domingo, 4 de enero de 2015
El conocimiento universal
Una de las características que hacen más fascinante a la filosofía hermética, al menos desde el Renacimiento, es su pretensión de conocerlo todo. El mismo Faivre nos ilumina sobre este concepto de "pansofía", a propósito de los primeros escritos rosacruces, a saber: "un système de savoir universel, toutes choses étant ordonnées à Dieu et classées selon des rapports d'analogie" (Accès de l'ésotérisme occidental, vol. 2, [Paris]: Gallimard, 1996, p. 56). Desde mi punto de vista, este concepto, si bien se ha venido aplicando principalmente a las obras de inspiración rosacruz y teosófica, su verdadero origen hay que buscarlo en el Ars Magna de Llull, es decir, siglos antes del nacimiento de estas corrientes barrocas. Pese a lo que dice Faivre, yo creo que Yates no anda desencaminada cuando radica el origen del término en la obra de Patrizi Nova de Universis Philosophia (1591), basándose en los bonitos nombres otorgados por este autor a los libros que conforman su magna obra: Pan-augia, Pan-archia, Pam-sychia y Pan-cosmia (por cierto, aprovecho para agradecer infinitamente al Sr. Petkovic su deferencia al enviarme un interesantísimo artículo suyo referente al último de los libros citados, el Pancosmia); pues bien, quizás el término "pansofía" o "pansofística" haga referencia a un modo y un método para enfrentarse al cosmos y a Dios propio del movimiento rosacruz y los teósofos del Barroco, pero el concepto que encierra este "principio metafísico" o epistemológico es, como dije, bastante más antiguo.
Debemos remontar el origen de este concepto al menos al Ars Magna del Ramón Llull, sencillamente debido a que se trata del primer intento serio por parte del mundo cristiano de creación de un sistema lógico-simbólico "para-científico" con fines omnicomprensivos. La mística cristiana tardoantigua de origen gnóstico (incluido el hermetismo "alejandrino") y neoplatónico, si bien planteaba una profundización en la Realidad de Dios, ya sea en su absoluta trascendencia hipercósmica (caso de los gnósticos y del mismo Plotino), o bien en la realidad misma de la materia como manifestación divina (es el caso de corrientes inmanentistas como el estoicismo y el hermetismo), jamás plantearía un método tan refinado como el luliano, que pretendía un conocimiento absoluto de la realidad de Dios, un conocimiento que trataría de desvelar el lenguaje escondido de la realidad divina, con el fin de desvelar sus manifestaciones más evidentes para los sentidos comunes; lo más parecido a este sistema plenomedieval al que me refiero fue, creo yo, el nutrido corpus de obras astromágicas de inspiración hermética, que venía elaborándose desde antes de nuestra era y que tuvo su digno desarrollo en el quehacer científico árabe. No obstante, el sistema luliano poco tenía que ver con el aristotelismo retorcido de estas obras pseudocientíficas de magia astral; el sabio mallorquín había elaborado un vía lógico-simbólico-metafísica para el conocimiento de Dios y todas sus manifestaciones, una vía en virtud de la cual el resto de ciencias llanamente humanas debían regirse. Un acercamiento lógico-simbólico a la realidad íntima de Dios, alejada de ese carácter amorfo que según Scholem caracteriza a todos los sistemas místicos. Por otro lado, sobre la relación entre el Arte y el sistema místico hebreo conocido como cábala (la cábala desarrollada desde la Plena Edad Media a caballo entre Francia y España, me refiero), hay abundantes referencias aquí y allá, pero al menos yo no he leído nada que construya un puente sólido entre una realidad y otra, y esto pese a sus claras similitudes.
Pues bien, esta pansofística, tan hábilmente desarrollada (entre otros) por Nicolás de Cusa, John Dee, Francesco Patrizi y Giordano Bruno, tendrá su corolario en estas obras de corte rosacruz y teosófica, pero bajo una apariencia más anárquica y oscura. El uso de la aritmética y la geometría de origen neopitagórico, así como de otros símbolos de más marcado carácter mitológico o religioso, para apoyar argumentos teológicos y filosóficos (parte de lo que actualmente se conoce como "numerología", un neologismo francamente desagradable), con el fin de desvelar la Unidad fundamental del Cosmos y la mónada suprema (Dios), tiene, como hemos visto, una larga tradición. Los diagramas lulianos serían apreciados desde su aparición en pleno siglo XIII, hasta Kircher o el mismísimo Leibniz... E incluso mucho después, con la irrupción de otros intentos (esta vez sin brumosas intenciones místicas) de construcción de sistemas lógicos universales (me refiero principalmente al lenguaje informático; sobre esto véase la pequeña e interesante obra de Carreras y Artau, De Ramón Llull a los modernos ensayos de formación de una lengua universal…, Barcelona: Instituto Antonio de Lebrija, 1946).
En resumen, resulta muy interesante para nosotros el observar cómo estos conceptos neopitagóricos, neoplatónicos y herméticos, lograron aunarse en pleno Renacimiento, y más tarde en el Barroco, para formar esta maravillosa búsqueda de un lenguaje universal, no ya basándose en analogías, sino en la Unidad y armonía universales, conceptos muy apreciados por las filosofías platónicas y especulativas de la Edad Moderna, y que pasarían más tarde, de forma más o menos justificada, a las especulaciones contemporáneas de carácter esotérico y junguiano.
Fuente: Iván Elvira
F - NMIP: LUIS F. LEON PIZARRO