viernes, 17 de abril de 2015
LOS SÍMBOLOS DE LA PARADOJA Y LAS PARADOJAS DEL SÍMBOLO
NMIP: LUIS LEON PIZARRO
En el tímpano de la iglesia románica de San Miguel de Estella (Navarra), una de las conocidas poblaciones que atraviesa en España el Camino de Santiago, en el relieve que circunda la mandorla y al Cristo en Majestad, puede leerse una extraña inscripción: "La imagen que veis no es ni Dios ni hombre, pero Dios y el hombre están representados en esta santa imagen".
Por sí misma y por el lugar en que se halla inscrita, esta frase lapidaria se propone al espectador como un tema de meditación, de manera parecida a los Koans de la tradición Zen budista o los Sutras védicos (1). Y aunque escueta, resume admirablemente el misterio de la imagen, es decir, de la forma simbólica y del Arte sagrado que la plasma como "representación" más legítima de aquello de otro modo inexpresable.
En efecto, el carácter paradójico, a veces insólito, con que muchas veces se presenta el simbolismo tradicional, por el que la imagen: "no es ni Dios ni hombre, pero Dios y el hombre están representados en ella", hace directamente alusión, por un lado, a las posibilidades del propio simbolismo, que puede expresar realidades simultáneas sin entrar en contradicción, a lo cual no llega el lenguaje vulgar, racional y sucesivo, para el que una cosa debe ser "eso" o "aquello" de manera excluyente. Y por otro, a la relatividad de toda apariencia, de todo lo que se concretiza en una forma fija, y por ende a la ambigua dualidad y fugacidad del mundo fenoménico, que al mismo tiempo que una ilusión pasajera, es la evidencia de una realidad permanente que lo trasciende, dándole además toda su razón de ser y su precario equilibrio.
Por el hecho de serlo, toda manifestación es una representación, una puesta en acto, un juego entre todos sus protagonistas, situaciones y aspectos, opuestos y complementarios, juego al que está sujeto todo cuanto ella contiene y que, como tal, siempre es la huella de algo, la expresión, el símbolo o producto de una intención, guión, unidad o realidad más grande. Por lo mismo, también es dual y limitada, es decir, relativa, empieza y acaba, lo que no le priva de reflejar a su modo, existencial y sucesivo, la realidad de un todo simultáneo, multidimensional y no-dual. A nivel psicológico esta condición dual (aparentemente dual) se convierte en el sujeto y el objeto mental de toda experiencia; y toda experiencia en una forma de conocimiento inteligible y sensible a la vez, la combinación inseparable de una idea y un soporte, una forma y una substancia, la corporificación de un significado de otro modo imponderable. Por ello y por participar toda manifestación formal de esta ley, el símbolo, al menos el sagrado, no es ni podría ser una convención humana, antes bien es el modo y el lenguaje en que el universo se revela al hombre y a él mismo a través suyo, conformando su manera de conocer; es la naturaleza del mundo ser inteligible, como del ser humano ser inteligente, es decir, una "imagen y semejanza" del propio programa cósmico.
En efecto, según siempre y en todos los pueblos, los símbolos fundamentales son revelados al hombre por inspiración divina, siendo las semillas y códigos originales de toda forma verdadera de cultura y pensamiento. Ellos revelan el comportamiento interno del cosmos u Orden universal, sus modelos creacionales y perennes, como otros estados del ser; no son un lenguaje convencional aparte de otros, sino la raíz y el tronco de todo lenguaje capaz de transmitir un conocimiento efectivo, como una cosmovisión capaz de abarcar todas las posibilidades del mundo (macrocosmos) y el hombre (microcosmos), posibilidades que actualiza operando por la misma ley de analogía que hace de uno la imagen inversa del otro. Esto es especialmente importante señalarlo porque el hombre piensa y comprende mediante símbolos (imágenes y conceptos), ya sean verdaderos o falsos, puros o impuros, y no por que quiera o no quiera, sino porque no tiene otro remedio; la naturaleza de su pensamiento formal, discursivo y sucesivo, es decir, dual, así se lo impone.
El símbolo (como toda manifestación) revela la Idea (el arquetipo) al hacerla asequible a los sentidos a través del arte (el divino o el humano que lo imita); y al mismo tiempo la oculta, vela y disfraza al recubrirla de una forma, lo cual es inevitable para su expresión humana. Este doble aspecto de toda manifestación, implícito en el gesto demiúrgico (que da la vida poniéndole un límite, que afirma negando o niega afirmando), define el carácter dual del mundo y la existencia en tanto procesos más que entidades, ya que, además, dichas formas cambian, se generan y disuelven alternativamente; la "forma" del ciclo vital también así lo exige. Forma y materia son, en su sentido aristotélico y en relación a los límites de la realidad individual, sus polos principales, entendido que la forma, como decía Aristóteles, es el "alma" del cuerpo, la parte inteligible y significativa del soporte material, que en todo ser siempre es un conglomerado mudable y caduco (hecho a partir de los cuatro elementos). En todo caso, si el símbolo polariza, es decir, refleja la realidad que simboliza para poder manifestarla, es porque toda manifestación es necesariamente la polarización de algo, el gesto visible y fugaz de algo no dual, fijo, permanente y unitario, es decir, Real. Es por ello que aún siendo una ilusión, una aparente limitación de lo infinito, el mundo es también una teofanía, un símbolo unitario y explícito de ese infinito, la suma de todas sus posibilidades manifestables; y necesariamente, es por la comprensión del cosmos (y el microcosmos), del límite y las limitaciones (las Leyes permanentes del universo), que se puede conocer lo ilimitado, como la realidad informal a través de las formas sagradas. Fuera de su carácter simbólico, que siempre lo renueva y lo abre a lo infinito, el mundo se disuelve en la nada de su propia y caduca ilusión; no es entonces sino una suma de leyes y condicionamientos negativos, una fantasmagoría, una pura "vanidad de vanidades".
La palabra epifanía (2) significa literalmente: manifestación, aparición luminosa, iluminación, es decir, irradiación o reflexión de un principio. El origen de la palabra, Fanés, es, en efecto, un sobrenombre de Apolo, el dios solar de los hiperbóreos y los griegos, y su símbolo natural es el poder vivificador de su luz, imagen externa de la acción iluminadora y ordenadora del conocimiento espiritual o de aquella "luz interior" que, según el evangelio, alumbra a todo hombre que viene a este mundo. En cuanto a la idea de aparición, es lo que significa literalmente la palabra fantasía, (capaz de crear "fantasmas"); e igualmente la palabra imagen, producto de la imaginación, la facultad plástica y visual del alma. También la palabra forma significa imagen-tipo, molde (horma), estructura, configuración, siendo dentro del conjunto de posibilidades de la existencia, como se sabe, una de las condiciones principales del estado individual. Entre los aspectos que se atribuyen en este sentido a la diosa Maya hindú, paredro de la Shakti, la creadora de formas, es precisamente la de ilusionista; la magia de Maya es el arte de velar y desvelar el Uno, y en su aspecto demiúrgico, crear réplicas siempre distintas de lo único, a toda escala, (no por cierto seres clónicos ni uniformes como la siniestra ciencia moderna, y también muchos "gurús" y líderes de variada calaña), sino únicos en su totalidad perfectamente análoga al Cosmos. Es un arte que es un juego (Lila), el juego del Sí-mismo (Atma). Y tampoco es casual que el sentido original de la palabra ilusión, del latín lúdere, incluye la idea de juego (lúdico) y engaño (fantasía, espejismo, quimera) al mismo tiempo, pues, como dice el hinduismo, en última instancia no es sino el Sí-mismo el que juega consigo mismo al escondite. En griego la palabra forma es eidos, de donde idea, la cual también significa especie, tipo; a su nivel, la especie es la unidad, la medida o el patrón de los individuos, a modo de molde con respecto a las copias.
Para las doctrinas antiguas, como en Platón, Ideas y arquetipos son sinónimos pero en el sentido de principios espirituales, modelos, prototipos, emanaciones o formas principales del Uno (Todo) o Ser Universal, fuente y origen de toda manifestación. El hecho ahora de confundirse en el lenguaje corriente con conceptos mentales del individuo, es debido a una confusión entre lo universal y lo individual. Son los modelos universales, las fuerzas constructivas y ordenadoras de la creación; también los dioses, númenes o energías cósmicas; las formas puras e “informales” (prototipos) valga la paradoja, los "moldes" eternos y/o perennes, (estáticos y dinámicos) de todas la cosas, algo perfectamente ajeno de lo que la filosofía "junguiana" entiende por lo mismo, es decir, como pulsiones inconscientes del individuo colectivo.
Es cierto que, por universales, no podrían ser otra cosa que los arquetipos, las "Ideas inteligibles", los que se reflejan en la mente individual y colectiva, generando la dinámica del pensamiento y sus corrientes. Pero esa mente los refleja siempre según su propio grado de comprensión, condicionado por sus propios límites individuales y por todo el patrimonio heredado de criterios que la conforman, amén de las situaciones cíclicas en las que está inmersa. En Jung el carácter supra-personal y espiritual del arquetipo no sólo no existe, sino que por lo visto tampoco su campo de acción es el alma ni la psique individual ordinaria, sino el "subconsciente", criterios que suscriben, como el evolucionismo, casi todas las corrientes neo-espiritualistas modernas, promoviendo una subversión literal de las leyes de la analogía e incluso de la propia lógica.
Toda imagen, mental, natural o artificial (artística) es, decíamos, el símil de algo, el reflejo sensible de una realidad más verdadera, su modelo inteligible; por sí misma, separada de su fuente de luz es puro espejismo; no atribuimos realidad, es decir, ser, a lo insignificante, y si le damos algún grado, es precisamente para caracterizar su defecto de la misma. El símbolo tradicional del espejo (artificial o acuático, las aguas como plano de reflexión de la luz), es de los más significativos en cuanto a resumir la naturaleza del símbolo y del mundo como objeto simbólico, además de conjugar perfectamente su sentido espiritual con su utilidad práctica, siendo lo "especular" o reflexivo el carácter propio, decíamos, de todo lo manifestado. (3) De esta misma idea especular, como la operación especulativa de la mente, emanan todas las que se refieren a lo semejante, lo parecido, lo símil, lo gemelo, lo simétrico, y también su reverso, el simulacro, la caricatura, lo falso. También el "semblante", la faz o el rostro, es el "espejo del alma", lo más significativo del cuerpo y de la personalidad interior del individuo.
La idea de lo símil es también, en el tiempo, el ritmo, que es la repetición periódica de un gesto o vibración, lo cíclico, y también la sincronía, que incluye la idea de lo simultáneo. Esta palabra es homónima de símil y significa acción confrontada de dos fuerzas en equilibrio, perspectiva que incluye la presencia simultánea de los términos y por tanto la conjunción de los opuestos, es decir, la paradoja y en cierto modo lo insólito, tal el misterio del espejo. Símbolo, del griego simbolein, significa también la idea de unir o juntar dos cosas, lo que destaca el nexo sutil y constante entre ambas, su unidad esencial, y en esto enlaza con la figura del alma (nexo entre espíritu y cuerpo) y la del ángel, heraldo, embajador, abogado, emisario o enlace entre dos mundos.
También simulación y simulacro viene, decíamos, de símil y aquí el simbolismo emparenta con el del teatro. "El mundo es un teatro" es una máxima proverbial y es bien conocida la importancia ritual y simbólica del teatro sagrado de todas las culturas: comporta la mimesis ritual del mito, del psicodrama cósmico, de lo que se hace siempre en el principio o "illo tempore", paradigma de toda acción y de toda actividad artística. El simbolismo del teatro implica igualmente un espectador que no participa de la acción, sino que contempla el "espectáculo" en reposo, imagen del Testigo inmóvil e invisible. El actor actúa, actualiza, hace presente, re-presenta; el espectador observa y comprende sin participar, del mismo modo que aquellos dos pájaros del Bhagavad-Gita que reposan en el Árbol del Mundo, uno come mientras el otro lo observa, imágenes simbólicas del Jivatma (yo individual) y del Atma o Sí mismo universal, respectivamente.
La palabra teatro significa precisamente contemplar, (del griego Theonomai: yo miro), lo cual confirma su función tradicional tanto como su carácter originalmente espiritual y sagrado. Esta palabra está compuesta de la partícula Theos: dios, como también teoría, literal. Contemplación, de la cual es, pues, un sinónimo, como teorema: que significa meditación, investigación.
El mundo como teofanía o epifanía divina es la idea de una realidad secreta, una causa oculta en permanente estado de revelación, es decir, mostrándose y ocultándose a la vez a sí misma por el mismo gesto creador que la manifiesta. Conociendo el arte y el plan de la obra, las leyes de la actividad del Cielo, así como el sentido más profundo de ese gesto, único en esencia pero doble en apariencia, (el Solve et Coagula hermético), puede conocerse al Artífice, a modo del "espejo y enigma" de San Pablo, pues, el conocimiento simbólico no es, en efecto, un conocimiento directo, pero sí una preparación indispensable y normal al mismo, infinitamente más rica en posibilidades que cualquier otra que cree ilusoriamente poder prescindir de él, lo cual es un contrasentido al comportar toda expresión, decíamos, una intención, un sentido, un significado propio aparte del convencional, independiente de la consciencia que de él tenga el individuo; es la idea de incluir toda forma de lenguaje un "metalenguaje". Con todas las letras que contiene un libro determinado podría componerse otro distinto y quizá nos sobrarían muchas.
Por otro lado y por ser, veíamos, la dinámica de toda manifestación dual o binaria, también el actor está determinado por la ambigüedad de su papel re-presentativo. En griego, actor teatral es literalmente hipócrita, e hipocresía, la acción de desempeñar un papel teatral. Esa es la función del actor y su maestría representar el papel con arte pero sin perder los "papeles", es decir, sin confundir la realidad del ego individual con la del Sí mismo universal y verdadero. Dado que toda apariencia es siempre hipócrita en alguna medida, la hipocresía como perversión lo es del actor no ya de oficio, sino del humano, en cuanto engaña, es decir, piensa o siente una cosa y dice o hace otra a conveniencia.
Según la propia unidad indivisible del ser, se es espectador y actor al mismo tiempo, pero según este orden y no al revés, es decir, según una jerarquía precisa y constante entre contemplación y acción; lo inmóvil (Uno) contempla lo móvil (dualidad), el Ser interno al ser externo, nunca a la inversa. Es en este sentido que el fin de la acción y del arte en toda forma de cultura tradicional es siempre la contemplación, la Gnosis, y nunca ella misma como un fin en sí misma; del mismo modo toda verdadera acción es ritual y "artística", o sea sacrificial, pues esencialmente imita la actividad creacional de Dios (4), que siempre inaugura en el mito su propio sacrificio.
Lo sepa o no, toda persona es un artista y un actor por el hecho de ser "persona"; como bien lo indica el sentido del término en griego, la "persona" es la "máscara" del actor, el disfraz aparente que lo revela y lo oculta al mismo tiempo, tal y como la individualidad (psicocorporal) con respecto al Espíritu o verdadera Personalidad del ser, la cual y siguiendo con la misma ley, es en sí misma absolutamente Una e Impersonal. Este papel paradigmático es por definición el del hombre en la creación, intermediario entre el Cielo y la Tierra, lo divino y lo animal, "imagen y semejanza" viviente del Todo. Pero también es el caso del símbolo y el simbolismo entendidos como ideas-fuerza o modelos a su nivel, intermediarios entre diferentes realidades, papel decíamos, inherente al carácter inteligible y sensible a la vez de toda manifestación. Al conectar entre sí realidades de distinto nivel, al moverse en planos simultáneos, el símbolo sagrado ofrece posibilidades ilimitadas de comprensión, por vía intuitiva y sintética, posibilidades que incluyen la paradoja, pero nunca la contradicción, lo "irracional", la falsedad o la estafa "hipócrita", que sería perversión y profanación del mismo; en efecto, su función es liberar el sentido superior escondido en lo aparente, pero igualmente puede "encerrar" lo superior en una apariencia, lo que conlleva un peligro eminente, confundirlo con lo simbolizado, fijarlo en una sola lectura, tomar la imagen o el reflejo por la realidad, interpretarlo al nivel literal, alegórico o psicológico; en esto concluye la idolatría, que es, como el fetichismo, verdadera "barbarie" intelectual, aunque no exista consciencia o voluntad expresa de ello, pues, caracteriza precisamente un estado mental de confusión inconsciente. Toda forma de literalismo, fundamentalismo o dogmatismo, incluido desde luego el "democrático" del "pensamiento único", dignifica un punto de vista individual, formal y particular, por encima de los demás posibles, lo que precisamente y a su mismo nivel, el de las formas, es una pura contradicción, pues, ninguna forma, vale decir, reflejo, apariencia, puede agotar ni reflejar la totalidad de la luz y menos aún todo lo que está más allá de ella misma. La inscripción de la orla románica que tomamos como punto de partida, viene a señalar eso, que no porque toda imagen lo sea de algo, debemos confundirla con ese mismo algo, y menos todavía negarlo y quedarse con la piedra o el pedazo de madera.
Consciente de la dualidad aparente del mundo, el hombre tradicional la supera por ello mismo, situándose en un plano donde las oposiciones no existen sino acaso en estado de complementareidad, plano cuyo carácter paradójico -analógico- es inevitable en toda expresión formal, que siempre es simbólica. De ahí la dificultad del especialista moderno en reinterpretar los símbolos del arte tradicional según su sentido verdadero, el que le dieron sus artífices, y no en el cómodo e interesado que imponen los criterios de la cultura oficial, según las fórmulas de última hora que más les convienen.
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1.- Un ejemplo podría ser: "Eso (Atma) es simbólico pero no es un símbolo: ni siquiera esto puede decirse de Atma". Avadhut-Gita, C-III, pág.17. Ediciones de la tradición Unánime. Barcelona 1983.
2.- De epus: verso, palabra; y de phainein: brillar; ambas ideas están también presentes en el Verbo en cuanto palabra (sonido) y luz primordiales. Este es el sentido de la palabra universo, una sola voz, palabra, nombre o verso.
3.- En relación a la ontología del simbolismo del espejo y a sus paradojas, Moyidin Ibn Arabi tiene pasajes iluminadores: "Con respecto a los favores y dones esenciales, no son prodigados más que en virtud de una revelación divina, pues, la Esencia no se revela más que bajo la "forma" de la predisposición del individuo que recibe esta revelación, y nunca se produce otra cosa. A partir de ahí, el sujeto no verá sino su propia "forma" en el espejo de Dios; no verá a Dios -es imposible que Lo vea- todo y sabiendo que no ve su propia forma sino en virtud de ese espejo divino. Esto es del todo análogo a lo que a lugar en un espejo corporal: contemplando las formas, tú no ves el espejo, todo y sabiendo que (tampoco) no ves estas formas -o tu propia forma- más que en virtud del espejo". En: Ensayos sobre el conocimiento sagrado. T. Burckhardt. Olañeta 1999. Pg. 68.
4.- "El arte y el artista no deben imitar las producciones de la naturaleza, sino su modo de operar", decía Sto. Tomás de Aquino, canon que comparte todo el arte tradicional en general.
Manuel Plana