viernes, 11 de septiembre de 2015

6 DE SEPTIEMBRE: A 85 AÑOS DE LA DÉCADA GANADA – POR NICOLÁS MÁRQUEZ









Corría 1930 y en medio de la Gran Depresión[1] mundial la Argentina era presidida por el radical Hipólito Yrigoyen, quien estaba ejerciendo su segunda presidencia[2] en un momento de especial descrédito gubernamental. El anciano mandatario gestionaba con una notoria lentitud e ineptitud personal a la hora de responder a los reclamos políticos y sociales. Pasaban los meses del año y aún no se había llevado a cabo ninguna sesión ordinaria en el Congreso. Las provincias opositoras eran intervenidas, y el país padecía a un gobierno paralizado.

Que Yrigoyen había perdido mucho consenso popular lo confirma el hecho de que en 1928 había ganado las elecciones por una diferencia de 300 mil votos en su favor, pero dos años después, en las parlamentarias de 1930 había logrado imponerse pero por apenas 10 mil sufragios. El deterioro era tan evidente que hasta sus propios partidarios comenzaron a quitarle apoyo sumándose al descontento popular y con ello potenciando la debilidad gubernamental: “Una de las pobres respuestas que el radicalismo había encontrado, contraproducente y peligrosa,  fue la de promover el fraude electoral en las Provincias de San Juan, Mendoza y Córdoba, y responder con más violencia a la violencia de la oposición”[3] señala el historiador Claudio Chaves.

Fue en ese convulsionado escenario cuando un 6 de septiembre de 1930 el General José Félix Uriburu desfilaba acompañado por sólo tres escuadrones de caballería y 600 cadetes, en un marco de júbilo popular que colmó la Plaza de Mayo con el fin de deponer al gobierno de Hipólito Yrigoyen, quien no vaciló en renunciar. Parecía un efecto “boomerang”, pues Yrigoyen había participado en sus años mozos de varias conspiraciones e intentonas fallidas de golpes de Estado y ahora era precisamente él quien iba a ser el primer Presidente depuesto por uno de ellos.

El de 1930 ni siquiera puede ser considerado un golpe anti-radical: relevantes hombres de la UCR como el ex Presidente Marcelo Torcuato de Alvear, el ex Vicepresidente Enrique Mosca, el ex Gobernador de Buenos Aires José Camilo Crotto, o los legisladores Melo y Gallo (cabezas de lista de diputados de la UCR) reivindicaron la sublevación militar. El propio ex Presidente Alvear (antecesor inmediato de Yrigoyen en la presidencia) desde París arremetía con lenguaje socarrón: “Tenía que ser así. Yrigoyen con una absoluta ignorancia de toda práctica de gobierno democrático, parece que se hubiese complacido en menoscabar las instituciones. Gobernar no es payar. Para él no existía ni la opinión pública, ni los cargos, ni los hombres. Humilló a sus ministros y desvalorizó las más altas investiduras. Quien siembra vientos cosecha tempestades”[4].

Tras la noticia de la destitución de Yrigoyen, en la Argentina se vivió un clima de júbilo popular. El historiador radical Félix Luna narra que “La ciudad entera acompañó a los cadetes del Colegio Militar desde San Martín hasta Plaza de Mayo, entre apretadas filas de hombres, mujeres, ancianos y niños que los vitoreaban y arrojaban flores a su paso”[5]. Destituir al Presidente radical resultó un trámite tan sencillo, que según la observación del pensador Vicente Massot “El derrocamiento de Hipólito Yrigoyen se pareció más a un desfile militar que a cualquier otra cosa”[6]. De inmediato, la Corte Suprema de Justicia aceptó formalmente la dimisión del Presidente radical y reconoció al nuevo gobierno provisional.

Al día siguiente de producido el derrocamiento (el 7 de septiembre), el diario La Nación en su editorial comentaba “nunca en la Argentina un gobernante quiso mostrarse y se mostró más prepotente, mas omnisciente, ni llegó a dejar mayor constancia de su incapacidad de actuar, respetar y ser respetable”. En edición posterior (8 de septiembre) el editorial del mismo diario agregaba: “la manifestación incontenible de un pueblo que, como ya lo dijimos ayer, fue llevado a un extremo que él hubiese deseado evitar, pero que se hizo inevitable porque vivía bajo una prepotencia como régimen o sistema de gobierno que importaba la subversión total de la democracia y del régimen jurídico constitucional”.

Ni década ni infame.

El Gral. Uriburu se constituyó así en el primer Presidente de facto de la Argentina contemporánea. Si bien gobernó un lapso breve (un año y medio), en ese período supo instalar un gabinete conformado por notables (entre ellos Horacio Beccar Varela como Ministro de Agricultura, Matías Sánchez Sorondo como Ministro del Interior o Adolfo Boy como Ministro de Relaciones Exteriores) y le bastó con sólo esos meses para reacomodar con bastante éxito el desastre administrativo que había dejado su antecesor: al fin de su gobierno el déficit era tan sólo de 131 millones, significativa mejoría respecto de los 356 millones dejado por Yrigoyen[7] al momento de renunciar.

A pesar que durante la gestión de Uriburu existieron algunas pretensiones corporativistas en materia económica, afortunadamente no llegaron a aplicarse por falta de consenso político y por ende el de Uriburu acabó siendo un gobierno de orden y de transición. Al poco tiempo, el Presidente de facto llamó a elecciones reanudándose así los comicios y la actividad política, consagrándose Presidente el candidato conservador Agustín P. Justo (que paradojalmente había sido ex Ministro radical durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear), quien gobernó el país entre 1932 y 1938 restaurando una tradición de administraciones conservadoras que se prolongará hasta junio de 1943.

A pesar de esta normalización institucional, es sabido que las jornadas electorales de los años ‘30 no gozaron de la transparencia debida: el fraude fue una práctica constante en esos tiempos y sus detractores la bautizaron como la “década infame”. Sin embargo, el apodo que signa dicho lapso resulta a todas luces injusto. Por empezar, se le llama “década” al período que va desde septiembre de 1930 hasta la revolución del 4 de junio de 1943 (que excede los diez años). Y en cuanto a la presunta infamia cabe preguntarse: ¿“Infame” comparado con qué y con quién? Va de suyo que es erróneo juzgar los aconteceres históricos con la moral y el contexto de hoy, aplicando una tabla de valores actuales a la comprensión de hechos pasados, cuando esa tabla no existía y es por ello que tenemos que situarnos en el ambiente entonces vigente.

Vayamos a cuentas. En octubre de 1929, en los Estados Unidos 11 hombres del establishment se suicidaban y otros tantos se arrojaban desde los rascacielos al ver pulverizadas sus fortunas, estrenándose así una depresión sin precedentes que duraría diez años. En 1931 hubo 5996 quiebras. En 1932 se habían esfumado 74 mil millones de dólares, 5 mil bancos cerraban, 86 mil empresas se derrumbaban, el precio del trigo se envilecía. En 1933 la desocupación trepó al 25%. Ya en 1934, el 27% de la población urbana estadounidense no poseía ingreso alguno[8].

A la empobrecida Latinoamérica no le iba mejor: la región padecía grotescas dictaduras como la de Getulio Vargas en Brasil, la del Gral. Juan Vicente Gómez en Venezuela y la del Gral. Carlos Ibáñez en Chile. México dejaba atrás dos décadas de guerra civil instalándose el hegemónico PRI (Partido Revolucionario Institucional). Rafael Trujillo manejaba a su antojo República Dominicana. Paraguay y Bolivia se debatían en guerra (1932-35) y lo mismo hicieron Perú y Ecuador (1941-42)    a la vez que el grueso de Centroamérica tambaleaba al compás de prolongadas sucesiones de guerras civiles.

En Europa, Italia se hallaba bajo el mando de Benito Mussolini, Alemania bajo el poderío hitleriano, España padecía la cruenta guerra civil estallada en 1936, Rusia sufría el sanguinario despotismo iniciado por Lenin y continuado por Josep Stalin, y a todo esto se le sumó la gestación de la Segunda Guerra Mundial que estalló en 1939 dejando un saldo inédito de víctimas y miseria con unos 55 millones de muertos.

En todo ese trágico período mundial la Argentina fue tierra de paz. No tuvo guerras, la libertad de prensa no era cuestionada, el Congreso funcionó a pleno y la independencia del Poder Judicial nunca se puso en tela de juicio. La Gran depresión económica fue superada rápidamente y si bien el mundo entero vivía embriagado por la moda de las ideas estatistas, la Argentina fue influida por ese mal en proporciones muchísimo menores no sólo a las del resto de las naciones promedio, sino incluso respecto de los países de tradición liberal históricamente tomados como parangón, tales como Canadá y Australia[9] quienes a la sazón sí emprendieron planes crediticios y de fomento estatal, que en el caso local ni se pensaron ni se necesitaron.

En 1939 el PBI real de la Argentina era un 15% superior al de 1929 (en ese transcurso el PBI de EE.UU. sólo creció un 4%). En 1934 la producción industrial equivalía a la agropecuaria; finalizando la década lograba duplicarla. En febrero de 1936 la reconocida publicación londinense The Economist decía que aunque Argentina no tuviese carbón ni hierro ya era el país más industrializado de Sudamérica junto con Brasil[10].

El mito que sobre los años ´30 se tejió respecto de la Argentina como un país “agrícola y colonial” oculta el hecho que el pasaje de la economía agropecuaria a la industrial se produjo entre los años 1935-1946 y que durante los gobiernos conservadores de Agustín P. Justo (1932-38), Roberto Ortiz (1938-42) y Ramón Castillo (1942-43) el desarrollo industrial alcanzó picos magníficos: en 1935 la cantidad de establecimientos industriales era de 39.063 (ocupando a 440.582 obreros) según el primer censo industrial y ya en 1946 llegaron a ser 86.449 (ocupando a 938.387 obreros). El porcentaje de aumento de la población obrera en ese lapso fue del 75,4%[11], agregando que entre 1937 y 1946 el crecimiento industrial aumentó el 62%, cifras estas jamás superadas ni siquiera igualadas en las décadas siguientes.

En 1939 la producción de Argentina era equivalente a la de toda Sudamérica junta, teniendo el 14,2% de la población y el 15.3% de la superficie total del continente. No había desempleo, el analfabetismo era de los más bajos del mundo, miles de europeos que escapaban del colectivismo y la miseria eran recibidos a diario con los brazos abiertos. Las desigualdades sociales (que existían) eran sensiblemente menores a las del resto de Latinoamérica. Entre 1930 y 1943 la inflación fue virtualmente nula y el crecimiento del salario real entre 1935 y 1943 tuvo un promedio del 5% anual[12]. Hasta un filo-peronista y enemigo acérrimo de los conservadores como lo fue Arturo Jauretche reconoció que “A Perón no se le debe la industrialización, como creen algunos, porque ésta comenzó a expandirse durante el gobierno de Castillo. Tampoco fue el encargado de traer peones rurales a las fábricas. Lo único que hizo Perón fue capitalizar esa masa”[13].

Lamentamos coincidir con lo asegurado por el afamado divulgador populista: en 1939 el sector industrial argentino era un 35% mayor al de 1930, representaba el 22,5% de la producción total y había equiparado en importancia a las actividades agropecuarias. Los asalariados industriales que en 1940 eran 796,7 mil, en 1943 pasaron a ser 1.025.5[14]. Como consecuencia de ello las importaciones cayeron de 34 a 22 en toda la década y no precisamente porque se haya aplicado una política proteccionista sino justamente por lo contrario: el nivel arancelario que en 1932 era de 37 puntos fue bajando hasta llegar a 22 en 1939[15]. Si bien la industria de exportación tuvo sus épocas de bajas con motivo de la guerra (en 1939 era del 2,9%), en 1943 ya se había recuperado y ascendía a 19,4%.

En 1937 (dos años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial), el PBI per cápita de Italia no alcanzaba al 50% de Argentina, y el de Japón no llegaba al tercio. En Buenos Aires fluían a borbotones opulentas construcciones, palacios e imponentes edificios (los estadios Luna Park, La Bombonera, El Monumental y la apoteótica calle Corrientes emergía junto con la construcción de teatros como el Opera, el Astral y numerosísimos cines y predios artísticos). La movida cultural crecía a pasos agigantados. Se filmaban decenas de películas por año (desde 1937 Argentina ocupó el primer lugar en la producción hispanoparlante) en crecimiento constante: en 1936 se estrenaron 15 largometrajes; en 1937, 28; en 1938, 40; en 1939, 50; en 1941, 47 y en 1942 (último año de los gobiernos conservadores) se llegó a 56 filmes. Todo esto no sólo era un logro cuantitativo sino cualitativo porque las producciones eran de un nivel extraordinario: “la Década Infame tuvo una peculiaridad: permitió una libertad prácticamente total de expresión no sólo en el cine, sino también en la prensa y en los libros”[16] reconoció el emblemático crítico de cine Domingo Di Núbila[17] a la par que la industria editorial Argentina se convertía en la primera de habla hispana.

La movilidad social ascendente estaba a la orden del día y así lo demuestran numerosos datos anteriores al estallido de la Segunda Guerra Mundial (colocados por hora-trabajo de mayor a menor en ránking mundial), los cuales daban cuenta de que en lo concerniente al poder adquisitivo, los obreros no calificados tenían el siguiente acceso: con el pago de una hora de trabajo en Estados Unidos se adquiría 3,40 Kg. de pan; en Argentina 3 Kg., en Inglaterra 2,40Kg y en Francia 2.27. Carne por hora de trabajo en Argentina 1,50Kg, en EE.UU. 0.95, en Inglaterra 0.63 y en Alemania 0.41. Café en EE.UU. 1.18 Kg, en Argentina 0.50 Kg, en Francia 0.27, en Bélgica 0.27, en Inglaterra 0.23.  Manteca: EE.UU. 0.72 Kg, en Argentina 0.50, Inglaterra 0.36. Para comprar una camisa se debía trabajar en EE.UU. 3.26 horas, en Inglaterra 4.30, en Argentina 5 y en Bélgica 5.49[18] promedio. No por capricho ni masoquismo la Argentina era confirmadamente el país predilecto del grueso de los inmigrantes del mundo que buscaban un lugar mejor para vivir.

La expresión “Década Infame” para sindicar a los años ´30 es recurrentemente repetida a modo de acusación peyorativa por todo emisario subordinado al catecismo progresista o a todo alegre adherente al léxico políticamente correcto, aunque probablemente sus calificadores ignoren que dicha etiqueta fue puesta por José Luis Torres, escritor y columnista del periódico Cabildo, órgano de prensa del nacionalismo católico de la época, que atacaba al orden vigente entre otras cosas por considerarlo liberal y progresista y por sobre todo, por endilgarle un esquivo sentido del patriotismo.

Vale decir que esa etiqueta fue una forma de correr “por derecha” a los gobiernos conservadores de los años 30´s, acusados por esos sectores de llevar adelante políticas de “entreguismo” a causa de la firma de acuerdos bilaterales con Gran Bretaña. Tal el caso del denominado “Pacto Roca-Runcinman” (suscripto en 1933), que más allá de críticas atendibles en un contexto tan difícil para colocar productos exportables, no sólo no perjudicó a la Argentina sino que fue motivo de que el líder del Partido Laborista inglés Clemente Attle y varios de los principales diarios londinenses encabezados por el Daily Express acusaran a las autoridades británicas de haber caído “en la trampa argentina”[19], tras firmar un acuerdo en el cual nuestro país se aseguraba una cuota de exportación no menor a 390.000 toneladas de carne enfriada.

Va de suyo que en un mundo tan doliente y convulsionado, la Argentina a pesar de sus muchos logros, no era ajena a los problemas sociales en boga ni tampoco fue totalmente impermeable a las ideas dirigistas que primaron por entonces en el mundo entero (la creación de instituciones como el Banco Central o la Junta Nacional de Granos fueron las medidas intervencionistas más significativas de aquel período). Sin embargo, durante la etapa conservadora fue un mérito de estas gestiones que las citadas tendencias negativas no llegaran a influir lo suficiente ni se aplicaran como en otros lares, dato que explica en gran parte el éxito político y económico de Argentina en esta etapa.

Fue por entonces también cuando se creó la Confederación General del Trabajo, se incorporó el “sábado inglés” (Ley 11640), se legisló sobre “horas de cierre y apertura” (Ley 11837), se otorgaron indemnizaciones y vacaciones a empleados de comercio (ley 11729) y se sancionaron diversas leyes sociales o jubilatorias y en suma, desde 1903 a 1943 se promulgaron más de cincuenta leyes sobre trabajo y previsión social[20]. Nosotros, por motivos filosóficos no somos propensos a celebrar esta legislación que estamos detallando, puesto que creemos que la mejora en la calidad de vida del trabajador se logra aumentando la inversión privada y no la cantidad de leyes pretendidamente favorables al asalariado. Consideramos que estas medidas son bienintencionadas pero infructuosas, puesto que reportan un beneficio más aparente que real, dado que en el mediano y largo plazo las mismas desalientan la inversión y disminuyen la tasa de capitalización y con ello el valor real de los salarios, pero esto es materia para discutir en otro libro. Simplemente aquí exponemos y enunciamos estas leyes a fin de dar cuenta que ya desde principios del Siglo XX en la Argentina (y en el mundo entero) existía una atmósfera y una acción consistente en dar cobertura social o estatal a diferentes estamentos de la sociedad y lo que sí queremos dejar demostrado, es que desde el punto de vista de la llamada “política social” en el orden local tanto bajo gobiernos conservadores como radicales se había avanzado consistentemente aunque en proporciones moderadas, motivo por el cual la estabilidad monetaria siempre estuvo vigente, el equilibrio fiscal no fue afectado, se respetó y protegió el derecho de propiedad y se le brindó suma importancia a las inversiones nacionales y extranjeras.

Vale decir, dentro de la hegemónica moda estatista que se vivía en el mundo entero (keynesianismo, nacionalismo y comunismo) los gobiernos de Argentina si bien no escaparon a algunas medidas intervencionistas, a rasgos generales supieron tener la lucidez de mantenerse alejados de esas influencias conservando la tradición libre-empresista y republicana de la llamada Generación del 80.[21] Además, se tendió a preservar como regla general la división de poderes, dato confirmado no sólo por la probada imparcialidad judicial existente sino por el hecho de que los partidos políticos tenían representación parlamentaria y difundían con libertad sus doctrinas y publicaciones respectivas.

La repudiable práctica del fraude electoral (argucia que también habían practicado los radicales a la vez que intervenían provincias opositoras) estigmatizó para siempre ese período. No pretendemos minimizar o justificar esas trampas electorales, pero en verdad, se constituyeron en un mero pecado venial comparado con las atrocidades que ocurrían en el resto del mundo.

Si aceptamos como válido que los años treinta fueron “infames”, y con la misma rigurosa vara juzgáramos a las décadas subsiguientes, se tornaría imposible encontrar palabras que pudieran calificar a estas últimas. Hasta un pensador de origen marxista como Juan José Sebreli señala que “Las descripciones lúgubres sobre la crisis del treinta que hicieron J. A. Ramos o Hernández Arregui se ajustaban, en realidad, al último año de Yrigoyen, cuando estalló el  crack de 1929…y el tango ´Yira yira´, considerado como un reflejo de la ´década infame´, fue estrenado en 1929 durante el gobierno de Yrigoyen. En la creación de la leyenda de la ´década infame´ se recurrió a argumentos tales como atribuir el suicidio de algunos políticos y escritores en esos años a la angustia producida por la decadencia del país. En realidad Lisandro de la Torre se mató por deudas, Alfonsina Storni y Horacio Quiroga por estar enfermos de cáncer, y Leopoldo Lugones por razones sentimentales y familiares”[22].

La Argentina se apreciaba tan promisoria, que el mismísimo premio Nobel de economía Collin Clark pronosticó en 1942 que “La Argentina tendrá en 1960 el cuarto producto bruto per cápita más alto del mundo”. Pero Clark vaticinaba tan venturoso futuro suponiendo que la Argentina seguiría por la senda en curso y nunca imaginó el rumbo que se comenzaría a gestar a partir de junio del año siguiente, cuando el entonces Coronel Perón junto con otros conspiradores irrumpirían con un golpe de Estado que obraría de antesala para la dictadura populista e igualitaria que nacería a partir de 1946.

El presente texto es un fragmento del último libro de Nicolás Márquez “Perón, el fetiche de las masas. Biografía de un dictador”.

NMIP: LUIS LEON PIZARRO