Nota del Editor
ESCRITOS por los escribas hacia el 1.500 antes
de nuestra era en papiros, fragmentos de caliza, vasos… Los Cantos de amor
se recitaban en público en las calles, las tabernas y los campos, acompañados
del arpa, el laúd, el tamboril o las palmas.
Las Inscripciones que hemos puesto a
continuación son de fechas diversas.
La traducción no puede, evidentemente, ser literal.
Una misma palabra se traduce de modo distinto según su contexto. No se conoce,
por ejemplo, el significado de determinados nombres de flores, especias y
vinos. Y si bien se sabe que estos cantos se recitaban o cantaban, se
desconocen en cambio su metro y su melodía, dado que no sabemos vocalizar la
escritura jeroglífica.
Nuestra edición consta de extractos de la
traducción del profesor Siegfried Schott, Universidad de Göttingen (traducción
francesa de Paule Krieger).
Primer canto
La única, la amada, la sin par,
la más bella del mundo,
mírala, parece el lucero del año nuevo,
en el umbral de una bella anualidad.
Aquella cuya gracia brilla, cuya piel
resplandece,
tiene ojos de claro mirar,
y labios de dulce hablar.
Palabra superflua alguna, jamás le oirás
pronunciar.
Ella, la del cuello largo, la del pecho
luminoso,
posee una cabellera de lapislázuli hermoso.
Sus brazos sobrepasan el resplandor del oro,
Cada uno de sus dedos es como un cáliz de loto.
La de la cintura lánguida y las caderas finas,
cuyas piernas preservan la belleza,
cuyos andares están llenos de nobleza,
cuando pone los pies sobre la tierra,
con sus besos me arrebata el corazón.
Hace que todos los hombres
Se vuelvan a contemplarla.
Y a aquel a quien saluda, hace sentir feliz.
Pues entre los muchachos el primero se cree
así.
Cuando de su morada sale,
uno cree ver a Aquella que es única.
Canto segundo
Con su voz, mi amado turbó mi corazón,
y me ha dejado presa de la languidez.
Vive junto a la casa de mi madre,
y en cambio no sé cómo ir hasta él.
¿Acaso, en mi aventura, podría mi madre ser
buena?
¡Ah! Pues me iré a verla.
Mira, mi corazón rehúsa pensar en él,
incluso cuando su amor me arrebata.
Mira, es un insensato,
Pero yo me lo parezco.
No conoce mi deseo de tomarlo entre mis brazos.
No sabe que hasta mi madre por él he caminado.
Amado mío, ¡ojalá Dorada[1] a
ti me haya destinado!
Ven a mí, que vea tu belleza,
que padre y madre felices sean,
que los hombres todos te festejen,
oh amado mío, y te celebren.
Canto tercero
Mi corazón contemplar su belleza esperaba
cuando en su morada sentada me encontraba.
Allí encontré a Mehi[2],
que en su carroza pasaba,
rodeado de sus jóvenes muchachos.
No sé cómo evitarlo.
¿Pasaré junto a él sin saludarlo?
Ya el río se me aparece como un camino,
Pues no sé adónde mis pasos dirigir.
Cuán ignorante eres, corazón mío.
¿Por qué quieres pasar junto a Mehi sin
hablarle?
Claro, si paso cerca de él,
le revelaré mis sentimientos.
“Mira, soy tuya”, le haría comprender,
pero él gritará mi nombre
y me entregará a la casa
de uno de esos que le siguen.
Canto cuarto
Mi corazón late más deprisa,
Cuando pienso en mi amor.
No me permite como persona humana actuar,
Y se sobresalta sin cambiar de lugar.
Ya ni vestirme me deja.
Descuido mis abanicos.
Ya los ojos no me pinto.
Ya siquiera me perfumo con delicados aromas.
“No te detengas, llegas a la meta”,
dice mi corazón, cada vez que pienso en él.
-¡Oh corazón mío! ¡No te inquietes más!
¿Por qué como un loco te portas?
Espera sin alarma, tu amado viene hacia ti,
pero también los ojos de la multitud.
no dejes que digan de mí:
“Esta mujer se ha enamorado”.
Quédate en calma, cuando en él piensas,
¡oh, corazón! No latas más de esta manera.
Canto quinto
Adoro a la Dorada,
alabo su majestad,
celebro a la señora del cielo,
canto las alabanzas a Hathor, y la gloria de la
dama soberana.
Le imploré; ella atendió mi plegaria
y me envió a mi señora.
Ella vino para verme,
Y así algo grande me adivino.
Me regocijé, me entregué al júbilo, sentí la
plenitud,
cuando me fue dicho: “Mira, hela aquí”.
Ahora bien, ante ella que avanzaba, los jóvenes
se inclinaban,
con gran amor hacia ella.
A mi diosa hice un voto;
pues ella me dio la amada
a lo largo de tres días, tras habérselo rogado.
Hace ahora cinco días que me ha abandonado.
Canto sexto
Al pasar frente a su casa,
Encontré el portar abierto.
Junto a su madre mi amado estaba.
Hermanos y hermanas le rodeaban.
El corazón de cuantos pasan por el camino
se llena de amor hacia él,
joven perfecto y sin par,
mi amado de raras virtudes.
Al pasar yo, posó su mirada en mí.
Y fui feliz,
grande la dicha, grande el contento,
amado mío, al verte un momento.
¡Ah, si su madre viera mi corazón,
si éste pudiera alcanzar su razón!
Oh, Dorada, pon esto en su corazón,
Entonces correré hacia mi amado.
Le besaré ante los suyos,
no tendré vergüenza ante los hombres,
sino que su envidia me alegrará,
mientras tú me reconozcas.
Le ofrezco una fiesta a mi diosa.
Mi corazón al latir salir quiere del pecho
que permita que ve a mi amante esta noche,
ella que es toda belleza, cuando se la ve
pasar.
Canto séptimo
Siete días llevo a mi amada sin ver.
Y sobre mí se abate ya la languidez.
Mi corazón se hace pesado.
Hasta mi vida he olvidado.
Cuando los médicos a mi casa vienen,
Sus remedios no me sanan,
Los magos expediente no hallan,
No se descubre mi enfermedad.
Pero si me dicen: “Mira, ella está aquí”,
Pronto vuelvo e mí
Su nombre es lo que me reconforta.
Las idas y venidas de su mensajero
Mantienen a mi corazón eterno.
Mi amada es para mí el mejor de los remedios,
Para mí es más que un formulario,
Su venida es mi amuleto,
recobro la salud cuando la veo.
Cuando abre los ojos, mi cuerpo de nuevo es
joven.
Cuando habla, me hace fuerte.
Cuando la tomo en mis brazos, aparta de mí todo
mal.
Ahora de mí se ha alejado, siete días hace ya.
Tres deseos
I
¡Ah!, ojalá puedas apresurarte hacia tu amiga,
como el mensajero del rey,
cuyo amo espera con impaciencia el mensaje
que está deseando escuchar.
Para él, cuadras enteras se enjaezan.
Para él, caballos siempre hay en la posta.
Siempre lista estará la carroza.
Que nada su marcha detenga.
Cuando alcanza la morada de su amor,
a la alegría entrega su corazón.
II
¡Ah!, ojalá puedas tú a mí venir,
como un caballo del rey,
entre todos elegido;
la gloria de la yeguada.
Recibe el mejor forraje,
Su amo le conoce el paso
y cuando oye el látigo,
no hay quien le detenga.
El mejor conductor de carros
no lo puede adelantar.
El corazón del amante sabe
que no está lejos su amiga.
III
¡Ah!, ojalá puedas apresurarte hacia tu amante,
como una gacela macho que huye en el desierto.
Sus pues están heridos y sus miembros cansados,
el temor habita en su pecho.
Los cazadores la persiguen, los perros la
rodean,
el polvo que levanta la esconde.
Un reposo le parece una traba
y elige como camino el río.
¡Ah!, ojalá puedas alcanzar mi refugio,
antes que tiempo haya de besar cuatro veces tu
mano.
Buscas el amor de tu amada,
Pues la Dorada te la ha destinado, ¡oh amigo
mío!
La fuerza del amor
I
¿Te vas porque los alimentos te vienen a la
mente?
¿Eres hombre a quien conduce el vientre?
¿Te levantas a causa de tus vestidos?
¡Seré la dueña de un pedazo de lino!
¿Te vas porque tienes hambre?
¿Te alejas porque tienes sed?
¡Toma mi pecho!
Su contenido te será sobreabundante.
II
El amor que por ti tengo se derrama por mi
cuerpo,
como la sal se funde en el agua,
como la manzana se impregna de grasa aromática,
como el licor se mezcla al vino.
¡Ah!, ojalá puedas tú apresurarte,
para ver a tu amada,
como un caballo
en el campo de batalla,
como un toro que
corre hacia su forraje.
El cielo regala
su amor,
como una llama
prende la paja,
como una vela
atrae al halcón.
III
La armonía de mi
lugar de reposo es turbadora.
La boca de mi
amada es el botón de una flor.
Sus senos son
manzanas de amor,
sus brazos tan
bien torneados.
Su frente es una
trampa de madera de sauce,
y yo soy el pato
salvaje.
Mi vista toma
por cebo su pelo
en la trampa
dispuesta a caer.
IV
¡No debo ser
dócil a tu amor!
¡Amado mío,
obedece a tu embriaguez!
Yo no renunciaré
a ella, aun cuando los golpes me ahuyenten
-porque paso
todo el día en la marisma-
hacia la tierra
de Siria, a porrazos,
hacia la tierra
de Nubia, a bastonazos,
a los confines
del desierto, golpeado,
a las orillas de
os mares, azotado.
No obedeceré a
quienes dicen
que me aparte de
tu deseo!
V
En la barca
desciendo el curso del río al son de los remos,
mi haz de cañas
al brazo.
Deseo ir a
Menfis, para decirle a Ptah[3],
dios de la verdad:
“¡Dame a mi
amada esta noche!”
El río es vino.
Ptah es su caña,
el Poder su follaje.
Sus mensajeros
son sus botones.
El Dios del loto
es su flor.
La Dorada es
dichosa:
ante su belleza
la tierra se ilumina.
Menfis es una
copa llena de fruta,
puesta ante
Aquel cuyo rostro es hermoso.
VI
Iré a acostarme
a mi morada,
y fingiré que
estoy enfermo.
Entonces mis
vecinos vendrán, para ver lo que me pasa.
Y, con ellos,
vendrá mi amada.
Hará la medicina
inútil,
pues ella conoce
mi mal.
VII
En la casa de
campo de mi amada,
la puerta se
abre en medio de la fachada,
está abierta a
dos batientes, el cerrojo ha saltado;
mi amada está
encolerizada.
¡Ah!, quisiera
ser el portero,
que ella se
hubiese irritado conmigo
pues, entonces,
oiría su voz, cuando ella gritara airada,
como niño a quien
asustara.
VIII
He descendido la
corriente por el Canal del Príncipe,
y he entrado en
el Canal de Ra[4],
teniendo en el
corazón el deseo de ver levantar las tiendas,
en lo alto, a la
entrada de la laguna.
Y mientras me
apresuraba en ello,
mi corazón se
acordó del Dios Sol,
y pensó que
podría ver a mi amado,
que quiere ir a
la Casa del Señor.
Estaba en pie a
tu lado, en la entrada de la laguna;
te llevaste mi
corazón hacia la ciudad del pilar de Ra,
y me deslizaba
contigo bajo los árboles,
que rodean la
casa del Señor.