3.- La Historia
¿Cuál es la razón por la que una sociedad de hombres libres, orientada
hacia la eternidad, haya surgido la decadencia en un grado cada vez mayor e
ilimitado hasta llegar a la instancia crepuscular en la cual hoy nos
encontramos? No ha sido una fatalidad, como dijéramos anteriormente, sino más
bien el resultado de la ruptura de un equilibrio entre las partes diferentes
que la componían. Es como si en un determinado momento se hubiese operado algo
equiparable a un cortocircuito, a un cansancio existencial, a un aflojamiento
de los lazos que mantenían unido al organismo social. Evola concibe la ruptura
del orden de la humanidad normal como un proceso de simultáneo relajamiento y
tensión recíproca entre las dos naturalezas de las que participa el hombre,
entre el principio rector, de carácter espiritual, y lo que es por él regido,
el orden de la materia. Todo acontece como si por una especie de agotamiento el
que manda dejase de ser sol y causa final de las partes singulares, en que la
casta de los espirituales decae renunciando a realizar su función de
orientación y dirección de la materia. Y entonces es cuando sobreviene el modo
propio de esta última, cual es un estado de pasividad, “la impotencia de
cumplirse a sí mismos en una forma perfecta, de poseerse en una ley”(8). El
materialismo, modalidad propia de la segunda naturaleza o principio al que
pertenece el hombre, va desencadenándose como un proceso lento que abarca desde
los mismos inicios las distintas etapas sucesivas que componen el devenir
histórico. Más aun, el materialismo se equipara al mismo mundo del devenir y
del cambio. Así como la Metahistoria representa el acontecer del espíritu, la
Historia es en cambio aquí entendida como el despliegue de la naturaleza
material en tanto va perdiendo paulatinamente los lazon que la subordinan a la
esfera espiritual: planteo éste totalmente contrapuesto a una perspectiva
hegeliana. Es importante establecer aquí los distintos
alcances que puede poseer el vocablo materialismo. En un sentido metafísico
entendemos por ello a aquella concepción que considera a la materia como la
sustancia que origina y fundamenta la realidad. Desde una perspectiva histórica
y aun marxista representaría en cambio la concepción que considera que el móvil
último del devenir humano es la satisfacción de las necesidades materiales y
económicas. Hay un tercer materialismo que está en el trasfondo e los restantes
y que podría asimilarse al empirismo y que Evola considera como “el verdadero
materialismo de los modernos” por el cual para tal “tipo humano su experiencia no sabe sino
captar cosas corpóreas” (10). Pero además existe una forma aun más profunda de
materialismo asimilable al contenido etimológico de tal palabra. Como
dijéramos, materia viene de “mater” que significa madre, esto es, principio de
generación, pero determinado por la acción de otro, en virtud de la pasividad
propia del sexo femenino. Así como desde un punto de vista metafísico el
espíritu es lo activo que informa y gobierna y la materia es lo pasivo que es
formado y orientado, de manera correspondiente, a nivel físico tal vínculo se
expresa en la dupla sexual hombre-mujer a través de las características propias
de estas dos dimensiones diferentes y complementarias. Es decir que se trataría
aquí de la materia en un sentido cualitativo y no cuantitativo tal como se la
concibe, de acuerdo a Guénon, en los tiempos últimos. Y así como lo propio de
la materia es su aptitud por ser determinada por la forma, lo que es propio de
lo femenino es ser conducido y regido por lo masculino. Entenderíamos entonces
por materialismo en su grado primero y principal a esta tendencia a la
insubordinación de lo que es pasividad y potencia contra aquello que es forma y
actividad. Partiendo pues de esta perspectiva el materialismo no se nos
presenta en primer término -tal como acontece en los tiempos actuales- como una
estereotipación de las ciencias en detrimento de la religión y la Metafísica, sino
que se expresa como una inversión en relación entre la dupla espíritu-materia y
hombre-mujer. Ello aparece primeramente en formas religiosas que acentúan el
carácter pasivo y dependiente del hombre. Es cuando se sustituye lo viril por
lo materno, cuando la procreación aparece como el acto principal de la especie,
primero en importancia. La mera existencia biológica es reputada como un
verdadero milagro que debe ser incesantemente agradecido y que suscita asombro
y devoción. La vida va sustituyendo de a poco a la supra-vida, la que es
relegada hacia un más allá, recóndito y lejano. Aparecen también como
principales divinidades de carácter femenino; la Luna y las deidades nocturnas
se sitúan en el lugar primordial ocupado antes por el Sol. Al nomadismo, en tanto
búsqueda incesante y realización de lo absoluto le sobreviene la actitud
sedentaria y al culto por los dioses olímpicos, que son más que hombres en
tanto hombres absolutos, se le sustituye la veneración por la Madre-Tierra
acompañando esto con ritos y alabanzas por las semillas y cosechas abundantes.
La sociedad se ha hecho entonces matriarcal. Esta pasividad se transmite
entonces a la relación del hombre con su Dios; nace así el estado de
sometimiento y abandono pasivo a su Absoluta Voluntad, la resignación por el
propio estado insuficiente que es más una renuncia por “cumplirse a sí mismos
en una forma”, el Fatalismo, la dependencia, la espera en una Gracia
Providencial que paraliza la propia iniciativa y hunde en la desesperación.
Podríamos decir que esta primera insubordinación o ruptura acontecida en los
albores mismos de la humanidad ha puesto fin a la armonía, equilibrio y
correspondencia entre las dos naturalezas esenciales del hombre, propia del
estado primordial. Ha sobrevenido en cambio una dialéctica de radical
enfrentamiento entre ambas que recorrerá siempre y de manera recurrente la
historia de las más variadas civilizaciones y culturas. Generada tal escisión
entre ambas naturalezas, el materialismo adquirirá tres formas sucesivas y cada
vez más decadentes, alejándose así de lo que es acto y unidad primordial hasta
llegar al grado más próximo de la potencia pura y la disolución individual y
caótica en lo colectivo. Primero se manifestará bajo la forma de un puro
humanismo sin trascendencia y de un Estado reducido al papel de mera fuerza
exterior y material. Y esto se conocerá como el absolutismo. Luego le
sobrevendrá el optimismo por el progreso material y el endiosamiento de la
economía con el liberalismo de los siglos XVIII y XIX que viviera nuestra
civilización. Por último, con el hedonismo o consumismo, o tecnocratismo, en
donde el hombre, liberado ya de cualquier ideal, llámese aun Progreso material,
tan sólo “vive” y disfruta del presente y estaríamos entonces en la época
actual.
4.- Las etapas del ciclo
occidental
Volvamos ahora a la idea anteriormente
formulada. La caída del mundo de la Tradición originada en los albores e la
humanidad y de la cual las grandes religiones conservan en sus relatos reseñas
concordantes, ha generado un fenómeno de tensión dialéctica que podríamos
llamar propiamente como el verdadero motor de la Historia. Es esta lucha
permanente entre dos principios contrapuestos: uno olímpico y otro titánico,
uno solar y otro lunar, uno masculino y otro femenino, en fin, uno espiritual y
otro material. Dicho fenómeno aparece en forma recurrente y de manera
imperfecta en todas las grandes civilizaciones y aun en modo más larvado en las
mismas cultura nacionales. A raíz de esta caída primordial cada una de estas
manifestaciones del espíritu comienza siendo en sus orígenes un principio
organizador de lo múltiple que pretende plasmarse y realizarse. Occidente desde
la época clásica y la Edad Media trató de lograrlo a través de la figura del
Imperio. Primero con Alejandro Magno, más tarde con Augusto, finalmente con el
Sacro Imperio Romano Germánico. Tal institución representaba el principio
rector trascendente que ordenaba y elevaba a las distintas partes representadas
por las múltiples nacionalidades que componían el espectro de Europa. ¿Cuándo
sobreviene la ruptura de la unidad occidental? Nuevamente apelando a la
dialéctica espíritu-materia, o también espiritualidad solar versus
espiritualidad lunar, o principio masculino versus femenino, Evola lo encuentra
en plena Edad Media con la doctrina del papa Gelasio y el consecuente conflicto
por las investiduras. Antes, en la Antigüedad y en la Alta Edad Media, el
sacerdocio cumplía con el rol específico de consagrar y no consideraba que este
hecho le proporcionara una superioridad ontológica sobre el Imperio (10).
Ahora, luego de las doctrinas de Gelasio y de Gregorio VIII, sobreviene el
primer desencuentro y el verdadero origen de la subversión moderna que es
cuando la Iglesia quiere sustituir al Emperador al considerar que el hecho de
haberlo consagrado le otorga superioridad ontológica, así como antiguamente se
reputaba la Madre como superior en
cuanto procreaba. No es casual que el Papado, al considerar su mayor jerarquía
titule aun hoy a la institución que representa como la Madre Iglesia. De este
modo, al quitarle al Imperio su carácter trascendente y divino, dará origen a
lo que más tarde sería en forma secularizada la democracia, al sostener la
primacía de las nacionalidades (más tarde convertidas en naciones) y así el
Estado, al perder su carácter sagrado, se convierte en el mero organismo
encargado de asegurar el bien común. Se inicia así el fenómeno que luego se
convertirá en la transformación de la función de gobierno en una tarea de “buen
administrador”. Históricamente tenemos coronado este hecho con el apoyo de la
Iglesia a la rebelión de las Comunas del norte de Italia en contra del
emperador Federico Barbarroja. Esta primera ruptura entre el sacerdocio y el
Imperio, tal desinteligencia recíproca iniciará en Occidente la era de las
Revoluciones, también conocida como de las edades sucesivas y duraderas de
acuerdo a la consistencia del metal que representan. Rota la unidad política y
espiritual de Occidente, confundidas las funciones, la Iglesia se mostrará
incapaz, por su espiritualidad lunar fundada en el temor por los castigos
eternos y en el pecado, más que en la imagen divina, heroica y victoriosa del
Imperio, de convertirse en la instancia trascendente mantenedora de la unidad
política. En virtud del principio de degradación de las castas expresado por
René Guénon (11), habiéndose desacralizado el poder político, “privando a los
jefes del crisma de un más alto principio, empuja a la sociedad hacia la órbita
de las fuerzas inferiores las que paulatinamente toman la primacía. En general
es fatal que, cada vez que una casta se rebela contra la superior y se
constituye a sí misma, pierda el carácter propio que poseía en el conjunto
jerárquico para reflejar en de la casta inferior” (12). Así pues las mismas
partes que antes se habían aliado con la Iglesia en contra del Emperador hoy se
le sublevan a ésta y las particularidades, convertidas en naciones,
“santificadas” luego por el protestantismo con su doctrina de los reyes
comprendidos como “lugartenientes de Dios” se convierten en el poder absoluto
sustituto de una autoridad suprema y trascendente. He aquí entonces la primera
revolución, la del poder político que se subleva en contra de la autoridad
espiritual representada en primer término por el Emperador y la estructura que
lo acompañaba, las órdenes ascético-guerreras de la caballería, realizadoras de
las Cruzadas y en su faz ya decadente, por la Iglesia rodeada por la estructura
mística del monacato. El materialismo adquiere ahora la forma de Humanismo
Renacentista, de relativismo, en tanto reivindicación del “libre examen” y aun
de “nacionalismo” en cuanto valoración exacerbada de lo propio y singular
desgajado de cualquier valor universal (13). Individualismo, relativismo, fuga
y procesión de lo Uno hacia lo múltiple, ésta es pues la tendencia que se
inaugura a través de un proceso de enloquecedora agitación cada vez más
descendente. El monarca se aliará luego con la burguesía contra la aristocracia
feudal para consolidar su autoritarismo, así como antes el Papado lo hiciera
con los mercaderes de las ciudades lombardas para doblegar al Emperador. Se
habrá preparado entonces el camino para la segunda revolución, la de la
economía burguesa contra su otrora aliado, el absolutismo monárquico,
representado ello con el liberalismo de la Revolución Francesa. Aquí el
materialismo se manifiesta ya en forma abierta y hasta metafísica. La materia
pasa a ser la “panacea” para el hombre y su posesión permitiría el “Progreso”
de la humanidad a través de la “ciencia”. La burguesía en su revolución acudirá
a la alianza con la plebe, la casta más baja de los siervos, a los cuales
“liberará” de las cadenas de la “ignorancia” y la “superstición” tratando de
hacerlos adeptos de sus utopías “racionales”, de su creencia en la Democracia,
la Paz y la Gran Jauja universal. Mas he aquí que también sobreviene la tercera
revolución de los siervos, conocida como la Edad de Hierro del comunismo, la
Revolución Rusa de 1917. No debe ser confundido ello necesariamente con una de
sus tantas manifestaciones, la ideología marxista-leninista, ni con sus
sucedáneos, sino más bien comprendida como la época de la sustitución de lo
individual propio de la sociedad burguesa por lo colectivo y masificado, el
hombre que por debajo de lo puramente animal, representado por la burguesía,
desciende al rol de engranaje de una máquina o mero animal domesticado. Los
estímulos y campanillas del perrito de Pavlov son ahora las señales
televisivas, los conciertos rock, la propaganda subliminal. Es un hombre que no
piensa ni razona, sino un ser que responde por reflejos condicionados y que, al
fallar éstos o suspenderse, por la imperfección de la máquina, el mecanismo
sustituto satánico del principio espiritual ordenador, suplantada la Revolución
por la subversión, sobrevienen repentinas conmociones, vacíos existenciales,
hoy conocidos como estados de nihilismo o violencia irracional, que dejan al
mundo en la más fría inseguridad de lo abismal. Habremos llegado así al final
del ciclo, a la instancia más cercana a la potencia pura, a lo que es casi
nada. Alcanzado este punto, nuevamente vuelve a plantearse la disyuntiva
inicial que diera inicio al ciclo de la decadencia. ¿Preanuncia la caída el
“reenderezamiento” o la restauración de una humanidad normal? ¿Tiene cabida el
mito cristiano apocalíptico del fin de los tiempos resumido por Lutero en su
frase de que “por las puertas del infierno se ingresa al Cielo”? Nuevamente es
diferente la respuesta evoliana: “Queda indeterminado saber si al final de un
ciclo se instaurará uno nuevo”. Está presente aquí la idea de libertad a través
de la acción osada de una nueva orden de la caballería. Concluyamos con esta
frase de Evola. “La sociedad medieval nos deja su testamento en dos leyendas.
La primera es aquella, según la cual en la noche del aniversario de la
supresión de la Orden de los Templarios, todos los años una sombra armada con
la cruz roja sobre el manto blanco aparecería en la cripta de los templarios
para preguntar quien quiera liberar el Santo Sepulcro. “Ninguno, ninguno, es la
respuesta, porque el Templo está destruido”. La otra es la de Federico II que,
sobre las alturas del Kifhäuser, en lo interior del monte simbólico, seguiría
viviendo con sus caballeros en un sueño mágico. Y espera: espera que el tiempo
señalado haya llegado para descender en el valle con sus fieles para combatir
la última batalla de éxito seguro de la cual dependerá el reflorecimiento del
Arbol Seco y el surgimiento de una nueva edad” (14).
NOTAS
1. En Uomini e
problemi, Roma, 1985.
2. Acerca del significado de una concepción de la
Derecha en un sentido revolucionario, además del aludido artículo de Evola
puede verse nuestra nota “Ser de derecha”
en la revista Cabildo, Buenos Aires,
Julio de 1988.
3. Al respecto Evola, rechazando la tesis evolucionista
ha hecho notar en varios artículos y en especial en I primitivi e la sienza
magica (En Int. alla Magia, pg. 315,
T. III, Roma, 1985) que las mal llamadas sociedades prehistóricas no
representan la infancia de la “Humanidad”, sino inversamente otra humanidad, diferente
de la nuestra, con valores y creencias en vías de extinción y no de evolución.
4. Para René Guénon la historia es un proceso infinito
e ilimitado de Manvantaras de 64.800
años de duración cada uno. Todo Manvantara
se divide a su vez en 4 yugas (o edades según el léxico occidental), siendo el
primero de 25.920 años, el segundo de 19.440, el tercero de 12.960 y el cuarto,
o Kali-yuga, o Edad de Hierro, en el que nos encontramos, constaría de 6.480
años. Recordemos a su vez que de acuerdo a la enseñanza védica que sigue
nuestro autor el Kali-yuga habría
comenzado aproximadamente en el 3.150 a.C., año de la muerte del dios-héroe Krishna, por lo que aun faltarían unos
cuantos años de Edad de Hierro.
5. En Ricognizioni,
pg. 40, Roma 1985.
6. Véase Ciudad
de los Césares, N. 24, Santiago, Mayo-Junio 1992.
7. La diferencia entre estos dos conceptos puede verse
en el artículo de Evola, Rivoluzione
dall’alto, en Ricognizioni, pgs.
21-25, Roma 1985. O también nuestro
artículo Revolución o subversión en Cabildo, Bs. As., Agosto 1987.
8. Rebelión contra el mundo
moderno, Buenos Aires, Ed.
Heracles, 1994, pg.
9. Ibid., pg.
10.Esta superioridad del Emperador sobre el
Papa se manifestó en los mismos albores de la cristiandad. “Luego de que
Carlomagno fue consagrado y aclamado según la fórmula: “Carlo Augusto, coronado
por Dios, grande y pacífico emperador, vida y victoria”, el Papa se prosternó
(adoravit) ante Carlos según el rito establecido en el tiempo de los antiguos
Emperadores”. (Apud Fustel de Coulanges, Tranf. Royaut., pgs. 313-16, en
Rebelión...) “A lo cual se agregue que en tiempo de Carlomagno y de Luis el
Piadoso, como también entre todos los emperadores romanos y bizantinos
cristianos, los concilios eclesiásticos eran convocados y autorizados y
presididos por el Príncipe, al que eran sometidas por los obispos, no sólo
conclusiones sobre temas de disciplina, sino también de doctrina y fe según la
fórmula: Al Señor y Emperador, par que su Sabiduría agregue lo que falta,
corrija lo que es contra razón”. (Ibid.).
11.Guénon, Autorité spirituelle et pouvoir temporelle, pg. 11.
12.En Rebelión....,
pg.
13.Es de resaltar sin embargo que hoy en
día, en virtud de la misma disolución del concepto de Nación como entidad
cultural y espiritual, tal doctrina posee un significado positivo.
14.En Rebelión...,
pg. 378.
Marcos Ghio