges, y que entre otras cosas menciona a los reyes de los que dependen dichos puertos, así como qué productos se venden y se compran en cada lugar. Un Importante papel comercial demostrado con los hallazgos numismáticos del delta del Mekong, realizados por Louis Malleret (1940) en Óc Eo, conocido por Claudio Ptolomeo y los romanos como Kattigara, al que se llegaba a través de la India y Sri Lanka desde los puertos romanos del Mar Rojo. A partir del siglo II se extendieron los viajes y las rutas más allá de Malaca y China; en éste caso en particular destacó la figura de Maes Titianus, un armador griego que llegó hasta la denominada en la Antigüedad “Torre de Piedra” o Tashkurgán, en el Sudoeste chino, en la cordillera de Pamir.
Hay que considerar el papel que desempeñó en las dos rutas, la marítima y la terrestre, el mercado de la seda, elemento fundamental del comercio y una mercancía que se convertirá en elemento de lujo en todo el Imperio. La importancia de la Ruta de la Seda para las dinastías chinas se manifiestó a largo plazo en un interés estratégico en la zona, lo que conllevó incursiones militares en Bactria y el continuado intento de comunicación con el mundo mediterráneo a través de diversas embajadas. “Los Seres son famosos por la sustancia de lana obtenida de sus bosques; después de ponerla en remojo y peinar lo blanco de sus hojas… Así de diversa es la labor empleada y tan distante la región del globo por aprovechar, para permitir a las doncellas romanas hacer alarde de sus vestimentas transparentes en público…” Plinio el Viejo, Naturalis Historiae VI, 54.
EL PAPEL DE LA SEDA
Séneca, en el volumen I de sus Diálogos, nos habla de cómo el Senado de Roma emitió varios edictos para prohibir el uso de la seda, pues suponía una enorme salida de oro para las arcas del Imperio, y además las vestimentas eran consideradas decadentes e inmorales. Sin embargo, dichos edictos no tuvieron el efecto deseado, ya que la seda continuó siendo un elemento imprescindible en la sociedad romana. Mientras la seda salía de China, a los palacios imperiales de la dinastía Han llegaban vidrio de Alejandría, alfombras bordadas persas, telas coloreadas de oro, amianto o biso. En el año 97, el general chino Ban Chao, ávido de conocimiento por ese gran imperio al que denominaban Da Qin (Roma), envió una embajada a cargo del explorador Gan Ying, con setenta mil hombres, que llegó hasta Mesopotamia y el Mediterráneo, en un viaje que duró casi dos años. Cuando preguntó cuál era la distancia que le separaba de la capital imperial, la respuesta le desanimó: la misma que ya había recorrido, y decidió volverse sin alcanzar la capital del imperio. Sin embargo escribió una obra, el Huo Hanshu, en la que describió lo vivido: “Su territorio cubre varios miles de lis (un li es una medida que equivale aproximadamente a medio kilómetro), y tiene más de 400 ciudades amuralladas. Los muros externos de las ciudades están hechos de rocas. Han establecido estaciones de correos… Hay pinos y cipreses. En cuanto al rey, no es una figura permanente sino que es es elegido como el hombre más valioso (digno)… La gente en este país es alta y con rasgos uniformes. Se parecen a los chinos, y es por eso que este país es llamado Da Qin (El Gran Qin)… El suelo produce grandes cantidades de oro, plata y piedras preciosas, incluyendo la joya que brilla por la noche… cosen tejidos de finos bordados con hilos de oro para crear tapicería de variados colores y ropa con tinte dorado así como “ropa bañada en fuego” (asbesto). Es de este país del que vienen todos los variados, maravillosos y raros objetos de otros estados.”
Moneda con la efigie de Alejandro Severo
Cortesía: David Melero