Breve
comentario de Maquiavelo y su obra
Las
sentencias que a continuación
se detallarán corresponden al libro El Príncipe, escrito en
1513 por el escritor y político florentino Nicolás Machiavelli.
Maquiavelo,
hijo de una familia noble nacido en 1469, desempeñó altos cargos hasta
el advenimiento de los Médicis, ante los que cayó en desgracia, siendo
desterrado. Este hecho le hizo reflexionar sobre las fluctuaciones de la
política en todos los ámbitos, entre los cuales estaban la
estrategia y la guerra (de hecho, dedicará uno de sus posteriores textos
a estos temas, el célebre tratado "Dell´arte della guerra",
de 1519).
Tratando,
entre otros fines, de llevar a la dividida península Italia renacentista
el unionismo de Francia, escribe El Príncipe, libro que le hizo
ganar a su autor la reputación de cínico y malvado, sintetizándose esta
mala fama en una frase de la obra, que, sacada de contexto, ha pasado a
formar parte de la cultura universal: "El fin, justifica los
medios".
El argumento
de esta obra, conocida más por este tópico que por su contenido, se
compone de una serie de consejos que Maquiavelo daría a un Príncipe,
entendiendo como tal a cualquier gobernante, para regir con éxito los
destinos de su nación a la par que mantener su posición privilegiada.
Dichos consejos deben entenderse como propios y adecuados dentro de su
tiempo, El Renacimiento, si bien muchas sentencias pueden adaptarse sin
problemas a la actualidad...
Tras la
lectura de las líneas que a continuación se citan, cabe pensar que las actitudes y comportamientos
denominamos "maquiavélicos", son en realidad un conjunto de profundos conocimientos psicológicos
del ser humano y de un gran sentido común. La lectura completa del libro es
recomendable para aquellos que busquen un tratado sobre el arte de la estrategia y la
política de masas; nada mejor para darlo a conocer que citar algunos de
sus pasajes, esperando con ello avivar la curiosidad del lector.
El
Príncipe (Extractos)
El
arte de la guerra
Un
príncipe que no se preocupe del arte de la guerra, aparte de las
calamidades que le pueden acaecer, jamás podrá ser apreciado por sus
soldados ni tampoco fiarse de ellos.
Cuando
iniciar el combate
No
se debe jamás permitir que se continúe con problemas para evitar una
guerra porque no se la evita, sino que se la retrasa con desventaja tuya.
Alianzas
Hay
que guardarse de entablar una alianza con alguien mas poderoso que tu para
atacar a otros, a no ser que te veas forzado a ello. La razón es que en
caso de victoria te haces su prisionero y los príncipes deben evitar en
la medida de lo posible el estar a discreción de los demás. También se
adquiere prestigio cuando se es un verdadero amigo y un verdadero enemigo,
es decir, cuando se pone resueltamente en favor de alguien contra algún
otro. Esta forma de actuar es siempre más útil que permanecer neutral,
porque cuando dos estados vecinos entran en guerra, como son de tales
características que si vence uno de ellos haya de temer al vencedor. El
vencedor no quiere amigos dudosos que no lo defiendan en la adversidad; el
derrotado no te concede refugio por no haber querido compartir su suerte
con las armas en la mano.
La
venganza
A
los hombres se les ha de mimar o aplastar, pues se vengan de las ofensas
ligeras ya que de las graves no puede: la afrenta que se hace a un hombre
debe ser, por tanto, tal que no haya ocasión de temer su venganza.
La
crueldad
Se
puede hacer un buen o mal uso de la crueldad. Bien usadas se pueden llamar
aquellas crueldades (si del mal es lícito decir bien) que se hacen de una
sola vez y de golpe, por la necesidad de asegurarse, y luego ya no se
insiste más en ellas, sino que se convierten en lo más útiles posible
para los súbditos. Mal usadas son aquellas que, pocas en principio, van
aumentando sin embargo con el curso del tiempo en lugar de disminuir.
Castigos
Con
poquísimos castigos ejemplares será más clemente que aquellos otros
que, por excesiva clemencia, permiten que los desórdenes continúen, de
lo cual surgen siempre asesinatos y rapiñas.
Las
recompensas
Quien
cree que nuevas recompensas hacen olvidar a los grandes hombres las viejas
injusticias de que han sido víctimas, se engaña.
Generosidad
Hay
que ser liberal con todos aquellos a quienes no quita nada - que son muchísimos
- y tacaño con todos aquellos a quienes no da, que son pocos.
Con
aquello que no es tuyo ni de tus súbditos se puede ser considerablemente
más generoso. El gastar lo de los otros no te quita consideración, antes
que la aumenta.
Las
injusticias y los favores
Las
injusticias se deben hacer todas a la vez a fin de que, por probarlas
menos, hagan menos daño, mientras que los favores se deben hacer poco a
poco con el objetivo de que se aprecien mejor. Los hombres, cuando reciben
el bien de quien esperaban iba a causarles mal, se sienten más obligados
con quien ha resultado ser su benefactor, el pueblo le cobra así un
afecto mayor que si hubiera sido conducido al Principado con su apoyo.
Evitar
el odio del pueblo
El
príncipe debe hacerse temer de manera que si le es imposible ganarse el
amor del pueblo consiga evitar el odio, porque puede combinarse
perfectamente el ser temido y el no ser odiado. El príncipe debe evitar
todo aquello que lo pueda hacer odioso o despreciado.
Entretener
al pueblo
Se
debe entretener al pueblo en las épocas convenientes del año con fiestas
y espectáculos.
Delegar
las medidas impopulares
Los
príncipes debe ejecutar a través de otros las medidas que puedan
acarrearle odio y ejecutar por sí mismo aquellas que le reportan el favor
de los súbditos. Debe estimar a los nobles, pero no hacerse odiar del
pueblo.
Resistencia
a los cambios
Los
hombres viven tranquilos si se les mantiene en las viejas formas de vida.
La incredulidad de los hombres, hace que nunca crean en lo nuevo hasta que
adquieren una firme experiencia de ello. La naturaleza de los pueblos es
muy poco constante: resulta fácil convencerles de una cosa, pero es difícil
mantenerlos convencidos.
Imitar
a los grandes hombres
Un
hombre prudente debe discurrir siempre por las vías trazadas por los
grandes hombres e imitar a aquellos que han sobresalido
extraordinariamente por encima de los demás, con el fin de que, aunque no
se alcance su virtud algo nos quede sin embargo de su aroma.
Prudencia
El
que no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente.
Lo
que se debe hacer
Quien
deja a un lado lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende antes
su ruina que su preservación.
Naturaleza
humana
Se
puede decir de los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan
lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de
ganancia; y mientras les haces favores son todos tuyos, te ofrecen la
sangre, los bienes, la vida y los hijos cuando la necesidad está lejos;
pero cuando ésta se te viene encima vuelven la cara. Los hombres olvidan
con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio.
La
naturaleza de los hombres es contraer obligaciones entre sí tanto por los
favores que se hacen como por los que se reciben.
Fidelidad
a la palabra dada
No
puede un señor prudente - ni debe- guardar fidelidad a su palabra cuando
tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido los motivos que
determinaron su promesa. Si los hombres fueran todos buenos, este precepto
no sería correcto, pero- puesto que son malos y no te guardarían a ti su
palabra- tú tampoco tienes por que guardarles la tuya.
Prestigio
Ayuda
también bastante dar ejemplos sorprendentes en su administración de los
asuntos interiores, de forma que cuando algún subordinado lleve a cabo
alguna acción extraordinaria (buena o mala), se adopte un premio o un
castigo que de suficiente motivo para que se hable de él. Hay que ingeniárselas,
por encima de todo, para que cada una de nuestras acciones nos
proporcionen fama de hombres grandes y de ingenio excelente. Hay muchas
gentes que estiman que un príncipe sabio debe, cuando tenga la
oportunidad, fomentarse con astucia alguna oposición a fin de que una vez
vencida brille a mayor altura su grandeza.
Elección
y manejo de consejeros
No
hay otro medio de defenderse de las adulaciones que hacer comprender a los
hombres que no te ofenden si te dicen la verdad; pero cuando todo el mundo
puede decírtela te falta el respeto. Un príncipe prudente se procura un
tercer procedimiento: elige hombres sensatos y otorga solamente a ellos la
libertad de decirle la verdad, y únicamente en aquellas cosas de las que
les pregunta y no de ninguna otra.
Simular
y disimular
Es
necesario ser un gran simulador y disimulador: y los hombres son tan
simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes que el
que engaña encontrará siempre quien se deje engañar. Cada uno ve lo que
parece, pero pocos palpan lo que eres. La poca prudencia de los hombres
impulsa a comenzar una cosa y, por las ventajas inmediatas que ella
procura, no se percata del veneno que por debajo está escondido.
Cualidades
del Príncipe
De
ciertas cualidades que el príncipe pudiera tener, incluso me atreveré a
decir que si se las tiene y se las observa siempre son perjudiciales, pero
sí aparenta tenerlas son útiles; por ejemplo: parecer clemente, leal,
humano, íntegro, devoto, y serlo, pero tener el ánimo predispuesto de
tal manera que si es necesario no serlo, puedas y sepas adoptar la
cualidad contraria.