FRANCISCO BOLOGNESI
“Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”
Germán Parra Herrera.
General de División (r) Cada época, escoge su pasado, decía Raymond Aron. Nada más oportuno que regresar a la pasada guerra con Chile con un propósito freudiano. Esto no significa anclarnos en el siglo pasado. Para avanzar hay que mirar atrás.
En el Altar de la Patria hecho de ruegos, de inmolaciones, de valor y de plegarias, está siempre el Coronel Francisco Bolognesi y los suyos. Ellos el 07 de Junio de 1880, en la Batalla de Arica, con su heroísmo, escribieron páginas de gloria para nuestra historia. El Morro de Arica fue el escenario de la Epopeya real de los peruanos, en el proceso de los hechos de la Guerra del Salitre que Chile preparó en varios años, con apoyo inglés y que nos asestó por la espalda. Los políticos peruanos, de entonces, obnubilados por sus personalismos, no tuvieron ojos para ver los peligros que acechaban a la Patria.
La opinión pública estaba desinformada de nuestra situación defensiva; los medios de comunicación desinformaban. El diario El Nacional, órgano oficial del Partido Civil (que había desmantelado el Ejército) editorializó cínicamente: “Se nos ha provocado una guerra a todas luces temeraria, sea ella en buena hora”. “Nuestro Ejército como nuestras naves, se encuentran en buenas condiciones de combate (…), el Jefe del Estado ha velado consagrándose exclusivamente al apresto y movilización de todos nuestros medios de defensa territorial…” (Coronel Arturo Castro Flores: La Prensa Limeña en la Guerra con Chile). Quizás la explicación era la misma de ahora: ¡No conviene que el enemigo sepa cómo estamos! Sobre Bolognesi y la Batalla de Arica se ha dicho mucho, pero no lo suficiente. El heroísmo de Bolognesi se agiganta en el telón de fondo de las circunstancias actuales. El tiempo perfila mejor su condición de hombre índice. Entorno del heroísmo El análisis objetivo del heroísmo peruano en el Morro de Arica, nos obliga a tener presente, conceptualmente, los hechos de la guerra que lo precedieron y que pergeñaron el escenario del drama épico. Había concluido la campaña marítima que condujo magistralmente Grau. El 08 Octubre de 1879, murió en el Combate de Angamos. Su muerte creó un vacío sin fondo. Grau y el Huáscar habían logrado inmovilizar a la escuadra chilena durante siete meses; la primera línea defensiva peruana fue derribada en Angamos. Chile, dueño del mar, tuvo la vía libre: bloqueó puertos e inició la invasión. El departamento de Tarapacá era defendido por el Ejército del Sur, que después del 08 Octubre quedó aislado, carente de medios y sin posibilidad de refuerzos. El ejército boliviano nunca llegó, Daza traicionó; sin embargo, el coraje de los infantes peruanos derrotó a los chilenos, en la Batalla de Tarapacá (27 Nov 1879). La derrota produjo pánico político en Santiago, pero los peruanos disminuidos al mínimo emprendieron la retirada hacia Tacna. Después de 22 días llegaron a Arica. Bolognesi y su división quedaron a cargo de su defensa para cerrar el paso al avance chileno por tierra; las otras divisiones marcharon hacia Tacna. Los chilenos desembarcaron al norte de Tacna; en la Batalla del Alto de la Alianza (26 Mayo 1880) derrotaron al Ejército Peruano-Boliviano. La Alianza se disolvió. El Perú quedó sólo en la guerra. La guarnición de Arica, quedó aislada, rodeada por mar y tierra por un ejército cinco veces superior. Abandonados a su suerte desabastecidos y sin posibilidades de refuerzo. El Crl. Leyva, jefe del Ejército peruano en Arequipa, no hizo caso al llamado que Bolognesi le hizo: ¡Apure Leyva! El personal carecía de todo, menos de dignidad y valor. Chocano, describió dramáticamente la situación: “La tropa hambrienta, pero siempre erguida, no implora una limosna de la suerte; es como una avanzada de la vida que presenta sus armas a la muerte”. Respuesta peruana. El Gral. Baquedano, jefe de las tropas chilenas, conocedor de la situación de los peruanos, pero ignorante de la moral que los animaba, encargó al mayor Juan de la Cruz Salvo para que como parlamentario se presente en la mañana del 05 de junio ante Bolognesi y lo intime a una rendición con honores, en razón de la inutilidad de la resistencia. El Mayor Salvo se esmeró en la propuesta argumentando que las ordenanzas militares permitían la rendición y no era cobardía en casos de extrema inferioridad. En la lóbrega mañana del 05 de junio, Bolognesi consultó con su conciencia y sus subordinados. Se llegó a una decisión unánime y serena. No fue un exabrupto temperamental producto de resentimiento con el destino. Todos decidieron ir al holocausto rechazando la rendición con todas las ventajas ofrecidas. La decisión se había adelantado cuando Bolognesi, conocedor de la derrota en el Alto de la Alianza, reunió a sus Oficiales y les describió la situación (28 Mayo 80). Si la voluntad desafía al miedo, si el honor se mofa del humillante encuentro con la muerte, entonces se llega al heroísmo. “El héroe es el iluminado de la acción” (Enrique Godó). Bolognesi contestó: “Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”, frase viril que fue como un latigazo. El Gral. Baquedano quedó humillado. Bolognesi en los telegramas dirigidos al Prefecto de Arequipa relató el hecho; y, Baquedano hizo lo mismo en su parte de guerra. “El señor Bolognesi respondió que estaba dispuesto a salvar el honor de su país quemando el último cartucho”. La respuesta breve como un epitafio y firme como una arenga al país retumbó en la sala; “centelló como el acero arrancado de golpe de la vaina” (Basadre). La respuesta integró la antología de frases célebres. “Bolognesi había decidido iluminar las sombras que oscurecen el cielo de la Patria, con las llamaradas gigantescas del holocausto inverosímil” (Javier Prado). Personalidad de Bolognesi. La nota fundamental de la personalidad de Bolognesi fue su altivez ante la muerte y la rectitud de principios. La vida militar de Bolognesi transcurrió en un ambiente nacional de rebeliones militares, de escándalos y corrupción; guerra con España, guerra contra la Confederación Perú-Bolivia, negociaciones del guano y el salitre, importación de chinos, escándalo de la Consolidación de la Deuda de la independencia. En medio de este desorden, Bolognesi se mantuvo limpio, “vivió sin mancharse ni con el lodo de las guerras civiles, ni con la locura de las riquezas dilapidadas” (Basadre). La vida de Bolognesi fue como la de las aves de plumaje blanco que después de posarse en el pantano, elevan su vuelo con las alas limpias. En plena guerra tuvo tiempo para demostrar su calidad de padre amoroso con su hijo Enrique. Teniente de Artillería destacado al Ejército en Tacna. Bolognesi desde Arica le envió dinero, zapatos y víveres, para aliviar su precaria situación. Por sus cualidades, Bolognesi es Patrono del Ejército, es la estrella rutilante que pende sobre la cabeza de todos los militares. “Bolognesi es para el Perú el punto de convergencia de todas las miradas, de todos los anhelos y de todos los homenajes” (Abraham Valdelomar). Asalto al Morro. Inmediatamente después del rechazo a la propuesta de rendición, hablaron los cañones desde el mar y desde tierra, trataron de amedrentar quizás en afán de insistir en la rectificación de la decisión de no rendirse. En el asalto se impuso la superioridad material. Bolognesi murió y muchos más. El cadáver de Bolognesi llegó al Callao el 04 de Julio. Las exequias fueron el 07 a cargo del Arzobispo Juan Ambrosio Huerta. La historia no registra las palabras en la Homilía. Tal vez, fueron como las de Bartolomé Herrera en las exequias del Gral. Gamarra: “Qué podré decir que nos consuele. Hemos vivido abandonados a unos mismos pecados. El espíritu de partido ha venido a sustituir el amor a la Patria. Pidamos a Dios que aceptando el sacrificio, empiece a brillar el espíritu de unión entre los hijos del Perú”. “El que muere, si muere donde debe, vence y sirve” (Basadre). Bolognesi es inmortal. “La inmortalidad, no es el patrimonio de los cobardes ni pusilánimes, sólo pertenece a los héroes y espíritus superiores” (Nietzche). La inferioridad de medios, se intentó compensar minando el Morro de Arica y explosionaría en momento oportuno. El sistema falló. Se explicó que las conexiones estaban hechas con cables usados arrancados de las casas existentes, otros suponen que hubo traición de uno que fue prisionero antes del asalto. En todo caso, el plan demostró la decisión de todos de morir por la Patria. Conclusión. Al inmolarse Bolognesi y los suyos, le dieron al Perú algo más importante que una lección de estrategia militar; le dieron símbolos nacionales y el aliento misterioso para el alma colectiva. Algún día las generaciones olvidarán que los chilenos vencieron, pero los siglos no dejarán de recordar que en el Morro de Arica los peruanos escribieron la más grande lección de patriotismo de un pueblo. ¿Quién más que Bolognesi? Él y dos de sus hijos, militares murieron por la Patria en la misma guerra.
FRANCISCO BOLOGNESI Y SUS OFICIALES DE ARICA
7 DE JUNIO DE 1880, BATALLA DE ARICA
PRIMERA PARTE
Ante la terca negativa de los oficiales peruanos, el general Baquedano acordó con su Estado Mayor efectuar el asalto a las posiciones peruanas al amanecer del 7 de junio. El general chileno encomendó la responsabilidad del ataque al coronel Pedro Lagos.
A las 11 de la mañana del seis de junio, un día antes de la fecha fijada para el asalto frontal, los chilenos efectuaron un violento ataque de artillería. Poco después siguió un ataque desde el mar, envolviendo a Arica entre dos fuegos. El comandante de la escuadra chilena, contralmirante La Torre, en coordinación con el comando de tierra dispuso que el Loa provisto de un nuevo y potente cañón Armstrong dispare contra las baterías del norte. La Covadonga a 2,300 metros de distancia, rompió fuegos contra el fuerte Este. La Magallanes, a poco más de tres kilómetros de la costa disparó contra las baterías del morro y el fuerte, Ciudadela, al tiempo que el blindado Cochrane, buque insignia del almirante, a dos kilómetros mar adentro, disparó a granel contra el monitor Manco Capac.
De inmediato las baterías del morro y del Manco Capac respondieron el fuego. Dos de los proyectiles del monitor impactaron en la Magallanes y le destrozaron parte de la cubierta, mientras que otro proyectil impactó en un portalón del acorazado Cochrane, lo puso fuera de combate, le causó 28 bajas y apagó una de sus baterías. La Covadonga de otro lado recibió dos impactos en su línea de flotación y debió retirarse del combate.
Mientras esto sucedía, parte de la infantería enemiga se desplegó en guerrilla hacia las posiciones peruanas del norte. Los regimientos Lautaro y Buin avanzaron desde las pampas del Chinchorro hacia los fuertes, en un movimiento considerado de disuasión, pero se replegaron ante el fuego nutrido proveniente de los cañones, y rifles de los reductos y trincheras. Las baterías de tierra chilena también se vieron obligadas a retirarse ante el alcance de los proyectiles peruanos.
A las cuatro de la tarde se suspendió el ataque marítimo y terrestre. Las posiciones peruanas permanecían intactas, no había bajas que lamentar y más bien habían causado daños al enemigo. Luego de aquella jornada favorable a las fuerzas peruanas, el jefe de Arica dispuso transmitir vía Arequipa, un mensaje al Jefe Supremo de la República:
“Gran entusiasmo. Enemigo hizo 264 cañonazos y guarnición 71. No hay desgracias. Jefes agradecen saludo Arequipa. Felicito en su nombre al país por el día”.
Aquel sería el último mensaje transmitido por la guarnición de Arica.
Esa misma noche, el comando chileno decidió enviar un último parlamento de rendición a los peruanos. Esta vez se escogió al ingeniero Teodoro Elmore, quien se hallaba prisionero en el cuartel general chileno desde su captura el dos de junio. Elmore partió con la difícil misión de intentar convencer a sus compatriotas a entregar la plaza y bajo la condición de retornar, en su calidad de prisionero, antes de la medianoche con una respuesta concreta. Sin embargo, como de antemano se presumía que los peruanos no cederían, se prosiguió con los desplazamientos para el asalto.
Elmore fue recibido con una extraña mezcla de satisfacción y desconfianza y debió cumplir la nada grata tarea de exponer a sus compatriotas una nueva conmición chilena a la rendición. Bolognesi sin embargo se negó a estar presente y Elmore fue atendido por los oficiales del Estado Mayor. Como se persistió en la negativa, el ingeniero peruano procedió entonces a describir la ventajosa situación del enemigo, su superioridad absoluta en hombres y armamento, el espíritu vandálico imperante en aquellos momentos en su campamento y la reacción adversa que podía causar en los soldados sureños el uso de las minas. Anticipando una carnicería, Elmore expresó que el adversario había apreciado los últimos dos días de resistencia, que consideraban se había lavado el honor peruano y que la guarnición ya había cumplido con su deber. Desde su punto de vista desapasionado, había sido suficiente, todo había concluido y no había necesidad de exponer más vidas valiosas que podían ser salvadas si se entregaba la plaza. Los oficiales de Arica sin embargo persistieron en mantener hasta el final la posición que el país les había confiado y agradecieron al ingeniero sus buenos oficios. Ante la determinación de sus compañeros, Teodoro Elmore no insistió más, aunque expuso su parecer en el sentido que las fuerzas chilenas efectuarían el ataque principal por el este y no por el norte, como se esperaba, y recomendó a los oficiales que reforzaran la defensa en ese sector. Elmore basó su presunción en lo que había visto y escuchado en el campamento chileno. Sin embargo no se prestó suficiente atención a sus consejos. Tal reacción se vinculó con el tímido avance de la infantería chilena hacia las posiciones del norte esa misma mañana, que precisamente había tenido como objeto hacer creer que el asalto iba a producirse por ese sector y no por el este, que era, efectivamente, el verdadero propósito del plan. Así, basado en los primeros desplazamientos chilenos y lo que indicaba la lógica, el comando de Arica mantuvo el parecer de una incursión enemiga desde el norte. Ello no significó un descuido de las defensas en el sector este, pero la opinión imperante determinó que las tropas más fogueadas y disciplinadas de la Octava División se concentraran en el norte y que no era conveniente moverlas.
Cuando Elmore regresó al campamento chileno, antes de la medianoche, se dio con la terrible sorpresa de que este se hallaba prácticamente desierto y que las tropas ya se habían puesto en movimiento para atacar Arica.
Cuando Elmore regresó al campamento chileno, antes de la medianoche, se dio con la terrible sorpresa de que este se hallaba prácticamente desierto y que las tropas ya se habían puesto en movimiento para atacar Arica.
BATALLA DE ARICA
SEGUNDA PARTE
Las primeras horas del siete de junio, los regimientos chilenos fueron agrupándose de acuerdo al plan de ataque, lo que les resultó fácil teniendo en cuenta que en esos momentos no se habían desplegado avanzadas peruanas. A continuación marcharon en columnas, por compañía, en completo silencio, con el objeto de acercarse lo más posible a las posiciones adversarias en el sector este. A 1,200 metros del objetivo se detuvieron y aguardaron. Conforme al plan, el Tercero de Línea se dispuso a atacar el fuerte Ciudadela, mientras el Cuarto de Línea se preparó para hacer lo propio contra el fuerte Este. El Buin se mantuvo en la reserva para entrar en acción cuando fuera requerido, mientras el regimiento Cazadores a Caballo permaneció en la retaguardia del campamento, avivando las fogatas a fin que los peruanos pensaran que los chilenos aún seguían ahí. Por su parte, el regimiento de infantería Lautaro y el de caballería, Carabineros de Yungay, avanzaron uno detrás del otro por las pampas del cerro Chinchorro, hasta colocarse frente al punto de ataque que se les había encomendado: Primero los fuertes San José y Santa Rosa, para luego proceder a tomar el Dos de Mayo. Luego medio batallón del regimiento Bulnes se les uniría para reforzarlos.
Poco antes del amanecer, cuando apenas se vislumbraban las primeras luces del alba, los chilenos finalmente emprendieron el asalto, lanzando simultáneamente sus regimientos en desplazamiento de guerrilla hacia los fuertes. Cuando los centinelas peruanos avizoraron al enemigo, se rompió el silencio, y se iniciaron los disparos a mansalva. Las posiciones peruanas se iluminaron y los soldados y oficiales se prepararon para repeler el feroz ataque.
El asalto a los fuertes Este y Ciudadela fue sangriento en extremo. No se dio ni se pidió cuartel. Los chilenos lograron salvar las minas entre una lluvia de balas y, enervados por las que explotaron, finalmente alcanzaron los objetivos. Después del intercambio de disparos, los combates se produjeron a pie firme, entre la bayoneta peruana y el corvo chileno. Los parapetos defensivos formados por sacos de arena fueron rotos por los corvos de los atacantes, que lograron finalmente ingresar dentro de los reductos. La superioridad numérica chilena en cada fuerte era de tres a uno y aun así les costó mucho vencer la encarnizada resistencia de los gallardos peruanos. Finalmente terminaron por romper las líneas de defensa. Mientras esto sucedía, el Buin se puso en marcha e inició una maniobra envolvente sobre el fuerte Este.
En la plaza del Ciudadela, los sobrevivientes de los batallones peruanos al mando del espartano coronel Justo Arias Aragüéz opusieron una dramática resistencia imbuidos por la valiente y enérgica actitud de su comandante, quien a pecho descubierto, sin kepí y espada en mano, se paseaba por la plaza alentando a sus hombres. Finalmente, cuando el heroico coronel cayó en su puesto rechazando los llamados a la rendición con un sonoro !no me rindo! !viva el Perú carajo!, ya los peruanos habían sido superados y prácticamente diezmados hasta el último hombre: Por lo menos, el noventa por ciento de los soldados peruanos del Ciudadela y casi la totalidad de sus oficiales perecieron en combate.
Paralelamente, el fuerte Este, fue atacado con igual intensidad por el Cuarto de Línea, al que pronto se unió el Buin .
Surgió entonces un desigual combate cuerpo a cuerpo y una épica resistencia que sólo terminó cediendo por el empuje violento de la gran masa de soldados. Ante la superioridad numérica chilena, el coronel José Joaquín Inclán dispuso, conforme a órdenes recibidas, replegar sus tropas sobre los reductos de Cerro Gordo, ubicado a 200 metros del morro. Hacía ahí se inició una nueva progresión de las tropas chilenas y otro asalto a la bayoneta. Aquel encuentro acabaría con la vida de casi toda la tropa del Artesanos de Tacna, y con la mayor parte de oficiales, incluyendo la del valiente comandante de la división, Inclán, quien pereció en lucha cuerpo a cuerpo, y su jefe de Estado Mayor, coronel Ricardo O'Donovan.
Al comprobar que el mayor peso del ataque se sucedía en el sector este, Bolognesi dispuso que la Octava División bajo el coronel Alfonso Ugarte, reforzara el flanco oriental. En cumplimiento de sus órdenes, los 530 hombres de la división emprendieron un largo y difícil recorrido cruzando la explanada y las calles de Arica, intentando llegar a las faldas del morro, para de ahí emprender marcha hacia este. Por desgracia para ellos, los chilenos, ya dueños de Cerro Gordo, los barrieron con nutridas descargas. Los de la Octava División, ante las intensas descargas de fusilería y prácticamente rodeados, fueron diezmados uno tras otro y los sobrevivientes debieron replegarse hacia el morro sin haber podido alcanzar su objetivo. Entre humo, balas, heridos y cadáveres, los restos de la división, medio batallón del Tarapacá y medio del Iquique alcanzaron a duras penas el morro. Entre los oficiales muertos se encontraba el joven jefe del Tarapacá, coronel Ramón Zavala.
Después de ocupar en cruento combate todo el sector este y luego de masacrar a los sobrevivientes de la Séptima División que se habían concentrado en las escaleras de la catedral, los regimientos chilenos se lanzaron entonces contra el morro, objetivo final del ataque. En la cima, los peruanos organizaron lo que sería una última y cruda resistencia. Durante el avance chileno, el aguerrido comandante del Cuarto de Línea, coronel San Martín, fue atravesado de un balazo. La muerte de aquel apreciado jefe enervó aún más los ya irritados sentidos de los soldados, enervados por la explosión de algunas minas, y los gritos de ¡hoy no hay prisioneros! se sucedieron frenéticamente. Los regimientos chilenos en esa situación alcanzaron las faldas del morro y comenzaron a trepar.
Al mismo tiempo, los fuertes San José, Santa Rosa y Dos de Mayo eran atacados por la caballería y el regimiento Lautaro y finalmente fueron capturados, aunque los defensores lograran destruir la mayor parte de las baterías para impedir que cayeran en poder del enemigo.
Las últimas defensas fueron cediendo al infernal ataque. Desde las baterías bajas, la infantería peruana y los marinos de la Independencia intentaron contener el asalto, pero nada pudieron hacer ante el empuje de los asaltantes. Allí sucumbieron los comandantes navales Cleto Martínez y Adolfo King. Un nuevo repliegue concentró a los últimos defensores en la meseta del morro.
Unos 55 minutos transcurrieron desde que los chilenos empezaron a trepar hasta que alcanzaron finalmente la cumbre. Ahí, virtualmente sin trincheras ni reductos, a campo descubierto, unos 500 sobrevivientes peruanos encararon a los miles de adversarios; hicieron fuego, recibieron nutridas descargas y fueron cayendo uno por uno sin dar ni pedir cuartel. Perdida prácticamente la batalla, el coronel Bolognesi dispuso, como último recurso, activar las cargas de dinamita para volar el morro y evitar que el armamento cayera en manos enemigas, pero los hilos eléctricos habían sido previamente cortadas por estos, por lo que únicamente las baterías lograron ser destruidas. A partir de ahí, los últimos oficiales y soldados peruanos en pie se trenzaron con los cientos de atacantes en un épico combate a pistola, bayoneta y sable sin igual en la historia de América Latina.
En el cenit del combate, ubicado en uno de los sectores del morro, el coronel Bolognesi y otros jefes, revólver en mano, animaban a sus hombres a no desfallecer ... hasta que, literalmente, agotaron el último cartucho.
Confundidos finalmente estos oficiales entre asaltantes y defensores, en una batahola que no conocía rangos ni condiciones, fueron ultimados en el fragor de la cruenta lucha. Abatido por sendas descargas Francisco Bolognesi cayó sobre el suelo y fue rematado con la culata de un rifle en la cabeza. Juan Guillermo Moore cayó también, rechazando la rendición y redimiendo así la pérdida de la Independencia. Similar suerte corrieron sus compañeros Armando Blondel y Alfonso Ugarte
Los oficiales chilenos tuvieron que hacer denodados esfuerzos para detener la matanza de los sobrevivientes, salvando así a los coroneles La Torre, Sáenz Peña y otros.
Cerca de las 9:00 de la mañana, desde la rada del puerto, vista la pérdida de la batalla, el comandante del Manco Capac, Jose Sánchez Lagomarsino, antes de entregar su nave, la hundió, mientras que la torpedera Alianza logró romper el bloqueo y se dirigió hacia Pacocha donde fue varada por su comandante y la tripulación capturada por los chilenos.
Cerca de las 9:00 de la mañana, desde la rada del puerto, vista la pérdida de la batalla, el comandante del Manco Capac, Jose Sánchez Lagomarsino, antes de entregar su nave, la hundió, mientras que la torpedera Alianza logró romper el bloqueo y se dirigió hacia Pacocha donde fue varada por su comandante y la tripulación capturada por los chilenos.