LUIS LEON PIZARRO
La psicología de los Números nos revela su acción en el Universo, el carácter y el origen de esta acción; conocimiento que puede llevar a su poseedor al efectivo manejo de la tan poco conocida Potencia que hay encerrada en los números. Ahí reside la esencia de CHEMAMPHORASCH y la de la clave verdaderamente práctica de la cábala, es el punto que debe permanecer para siempre cerrado a los profanos y a los profanadores. Si se conoce el número de cada facultad humana, se puede actuar sobre dicha facultad a medida que se actúa sobre el Ser-Número correspondiente. El Tarot y el Tema astrológico son aplicaciones reales de esos conocimientos.
Para este estudio, no podemos hacer otra cosa mejor que reproducir un magistral trabajo de F. Ch. Barlet que trata de la cuestión desde el punto de vista ontológico y puramente Iniciatico: Los Números 2.
El Número es un lenguaje; es aquél adecuado a lo que la filosofía denomina la Ontología, o Ciencia del Ser.
Su alfabeto es la serie de los nueve primeros Números completada con el cero. Para comprender esta definición y este mismo alfabeto, hay que remontar hasta la noción del Ser que el Número debe referir.
El Ser, en sí, no tiene ni forma ni límite, es el Infinito. Para la concepción de nuestro mundo real, el Infinito es doble: Infinitamente grande como el Espacio celeste que se extiende a nuestro alrededor; Infinitamente pequeño como el punto matemático que realizamos con nuestros puntos perfectos, es decir, por la intersección de tres planos concurrentes.
Podemos pues representarlo material y realmente, en su doble concepción, como un punto matemático en el espacio infinito; es la imagen que del mismo daba Pitágoras y que Pascal ha repetido en su célebre principio.
Solamente hay que añadir que este punto matemático no es la Nada; debemos figurárnoslo como la condensación extrema de todo el Universo, reuniendo en sí, de consiguiente, toda la energía que en él está unida, cualquiera que sea su naturaleza. Es la Potencialidad total, el Todo Poder de actuar.
El espacio tampoco no es la Nada, es más bien una realidad y, quizás, la más cierta y la más innegable para nosotros: es la Toda- Impotencia de hacer; es el vacío, es el Ser reducido a la sola facultad de contener, de recibir; es el Poder de ser.
El punto y el espacio son inseparables: muy necesario es que el punto esté en alguna parte, so pena de no ser.
Es cierto que, a la inversa, podemos concebir como una realidad también tangible, el Todo- Poder expansionado en el Espacio infinito y de consiguiente anulado en provecho de este último; los papeles resultan entonces invertidos: el Todo- Poder se ha convertido en Toda- Impotencia con la sola facultad de ser condensado, y el Espacio se ha convertido en el Todo- Poder de condensar, de reducir, de anular el Todo que contiene para volver al Vacío, de aniquilar la manifestación de Poder, en una palabra, la Toda Resistencia.
Pero cualquiera que sea entre ambas concepciones aquélla que se adopte 3, nos define siempre el SerAbsoluto como la dualidád del Infinitamente pequeño inmerso en el Infinitamente grande. Es la única concepción posible para nosotros, debido a que estamos encerrados en el mundo real donde todo es dual; y porque cada uno de los dos infinitos se nos aparece doble: infinito en Poder si es nulo en espacio, y recíprocamente (o a la inversa si el Poder rellena el espacio).
Tampoco el Absoluto es aquello que denominamos el Ser; el Absoluto sólo puede sernos concebible mediante sus dos polos, y sobre esto no sabemos nada más; lo que ordinariamente llamamos Un Ser, es la combinación de esos dos polos: cero y el Infinito. ~ Infinito
Efectivamente, todos conocemos la demostración matemática que resume la fórmula 0 X ~ = 1. Un número cualquiera, una realidad cualquiera, individualmente, es el producto de cero por el Infinito.
Extendiendo esta noción hasta sus más límites extremos, al Ser por excelencia lo llamamos el máxinum de este individuo, y al No- Ser lo llamamos su mínimum, es decir, los dos valores de la cantidad real que llegan a contactar con los polos del Absoluto.
La locución No- Ser no significa la Nada, o el imposible, sino que, por el contrario, lo que, no siendo todavía, está en potencia de Ser. En cuanto a la Nada propiamente dicha, para nosotros resulta una concepción tan imposible como la del Absoluto, sino más imposible aún.
Hay pues. por encima de todo, tres Números esenciales: el Infinito, Cero y Uno, su producto.
Dejemos aparte los dos primeros, puesto que del último solamente debemos ocuparnos; en él encontraremos la fuente de todos los Números, o seres individuales.
EL UNO
Se llama Uno a todo ser real considerado en sí, en su esencia, en lo que le distingue de todo otro ser, en lo que de él hace una in-dividu-alidad, algo que la inteligencia no puede analizar, aunque este algo esté revestido con una fórmula múltiple, lo que es lo normal.
El Uno puede asumir infinidad de variedades, que lo aproximan más o menos, como se ha dicho hace poco, a uno o al otro polo del Absoluto, hasta contactar con esos polos.
Se perciben pues tres clases de Uno: los dos extremos, y todos los intermediarios, en número infinito.
Los dos extremos son: por una parte, aquél que, sin dejar de ser real, puede llenar todo el intervalo, toda la diferencia entre ambos polos, y por otra parte, aquél que, por el contrario, es lo bastante pequeño para dejar vacante todo ese intervalo; dicho en otras palabras, son el Todo y la Nada.
Se les llama aún, aunque sea por profundizar demasiado en el lenguaje y, por lo demás, sin inconveniente alguno, ya que su definición está hecha: el Ser y la Nada (o No-Ser). De hecho, difieren de los polos del Absoluto a los cuales se ha dado hace poco los mismos nombres, en lo que esos Uno extremos pueden engendrar lo real y le pertenecen; para nosotros, son como el anverso de estos polos, cuyo reverso está hacia el lado del Absoluto.
Se les denomina también, más correctamente, el Uno absoluto y el cero absoluto (es decir, que alcanzan los límites de lo real).
Pitágoras distinguía cuidadosamente este Uno absoluto del Uno real, o esencia de todo individuo. Sucintamente por definición, tiene dos polos: uno infinito, el otro nulo.
El Polo Todo-Poderoso del Uno absoluto es el Ser al que llamamos Dios.
El Polo No-Ser del Uno absoluto es lo que llamamos Nada, o, más corrientemente, la Nada.
Todo ser finito es una combinación de esos dos polos del Uno absoluto, y como la Nada esencialmente es incapaz de dar el ser, es él que lo recibe para formar el Uno individual.
Así pues es verdad que Dios ha creado todas las cosas de Nada como dice la Biblia; desde luego, no podía dar otra definición sobre el nacimiento de la criatura sin caer en los sistemas contradictorios de la emanación, del Panteísmo o del Naturalismo.
En todo ser finitio, en lo que a nosotros atañe, el elemento de naturaleza infinita que lo anima, es lo que denominamos el Espíritu; en relación a Dios, lo denominamos el Verbo, debido a que es el pensamiento particular que Dios realiza por la creación; la forma es la expresión, la exteriorización de este pensamiento.
Así pues, todos los seres están hechos por el Verbo, y sin él, todo cuanto ha sido hecho no existiría (San Juan, Evangelio, cap. 1).
El primer acto de creación es la extensión del Polo Ser hasta el Polo No-Ser, para combinarse con él; es la manifestación del Uno Absoluto. A esta combinación, la llamamos la Virgen Celeste, con la Tradición de todos los tiempos: La Virgen es la Criatura y la primera de las Criaturas.
El Verbo que la anima es el Pensamiento divino total, puesto que llena todo el intervalo entre los dos polos. A este espíritu de la Virgen lo denominamos la Sabiduría; esta Sabiduría absoluta es la que asistió, desde la aurora del primer día, a toda formación creadora. Rige a la Virgen en cuanto a su función informadora, nutridora y protectora de los seres secundarios, función dentro de la cual la llamamos la Naturaleza.
EL DOS
"No hay Uno sin Dos" es un refrán muy conocido. Efectivamente, el Uno individual, cualquiera que sea, producto del infinito por cero, es diferente del uno y del otro; llena tan solo una porción de su intervalo; su existencia supone pues un excedente de esta cantidad; este excedente es su Dos. Dicho de otra manera, todo individuo existe solamente a condición de diferenciarse de todo cuanto no sea él mismo.
Más corrientemente, tenemos otra noción del Número Dos; lo entendemos como el ser compuesto por la adjunción de una Unidad a otra parecida para hacer de ello un nuevo Todo.
De hecho, esta noción es todavía la del Uno, es decir de la extensión parcial de uno de los dos polos hacia el otro, con la salvedad de que su movimiento, al ser descompuesto en partes iguales, que vienen a ser como otros dos pasos distintos, el resultado es siempre un Uno (se podría formularlo así: 1 = 0 X ~ + 0 x ~). La noción adquirida por esta disúnción es más bien la de complejidad y de sucesión; dicho de otra forma, la de Medida y de Tiempo; cae dentro de la competencia de la aritmética mientras que nosotros estamos en la de la Aritmología.
Esta observación se aplica a toda especie de número distinto de la Unidad, que es el principio de todas las operaciones aritméticas aditivas (adición, multiplicación, elevación a una determinada potencia, etc.).
No obstante, esta consideración aritmética del Dos supone y comprende otra definición aritmológica de ese Número:
Par percibir dos o mas partes de un numero complejo tenemos que empezar por descomponerlo; es lo que efectuamos mediante la operación aritmética de la substracción y de sus derivados (substracción , división, raíz, etc.)Ahora bien esta separación se hace por la potencia del Numero Negativo ( ese terror del algebrista principa lmente) , y con ese numero entramos en el campo de la Aritmologia: El Número negativo es aquél que, por naturaleza, posee la propiedad substractiva; por ejemplo: cierta cantidad de hielo añadida al agua caliente es una cantidad negativa, puesto que enfría.
Más claramente, se puede decir: El Número negativo es aquél que, añadido a una Unidad cualquiera, hace aparecer en ella el Dos, o aumenta el Dos aritmologico recién definido más arriba.
Debe sacarse la conclusión de que la Unidad negativa es un Dos y un Dos invertido de aquél definido más arriba (se le puede transcribir 1 = ~ x 0 , en lugar de 1 = 0 x ~ ), porque tiende hacia el cero en lugar de dirigirse hacia infinito.
Es el principio de análisis, de descomposición, de negación; es también el de la oposición, por disyunción, y, por consiguiente, el del Mal, el de la discordancia.
Cuando él mismo se opone al Uno positivo, se transforma en el tipo de lo imposible (cuya expresión matemática es : raiz cuadrada de -n elevado ala 2 potencia Entonces se le denomina el Diablo el divisor, la letra D y sus análogas (t, tz, z...) siendo signos de división.
Por otra parte, el Dos positivo puede adoptar dos variedades, según que sea contado a partir del uno o del otro polo; se le considerará masculino, si toca al polo positivo; femenino, si se adhiere al negativo. Por ejemplo, el Angel, ministro de Dios, es respecto a El un Dos masculino; la Naturaleza, en relación con la Virgen Sabiduría es femenina; aunque esta distinción es menos profunda que la precedente.
Resumiendo, se puede definir el Dos como el complemento relativo del Uno; sea este Uno el Uno absoluto, sea una Unidad individual.
EL TRES
No hay Uno sin Dos no es el refrán completo, se le añade: No hay Das sin Tres.
Y así enunciado, este refrán es la misma definición del Tres:
El Uno y el Dos solamente han sido separados en el pensamiento divino, así como los dos polos del Absoluto, a fin de dar lugar al Amor, consentido y asentido que les reúne en una Unidad nueva donde cada uno se convierte en la vida del otro. Es lo que expresa el Cristianismo cuando nos dice que Dios ha creado el Mundo para hacerle participar de su propia Beatitud, a condición de que lo acepte y en tanto que lo acepta.
El Tres es la línea de Unión que restablece la Unidad entre el Uno y el Dos complementario, reuniéndolos en sí y penetróndolos al uno y al otro con su Esencia, que es la individualidad invencible.
Difiere de uno y de otro en el hecho de que no posee ningún complementario, ningún opuesto posible; escapa a toda medida, a toda variación, a toda exteriorización formal: es puro Espíritu; es la esencia misma del Ser. Solamente el individuo, el Uno finito, puede aceptar o rehusarlo en proporciones diversas; para la criatura, su percepción es una subjetividad variable, de otro modo el amor se convertiría para ella en una tiranía.
Ahí reside la fuente del mal, junto a la de la Libertad; la revuelta o rebelión contra el Espíritu santo (que es el tres) es la única que, por definición, Dios no pueda perdonar, puesto que representa el libre rechazo de su amor.
Al penetrar el Uno y el Dos a fin de unirlos, se identifica en cierto modo con cada uno de ellos para reunirlos en sí; así es como Pitágoras lo llama una Unidad hermafrodíta.
Para el Uno y el Dos absolutos, la unión así formada es una Trinidad. Tal es la cristiana: Padre, HUO y Espíritu Santo, que expresa que el Verbo en su descenso creador y multiplicador es inseparable del Padre.
Como sea que el Uno y el Dos son susceptibles de cantidad, su unión tri-unitaria lo es también, aunque, dentro de su cualidad absoluta, esta unión parcial es siempre una; se corresponde con el estado actual de la Unión eterna y progresiva de los dos polos extremos; esa unión es siempre armónica: tales son la generación de los poderes celestes (teogonía, generación de los dioses, de los ángeles, etc.> y las formaciones de la Naturaleza.
Pero, cuando se trata de criaturas provistas de voluntad y de iniciativa o de seres primordiales, que son sólo parcialmente accesibles al Espíritu de Unidad, estos seres no pueden producir nada de completo sin echar mano a la Unidad a la Naturaleza descomponiendo individualidades anteriores (o las propiamente suyas, u otras ajenas a ellas mismas); y sus formaciones más o menos discordantes están sujetas a la Muerte. Luego, su unión viene expresada por una Trinidad especial, aquella generatriz perfectamente caracterizada por la Trinidad popular de la India:Brahma, el creador; Shiva, el destructor, agente de la división y de la descomposición necesaria a la nueva formación, así como para la reducción de sus imperfecciones; Visnú quien preserva lo que tiene de armonía. Así resulta ser pues nuestra trinidad: Padre, Madre, Hijo.
Jamás será ella una Tri-Unidad.
Transición a los demás Números.
Tal como acaba de ser manifestado, no solamente el Tres es triple debido a la realización de la función unificante, sino que lleva a cabo, dentro de cada uno de los otros dos Números, una disposición ternaria; en efecto, debe hacer: 1o, disponer el Uno a unirse con el Dos mediante una especie de polarización hacia él; 2o, tomarlo en su unidad esencial, como término intermediario; 3o, hacerle penetrar en el Dos junto con él para realizar la unión definitiva. Realiza la misma serie de disposiciones en el seno del Dos, y es así como la unión se efectúa por recíproca penetración.
Así pues, por la unión creadora del Uno absoluto con el Dos, del Creador con la Virgen celeste, el Espíritu de Unidad, el Amor, fuente primera de toda creación, realiza, ya de antemano, del Uno una Causa de realización: su pensamiento primero, su Verbo en él; enseguida hace de él un Medio, una Posibilidad, el plano de la creación adecuado para realizar el pensamiento; y en tercer lugar, la fuente de eficacia, ofinalídad, el Poder sobre la inercia del No-Ser. Vienen a representar los grados de descenso del Verbo en su sacrificio de amor.
Por otra parte, en el seno de la Naturaleza, el Tres dispone la Inteligencia, capaz de recibir el pensamiento divino; da la Idea de la forma que puede responder al plano del Verbo; y la Energía que realizará y conservara esta forma.
Por todo ello es por lo que San Juan dice aún en su Epístola: Los hay tres que atestiguan ante el cielo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y tres que atestiguan en la Tierra, el Espíritu (inteligencia), el Agua (idea de la forma), ~ la Sangre (la energía)". Es también lo que simboliza e] Sello de Salomon.
De ahí se desprenden varias consecuencias:
En primer lugar, habrá tres fases dentro de la creación, y, por consiguiente, tres clases de criaturas: el plano divino o región divina del Pensamiento, el del Uno; el plano mediano, de transición, o región media, lo Inteligible, y de la ley; y el Plano de efectualidad, de posibilidad de ser real, es decir trí-unitario, la región de las formas.
En segundo lugar, la existencia o mejor dicho el funcionamiento del Tres conlleva inmediatamente la existencia y el funcionamiento del Seis: son concomitantes a causa de la polarización primitiva y de su finalidad, de manera que se puede decir: No hay uno sin dos, no hay dos sin tres, no hay tres sin seis.
Y finalmente, no solamente la existencia del Espíritu de unidad lleva consigo la del Seis, sino que la finalidad realizadora que es su razón de ser y la de la creación, lleva consigo una tercera Trinidad. Efectivamente, no basta que el Dos haya sido puesto en estado de llevar a cabo la realización o unión final, sino que es preciso que, a su vez, la ejecute, mediante su propio esfuerzo. A cada una de las facultades enumeradas hasta ahora, como recibidas a través del Dos del Espíritu de unidad, se añade una facultad activa propiá, que se despierta: a la Inteligencia responde el Amor, la Atracción, el Deseo, fuente de toda evolución.
A la idea se sobrepone la Voluntad, la decisión de producir la forma adecuada a la prevista.
A la energía se añade el Movimiento, producto del deseo y del querer, ocupación real de espacio por la extensión.
Hay pues Tres trinidades necesarias para la Creación, y no solamente Dos.
Así la sola existencia del Uno que conlleva la del Dos necesita también la de Nueve Números en total. Es por lo que Pitágoras y los antiguos decían: no hay más que un Número, el que se escribe: O, 1, 2, 3, 4, 5, 6,7, 8,9; todo otro número no es un Número propiamente dicho, es un compuesto hecho del Número repetido más o menos: Esta serie sola es El Número.
En él se distinguían solamente dos secciones:
1. La Trinidad, elemento fundamental de esta serie;
2. Y los seis números siguientes, duplicado de la Trinidad.
La primera comprendía los Números llamados Ideales (1, 2, 3), la segunda serie (4, 5, 6, 7, 8, 9) era la de los Números Matemáticos; en cuanto a todos los demás Números posibles, estaban reunidos bajo el nombre de Números complejos. El diez, que los resumía a todos al expresar la unión rematada de los dos polos, era el Número perfecto.
He ahí la razón del sistema de numeración decimal.
He ahí también los grandes rasgos de la Creación que simboliza el Arbol de los Sephiroth.
Los demás Números distintos del Uno, el 2, el 3, el 6 y el 9, se distribuyen en las tres trinidades para representar en ellas el papel correspondiente a su rango, por analogía con la trinidad primitiva, según la tabla:
123
456
789
Ahí está la clavé de sus significaciones respectivas.
Los de la primera columna, al hacer función de Uno o de Ser, son denominados divinos; los de la tercera columna, al hacer función del Dos nacido del No-Ser, son llamados Naturales; en cuanto a los demás, son denominados Voluntarios o psíquicos, porque es a ellos a quienes pertenece el pronunciarse sobre la aceptación o el rechazo de la Unión de Amor y, por consiguiente, del Espíritu Santo. En ellos reside la raíz del Mal; se la ha visto ya en el dos; y mucho más está en el Cinco, centro de esa tabla.
Bastará pasar rápidamente revista a esos Números aritméticos a fin de dar cierta idea de los mismos.
El Cuatro, cabeza de la segunda Trinidad, segundo Uno es la segunda hipostasis del Verbo: Deus de Deo, Lumen de Lumine, Deus verus de Deo vero, ex Patre natus, ante omnia secula, el revelador del Pensamiento divino.
El Cinco, Verbo de esta Trinidad, es la Fuente de todo Poder realizador, libre y responsable: Elohim, AdamKadmon.
El Seis, espíritu de unidad de esta segunda Trinidad, es sobre todo la Naturaleza-Naturante, la Belleza de la Forma.
El Siete es la cabeza de la Tercera Trinidad, la de la primera realización; es el Poder Espiritual vivificante, el Consejo de Dios (según Saint-Yves), el Olimpo pagano especializado en siete Principios directores. El Ocho (tercer Dos) es el Número que dirige las Voluntades, Número de la ley, o sea del Destino y de la Muerte.
El Nueve, por fin, armonía de esta Trinidad, es el Poder de la Virtud, la Bendición de las formas armónicas.
Sin embargo, ésas son indicaciones bastante someras, puesto que cada Número exige un estudio tanto más detallado cuanto más fuerte es, ya que cada uno tiene tantas significaciones diferentes como unidades.
La exposición de F. Ch. BARLET nos ofrece en pocas páginas un sorprendente resumen de la doctrina tradicional de los Números y nos muestra la profunda filosofía que interpretaban -e interpretan todavía- a los ojos de los Iniciados. Vamos a ver ahora cómo las matemáticas profanas aportan su contribución al estudio que hemos emprendido.